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John J. DeGioia: auténticamente Georgetown

19 de Mayo de 2014//
(Tiempo estimado: 4 - 7 minutos)

La Universidad de Georgetown fue fundada en 1789 por el primer obispo católico de Estados Unidos y arzobispo de Baltimore, John Carroll. John J. DeGioia, su actual presidente, el número 48 de su historia, ha dado un especial énfasis a la identidad jesuita y católica de Georgetown y a su responsabilidad para servir como instrumento para la justicia social.

También ha colaborado en expandir y profundizar el compromiso de Georgetown con la comunidad global, apoyando iniciativas en asuntos tan variados como el diálogo entre religiones, la salud global o las economías emergentes.

Recientemente, se celebró en Madrid el Georgetown Global Forum, “Momento España”. Un evento presidido por S.A.R. el Príncipe Felipe, que reunió a destacados líderes empresariales, emprendedores y representantes de la sociedad civil española para debatir sobre los retos y oportunidades de España y su posicionamiento como país en el entorno socio-económico global. Durante la celebración, tuvimos la oportunidad de charlar con el presidente de la Universidad de Georgetown.

FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: La Universidad de Georgetown destaca por un carácter diferente, reconocido entre todas las universidades norteamericanas. Creemos que esa personalidad distintiva, basada en un trasfondo ético, está íntimamente relacionada con sus orígenes pero, ¿podría profundizar más en esta característica diferencial?

JOHN J. DEGIOIA: Le agradezco y aprecio que destaque “nuestro” carácter. Nos esforzamos por ser lo más auténticos y fieles posibles a nuestras tradiciones, origen e historia. Si hay algo que se puede considerar como una diferencia en Georgetown es que nos esforzamos en perseguir esos ideales fundacionales que interpretamos y reinterpretamos, imaginamos y volvemos a imaginar en cada una de las generaciones que pasan por nuestra  institución. 

Los retos a los que hoy nos enfrentamos, así como los temas de actualidad que captan nuestra atención, probablemente no fueran fáciles de reconocer hace una o dos generaciones. Pero si somos fieles al espíritu que nos anima, a nuestros valores más profundos, podemos reinterpretar el significado de ser auténticamente Georgetown en estos momentos, de manera que exista una resonancia con esa historia y tradición.

Georgetown fue fundada hace 225 años siguiendo el espíritu de San Ignacio de Loyola. Ese espíritu requiere de nosotros el encontrar las formas más efectivas de compromiso con el mundo aportando una contribución positiva. También fuimos fundados ocho meses antes de que se adoptase nuestra Constitución de los Estados Unidos, y por ello hemos tenido siempre muy presente el conjunto de valores americanos. Cuando ambos, localizados en Washington D. C., se mezclan; cuando los valores jesuitas y los americanos son respetados y seguidos independientemente de lo que ocurra a nuestro alrededor, cuando las decisiones de cómo interpretar cada momento están radicadas en lo que esos valores hacen que seamos, tenemos lo que es el origen del carácter de Georgetown.

F.F.S.: El interés en la política global, desde la ética, es una característica histórica de la orden que se ha mantenido. La Universidad siempre ha mostrado un gran interés y ha sido capaz de analizar y comprender al mundo en su conjunto. ¿Cuáles son los principales objetivos que llevan a cabo en estas materias?

J.D.G.: En la última generación, y comenzando en 1970, determinamos que una de las maneras más profundas a través de la cual podríamos contribuir al mundo era llevar nuestra tradición ética a todos los entornos posibles viendo cómo podría ser aplicada. El término “ética aplicada” es frecuentemente asociado con nosotros. 

Nuestro departamento de Filosofía, así como otros de nuestra escuela de negocios, el departamento de Asuntos Exteriores (Foreign Service), la facultad de Medicina o la de Derecho… siempre se han preguntado cómo podíamos aplicar estos valores, cómo poner en marcha la ética aplicada.

