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Álvaro Uribe, ex presidente de Colombia

23 de Abril de 2012//
(Tiempo estimado: 8 - 15 minutos)

INVERSIONES / MERCADO

Durante el IV Congreso Internacional de Excelencia, “Emprender y crecer en tiempos difíciles”, organizado por Madrid Excelente, tuvimos la oportunidad de charlar con el ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe. Natural de Medellín, Antioquia, en 1977 obtuvo el título de doctor en Derecho y Ciencias Políticas por la Universidad de Antioquia.

En 1993 consiguió el título de especialista en Administración y Gerencia de la Universidad de Harvard, centro académico en el que estudió Negociación de Conflictos, siendo discípulo del profesor Roger Fischer. En 1998, fue merecedor de la beca Simón Bolívar que concede el Consejo Británico en virtud de la cual fue designado Senior Associate Member del Saint Antony´s College de la Universidad de Oxford en Inglaterra.

La vida de Álvaro Uribe ha estado enmarcada en el servicio público. A lo largo de su carrera ha desempeñado los cargos de jefe de bienes de las Empresas Públicas de Medellín, secretario general del Ministerio de Trabajo y director de la Aeronáutica. En 1982, fue nombrado alcalde de Medellín, dos años después aspiró al Concejo de su ciudad y, posteriormente, fue elegido senador de la República durante dos períodos consecutivos, desde 1986 y hasta 1994. Tras su paso por el Senado, se convirtió en gobernador de Antioquia (1995-1997).

Culminada esa etapa, empezó a planificar el futuro de su carrera política con miras a la Presidencia de la República. Finalmente, en 2002, fue elegido presidente de Colombia, renovando su cargo –al ser reelegido por votación popular– durante el período 2006-2010. Además de su entrevista, a continuación reproducimos lo más significativo de su discurso pronunciado en el Congreso.

El triángulo de confianza

En los años 50, Colombia le puso punto final a una historia de política violenta entre los partidos, pero eso coincide con el triunfo de la revolución cubana, que escoge a Colombia y a Bolivia como los dos países donde replicar su experimento de toma violenta del poder. Así nacen las guerrillas marxistas en Colombia.

A principios de los años 60, estas crecen exponencialmente. Después surge la reacción de la llamada guerrilla de derecha, el paramilitarismo, que vino a llenar un vacío de Estado e impuso la misma crueldad que las guerrillas marxistas. Todos terminan cortados por el narcotráfico, lo que llamamos el narcoterrorismo.

En el año 2002, Colombia era un país con 68 asesinatos por cada 100.000 habitantes y con más de 3.000 secuestros. Tenía una mínima tasa de inversión, había alcanzado un desempleo cercano al 20% y un nivel de pobreza por encima del 53%.

Nosotros propusimos entonces lo que llamamos “triángulo de confianza”, esto es, primero de todo buscar confianza hacia nuestro país entre los propios colombianos y en la comunidad internacional. Con un mensaje pedagógico y en un diálogo permanente con los ciudadanos, construimos ese triángulo de confianza sobre tres pilares: la seguridad, la promoción de inversión y la política social.

Hasta ese momento, el único discurso que se escuchaba en la vida política colombiana era el discurso social; sin embargo, todos los días crecía el desempleo, la pobreza y la desigualdad. Nos preguntamos por qué si el énfasis había sido lo social, estábamos fracasando en eso. Entonces se fue provocando la respuesta de todos los colombianos: faltaba inversión. ¿Y por qué en un país históricamente amigo de la creatividad de la inversión privada no había inversión? Por temor a la inseguridad.

La política de seguridad

Fuimos construyendo ese triángulo: la seguridad, la promoción de inversión y la política social simultáneamente. Teníamos varios obstáculos para la política de seguridad; el primero de ellos: mucho temor.

En el año 1990 cuatro candidatos a la Presidencia habían sido asesinados, entre ellos una de las figuras más sobresalientes de la historia colombiana, Luis Carlos Galán. Los políticos, gobernadores y alcaldes en muchas regiones de Colombia estaban condicionados por el terrorismo y se sentían muy expuestos, con gran riesgo por la falta de capacidad del Estado de protegerlos; además quedaba por allá la idea de la política de la doctrina de la seguridad nacional impuesta por los EE.UU. en América Latina en décadas anteriores, que había sustentado dictaduras. Se asimilaba la política de seguridad a una política de promoción de dictaduras.

