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John Bruton: El porqué de la Unión Europea

(Tiempo estimado: 7 - 14 minutos)

LIDERAZGO / ESTRATEGIA

Tras la inauguración oficial del IV Congreso Internacional de Excelencia “Emprender y crecer en tiempos difíciles”, organizado por Madrid Excelente, tuvimos la oportunidad de compartir unos minutos con el ex Primer Ministro de Irlanda, John Bruton, quien ayudó a transformar el país en una de las economías más pujantes durante su mandato, llegando a un 11,7% de crecimiento de su PIB en 1997.

Bruton fue un actor principal del proceso de paz de Irlanda que culminó en 1998 con el acuerdo del “Good Friday”. Presidió la Unión Europea en 1996, ayudando a finalizar el acuerdo de crecimiento y estabilidad. Ha sido posiblemente el único Presidente del Consejo Europeo que se ha dirigido a una sesión conjunta del Congreso y el Senado de los Estados Unidos, y ha representado a la Unión Europea en cumbres con el Presidente de los Estados Unidos.

Antes de ser nombrado como embajador irlandés en los Estados Unidos, fue uno de los miembros líderes que trabajó en la creación de la Constitución Europea, firmada en Roma el 29 octubre del año 2004. Ha trabajado a favor de la representatividad de los europeos en el proceso de elección del Presidente de la Comunidad Económica Europea. Desde que ocupó su cargo como Embajador de la Unión Europea en los Estados Unidos, en el año 2004, su trabajo para dar a conocer y aumentar la comprensión sobre la Unión Europea dentro de los Estados Unidos ha sido incesante e intenso. Sostuvo más de 250 reuniones directas con senadores y miembros del Congreso de los Estados Unidos, con el afán de promover las relaciones entre este país y la Unión Europea.

John Bruton nació en 1947 y se graduó en Ciencias Políticas y Economía en la University College Dublin, antes de hacerse abogado. Está casado con Finola y tiene cuatro hijos.

FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: ¿Qué es la Unión Europea?

JONH BRUTON: La Unión Europea es esencialmente un proceso de paz, que nació porque Alemania y Francia habían tenido una serie de guerras sucesivas, comenzando con la franco-prusiana de 1870, seguida por la Primera y la Segunda Guerra Mundial. Todas estas guerras involucraban, de una manera central, a estos dos países. Los líderes de uno y otro, y otros países europeos, estaban determinados a que no volviese a ocurrir. Personas como Robert Schuman, Konrad Adenauer o Jean Monnet pensaron que habría que hacer a Francia tan dependiente económicamente de Alemania que nunca pudiera permitirse ir a la guerra contra Alemania e, igualmente, que Alemania dependiese tanto de Francia que tampoco pudiese permitirse ir a la guerra contra ella. Dicho de otra manera, ligar económicamente ambos países de una manera tan profunda que se crease un lazo de paz.

Este es el concepto político subyacente en la Unión Europea. La Unión Europea siempre ha sido un proyecto político, puede haber utilizado a la economía como medio para conseguir ese objetivo, pero siempre ha sido, por encima de cualquier otra cosa, un proyecto político.

Este rol también ha permitido que otros países se reconcilien entre sí, como en el caso de Irlanda e Inglaterra; dos países geográficamente obligados a vivir conjuntamente pero no iguales entre sí. La relación entre ambos se ha transformado a raíz de su pertenencia a la Unión Europea. Para ilustrar este punto, quisiera recordarles que la República de Irlanda alcanzó su independencia en 1921, pero ningún Premier británico visitó Dublín entre esa fecha y 1974. Ambos países se incorporaron a la Unión Europea el mismo día de 1973 y, al año siguiente, Edward Heath, Premier británico y líder del Partido Conservador –un gran político sin el cual Inglaterra no hubiera formado parte de la Unión Europea– visitó Dublín. Desde entonces, los premieres de los dos países visitan de forma indistinta ambas capitales. La pertenencia a la Unión Europea transformó las relaciones entre ellos y ahora, el estar enfocados hacia una Unión mucho más amplia, donde ningún país es lo suficientemente grande para ser dominante –incluso Alemania–, hace que todos necesiten de otros para obtener aquello que necesitan.

