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Philip Coggan: el trasfondo de la deuda

24 de Septiembre de 2013//
(Tiempo estimado: 8 - 16 minutos)

MERCADOS / TRABAJO

Philip Coggan es el editor para Mercados de Capitales de The Economist. Previamente, trabajó en el periódico Financial Times durante más de 20 años. En 2009 recibió el premio al mejor periodista financiero en los prestigiosos premios Harold Wincott y fue votado mejor comunicador en los premios Business Journalist of the Year. Es autor de cuatro libros, entre los que destaca Promesas de papel (Editorial El Hombre del Tres), presentado recientemente en la Fundación Rafael del Pino.

Esta obra reflexiona sobre las causas de la actual crisis económica y sus consecuencias. Coggan regresa a las cuestiones fundamentales sobre el sentido del dinero, pues sostiene que “ciudadanos, empresas y Estados hemos creado un sistema donde la deuda tiene un papel fundamental. Pero ¿de dónde viene toda esta deuda? ¿Tenemos clara su relación con el dinero? ¿Y bajo qué tipo de promesas se sustenta el sistema económico moderno?”. El periodista de The Economist examina la defectuosa estructura de los sistemas financieros globales y se pregunta, ante los profundos desajustes que el mundo padece hoy, qué está realmente en juego, vaticinando un cambio radical en los paradigmas políticos y económicos tradicionales: “En los últimos 40 años, al mundo se le ha dado mejor lo de crear obligaciones sobre la riqueza que crear riqueza en sí”, y esto tendrá consecuencias.

FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: Afirma que las naciones acreedoras dictan los términos del sistema monetario y el orden mundial frente a las naciones que no pueden pagar sus deudas. En su opinión, China marcará los nuevos estándares en el futuro. Sin embargo, para el fundador de Singularity University, la aceleración tecnológica en el mundo desarrollado no está siendo bien entendida por la clase política dirigente. ¿Puede su prognosis ser alterada por la tecnología, sabiendo que no podemos predecir más allá de una década nuestro futuro, o es el futuro una repetición de lo acaecido? ¿El hecho de que China no sea una democracia puede influir en que sea todavía más dominante?
PHILIP COGGAN: El factor fundamental para el crecimiento es la democracia. Las personas de nuestra generación se jubilarán en mayor número que las generaciones anteriores, habiendo un menor porcentaje de trabajadores por jubilados. Es decir, habrá más pensionistas por trabajador, con lo cual estos últimos deberán generar mayores ingresos para que los beneficios sociales se puedan pagar. 
El crecimiento económico se basa esencialmente en dos aspectos: el número de trabajadores y lo productivos que estos son. Tendremos menos trabajadores –cosa parcialmente remediable por el crecimiento demográfico de algunos países, aunque pasarán años hasta que esto ocurra–, pero sí podríamos lograr ser mucho más productivos, y la tecnología podría ser la forma para conseguirlo. 
Si nos fijamos en las cifras, en los años 60 la economía española duplicó su volumen en términos reales. En los años 90, el crecimiento estaba en torno al 13%; en el año 2000 fue del 4% anual y se mantuvo de media durante la primera década. Es extraño que, en plena revolución tecnológica, se redujesen las tasas de crecimiento. En el siglo XX, observamos también revoluciones tecnológicas. Nuestros padres vivieron la revolución del transporte aéreo, los coches, la electrificación, además de cambios fantásticos en la calidad de vida, como la calefacción, el aire acondicionado, etc., que estimularon el crecimiento. Todos estos adelantos tuvieron efectos a corto plazo, pero ¿habrá evoluciones tecnológicas a esta escala en el futuro? Esa es la incógnita. Quizás el gas de esquisto sea uno de esos aspectos que mejore la productividad en los Estados Unidos, pero hasta ahora la evidencia no hace cuadrar las cuentas. Es como las novelas victorianas donde el transcurso es negativo, pero acaban con un final feliz. Es posible que haya cosas nuevas que solventen el problema, pero no estoy convencido de ello. 
Hay aspectos como Internet, donde el 60% de los usuarios lo utiliza en su puesto de trabajo para ver Facebook u otros, que afectan a la productividad. La tecnología puede ayudar, pero también poner trabas.

