El desafío de la transición energética: una visión desde la empresa
Como integrantes del sector del gas y el petróleo, formamos parte del problema de la sostenibilidad del sistema energético global, pero he de subrayar que también queremos ser parte de la solución, porque tenemos el convencimiento de que solo así garantizaremos nuestro futuro”. Con esta declaración de intenciones arrancó su intervención el CEO de Repsol, Josu Jon Imaz, durante el encuentro de ESADEgeo: “Energy Transitions: Moving Beyond Scenarios”.
“Somos una empresa energética y de movilidad con un modelo integrado, que combina tanto el negocio de Upstream como el de Downstream, donde el 65% de nuestra producción y el 75% de nuestras reservas son de gas natural. Tenemos seis grandes instalaciones, de las cuales cinco están en España, y 4.700 estaciones de servicio. Somos uno de los principales productores de biocombustible europeos con 3.800 toneladas al año. En los últimos años, hemos invertido mucho en el desarrollo de infraestructuras en España para vehículos eléctricos, con más de 1.000 puntos de recarga”. Tras esta breve descripción de la multinacional, que a finales del pasado mes de junio anunció la adquisición de activos de bajas emisiones de Viesgo por 750 millones de euros, pasando a ser un actor relevante en el mercado español de electricidad, el Consejero Delegado de Repsol compartió varias ideas acerca del papel del sector en el camino hacia la transición energética y la manera de afrontar los retos que este representa.
Un “trilema” afectado por varias megatendencias
Nos enfrentamos a un “trilema” que tiene tres objetivos: acceso universal, competitividad y necesidad de reducción de emisiones de CO2. Todos ellos representan un gran reto en sí mismo, y tienen que combinarse.
Nuestro sector desconoce lo que le depara el futuro en relación a la transición energética, pero existen algunas megatendencias que nos van a impactar.
Más energía para más gente
Directamente vinculado con el objetivo del acceso universal, encontramos una de las primeras megatendencias: la demografía.
Si hoy somos 7.500 millones de habitantes, en 25 años el mundo tendrá 9.000 millones. Una población superior significa mayor demanda de energía, sin olvidarnos de que una gran parte de la población mejorará su estatus, convirtiéndose en clase media, con lo cual también podemos esperar un crecimiento del consumo energético per cápita. Solo en Asia, los 600 millones de personas que hoy conforman su clase media se transformarán en más de 3.000 en dos o tres décadas, con el consiguiente incremento del consumo energético y de la movilidad. Tampoco podemos obviar que el 50% del Producto Interior Bruto del mundo tendrá su origen en Asia en el año 2050. Este contexto, que supone un desafío, tiene algunas tendencias muy positivas que nos ayudarán a enfrentar los retos que tenemos .
Una de ellas son los nuevos patrones de consumo –y la economía compartida subyacente–, que contribuirán a reducir la presión sobre los recursos. Analizando las preferencias de consumo, vemos cómo los jóvenes están enfocados hacia experiencias más “soft” en su entretenimiento y estilo de vida, otorgando gran importancia al medio ambiente a la hora de tomar decisiones. Estas orientaciones respetuosas con el consumo de energía van a minimizar la presión sobre los recursos, cuya escasez global agrava la situación
Hoy nuestra sociedad está preocupada por el cambio climático y temas como la economía circular, la conservación de recursos como el agua, o la concienciación empresarial que impulsa la transformación de las compañías son realidades que nos van a beneficiar en este escenario.
Y por supuesto, otra tendencia es la innovación, que siempre ha formado parte de nuestra sociedad, pero que tiene hoy un ciclo más acelerado de lo que podíamos imaginar. Esto se observa en múltiples ejemplos, como la evolución de los costes de la energía fotovoltaica, que parece seguir un principio similar al de la Ley de Moore.
Sin duda, la evolución demográfica será uno de nuestros desafíos más relevantes en relación al consumo energético. Actualmente un 17% de la población global no tiene acceso a electricidad. Estos, y los que se irán sumando, harán que 2.500 millones de personas se unan al mundo de los consumidores eléctricos en las dos o tres próximas décadas, lo que significa muchos más recursos necesarios.
