Skip to main content

Íñigo Pirfano, la música en la formación profesional

25 de Septiembre de 2012//
(Tiempo estimado: 8 - 15 minutos)

GESTIÓN / HABILIDADES DIRECTIVAS / LIDERAZGO / TALENTO

La Orquesta Académica de Madrid nació a principios de 2000, fecha de su primer concierto: la obra El amor brujo, de Manuel de Falla. La formación y trayectoria profesional de su fundador y actual director, Íñigo Pirfano, en el Mozarteum de Salzburgo y otras instituciones europeas de prestigio, ha marcado el método de trabajo de la Orquesta, que combina el entusiasmo con la exigencia propia de las orquestas centroeuropeas.

Sus integrantes conciben su carrera musical como un proceso continuado de formación y crecimiento, distinguiéndose por su flexibilidad para abordar todo tipo de repertorios y acometer proyectos de envergadura en períodos de tiempo muy breves. Desde sus inicios, ha cosechado excelentes críticas.

El pasado mes de junio, Pirfano recibió el Premio Liderazgo Joven 2011 de la Fundación Rafael del Pino, por su capacidad de comprensión de la industria de la cultura de una manera flexible e imaginativa. El premio se concede cada dos años a líderes y emprendedores de cualquier campo, menores de 40 años. Se trata de la primera vez que este galardón recae sobre un emprendedor cultural.

Íñigo Pirfano (Bilbao, 1973) estudió solfeo, piano y armonía mientras completaba sus estudios de Filosofía en Madrid. En 1997 ingresó en la mítica Universität für Musik und darstellende Kunst “Mozarteum” de Salzburgo (Austria), para estudiar Dirección de Orquesta, Coro y Ópera con el maestro Karl Kamper, correpetición con Wolfgang Niessner y piano con Karl Wagner. Allí se diplomó en Dirección (2001) obteniendo la más alta calificación. Posteriormente realizó estudios de perfeccionamiento con Sir Colin Davis en Dresde y con Karl-Heinz Bloemeke y Kurt Masur en Detmold (Alemania). En 2009, Pirfano regresa a Austria para estudiar Dirección Coral durante un año.

Su labor como director de orquesta se ha desarrollado entre Austria, Alemania, Polonia y España, donde ha dirigido diferentes orquestas, como la Orquesta Sinfónica de Euskadi, Orquesta Sinfónica de Bilbao, Filarmónica de Stettin, el Frohnburg Ensemble de Salzburgo, la Hochschulorchester Carl Maria von Weber de Dresde, la Orquesta del Bundeswettbewerb “Jugend Musiziert” de Alemania, la Orquestra Filharmònica de la Universitat de València y la Orquesta Académica de Madrid.

ALDARA BARRIENTOS: Como hijo de otro gran Maestro, D. Pedro Pirfano, podríamos decir que estaba usted predestinado a ser músico, sin embargo también es filósofo. ¿Cómo se complementan una y otra disciplina?

ÍÑIGO PIRFANO: Las dos, tanto la filosofía como la música, consisten en la interpretación de textos, y eso es lo que a mí me interesa: hacerme con el texto de un autor que ya ha desaparecido, en muchos casos hace años, y volver a hacerlo vivo, volver a hacer que ese texto hable a los corazones de los hombres.

Tanto en una sinfonía de Haydn o de Beethoven como en un diálogo de Platón hay un contenido profundo y muy interesante que yo quiero acercar a los espectadores y lectores, respectivamente, del siglo XX y XXI.

A.B.: Dice Inma Shara que la de director de orquesta es una profesión muy dura, donde no se han establecido pautas fijas para entrar, de modo que la carrera se convierte en un aprendizaje individual. La cuestión es que no todo el mundo consigue llegar, ni por supuesto brillar. ¿Qué hace falta para lograrlo? ¿Cómo tiene que ser un buen director de orquesta?

Í.P.: Para mí, el director de orquesta es el intérprete musical por excelencia. La gran dificultad del director es que su instrumento, la orquesta, es muy complejo. A un instrumentista, ya sea un estudiante de piano o violín, le basta con tener el instrumento, estudiar e interpretar durante años para transmitir todos los conocimientos adquiridos. En cambio, el director, necesita un orgánico a partir de 40-50 músicos, y eso es muy complicado de conseguir. Esa es la principal dificultad.