F.F.S.: Según su pensamiento, las masas laborales permanecerán estáticas, lo cual puede significar una trampa mortal para Europa. ¿Pueden las masas de desempleados del sur de Europa alterar esta posibilidad a corto plazo? ¿La ausencia de sistemas de transferencia en Europa puede permitir esta opción? ¿Hasta qué punto es necesaria una mayor unión para afrontar los problemas?
P.C.: Una mayor unión es la dirección hacia la que algunos líderes políticos europeos, no todos, desean converger. Jacques Delors veía a la moneda única como un precursor del Estado único europeo, y es una de las razones por las cuales el Reino Unido no quería ser parte de la unión. Se podría decir que los alemanes habrían de pagar, de una forma u otra, si Grecia dejase el euro. Evidentemente, podrían enviar transferencias fiscales al sur de Europa, que sería el equivalente de lo que ocurre en Estados Unidos cuando de un Estado en buena situación se transfieren recursos a otro, o prestar dinero a tasas bajas durante períodos largos y de forma semi-encubierta ante sus votantes, que es lo que ha venido sucediendo. Esto puede funcionar a corto plazo, pero ¿alguien quiere hacerlo? 
El precio exigido a los alemanes por la austeridad o los préstamos hace que sus habitantes se resientan. Los votantes alemanes no necesariamente desean una unión fiscal, algo que no se les había explicado en el proceso de la unión. Se les prometió que no habría ningún rescate y que el Banco Central Europeo sería como el Bundesbank. Hoy el BCE desautoriza al Bundesbank, algo poco democrático y por lo que no se votó. Además, el problema demográfico es muy fuerte en Alemania, y la masa laboral alemana se verá reducida en un 20% en el año 2030. ¿Puede Alemania aguantar el peso de Europa? No lo creo. 
Podríamos continuar algunos años con este sistema, si es posible soportar su naturaleza antidemocrática, pero nos enfrentaremos a una crisis de pérdida de credibilidad de la Unión Europea entre sus ciudadanos.

F.F.S.: Hoy vivimos la emigración española de personas con alta cualificación hacia Alemania. ¿Pueden esos 20 puntos de pérdida de masa laboral alemana verse compensados por países del sur?
P.C.: La población española ha caído este pasado año, esencialmente por la salida de inmigrantes hacia sus países de origen. Al mismo tiempo, se están yendo personas de alta cualificación. Esa es una de las situaciones que se observa en los Estados Unidos; gente del noroeste va hacia el sur, gente de California va a Texas… Allí resulta fácil; sin embargo, en la Unión Europea las barreras lingüísticas y el hecho de que no sea el mismo país (ni con las mismas condiciones ni beneficios, como puede ser la jubilación) lo hace complejo. Si de verdad quisiéramos que esto funcionase, Europa debería haber avanzado hacia la unión fiscal y económica (no solo monetaria), donde un griego se pudiese retirar con la misma edad que un alemán y los impuestos fueran iguales. Evidentemente nadie había votado por ello, y ahí radica la dificultad. Imponer estas soluciones desde arriba, cuando la gente en la base no las acepta, es complicado. Lo mismo con las demandas de independencia de Cataluña o Escocia. Hay mucho resentimiento por la oposición. La salida de todo el mundo ante la crisis es proponer soluciones multinacionales, cosa que va en contra de los deseos de la población, que no quiere perder el control de las instituciones nacionales involucradas.

F.F.S.: El futuro se basará en los cambios del PIB y de las políticas. ¿Qué promesas se pueden mantener y quién va a resultar vencedor en estos cambios?
P.C.: Hemos hecho, como explico en mi libro, una gran serie de promesas a nuestros ciudadanos en forma de beneficios sociales que no pueden ser cumplidas. Deben ser reestructurados de alguna forma, y por eso hay una crisis política tan fuerte. Una crisis por la necesidad de decidir si se aumentan los impuestos, si se recortan los beneficios sociales o se incrementa la deuda, llegando al punto de incumplimiento. En toda esta situación alguien tiene que perder, y aún no se ha decidido quién ha de ser. No se puede encontrar una solución indolora. La solución implicará sacrificio para las partes, pues la deuda no puede ser pagada en su totalidad. 
Ahora bien, puede ser que se genere un período extendido con una imposición de represión financiera, donde los acreedores pierdan algo cada año y con condonaciones de deuda para los países del sur, siendo esta asumida por el norte de Europa, como se ha hecho en el caso de Grecia y Chipre. La dificultad radica en que Italia, cuyo sistema político parece ciertamente disfuncional, no puede ser absorbida, tal y como se ha hecho con Chipre y Grecia. Me temo que sufriremos una fuerte crisis, antes de que esa situación de lenta mejora se pueda poner en marcha. 
Una de las formas de ese sufrimiento puede ser el cansancio de los electores, que quizá acaben decantándose hacia partidos más extremos, como ocurre actualmente en Grecia, Inglaterra o Italia. Otra posible situación es que las naciones acreedoras se harten y dejen caer algún país, como casi sucedió con los depósitos asegurados de Chipre, y se cree un ataque calamitoso a todos los bancos del sistema que cause su colapso. El hecho es que vivimos una crisis que solo se produce cada 40 años; así pasó en los años 30 con el final de la paridad con el oro, o en los años 70 con el final de Bretton Woods, y ahora estamos inmersos en otra crisis a largo plazo.