A día de hoy un 38% de la población mundial utiliza biomasa (de madera, residuos, etc.) para cocinar, con las consecuencias que implica su uso, como la de ser una de las principales razones del cáncer en mujeres en India, debido a su mala combustión; o la más genérica, como es la eliminación de buena parte de la masa forestal, esencial para la absorción del CO2.
En los siguientes años, 1.500 millones de personas tendrán acceso a recursos más limpios para cocinar (GLP, energías renovables, gas natural, electricidad…), recursos que son el origen del 70% de las emisiones de CO2 globales. El sector energético debe garantizar el acceso universal a la energía, y al hacerlo se impone presión sobre sí mismo.
Priorizando los intereses estratégicos nacionales
En una transición energética, la competitividad es esencial, y esta representa un problema especialmente relevante en Europa y España. Estados Unidos parece orientado a una reindustrialización, gracias a los bajos costes energéticos, pero en Europa ese no es el caso. Europa necesita incrementar su industrialización, pues aporta puestos de trabajo estables y bien pagados. Un modelo energético ha de combinar las garantías de acceso universal y la seguridad en el suministro con precios competitivos y sin comprometer el futuro de las próximas generaciones y el medio ambiente: ¡un “trilema” complejo!
Existen diferentes caminos para la transición energética, en función del tipo de energías que convivan y las medidas que se tomen. Cada región, país o sector puede adoptar sendas distintas para alcanzar sus objetivos. Es evidente que cada uno ha de cuidar sus intereses estratégicos.
China tiene que permitir que su población rural crezca en poder adquisitivo y evolucione hacia una clase media; Francia cuenta con una infraestructura nuclear que hace que parta de una posición muy diferente a la de otros países, como Alemania, que deberá solucionar la importancia que en la actualidad concede a los puestos de trabajo derivados del carbón…, y en España debemos pensar en nuestra competitividad industrial y nuestra economía.
Creo en una España moderna con una economía competitiva. Nuestro país ha superado una crisis muy dura, que ha dejado una herencia de salarios bajos y precarios. Debemos modernizar y hacer más competitiva la economía, al tiempo que cumplimos los objetivos de descarbonización. Como el resto de los países, España ha de analizar la forma más eficiente que defina el camino hacia una transición energética, considerando sus intereses estratégicos. En este camino, todas las energías pueden formar parte de la solución.
En sus predicciones para 2040, la Agencia Internacional de la Energía, en línea con el Acuerdo de la COP21, estima que los hidrocarburos continuarán representando un 52% de la generación energética. Si avanzamos en la reducción de emisiones de CO2 siguiendo el camino del desarrollo sostenible más adecuado para cumplir con el objetivo de crecimiento de la temperatura en solo 2°C, el consumo de hidrocarburos para la generación energética debería ser del 48%.
Lo que ha de preocuparnos más es el tremendo incremento en la demanda energética en todos los escenarios que se plantean. Si bien en los países de la OCDE, previsiblemente, los comportamientos van a ser positivos y a la baja, en los países emergentes la demanda va a crecer mucho.
El mundo necesita más energía. Una población en continuo aumento nos obliga a amplificar las posibilidades de acceso, sin olvidarnos de que el conjunto de habitantes irá incrementando su estándar de vida. Y la eficiencia energética será crítica en este proceso, independientemente del mix energético.
La batalla por la competitividad
El segundo reto, en términos energéticos, es que vamos hacia una energía económica, algo quizás más evidente en Europa (y en España) que en otras partes del mundo. Si se compara el precio medio de la energía en Europa con el de los Estados Unidos u otras partes del mundo, las evidencias son notorias. Esta diferencia de precios es consecuencia de diversos factores, como la falta de recursos naturales o de infraestructuras comunes.
Nuestras petroquímicas, nuestras acerías o nuestras fábricas de papel han de competir con las de otros países, y no solo en el coste de nuestra mano de obra frente a la de países asiáticos, sino en el coste de la energía con respecto a Estados Unidos.
Tampoco podemos olvidar a los consumidores. Cada medida que se toma sobre la energía tiene un impacto claro en los precios; por lo tanto, cada medida adoptada en política energética debería ser analizada en profundidad, teniendo en cuenta dicho impacto. Por ejemplo, hoy se deberían considerar los niveles de madurez de las energías que se promueven, porque las consecuencias de no hacerlo incrementarán el peso financiero que ya arrastramos. Tanto en España como en Europa, todavía estamos pagando el peso de las políticas energéticas del pasado.
