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David Kennedy: La globalización y sus efectos normativos y legales

20 de Marzo de 2013//
(Tiempo estimado: 7 - 13 minutos)

GESTIÓN / ESTRATEGIA

David Kennedy es catedrático Manley O. Hudson de Derecho y director del Instituto de Derecho Global y Política en la Escuela de Derecho de la Universidad de Harvard. Reconocido experto en derecho y política económica internacional, teoría del derecho y legislación europea, el profesor David Kennedy es doctor por la Fletcher School of Law and Diplomacy, Tufts University y en su labor docente e investigadora utiliza elementos interdisciplinares de la sociología y la teoría social, la economía y la historia.

Ha sido presidente de la Comisión de Postgrado en Harvard y director de la Facultad de Estudios Jurídicos Internacionales. Fundó el Centro de Investigación de Derecho Europeo en la Universidad de Harvard en 1991 y ha sido el director de esta Facultad desde su inauguración. Ha asesorado a varias instituciones educativas en sus programas académicos y ha sido profesor invitado en numerosas universidades de todo el mundo. Durante 2008-2009 fue vicepresidente de Asuntos Internacionales, profesor de la Universidad de Derecho y David and Marianna Fisher University Professor of International Relations at Brown University.
Recientemente viajó a España para impartir la conferencia magistral “Gobernanza global y regulación económica internacional en perspectiva”, en la Fundación Rafael del Pino.

FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: El mundo cambia vertiginosamente, y las nuevas tecnologías lo van transformando de manera permanente. Salim Ismail nos comentaba que nuestros líderes no están capacitados para poder utilizar las tecnologías disponibles en la actualidad, ni sus evoluciones. Necesitamos una nueva generación de líderes que comprenda el significado de la evolución tecnológica, y su importancia para la sociedad. En el mundo de la política global, y de los entornos legislativos, ¿cuáles son las dificultades a las que nos enfrentamos?
PROFESOR DAVID KENNEDY: Estoy de acuerdo con la afirmación de que las situaciones cambian a gran velocidad, y que las condiciones bajo las cuales ocurren las regulaciones y los cambios normativos y legislativos también se dan rápidamente. 
Siempre he estado interesado en la relación entre dos tipos de cambio: el cambio político y el cambio económico. Desde la perspectiva económica, se observa un creciente esfuerzo para relacionarse, de forma más eficiente, a cada vez mayores distancias, creándose un espacio muy amplio dentro del cual puede haber actividad económica.
La política, en cambio, no ha le seguido el paso a la economía y está organizada de forma más vertical que horizontal, relacionando personas específicas a lugares concretos y a formaciones políticas particulares. Para la clase política en todo el mundo, que se auto-organiza en líneas técnicamente especializadas a lo largo de líneas geográficas, es muy difícil intentar aproximarse a estos problemas y gestionar otros más complejos, más aún si son transnacionales o distantes geográficamente, o tienen un alcance muy horizontal.

F.F.S.: Cada vez con más frecuencia, escuchamos que “la democracia está obsoleta”. Los procesos de decisión en democracia son lentos y poco efectivos, frente a otros ámbitos –como el económico– que exigen agilidad en la toma de decisiones. Se necesitan personas específicas que, en momentos específicos, tomen decisiones específicas… y rápidamente.  ¿Está de acuerdo con el planteamiento de obsolescencia de nuestro sistema?
P.D.K.: No creo que conozcamos el futuro de la democracia. Lo que sí sabemos es que a lo largo del último siglo y medio la democracia ha significado la organización de grandes partidos políticos, movimientos políticos en el contexto nacional, y de legislaturas. Es cierto que estas estructuras están muy mal equipadas para procesos de decisión rápidos dentro de las economías trasnacionales. 
Me gustaría que se pudieran cambiar aspectos del proceso democr ático, que los individuos pudiesen contestar y oponerse a las decisiones que les afecten, que las posiciones de consenso entre los expertos pudiesen ser contrastadas por personas externas, que quienes toman las decisiones se sintiesen responsables de aquellos a quienes afecten, encontrando formas de estructurar los efectos que son relevantes según la visión de las tomas de posición.
Para ser más preciso, con la pérdida de poder del Estado-Nación, la democracia tendrá que encontrar nuevos objetivos y formas con los que poder expresarse. Ya hay muchas ideas interesantes encima de la mesa y varios experimentos en marcha; por ejemplo, a nivel urbano –las ciudades son jugadores mucho más importantes a nivel de la regulación global de lo que nos imaginamos y, en muchos aspectos, más sensibles al control democrático debido a su escala–, a nivel industrial y a nivel empresarial –donde los accionistas ya toman decisiones–. 
Los procesos de decisión de las organizaciones internacionales se encuentran con nuevas formas de compromiso en el proceso de gobernanza, incluso los Estados están experimentando con la generación de presupuestos de manera participativa, con la búsqueda de formas de abrir la toma de decisiones a corto plazo a través de Internet u otros mecanismos de votación… No sé si alguno de estos experimentos sobre el futuro de la democracia se hará realidad, pero creo que la sensación de urgencia respecto a hacer que las decisiones que impactan a las personas, de un modo u otro, puedan ser contestadas estará siempre con nosotros, y encontraremos nuevas formas para darle sentido.