F.F.S.: El ejemplo que pone usted, representado históricamente por el conflicto entre William Jennings Bryan y William McKinley, donde se predicaba la austeridad desde las clases altas, se ve hoy curiosamente invertido, ahora la austeridad se predica desde las clases medias y bajas. Eso no ocurre en Europa y el concepto de Jennings supera al concepto conservador elitista de McKinley. ¿Hay un aspecto moral ante esta situación? ¿Cómo actuará China ante esta decisión?
P.C.: Es una situación típica donde Estados Unidos y Europa están en las antípodas. En Europa, los partidos populistas siempre están en contra de la austeridad, y en cambio en Estados Unidos el Tea Party es pro austeridad. En Estados Unidos realmente creen en lo que dicen, y apuestan porque el Gobierno no intervenga en el medicare, por ejemplo, sin darse cuenta de cuánto se benefician del sector público. Es más, hay estudios en los que se analiza cuánto se aprovechan los ciudadanos americanos de las ayudas públicas. Curiosamente, la respuesta social ante la pregunta: “¿Se beneficia de ayudas públicas?” es negativa en un 94%, mientras que si se analiza caso por caso, nos encontramos con que el 75% de las personas de hecho sí se beneficia de ayudas sociales. Allí la cultura es, esencialmente, antigubernamental. 
Lo interesante, y a lo que se refería Jennings Bryan, era que –aun siendo 1890– la gente, dentro de una democracia, no soportará la austeridad durante mucho tiempo. En aquella situación se salvaron, porque se produjo el descubrimiento de oro en Alaska y la economía tuvo un boom. Jennings Bryan representaba a granjeros que habían sufrido una tremenda caída de precios. 
El segundo aspecto se refiere a un tema moral entre acreedores y deudores. Esto también es cíclico y cambia en el tiempo. En el siglo XIX, la actitud moral frente a la deuda era negativa. Ser deudor era malo. En la novela de Dickens Little Dorrit, el señor Micawber decía que si se gasta demasiado se llega a la miseria; el padre de la pequeña Dorrit estaba en la cárcel por no pagar sus deudas. En los siglos XVIII y XIX, se llevaba a la gente a prisión por deudora. En los países católicos y musulmanes, había leyes contra la usura, donde los acreedores eran inmorales si cobraban en exceso, actitud que duró cientos de años. Mi padre, que vivió en 1930, no quería tener deuda, pues pensaba que era malo, no moralmente sino por el peligro que generaba. Luego la situación dio un giro y recuerdo que mi primer jefe me decía que pidiera prestado todo lo que pudiera, ya que esa deuda desaparecería por la inflación. Es una actitud que ha perdurado; pues hoy todos tenemos tarjetas de crédito. Ahora puede estar cambiando de nuevo ese comportamiento. La gente joven no quiere endeudarse, sobre todo viendo lo que les ha ocurrido a sus padres.
El caso de China y Estados Unidos es algo parecido al de Alemania y Grecia. China ha prestado una gran cantidad de dinero a Estados Unidos en una moneda que no controla, recibiendo solo un 2% de intereses. Hasta ahora les ha venido bien, porque el modelo de exportación ha funcionado; les prestan el dinero a los americanos para que les compren sus productos. Pero, en este momento, China se está intentando mover hacia un modelo de consumo y tiene una reserva de tres trillones de dólares, por lo cual protesta por las políticas de Estados Unidos, y ahí puede surgir un potencial conflicto. No quiero centrar esto desde una perspectiva de moralidad, ya que cada persona piensa que actúa moralmente. El deudor piensa que el acreedor actúa de forma inmoral al insistir en el cobro en un momento en el que el deudor no se lo puede permitir, y viceversa. El hecho es que esto, históricamente, ha causado crisis de sistemas.