Esta función transformadora de la Unión Europea ha afectado a muchos otros procesos. Ha afectado a la minoría húngara en Eslovaquia, o a Rumania… El casquete de hielo formado por el pacto de Varsovia podría haber dado lugar a problemas como los húngaros intentando recuperar parte de Eslovaquia, pero no ha pasado, ya que todos estos países entraron a formar parte de una entidad más grande. Gracias a la pertenencia a la UE, estos países han podido dirigirse hacia retos más amplios, retos a nivel europeo, en vez de obsesionarse con problemas más locales. Ese es uno de los grandes poderes de transformación que ha tenido la UE.

Otro factor importante es que es una agencia dedicada a la expansión de la democracia, el imperio de la ley, el respeto por los contratos, el respeto a la propiedad privada y el respeto de los derechos humanos; aspectos que, si uno se pone a pensar, han de ir de forma conjunta, pues no se pueden tener unos sin los otros. Un país solo se puede unir a la Unión Europea si cumple esos requisitos, si es una democracia. La prueba “del algodón” es que un país ha de ser capaz de demostrar que puede hacer cumplir las 80.000 páginas de la Constitución Europea, destinada a asegurar que hay libertad de movimiento de bienes, de capital, que respeta los derechos humanos y que tiene un sistema legal efectivo. Hay, evidentemente, grandes ventajas económicas en el hecho de pertenecer a la Unión Europea, lo cual incentiva a seguir el camino democrático de la pertenencia a ella. Es por eso que, aun habiendo otras áreas en el mundo que tienen tendencias totalitarias, todos los países que en el pasado han aspirado a formar parte de la Unión Europea –y esto incluye Turquía– se han desplazado progresivamente hacia una actitud más democrática en los últimos años.

La Unión Europea es además el mayor donante de ayuda al exterior. El 60% de la ayuda que se destina a otros países –como pueden ser algunos de África– proviene de la Unión Europea o de sus estados miembros.

La Unión también es un sistema para organizar las Relaciones Exteriores. Se intenta tener una política exterior común, aunque no siempre se tenga éxito, dado que la Unión Europea solo puede hacer una política exterior común si los 27 miembros están de acuerdo. Evidentemente, sería más sencillo si estuviese compuesto por seis miembros y ahora que se ha pasado a 28, con la incorporación de Croacia, las cosas se complican un poquito más. Lo que es innegable es que hay un amplio número de temas en los cuales la Unión Europea ha podido adoptar una posición cohesionada.

La Unión Europea es además un socio de los Estados Unidos con valor para enfrentarse con problemas globales, como se puede ver por la presencia de las tropas en Afganistán o en otros conflictos. Por último, el tener una moneda común como el euro, tiene también sus ventajas, al haberse transformado esta en una de las divisas de inversión, junto con el dólar, más importantes. Eso es, en esencia, lo que somos.

F.F.S.: Hoy parece que esa interdependencia está desequilibrada en favor de Alemania. ¿A qué se debe esa “preponderancia alemana” en el entorno de la Unión Europea?

J.B.: Creo que la razón por la cual está ocurriendo algo así puede deberse al proceso de la reunificación alemana. Este fue muy costoso para la República Federal Alemana. Para poder pagarlo, se tuvieron que realizar reformas muy profundas reduciendo los costes, los salarios y experimentando un crecimiento mucho más lento, en los años 90, que otros países europeos, incluyendo Francia. Esto hizo que Alemania se transformase en un país mucho más vivo, de manera que, cuando llegó la crisis económica, Alemania y los países limítrofes, como Países Bajos o Austria, fueran los únicos suficientemente fuertes como para superar la crisis. Los otros países, incluyendo el mío propio, Irlanda, no tuvieron que soportar la dificultad que una reunificación ocasiona. Estos países continuaron endeudándose de una forma tranquila, gracias al dinero barato que se obtenía por tener como moneda al euro. Estos fondos se destinaron al consumo y a otros temas no productivos, elevándose los salarios y, en el fondo, haciéndolos  menos competitivos. En cambio, durante ese período, en Alemania ocurrió lo contrario. Creo que ahí radica la actual dependencia de nuestros países respecto de Alemania.