F.F.S.: Nuestra perspectiva europea respecto de lo que es global, frente a la de los Estados Unidos, es diferente. Quizás en Europa se preste más atención a la situación global. En un entorno que continuará, previsiblemente, hacia la globalización ¿cambia la posición de la población de los Estados Unidos hacia todo lo que está fuera de sus fronteras?
P.D.K.: Creo que, en este caso, nos enfrentamos a una paradoja. Por un lado, los Estados Unidos proyectan su poder hacia el mundo de una forma mucho más dramática y extensa que la de los europeos; por otro, tenemos una población con una cultura política doméstica, poco interesada en temas de política internacional. 
Desde un punto de vista externo, pienso que el reto para la Unión Europea reside en encontrar formas donde sus fronteras no terminen siendo las fronteras de la imaginación de un compromiso global político. Europa está involucrada económicamente en todas partes, pero no se siente políticamente implicada fuera de sus propias fronteras. Si miramos al futuro, esto deberá cambiar de una forma u otra.
Para los Estados Unidos, creo que hay un reto paralelo. Estamos muy comprometidos tanto económica como políticame nte en todo el mundo a través de nuestra maquinaria gubernamental y comercial; en cambio, la población, como un todo, no está particularmente interesada en cómo estamos implicados. Podemos anticipar que, en los próximos años, será necesario un sentido de más responsabilidad política y compromiso por parte de la población norteamericana, si queremos que el actual nivel de compromiso del país se mantenga. Por lo que estamos observando en los Estados Unidos, es una vuelta a las trincheras respecto del compromiso político a nivel internacional, algo cíclico y que no creo que se traduzca en ningún tipo de retraimiento comercial, sino más bien lo opuesto.

F.F.S.: Las leyes internacionales parecen no ser muy efectivas para países sin suficiente empaque político global, como puede ser España. La actual crisis, junto con la política internacional seguida por nuestro país en las últimas legislaturas, nos está pasando factura. ¿Cómo ve usted la situación?
P.D.K.: Hay que entender que las leyes internacionales no son un sistema único y coherente, sino una mezcla de acuerdos muy diversos, muchos de ellos radicados en la autoridad nacional, otros derivados de la ley privada o, simplemente, de acuerdos a los que llegan industrias y sectores. No es sorprendente que, en un sistema político legal tan diverso y fragmentado, su efectividad dependerá en buena medida del estatus y poder de los actores en escena. En ese sentido, es un campo de juego muy desigual. 
Por otro lado, en mi opinión, es un error equiparar la ley internacional con las normas públicas que afectan a temas como el de las nacionalizaciones. Existe toda una serie de respuestas y remedios que podemos encontrar en el derecho privado y en los sistemas nacionales legales, entre los que destaca la diplomacia, donde hay formas para permitir generar presión de unos países a otros, o de unas firmas a otras, para obtener resultados. Creo que España terminará encontrando una importante audiencia sobre sus preocupaciones, tanto comerciales como públicas.
El problema real entre las dinámicas de poder de las leyes internacionales no es la arbitrariedad o injusticia de un caso específico, sino la forma sistemática en la cual el espacio político de los países emergentes y más pequeños decrece al involucrarse en actividades comerciales internacionales. Lo hemos visto repetidamente en la última década donde, por ejemplo, el sistema de arbitraje internacional ha operado como un multiplicador de la fuerza de los inversores y actores políticos cuando se involucran en actividades con este tipo de países. Si uno fuese un país latinoamericano, dentro del terreno global internacional, posiblemente acabaría pensando que este entorno está injustamente inclinado contra su capacidad para comprometerse en cualquier tipo de política innovadora o experimental, incluso dentro de sus propias fronteras.