Nuestra propuesta fue seguridad con valores democráticos, para todos, con legislación ordinaria y con absoluto respeto a las libertades; seguridad para los más cercanos amigos del Gobierno pero también para sus más radicales críticos. La propuesta de seguridad democrática cambió la manera en la que los ciudadanos entendían el camino de seguridad en nuestro país.

Hubo momentos inmensamente difíciles, como cuando los terroristas hicieron explotar un carro bomba en pleno centro de Bogotá, en el Club El Nogal, ocasionando muchísimas víctimas. Aquel amanecer, los ciudadanos y los periodistas me pidieron echar para atrás nuestra política de seguridad. Fue muy difícil persistir en medio de la dificultad, pero mantuvimos toda la firmeza. Si algo nos enseñó ese proceso, es que los grandes retos necesitan firmeza en el momento de las más exigentes pruebas.

En 2002, un mes antes de nuestra elección, fue secuestrada la señora Ingrid Betancourt, candidata a la Presidencia, y no conseguimos liberarla hasta 2008. Durante esos seis largos años, hubo una tremenda presión internacional para que negociáramos con el grupo terrorista de las FARC a la antigua usanza: entregando a cambio presos de las FARC que estaban en las cárceles colombianas a cambio de las liberaciones. En el pasado, ese tipo de negociaciones había conducido a un aumento de secuestros, así que no aceptamos; algo por lo que recibimos tremendas presiones internacionales. Seguimos por nuestro camino y, gracias a una operación militar muy bien concebida por nuestro ejército, Ingrid Betancourt y muchos de los secuestrados colombianos fueron rescatados en julio de 2008.

La promoción de inversiones

La política de promoción de inversiones fue el segundo pilar para la construcción de confianza en Colombia. Nos dimos cuenta de que la promoción de inversiones necesitaba la seguridad física y la seguridad jurídica. Para efectos de esta última debo mencionar dos puntos: Colombia tenía muchísimos litigios con inversionistas. Nosotros nos propusimos, de manera transparente, superarlos todos de cara a la opinión pública y, como había tendencia a la suspicacia, se decidió que, antes de firmar el acuerdo que le ponía punto final a cada litigio, se debía abrir una consulta al público y permitir que eso fuera conocido por los órganos de control. Esto disipó dudas, eliminó suspicacias y permitió superar todos los conflictos con la inversión extranjera.

El segundo elemento para esa seguridad jurídica fue la adopción de una ley que le permite al Gobierno colombiano suscribir con los inversionistas un pacto de estabilidad en las reglas impositivas a 20 años.

Y, por supuesto, la seguridad política, muy importante en el contexto regional. En un país donde hay promoción a la iniciativa privada y a la libertad de emprendimiento, donde hay estímulo a la innovación –porque piensa que todo esto contribuye a superar la pobreza, a crear empleo y a mejorar la equidad distributiva–, hay seguridad política.

La cohesión social

Adelantamos una serie de reformas macroeconómicas bastante impopulares. Colombia es un país bastante descentralizado. El 52% del gasto público lo ejecutan las regiones, pero el momento exigía una reducción de las transferencias del ente central a las regiones. Esa reforma se refería en el nivel constitucional, debía ser aprobada por el Parlamento en ocho debates y se logró en medio de mucha crítica; al igual que la eliminación de los sistemas privilegiados de pensiones.

Muchos me han preguntado cómo hizo el Gobierno para mantener un alto nivel de apoyo popular en medio de reformas que eran bastante impopulares. Creo que el acierto fue que, a tiempo, denunciamos las dificultades y construimos un discurso pedagógico permanentemente, para hacerle frente a un discurso demagógico. En tiempos difíciles, es mucho más importante la sincera pedagogía que la demagogia. Eso nos ayudó a mantener un gran apoyo popular en medio de profundas reformas que generaban olas muy agudas de protesta.

Nosotros disminuimos los costos burocráticos en 462 empresas del Estado. Dijimos: el debate no es entre Estado o no Estado, el debate no es entre el neoliberalismo que quiere acabar con el Estado o los excesos socialdemócratas que han llevado al Estado a tener una inmensa carga burocrática. Ambos extremos lo elimina; el primero, porque no cree en él, y los segundos, porque lo hacen totalmente inviable y lo quiebran.

Nosotros propusimos un dilema: el Estado tiene que o permitir que las burocracias lo asfixien, o ser totalmente austero, manteniendo un principio de eficiencia para servir a la comunidad. Por eso redujimos profundamente los gastos del Estado, para poder hacer sostenible la política de seguridad, de promoción de inversiones y las políticas sociales.