Debemos focalizarnos en el coste y dar la máxima prioridad a la eficiencia energética, buscando las formas más económicas de disminuir las emisiones y siendo flexibles en este proceso de reducción del CO2.
La transición energética en España
El proceso de transición energética en España tiene que ser compatible con las necesidades de nuestra industria, al tiempo que construimos un futuro para nuestros jóvenes. Tenemos que promover la innovación, las tecnologías y los puestos de trabajo cualificados. Para poder lograr estos objetivos, necesitamos una industria que pueda soportar el proceso de modernización de nuestra economía.
Si queremos alcanzar los objetivos del Acuerdo de París, la dimensión es de tal calibre que no se podría emitir una tonelada más de la que se emite. Nosotros estamos totalmente alineados con los objetivos de CO2 establecidos en la COP21, pero para alcanzarlos y continuar progresando en el futuro, hemos de invertir en investigación y desarrollo.
Desde una perspectiva empresarial, resaltaría tres ideas para poder llevar adelante esta transición energética en España:
1) El rendimiento de España está por encima de la media. Si bien tenemos que hacer más, vamos por buen camino. Nuestras emisiones tendrán que haberse reducido un 36% en el año 2030. Más de un 60% del objetivo ya se ha conseguido, queda un 23% que hay que realizar en 12 años. Muchos países europeos que presumen de sus políticas verdes tienen peores perspectivas.
2) Debemos seguir el camino de la eficiencia en la reducción de emisiones. Subsidiar un coche eléctrico con 10.000 euros puede permitir la reducción de emisiones en siete toneladas de CO2 a lo largo de la vida útil del mismo. En ciertas condiciones, el coste aislado de reducción de una tonelada de carbón se puede valorar en 20 euros... ¿Qué camino debemos seguir? Si no tomamos la ruta de la eficiencia, estaremos utilizando mal los impuestos de los ciudadanos y los recursos de la sociedad. Asegurar que empleamos cada euro de la forma más eficiente posible en el reto de frenar el calentamiento global debe ser no solo una prioridad, sino una obligación en términos de políticas públicas.
3) Hemos de cuidar nuestros sectores estratégicos. Si bien no nos corresponde a las empresas definir cuáles son dichos sectores, es evidente que en la economía española la fabricación de vehículos ocupa un lugar prioritario, representando el 10,5% del PIB. Somos el segundo fabricante de vehículos en Europa –tras Alemania–, y esta realidad debería tenerse en cuenta en el proceso de decisión de nuestra transición energética.
Alternativas menos contaminantes
La producción energética de electricidad es la primera fuente de emisiones europea. La electricidad es, sin duda, parte de la solución –y las tecnologías en este sector están más avanzadas que en otros–; pero también tiene importantes retos que debe afrontar.
La intermitencia de las renovables ante las necesidades energéticas reales es un inconveniente. No da la impresión de que vaya a haber más plantas nucleares en Europa; y nos van a quedar algunos años de convivencia con el carbón. Actualmente, este produce el 25% de la energía eléctrica en Europa, y genera el 75% de las emisiones de CO2 por generación eléctrica.
En cambio, la contaminación del motor de combustión interna se ha reducido de una forma notable. Si bien se puede seguir avanzando, en los últimos 12 años los coches de Europa han disminuido sus emisiones en una media del 26%, de una forma eficiente y sin subsidios. Además, el precio de estos vehículos ha descendido, y los esfuerzos en este terreno van a continuar.
La primera fuente de reducción de emisiones de CO2 en el transporte en el año 2030 en Europa no serán ni los coches eléctricos ni los coches a gas, sino la eficiencia en el diésel y la gasolina. Sin dejar de progresar en las otras estrategias, debemos centrarnos allí donde la eficiencia tenga más impacto, y hoy por hoy es el motor de combustión interna.
El gas adquiere cada día más relevancia. En Estados Unidos se han reducido las emisiones en un 13% durante la última década, mientras que en Alemania solo han descendido un 4,5%. La diferencia estriba en la utilización de gas natural.