F.F.S.: Últimamente, hemos leído mucho en la prensa acerca de los ciber-ataques que han sufrido los Estados Unidos desde China. ¿Cómo se enfrenta legalmente este tipo de problemas?
P.D.K.: Yo soy especialista en temas regulatorios ilegales, no un experto en seguridad nacional. No tengo ninguna información sobre la importancia y veracidad de estos hechos, pero sí da la impresión de que la maquinaria de la seguridad internacional está muy mal equipada para enfrentarse a las amenazas que emergerán en los próximos años, tanto en el entorno de la salud como en el económico y en el de ciber-seguridad. Estos riesgos pueden, incluso, llegar a ser mucho más significativos que los problemas de seguridad nacional.
Ciertamente, hasta ahora, el entorno regulatorio no se ha preocupado por asegurar que todos los actores que participan en estas diversas cadenas de información y complejos sistemas comerciales den los pasos esenciales para que sus sistemas no sean vulnerables. Los esfuerzos realizados en esta dirección en Estados Unidos y en Europa no han sido suficientes. Este es el tipo de riesgo donde la regulación puede tener efectos de mejora. Esperemos que la regulación pública y el compromiso corporativo estén tan involucrados como lo están en los laboratorios de la CIA o de la NSA. 
En China, existe una enorme falta de respeto sobre los derechos de propiedad intelectual. Su crecimiento tecnológico hace que esta falta tenga cada día mayor incidencia. Dado que los tiempos de retorno de valor en los procesos de formación se van reduciendo, el problema posiblemente se vea agravado en el futuro. 
Durante mucho tiempo, hemos vivido una situación donde la conformidad y el cumplimiento de las normas que emergen del entorno Norte-Atlántico es muy diferente según la zona. Por lo tanto, tampoco nos sorprende que los regímenes de trabajo sean distintos unos de otros, al igual que las leyes medioambientales, etc. 
Cuando esas condiciones son favorables para las inversiones comerciales, no escuchamos muchas quejas. Pues bien, la propiedad intelectual vive la misma situación como régimen regulatorio. Lo sorprendente sería que se cumpliesen las normas que proceden del hemisferio Norte-Atlántico. La realidad es que el abanico de actitudes frente a ellas es amplio, y algunos países intentan circunvalarlas para no cumplirlas. 
La falta de seguridad en el ámbito de la propiedad intelectual nos plantea un verdadero reto, particularmente en las condiciones de circulación de productos, cada vez más creciente y rápida. Sin embargo, es un reto menor en los mercados que no pudieron ser explotados y donde la falta de imposición es general para muchas actividades. El problema reside en cuánto empieza esto a afectar al mercado que creó la innovación. Este tema es una cuestión de proporciones donde no hemos de esperar conformidades y cumplimientos perfectos, sino que hemos de hacer esfuerzos para asegurarnos de que el sistema de innovación continúa funcionando en un espacio cada vez más global. Es parcialmente un problema de protección intelectual, pero también un tema de la permisión de espacios para la innovación, que, de una forma u otra, puedan infringir patentes o requieran licencias. 
La innovación también puede ser evitada cuando hay guerras de patentes que absorben todo tipo de recursos sorteando la llegada al mercado de múltiples ideas y novedades. Creo que es un tono bastante complicado. Deberíamos estar focalizados en un sistema de innovación global, en vez de tener como objetivo un sistema uniforme de propiedad intelectual.

F.F.S.: Durante la jornada plenaria de clausura del World Economic Forum en Dubai, decía que el hecho de que expertos en estructuras gubernamentales teoricen sobre cómo mejorar la gobernanza no es el camino exclusivo, debiendo existir además un incremento en la interacción con las estructuras locales. La distancia entre las proposiciones y las realidades locales suele ser excesiva. ¿Cómo se puede generar una mayor interacción, de una forma realista, para los problemas que puedan surgir desde la perspectiva global y local?
P.D.K.: En los últimos 50 años se ha conseguido desarrollar, y creo que es un logro extraordinario, una clase política y económica global capaz de entenderse entre sí, que trasciende fronteras, permitiendo que ocurra la actividad diplomática internacional y la actividad económica de una forma global. 
Ahora bien, esta clase global ha llegado con dos costes. El primero es un incremento de la desconexión en todas partes con las necesidades políticas de las poblaciones locales. Lo vemos incluso en Europa, donde se vive un sentimiento de desconexión entre la clase política y las preocupaciones locales, particularmente de la clase media; así como con aquellos actores políticos y económicos locales que están “esposados” a sus territorios, y no tienen la misma perspectiva transnacional.
El segundo coste ha sido la “compartimentalización” de las ideas de la clase “global”; la forma en la cual entienden los problemas. Su rol en la búsqueda de soluciones se ha vuelto estrecho y uniforme, haciendo que sea más difícil que ocurra la innovación política. La clase política global habla entre sí diciéndose las mismas cosas (eso sí, desde grandes distancias), disminuyendo las posibilidades de que emerjan nuevas ideas.

F.F.S.: Viaja a España para impartir una conferencia magistral en la Fundación Rafael del Pino. ¿Qué grandes temas abordará?
P.D.K.: Abordaré dos temas interrelacionados. Uno se refiere a la forma por la cual hoy el terreno para la regulación económica global se ha fragmentado, convirtiéndose en un espacio donde se aplica la estrategia regulatoria, el conflicto y la contestación entre actores políticos y económicos, en lugar de haberse transformado en un entorno de encuentro para resolver problemas y buscar soluciones consensuadas. El segundo tema, relacionado con el anterior, hace referencia a la llamativa ausencia de compromiso político –y de contestación–; un nuevo fenómeno que necesitará de mucha imaginación para ser resuelto.

 


Entrevista publicada en Executive Excellence nº101 mar2013

 

 

 

 


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