En mi caso, me di cuenta de que tenía una gran capacidad de organización y de gestión, fruto de mis años universitarios estudiando la carrera de filosofía. Por entonces, organizaba muchos ciclos de cine, conferencias…, y eso me ayudó a poner en pie lo que luego ha sido la Orquesta Académica de Madrid, que ya lleva doce años de andadura.

Lo más importante es que un director de orquesta, un verdadero intérprete musical, ha de tener grandeza para expresar grandeza, y esta no se consigue en una escuela ni en una universidad de música. O esa grandeza forma parte de un proyecto vital, o no se alcanza nunca.

Yo he estudiado dirección de orquesta en la Universidad Mozarteum, aunque suelo decir –un poco en broma– que me hago director de orquesta jugando un partido de fútbol, tomando una copa con los amigos, dando un paseo, en una tertulia… Todo eso va configurando tu riqueza interior, que es imprescindible a la hora de transmitir el torrente de ideas y expresión de sentimientos que tiene el texto musical. Para mí eso es clave. Solamente el que conoce en profundidad el corazón humano puede ser un buen intérprete musical. Y el corazón humano se conoce leyendo, tratando gente, queriéndola…, por eso es quizá una de las profesiones más imbricada con la propia vida.

A.B.: Mencionaba la Universidad de Mozarteum, de Salzburgo (Austria), pero también se ha formado en Alemania, Polonia… A pesar de que la formación es muy importante, nos da la sensación de que la educación artística, en general, en España está bastante devaluada. ¿Por qué? ¿Qué debemos aprender de la consideración que tienen por la música en otros países europeos?

Í.P.: Es una pena, porque los jóvenes que están desarrollando sus estudios musicales en España, y que tienen muchísimo talento, deben salir fuera. Aquí nos falta la tradición de cientos de años que tienen en Centroeuropa. Poco a poco se va solucionando, la clase dirigente se va dando cuenta de la enorme importancia que la música tiene en la formación personal y profesional. La música es clave para ir desarrollando por dentro unas determinadas aptitudes y capacidades que luego son decisivas en el despliegue profesional, con independencia de que uno sea abogado, médico o arquitecto. Ese bagaje, esa sensibilidad, esa capacidad para apreciar lo que tiene el discurso musical –que es muy abstracto, porque es complejo, pero cuyo desarrollo va dotando interiormente de una gran riqueza– hace que poco a poco la música se vaya considerando; aunque hoy en día las escuelas o los conservatorios distan mucho de ser lo que deberían, más aún si se comparan con las universidades de música en Centroeuropa.

También es necesario un mayor apoyo institucional, porque las escuelas requieren un determinado material: instalaciones, instrumentos musicales, mediatecas…, imprescindible para desarrollar la carrera musical. Entiendo que esto empezará a cambiar cuando los que vamos formándonos fuera, que cada vez somos más (yo mismo recibí la beca de Caja Madrid para realizar estudios de posgrado en el extranjero), volvamos a España y empecemos a implantar aquí todo eso que hemos visto en otros países. Es clave contar con el apoyo de los que creemos que este terreno de la música, del arte, de la formación en la estética, en la belleza, es imprescindible en la formación integral de la persona.

A.B.: Además de intérprete musical es usted también compositor, creador. Nos decía Antonio López que “cualquiera puede sufrir o gozar tanto como el mayor de los artistas. Lo que cualquier no tiene es la capacidad de crear con la emoción. El artista materializa la emoción en un trabajo, ya sea música, pintura, escultura, literatura...”. ¿La emoción es el punto de partida de cualquier creación?

Í.P.: Sin duda. La emoción se puede describir como esa voluntad de arte que es una exigencia. El que es creador lo sabe, y lo que experimenta cuando crea es una sensación muy parecida a la maternidad. Es decir, tiene que pasar por un proceso de alumbramiento de una obra que, de alguna manera, es propia, pero que también tiene una vida ajena. Ese momento que se antoja doloroso y gozoso a la vez es parecido al alumbramiento en la creación artística.

Llegado ese punto, el artista lo único que puede hacer es unir todas las fuerzas, toda la formación, la ciencia y la sensibilidad que posee, y por supuesto sus aptitudes innatas, para dar a luz una obra que al propio artista lo excede con mucho. El propio Gustav Mahler decía que, cuando componía, tenía la sensación de estar escribiendo al dictado; que, en rigor, esa obra no la consideraba suya.