F.F.S.: Pero sí que habla de un aspecto moral, sobre todo por la actitud de los billonarios norteamericanos que, salvo honrosas excepciones como pueden ser Bill Gates u otros similares, han llegado a serlo por la especulación.
P.C.: Creo que esto es un error del sistema. Los bancos centrales han salvado a los mercados cuando han entrado en default (impagos), como resultado hemos creado un sistema financiero inmenso en relación al resto de la economía. La gente verdaderamente rica en los últimos 30 años ha nacido de los hedge funds y el private equity, en su mayoría. En cambio, en los mercados emergentes sigue habiendo los Mittal y los Tata.
La media de los habitantes de Estados Unidos no ha visto un incremento en sus ingresos desde hace décadas, y solo mantiene su estándar de vida endeudándose. Evidentemente, este no es un sistema sostenible. Lo importante en democracia sería que las personas normales pudieran obtener mejores resultados que en otros sistemas donde todo se circunscribe al beneficio de la elite. Actualmente, parece que las personas normales no están obteniendo un resultado decente de la democracia, de manera que este sistema resulta insostenible. Si estas diversas soluciones de estímulos fiscales y monetarias no dan un buen resultado, generando incrementos reales de ingresos para los trabajadores, estos terminarán pagando la deuda, y no creo que lo acepten durante mucho tiempo. Al final, los partidos radicales crecerán todavía más, lo cual derivará en una crisis donde la gente rechace el funcionamiento del sistema.

F.F.S.: Cuando habla de las promesas que habrán de ser rotas, ¿cuáles serían esas promesas menos dañinas en su incumplimiento?
P.C.: Depende mucho de cada país, y no tengo un plan de varios puntos para solucionarlo. Lo que necesitamos hacer, creo, es que el estado del bienestar comience a proteger a los más débiles dentro de la sociedad. Si hay algún aspecto moral a considerar debería ser este. Con el tiempo, los estados modernos de bienestar han extendido las bondades del sistema a lo más alto de la escala social. Esencialmente, creo que se pensaba que si la clase media pagaba todo y la trabajadora recibía los beneficios, aquella no lo aceptaría. Necesitamos reducir los sistemas de bienestar, concentrándolos en las personas que realmente los necesitan. En Inglaterra, lugar que conozco mejor que el español, si uno tiene 60 años puede viajar gratis en transporte público, aunque sea rico. Hay que focalizar los beneficios en los pobres, lo cual reduciría los costes de forma significativa. Esa es una promesa que podemos romper.
También tendremos que reestructurar las deudas sobre la propiedad en España, de manera que los precios bajen y los jóvenes puedan permitirse endeudarse comprando viviendas, al tiempo que se amortiguan las pérdidas de valor de los propietarios, lo que implica una reestructuración de deuda bancaria –cosa que se está haciendo en la actualidad con el banco malo–, de una forma tan decidida como la de Suecia o Canadá en los años 90. El problema es que esto se hizo en esos dos países cuando todos, en el resto del mundo, estaban creciendo, mientras que la situación actual es bien distinta en Europa. Incluso haciendo esfuerzos muy interesantes en España, como es el de darle la vuelta a su balanza de pagos y aumentar la exportación, el comercio mundial solo ha crecido un 3% este año. Esta dificultad añadida hace todavía más compleja la solución. Incluso bajando España los costes, no hay mucho dinero en Europa para comprar.

F.F.S.: España además tiene el problema de una estructura pública muy elevada, dificultades en las autonomías, un nivel de desempleo juvenil terrible, unos impuestos elevadísimos… Este marco no genera muchas esperanzas, ¿no cree?
P.C.: Aun no conociendo en profundidad la economía española, es evidente que este país tiene un gran desequilibrio en el área de la construcción y en el área de la Administración, junto con un gravísimo problema de desempleo. Es necesario conseguir que la industria genere empleo, para lo que se necesitan los Steve Jobs y Bill Gates españoles. Ese reto, no solo de España sino de todos los países, de descubrir qué industrias podrían dar trabajo a los jóvenes y hacer que crezca la economía puede ser llevado adelante a través de una reforma impositiva y de una reforma laboral más profunda. En Estados Unidos tienen esas fantásticas infraestructuras, como Silicon Valley, y los Estados compiten entre sí para conseguir factorías. ¿Compite Andalucía con Galicia? ¿Se generan suficientes incentivos fiscales y laborales como para ser polos de atracción? ¿Se imitan modelos de éxito de otros países? 
España podría optar por exportar sus trabajadores, o por copiar el modelo de Japón (que produce fuera), haciendo que más empresas alemanas vengan a producir aquí. Transformar España en el Vietnam de Europa puede ser una alternativa. Lo mismo que hacer del Sur y del Levante la Florida de Europa. Creo que esa es la forma en la cual hay que pensar para solucionar la situación local. Debemos pensar que deseamos tener el mayor número posible de empresas extranjeras y, ante esta premisa, preguntarnos si la actitud pública es la adecuada.


Entrevista publicada en Executive Excellence nº105 sept13

 

 


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