F.F.S.: ¿Influyó en este proceso el hecho de seguir las directrices del Bundesbank?

J.B.: Pienso que tuvo más que ver con las reformas del mercado de trabajo en Alemania que con la política del Bundesbank. Las reformas que realizó el canciller Schröeder fueron muy importantes y están en la raíz de la actual competitividad de Alemania. El Bundesbank no era tan importante, dado que todo esto ocurrió durante la existencia del euro. Creo que se ha debido más a reformas estructurales tomadas bajo Schröeder, que a la política monetaria.

F.F.S.: El ex ministro Michael Portillo nos comentaba cómo se habían reducido las distancias políticas, durante el Gobierno de Tony Blair, entre laboristas y conservadores. Muchas de las políticas de Blair han continuado bajo el gobierno conservador. ¿Cree usted que esta aproximación se mantendrá también en otros países europeos, donde las políticas socialistas y conservadoras están a gran distancia unas de otras?

J.B.: Como Premier de Irlanda, y siendo mi partido de centroderecha, estuvimos en coalición con dos partidos de izquierdas. Teníamos un gobierno centrista. Pero, para contestar su pregunta, lo que creo que ha pasado es que la idea de una economía planificada, que partió de la Segunda Guerra Mundial (obviamente para ganar guerras es necesario planificar, focalizando en un objetivo único) resulta poco efectiva en tiempos de paz. En estos momentos se buscan tantos objetivos que no es posible tener el mismo approach que en tiempos de guerra. Aun cuando se intentase adoptar una economía planificada, con los sentidos puestos en un objetivo, esta política sería absolutamente ineficaz al tener que enfrentarse a la multitud de objetivos que las personas tienen en una economía libre y en tiempos de paz.

La economía planificada que se intentó implantar en Francia, y en otros países, fue descubierta como ineficiente e ineficaz; simplemente no funcionaba, y se colapsó en los años 1970. Desde entonces, los partidos socialistas no han tenido nada nuevo que ofrecer. Sus ideas originales de una economía planificada fracasaron. El socialismo ha tendido a absorber políticas similares de partidos centristas; aquello que podríamos denominar el centro pragmático y que no tiene excesiva fe en ninguna ideología. Obviamente, una economía absolutamente libre tampoco funcionaría. Se necesitan reglas para evitar, entre otras cosas, la tendencia hacia monopolios naturales.

Son necesarios gobiernos con algo de planificación en todas las sociedades, pero no la planificación ambiciosa que los partidos socialistas han intentado imponer. Hoy observamos esta convergencia hacia un modelo de Estado, más limitado que las aspiraciones socialistas. Es como si los socialistas hubieran emigrado al centro, abandonando su ideología previa. En cambio, creo que nos estamos enfrentando a un reto proveniente de fuerzas políticas de entornos populistas anti-globalización, que quieren que nos aislemos del resto del mundo: anti-inmigración, en contra de las inversiones extranjeras, en contra de los bancos (sin pararse a pensar que, sin bancos, no tendríamos dinero)… Este es el actual reto: un reto entre la razón pragmática y la falta de razón populista.­

F.F.S.: Son muchos los que creen que usted es uno de los padres de la Constitución Europea, y que su trabajo como Embajador de la Unión Europea en Washington ha hecho crecer el entendimiento entre esta y los Estados Unidos. Nunca se le podrá agradecer todo aquello que ha realizado para unir pueblos y culturas. Pero, ¿cuáles son los principales cambios que se han de implementar en la Unión Europea para que, lo que básicamente es una unión política y una unión comercial, se transforme en algo tan competitivo como los Estados Unidos?