El firme compromiso de Repsol
Además de alentar la eficiencia energética en el transporte, Repsol tiene un papel importante en la promoción del gas natural y en garantizar que no sea una parte del problema. Hay que controlar las pérdidas de metano a la atmósfera, y tenemos que ser un player importante en la captura y el almacenamiento de CO2. Evidentemente, la digitalización aumentará la eficiencia de todos los sectores empresariales, el nuestro incluido, y también podemos contribuir mediante la promoción de biocombustibles sostenibles.
Desde hace varios años, diez de las compañías del sector del petróleo y el gas más importantes del mundo integramos la Oil and Gas Climate Initiative para, utilizando conjuntamente todo nuestro conocimiento tecnológico, no solo favorecer el uso de gas natural, sino también reducir las emisiones a la atmósfera que se producen durante la extracción. Para ello hemos promovido un fondo de 1.000 millones de dólares, con el que financiar tanto innovaciones tecnológicas como start-ups que aporten valor y soluciones.
Un área donde realmente creo que se producirán grandes avances es precisamente en la captura, el almacenamiento y la utilización del CO2. Por ejemplo, actualmente en Repsol producimos poliuretanos en Puertollano utilizando CO2 como materia prima. Si bien no es una solución para millones de toneladas, sí nos permite eliminar miles de ellas de una forma eficiente. Estoy convencido de que una panoplia de cientos o miles de medidas como esta pueden cambiar nuestro futuro. Otro ejemplo es la refinería de Repsol en Cartagena, que ya está preparada para dividir los gases y almacenar el CO2. Si bien hoy no es factible por el coste, tecnológicamente sería posible hacerlo.
Como sector, debemos promover la investigación, de manera que contribuyamos decisivamente a solucionar estos problemas. Desde el año 2010, hemos reducido un 23% las emisiones en las actividades de nuestras cinco refinerías en España. Incluso hemos llegado a acuerdos con los sindicatos para que la parte variable del salario de nuestros empleados se ligue a los niveles de emisión de dichas plantas. Lo interesante de estos procesos de reducción es que suelen ir acompañados de una disminución de los costes energéticos, que en nuestro caso ha sido de 250 millones de dólares al año entre las cinco plantas. Para financiar este proceso, acometimos un bono verde de 500 millones de euros a cinco años con un interés 0,5%, convirtiéndonos en la primera empresa de nuestro sector en realizar una acción de este tipo.
Por otro lado, para avanzar en un camino realmente eficiente en la lucha por la descarbonización, creo que debería existir un precio global, y para todos, del carbono. Aunque quizá hoy sea una forma de pensar poco realista, no podemos quedarnos parados. Internamente, en Repsol hemos establecido un precio de CO2 que comienza en 25 dólares por tonelada, y llega hasta los 40. Todas y cada una de las inversiones que promovemos en la compañía se analizan teniendo en cuenta estos parámetros y preparando nuestros activos y nuestro portafolio para ser resilientes en un mundo de menores emisiones. Atendiendo a estos objetivos, estamos promoviendo los sistemas de vehículos eléctricos, los servicios de gas natural, las plataformas de coches compartidos, la economía circular…
Para concluir, creo que un asunto tan relevante y complejo como el que nos ocupa debe combinar tres objetivos, y cada uno de ellos representa un reto:
- La demanda va a crecer.
- Tenemos que garantizar la competitividad de nuestra economía en esta transición.
- Debemos ser efectivos, en términos de reducción de nuestros niveles de emisión de CO2.
No existe un solo escenario, sino que cada país deberá diseñar el suyo propio y ser capaz de realizar la transición de la forma más efectiva y eficiente, teniendo en mente a sus sectores estratégicos, para que estos puedan realizar esa transición energética en un escenario que les permita tener éxito.
Para acabar, me gustaría compartir una última reflexión. Creo que la neutralidad tecnológica debe de ser respetada, debiéndose apostar por todas las tecnologías de forma conjunta. Cada molécula de CO2 es igual, y por eso tenemos que buscar la forma más económica para capturarla o evitar que se emita, independientemente de una tecnología u otra.
Josu Jon Imaz, CEO de Repsol.
Texto publicado en Executive Excellence nº150 jul-ag 2018.