Desde esa perspectiva, el artista más que alguien que reúne elementos es alguien que tiene la ciencia y la capacidad de descubrir para ir eliminando capas e ir dejando ver esa obra de arte, que en el fondo ya estaba allí. Por decirlo así, hace que emerja, ya sea en el lenguaje de la escultura, de la pintura, de la creación de la música… El artista experimenta en primera persona el rigor de la llamada del arte, que lo convoca a un encuentro personal, para después revelar, hacer emerger o acontecer esa obra de arte que ya estaba allí.

A.B.: Nos decía José Antonio Marina que “la bondad es un síntoma de inteligencia”, mientras que Antonio López pensaba que “el hecho de que coincidiesen ambas (bondad e inteligencia) es un doble milagro que se da en muy pocas ocasiones”. ¿Considera que los buenos artistas son bondadosos?

Í.P.: En un sentido amplio, sí. Personalmente pienso que es una misma realidad contemplada desde distintos prismas, algo que ya aparecía en Platón. Verdad, bien, bondad, belleza.

La gran capacidad que tiene la belleza, la obra de arte, es la de espolearnos y convocarnos a un encuentro personal que pregunta por lo más íntimo de nosotros mismos. Si ante esa interpelación tan exigente, nos abrimos y entramos en un diálogo abierto, franco, amistoso y enriquecedor con la obra de arte, esta tiene la capacidad de sacar lo mejor de nosotros, y por lo tanto de hacernos mejores personas. Ahora bien, está en la mano de cada uno abrir o no, entrar en ese diálogo o no.

A.B.: Hace más de una década que fundó la Orquesta Académica de Madrid. ¿Qué le motivó a hacer algo así?

Í.P.: Un doble motivo. Evidentemente, cuando uno termina los estudios de dirección de orquesta, se encuentra con que tiene la formación necesaria para hacer sonar ese instrumento tan complejo, pero que no dispone de él. Aprovechando –como decía– mi capacidad de gestión, esta era la manera de hacerme como director, es decir, de poder “hacer el brazo”, adquirir experiencia y hacer el repertorio como una orquesta. Una cosa es lo que aprendes de manera teórica y otra, la verdad y las particularidades que descubres en la praxis musical. Recuerdo las clases teóricas en las que estudiamos el Réquiem de Mozart, pero cuando tuve que dirigirlo realmente vi la necesidad de convertirme yo mismo en el Réquiem de Mozart, y esto no te lo explican en ninguna universidad.

Para que tu interpretación sea profunda, esmerada, sincera, enriquecedora para ti mismo, para los músicos y para el público, tienes que llegar a convertirte en esa obra que estás interpretando. Este es un proceso muy complicado, porque al principio la obra te excede. Poco a poco, te vas haciendo grande a base de auto-vaciamiento, hasta que consigues convertirte en esa obra, hacerla tuya, prestarle tu propia grandeza, interiorizarla y hacer que reverbere, que resuene.

Monté la Orquesta para poder trabajar todo esto en el laboratorio de la praxis musical diaria; pero también porque percibo que las orquestas españolas súper profesionalizadas –que tienen un volumen de trabajo en muchos casos excesivo– trabajan con una rutina que no es buena, que hace que incluso los propios instrumentistas pierdan en muchos casos la pasión, el amor por la música, por hacer las cosas bien.

Lo que más me apetecía era traer a las particularidades y circunstancias normales de los músicos españoles una manera de hacer que yo considero que es centroeuropea, que pone el acento en el concepto de entusiasmo. En Centroeuropa he percibido una forma de trabajo que elimina rigideces y prohibiciones, que sabe crear una clima de amable confianza, una atmósfera grata en la que luego poder exigir. Aquí, en las escuelas de música y en las orquestas, hay mucha rigidez, mucha exigencia en el sentido peyorativo de la palabra; sin embargo, cuando se empieza a hacer música, el ambiente muchas veces es poco riguroso. Allí sucede justo lo contrario. En la universidad, todos podíamos asistir a las clases que quisiéramos, a los ensayos de las orquestas, etc.; había una enorme flexibilidad. Ahora bien, a la hora de empezar a hacer música, comenzaba algo muy serio, y todos éramos conscientes. Esto nos retrotrae a lo que mencioné con anterioridad, a la música como algo que nos interpela y saca lo mejor de nosotros mismos. Cuando empezamos a hacer música, tenemos que ser rigurosos, serios, con respeto al repertorio que estamos interpretando, con unción, con un cierto sobrecogimiento.

De manera que monté la Orquesta también con la idea de traer a España ese modo de trabajar que había visto fuera y, honradamente, creo que lo hemos conseguido. Desde sus comienzos, la Orquesta ha despertado el interés de la crítica y el público, que descubren que damos ese plus, que es justo el que a mí me interesa.