J.B.: Creo que tenemos que implementar la directiva de los servicios y completar el mercado único. Necesitamos crear espacios donde los negocios compitan de una forma libre a través de toda la Unión Europea. Tenemos una única moneda, pero en algunos aspectos no tenemos un mercado único. Las profesiones y la educación son un ejemplo. No hay mercado único de educación, así que tenemos por delante muchas cosas que hacer dentro de Europa. Debemos darnos cuenta de que la Unión Europea es, con mucha diferencia, el mayor ejemplo de liberalización del mundo, y entre estados soberanos. No existe nada que se parezca en ningún sitio.

La Unión Europea necesita evolucionar de ser un proceso de integración burocrática para transformarse en un proceso de integración democrática. Necesitamos ver cómo el Presidente de la Comisión Europea es elegido por las personas, por los ciudadanos europeos, y no seleccionado por 27 primeros ministros. De esa forma, los ciudadanos europeos, cada cinco años, serían capaces de entender que tienen algo que decir respecto de quién es el máximo mandatario europeo. Todos sabemos que cambiar al Presidente no lo cambia todo y que una persona solo puede hacer cosas limitadas, pero se generaría la sensación, el sentimiento, de que los ciudadanos tienen una conexión –aunque sea emocional– con la Unión Europea. Si ellos eligiesen al Presidente, se generaría una vinculación. Además de completar el mercado único, tenemos que competir para la integración democrática europea.

F.F.S.: Respecto a Irlanda, la situación es tremendamente difícil. ¿Tienen los cimientos que permitirán salir de este agujero? Durante muchos años, el país ha invertido ingentes cantidades en educación y ha fomentado las condiciones para favorecer la presencia industrial. ¿Qué se puede esperar de Irlanda en los próximos años?

J.B.: Irlanda tiene una serie de ventajas comparativas. Tenemos una base industrial moderna, con una importante presencia de empresas farmacéuticas, de la industria médica, de la industria del software o de servicios financieros. Estamos muy abiertos como economía y es fácil adaptarse a un mercado laboral muy liberalizado. El idioma también representa una ventaja, especialmente para la inversión norteamericana. Esas fortalezas permanecen.

Sin embargo, actualmente vivimos un reverso de la fortuna en relación a nuestra deuda. Es un problema, en parte, autoinfligido: tomamos prestado demasiado dinero como individuos, compañías o bancos; pero también otros nos lo prestaron, con lo cual la responsabilidad debería ser compartida entre los irlandeses y las instituciones europeas y algunos de los bancos que más dinero prestaron. Tenemos que obtener una aproximación común a la resolución de este problema de la deuda que sí existe y que nos pesa. En Irlanda, para solucionarlo, hemos reducido sustancialmente los costes laborales, tanto del sector público como del privado. Es decir, ya hemos realizado una significativa reducción de deuda y estamos implementando reformas sobre nuestras profesiones para hacerlas menos caras, aunque queda mucho trabajo por delante. En algunas partes de la economía irlandesa, los salarios continúan siendo muy elevados y, para poder ser competitivos, este problema tiene que ser reconocido.

F.F.S.: Se le ofreció la Presidencia el año pasado y la declinó. ¿Por qué?

J.B.: Mi Partido me ofreció ser candidato a la Presidencia, lo cual no es lo mismo.

F.F.S.: Cierto, pero las encuestas le daban ganador.

J.B.: Seguramente algunos pueden decirlo, pero es imposible saberlo. Personalmente, prefería estar más activo y comprometido con actividades económicas y de negocios. Deseaba tener más control sobre mi propia vida que la que hubiese tenido como Presidente irlandés durante siete años. A la hora de hablar de temas públicos, el Presidente de Irlanda ha de estar bajo los términos que el Gobierno en el poder le dicte y por tanto no tiene libertad. Sentí que quería ser más libre y gestionar mis silencios. Un Presidente tiene un rol muy constreñido.

 


Entrevista publicada por Executive Excellence nº89 febrero 2012

 

 


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