Por supuesto, hicimos convenios de comercio con muchas naciones del mundo, entre ellas con la Unión Europea. Por aquel entonces, el país vivía con una economía bastante encerrada y solamente teníamos convenios con la Comunidad Andina y con México. Nosotros dejamos acuerdos de comercio con 42 países.

Fue muy importante el tema laboral y el tributario. Derramamos impuestos a los mayores patrimonios del país para ayudar a financiar la seguridad, pero al mismo tiempo introdujimos muchos incentivos a la inversión. Alguna vez el Gobierno de EE.UU. me preguntó cuál es la diferencia entre los incentivos a la inversión que ha introducido Colombia y la disminución de tasas impositivas de los EE.UU. Di esta respuesta, que creo que cobra actualidad: disminuir las tasas impositivas per se no garantiza ahorro e inversión. Existe la presunción de que al disminuir las tasas impositivas, ese dinero necesariamente va al ahorro y a la inversión. La historia ha demostrado que esa relación no se da, que es un albur.

En lugar de reducir las tasas de manera general, en Colombia introdujimos incentivos a la inversión. Si usted invierte en activos productivos, tiene derecho a una reducción del 30%; si usted instala una inversión de tanto valor, tiene derecho a no pagar tarifas arancelarias ni impuesto al valor agregado y disfrutar de una tarifa de renta corporativa igual a la mitad de la renta ordinaria. Introdujimos estímulos generales y sectoriales, pero todo condicionado a que, efectivamente, se realizaran las inversiones. Ahí hay una diferencia muy importante: uno no puede dejar que sean los inversionistas los que digan si dedican el dinero o no a aumentar la capacidad productiva instalada; si lo que queremos es aumentarla, hay que forzarla, y atar los incentivos a la instalación de esa capacidad.

Esta política ayudó a que el país pasara de tener una tasa de inversión del 14%-15% al 28%. En el año 2011, Colombia pudo alcanzar la tasa de inversión más alta de toda América Latina, rondando el 30%.

Muy importante fue también el tema laboral. El dilema no puede ser la flexibilidad o inflexibilidad laboral, algo sobre lo que existía una gran discusión en América Latina. Nosotros estábamos buscando un “tercer camino”. Introducir flexibilidad laboral pero, al mismo tiempo, crear lo que hemos llamado las relaciones fraternas.

Colombia es un país que ha tenido graves problemas por la penetración del movimiento terrorista en el movimiento estudiantil, en el movimiento obrero, en el movimiento campesino, y en sectores de periodistas e intelectuales. Eso ha creado muchas dificultades en las relaciones entre las empresas y los trabajadores. Por esta razón, propusimos el sindicalismo de participación, esto es, unos trabajadores no solamente interesados en sus reivindicaciones sino interesados y comprometidos con la estabilidad y la competitividad de las empresas. Y, desde el punto de vista empresarial, unas empresas comprometidas no solamente con su competitividad sino con el bienestar estable de sus trabajadores.

Uno de los acuerdos que promovimos fue que los trabajadores tienen, como primera opción, la posibilidad de ser el conducto a través del cual las empresas contraten los servicios externos de tercerización. Ese concepto de oponer el sindicalismo de participación al viejo sindicalismo reivindicatorio y político, a la vieja tesis de que todo tenía que manejarse con rigideces laborales, ha ayudado mucho, pero apenas empieza a abrirse camino. Esperamos que siga avanzando.

Cuestiones pendientes

Nosotros trazamos la senda, dejamos semillas, pero no un país convertido en un paraíso. América Latina necesita seguridad, libertades, cohesión social, independencia de las instituciones y pluralismo, lo que yo llamaría los cinco parámetros de una democracia moderna.

América Latina necesita una gran libertad de iniciativa privada; pero, para que sea legítima y de general aceptación, tiene que ser incluyente. Por eso, hemos propuesto que, como parte de la revolución educativa, ojalá todos los bachilleres colombianos, al momento de ser graduados, hayan tenido la oportunidad de fomentar su vocación empresarial y tener un conocimiento vocacional. Otro de los reto es lograr que todo bachiller colombiano, al mismo tiempo, se pueda graduar como tecnólogo; y tercero, integrar definitivamente la tecnología con la universidad. Es decir, que el bachiller que se graduó tecnólogo en sistemas con dos o tres años pueda ser ingeniero de sistemas. Nosotros logramos que 250.000 bachilleres –de los 800.000 que gradúa Colombia– pudieran graduarse ya con conocimientos vocacionales, con conocimiento de oficios productivos, pero apenas empezamos integrando los primeros 100.000.