Somos una orquesta muy joven, con una presencia significativa de músicos del Este de Europa (Hungría, Bulgaria, Rumanía…), que llevan muchos años en nuestro país y se han hecho a la cultura española, sin embargo la convivencia es muy interesante. Ellos aportan su manera de entender la praxis y el discurso musical, y eso también enriquece al resto del grupo y a mí mismo.

A.B.: ¿Y cómo se gestiona esa diversidad? ¿Cómo se consigue entusiasmar a un grupo de personas tan dispar y que además demanda su espacio y protagonismo dentro de la obra?

Í.P.: Creo que eso precisamente es lo más fascinante de la dirección de orquesta. Por eso –y lo recordaba a raíz del Premio Liderazgo Joven que me ha otorgado la Fundación Rafael del Pino–, me parece que el director de orquesta encarna perfectamente la figura del líder y del emprendedor, porque es alguien que además de ser un experto debe dominar una cuestión que es clave en el liderazgo: la gestión del talento.

Cuando tienes a tu cargo un equipo con una visión tan legítima como la tuya y una preparación extraordinaria; y, sin embargo, tienes que conseguir que acepte tu visión de la interpretación –además de manera pacífica–, eso solo se consigue gracias al ascendiente y a la autoridad que te da la calidad de tu propuesta. El verdadero líder sabe crear ese plus que llamamos inspiración, motivación; el ofrecimiento de propuestas que abren posibilidades, que despiertan el interés de los que trabajan contigo, que saben sacar lo mejor de cada persona, que saben extraer la autonomía de quienes están a tu cargo para dar lo mejor de sí. Lograr que cada uno se sienta parte, pero también generador y motor de todo ese entramado, hace que un organismo, una empresa, un equipo o una orquesta deje de ser buena o muy buena y pase a ser excepcional. Es decir, que los resultados no sean solamente eficientes, sino brillantes, que tengan “ese algo”.

A.B.: En agosto realizaron una gira por Brasil. Es la primera vez que la Orquesta sale fuera del país. ¿Qué ha representado este viaje?

Í.P.: Esta gira ha servido para confirmar que la Orquesta se encuentra en un momento de gran madurez musical e interpretativa, y posee una personalidad y un sonido propios.

El programa que abordamos en los tres conciertos realizados en Sao Paulo y Curitiba constituía un auténtico tour de force para cualquier orquesta. El grado de implicación y empatía que se dio entre nosotros —así como con el gran pianista Alvaro Siviero— hizo que nuestra interpretación del concierto de Schumann —pieza esta muy difícil de acompañar para la Orquesta— y de El Amor Brujo de Falla despertara el entusiasmo del nutrido público y de la crítica local. Con esta importante gira, la OAM ha demostrado que ocupa por méritos propios un lugar en el panorama musical internacional.

A.B.: Con menos de 40 años, su trayectoria es ya envidiable, pero ¿cómo se imagina dentro de diez años?

Í.P.: La ilusión y la cima de un intérprete siempre es poder acceder a las orquestas de referencia internacional, las que se mueven en los circuitos de los principales festivales y agencias de conciertos. Esa sería mi cima vista de una manera exterior, epidérmica, casi fenomenológicamente, porque lo que te enriquece de verdad no es el nivel de la orquesta que se pone a tu cargo, sino el nivel de exigencia que tú te tomas, el nivel de honradez y de sinceridad con el que acometes un programa.

Desde el punto de vista personal, considero mucho más enriquecedora la interpretación con una orquesta menos relevante, sin embargo una interpretación mucho más cercana a lo que el compositor quiso decir, que la que se pueda dar con una orquesta súper profesional y top mundial, donde la implicación de los miembros no sea la deseable para poder acceder a ese nivel de interpretación que a mí me interesa.

Por supuesto, si fuera posible, dentro de diez años me gustaría estar en una de las principales orquestas del mundo, aunque desde que comencé con la Orquesta Académica de Madrid se han dado cimas en el propio planteamiento de mi carrera. Afortunadamente, he tenido grandes conciertos, después de los cuales muchos músicos y gente del público se ha acercado a darme las gracias. Eso es lo que a mí me interesa, y puede que esa sea la enseñanza más importante que he recibido de mi padre, al que considero, en rigor, mi maestro.

 


Entrevista publicada en Executive Excellence nº95 sep12