En el año 1970 creamos el Instituto Kennedy de Ética, coincidiendo con el inicio de la ética médica y la bioética. Las fortalezas que construimos en ese campo –con la primera generación de graduados en esta materia en los Estados Unidos– junto con todas las figuras que entre los años 70 y 80 vinieron a Georgetown nos ayudaron a crearlo y hacerlo crecer. Esto (y ellos) nos permitió profundizar e incrementar las capacidades para introducir estos valores en las discusiones que se estaban manteniendo. Pudimos incluir en la “narrativa” lo que significa preparar a un joven frente a sus responsabilidades en la vida. Consideramos que nuestra primera responsabilidad como universidad es el compromiso en la formación de jóvenes, y una de las formas a través de las cuales lo hacemos consiste en asegurarnos de que proveemos el contexto para esta inversión en el trabajo de ética aplicada. 

En los años 70, introdujimos la ética en la educación médica. Esto continuó y se hizo extensivo a los años 80, incorporándose también en la educación legal a través de la creación del primer diario de ética legal en nuestra escuela de negocios. En la actualidad, nuestros Programas de Ética Aplicada se consideran entre los mejores del mundo.

Durante estos años, hemos tratado de asegurarnos de que la ética aplicada fuese muy relevante en la formación de los jóvenes, combinando al mismo tiempo la integridad académica.

F.F.S.: No hace mucho tuvimos la oportunidad de estar con el decano de la Singularity University, que explicaba que uno de los problemas que sufrimos en la actualidad es la diferente velocidad que existe entre el mundo empresarial real –afectado por la continua aceleración tecnológica– y el mundo del gobierno político. Esta diferencia genera dificultades de adaptación entre ambos. ¿Cómo se enfrenta una universidad a este problema?

J.D.G.: Quizás sea uno de los retos más significativos al cual las universidades tradicionales se enfrentan hoy. Imagino que Singularity estará intentando dominar nuevas tecnologías que les puedan proporcionar ventajas para avanzar más deprisa que las universidades tradicionales. 

En Georgetown, a lo largo del año pasado, hemos reconocido que uno de los retos que debemos resolver es cómo actuar más rápidamente frente a la necesidad del cambio. El pasado noviembre lanzamos un proyecto denominado “Diseñando el futuro de las universidades”, cuyo propósito es ayudarnos a resolver esta cuestión sin hacer peligrar aquello que ha hecho que nuestras universidades tradicionales sean la envidia del mundo, y que por tanto necesitamos proteger, pero considerando la adhesión a estas nuevas tecnologías y fuerzas disruptivas que representan un reto para el modelo tradicional.

Durante los últimos meses, hemos comprometido a nuestras facultades (de hecho, hay 150 implicadas) en esta iniciativa que se centra en 35 nuevos proyectos que involucran tecnología digital. A la vez que les damos suficiente espacio, estamos invitando a nuestras facultades a que exploren lo que las nuevas tecnologías y fuerzas disruptivas significan para nosotros. El objetivo es que se comience a experimentar con nuevas ideas que tengan verdadera resonancia y apoyo dentro de la institución. Esto nos permitirá adaptarnos más rápidamente a las demandas a las cuales nos enfrentamos.

F.F.S.: El advenimiento del nuevo Papa Francisco ha traído alegría a muchos. ¿Cómo se ha sentido en la Universidad de Georgetown? 

J.D.G.: Ha sido increíblemente inspirador y muy alentador para la propuesta que durante 225 años los jesuitas han aportado a nuestra Universidad, en lo referente al pensamiento sobre cuál ha de ser la naturaleza de una universidad. 

Cuando escuchamos las palabras del Santo Padre, son tan reafirmadoras que nos aportan una sensación de felicidad y realización. Afrontamos nuestro trabajo con gran alegría, pues sabemos que el Santo Padre tiene una apreciación y reconocimiento hacia la tradición que ha animado a nuestra Universidad.


Entrevista publicada en Executive Excellence nº112 mayo 2014