Avanzamos, pero no lo suficiente, al igual que en microcréditos. Hay que llevar las herramientas de la economía de mercado a la base popular. Si queremos flexibilidades laborales, por ejemplo para que los jóvenes trabajen por un salario mínimo menor, hay que compensarlo por otro lado. Nuestra propuesta ha sido que los fondos de garantías, los fondos de capital de riesgo, para lo cual el sector privado, y especialmente el público, tienen que hacer esfuerzos, lleguen a las empresas populares. Como diría Prahalad, hay que llevar a la base de la pirámide el instrumento de promoción de la economía de mercado.

Es fundamental sustituir la rigidez laboral por la posibilidades de innovación, de creatividad, de creación de empresas entre los jóvenes. Cuando veo el crecimiento del desempleo juvenil en Europa, que también empieza a verse en muchos países de América Latina, pienso que se necesita una gran combinación de flexibilidad laboral con promoción de iniciativas empresariales de los jóvenes.

Para nosotros, la política de cohesión social fue el gran validador de la promoción de inversiones y la seguridad. Aunque también avanzamos mucho en el tema de la salud (los 47 millones de colombianos tienen seguro de salud), todavía hay problemas por resolver, como son los problemas de financiación, de calidad, etc.

FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: Ha hablado usted hoy del apoyo a los emprendedores desde la escuela. ¿Qué importancia ha tenido la formación en su trayectoria?

ÁLVARO URIBE: Toda la formación sirve muchísimo. Yo diría que la vida es un carrusel de teoría y práctica. Cuando se está de nuevo en la academia, después de los años de trabajo, se reflexiona sobre ello, pues la academia da nuevos horizontes, da oxígeno, y esto puede aplicarse nuevamente.

F.F.S.: Para esa fase de apoyo a los emprendedores desde la escuela, ¿es necesario que Colombia genere una cultura empresarial?

Á.U.: Colombia la tiene, lo que pasa es que debe convertirse en una cultura empresarial universal. Yo diría que, en el mundo actual, lo más importante es orientar a los jóvenes no para que sean empleados, sino para que sean emprendedores.

F.F.S.: Según nos comentaba Marco Antonio Slim, por primera vez en años América Latina goza de instituciones y sistemas financieros relativamente sólido, de manera que si logra hacer bien las cosas, él calculaba que en década y media se eliminaría el subdesarrollo. ¿Comparte usted esta opinión de que estamos en un momento estratégico para salir del subdesarrollo?

Á.U.: Indudablemente sí, pero también creo que hay un gran reto: no basarse solamente en una economía de commodities, sino que hay que agregarle valor. El tema no es enfrentar la economía de commodities con la de conocimiento, sino complementarlas.

Países como Chile están dando un gran ejemplo en esa materia, pero la financiación no se puede dejar en manos exclusivas del sector financiero. Los gobiernos tienen que hacer un enorme esfuerzo por financiar toda la empresa popular y llevar las herramientas de promoción de la economía de mercado, llámense fondo de capital de riesgo, venture capital fonds, fondos de garantía, microcréditos… Hay que llevarlos masivamente a las empresas populares, a las empresas de los jóvenes. Este es uno de los grandes retos para que la libertad de iniciativa privada se sienta como una libertad incluyente, al alcance de todos, y no como una libertad restringida y excluyente.

F.F.S.: Desde 1996 hasta 2004, España ha pasado de ejercer un liderazgo y un apoyo muy interesante en el entorno latinoamericano a una gran pérdida de prestigio con la Alianza de las Civilizaciones. ¿Qué debe cambiar la política española respecto de Colombia, y de Latinoamérica en general, para que la contribución sea más sinérgica y positiva?

Á.U.: No tengo particularmente reparos. En los años que fui presidente, tuvimos un gran entendimiento con España y esto ayudó muchísimo. Ahora creemos que es importante que el país se recupere, superando una coyuntura de un profundo desafío y, por supuesto, que todos nuestros países salgan también adelante, porque no podemos depender en América Latina de una continuada bonanza de commodities.

Tenemos varios retos por lograr, como es la economía del conocimiento, la universalización de la iniciativa empresarial, los desafíos ambientales, donde todavía hemos de avanzar más en fuentes de energías renovables, etc.


Entrevista publicada en Executive Excellence nº91 abr12