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Cómo arreglamos esto, desde la psicología positiva

16 de Julio de 2010//
(Tiempo estimado: 4 - 7 minutos)

El pasado 12 de junio, el profesor Tal Ben Shahar (cuyo curso sobre la Felicidad ha sido el más numeroso de la Universidad de Harvard, con 855 alumnos) dio la conferencia de clausura del 45º Congreso Internacional de Dirección de Personas, organizado por AEDIPE, sobre La Felicidad en el Trabajo. Clave de la competitividad y la sostenibilidad.

Nos abrió los ojos a los 615 asistentes sobre que el trabajo de los psicólogos (y de los consultores, de los periodistas, de los investigadores sociales) es tratar de entender qué problemas hay para resolverlos, cuando también deberíamos ver qué es lo que funciona. En los 80, las universidades de Harvard y MIT hicieron una intervención conjunta en uno de los barrios más deprimidos de los Estados Unidos. A diferencia de casos anteriores, algunos investigadores se centraron no en quienes lo estaban pasando mal, sino en aquéllos que, a pesar de circunstancias tan difíciles, habían sido capaces de salir adelante. Estos trabajos fueron el precedente de la psicología positiva, fundada por Martin Seligman y Mihalyi Csikzentmihalyi en el año 2000.

¿Qué tenían en común quienes mostraban lo que hoy llamaríamos “resiliencia” (término prestado por la física de materiales, que designa a las personas capaces de aguantar en condiciones muy desfavorables y salir triunfantes)? Básicamente, cuatro características:

l Se marcaban objetivos a futuro.

l Tenían una perspectiva optimista de la vida.

l Se identificaban con modelos de éxito.

l Se centraban en las fortalezas.

Mientras escuchaba, con entusiasmo, al profesor Tal Ben Shahar, me quedé pensando que precisamente ése podía ser el problema de la economía y de la sociedad española. Sufrimos un estado de desánimo generalizado porque a nuestro alrededor ocurre precisamente lo contrario. Más concretamente:

La tiranía del presente

Como consecuencia de la improvisación de muchos gobernantes, de las ganas de la oposición en cualquier ánimo de criticar cualquier circunstancia y de la voluntad de los medios de comunicación de contarnos “la última noticia”, impera un presente calificado como desgradable. El filósofo Daniel Inerarity escribió en su El futuro y sus enemigos que: “Todo el sistema político y la cultura en general están volcados sobre el presente inmediato; nuestra relación con el futuro colectivo no es de esperanza y proyecto, sino más bien de precaución e improvisación”. Porque, añade Inerarity: “No es la urgencia la que impide elaborar proyectos a largo plazo, sino la ausencia de proyecto la que nos somete a la tiranía del presente”. Vivimos en una sociedad carente de perspectiva, que vive a salto de mata. Y sin embargo, para disfrutar de experiencias óptimas (lo que Csikzentmihlayi llamó “Flow” o fluir) se necesitan retos para elevar nuestras capacidades hasta alcanzarlos.

No deberíamos votar a ningún partido que se conformara con presentarnos unas cuantas promesas (por otro lado, poco creíbles) en lugar de un proyecto de futuro claro, comprensible, ilusionante, dinamizador. No deberíamos trabajar en empresas en las que la estrategia brillara por su ausencia. No deberíamos tratar de dirigir nuestra propia vida sin un futuro deseado y visualizado convenientemente.

El pesimismo como mentalidad

Diferentes estudios, empezando por los de Martin Seligman, nos han enseñado sin ningún género de dudas que los optimistas viven más años (una media de 12 años más que los pesimistas), se recuperan mejor de las enfermedades, se relacionan mejor con la gente, obtienen mejores resultados… El mundo es de los optimistas (de las personas optimistas, de los equipos optimistas, de las sociedades optimistas). Como nos enseñaba el Dr. Luis Rojas Marcos en el mencionado Congreso sobre la Felicidad, el optimismo es un estilo explicativo de la realidad, sobre el futuro (que imaginamos con esperanza), sobre el pasado (recordamos los mejores momentos y no los peores) y sobre todo sobre el presente (los optimistas asumen su responsabilidad sobre lo que sale bien y piensan que va a durar; los pesimistas se centran en lo que sale mal y creen que continuará). “El éxito requiere de perseverancia, de la capacidad de no abandonar ante el error. Creo que el optimismo como estilo explicativo es la clave de la perseverancia”, Martin Seligman.

Hemos llegado al “consenso” de pensar que los optimistas son ingenuos y frívolos, cuando no insensatos y aprovechados. Esta sensación generalizada hipoteca nuestro futuro. El “optimismo inteligente”, como diría el profesor Carmelo Vázquez, nos ayuda a afrontar la realidad, a aprender de ella (un fracaso es un error del que no se aprende) y a hacer las cosas cada vez mejor. Elijamos a los optimistas para liderar nuestra sociedad, nuestras organizaciones, nuestra vida.

La falta de admiración

Aprendemos sobre todo por modelaje (role-modelling). Cuando crecemos, nos fijamos en quienes hacen bien las cosas, les ad-miramos (nos miramos en ellos, como un espejo) y les imitamos. En nuestra sociedad, contamos con deportistas de primerísimo nivel que están en la mente de todos, que merecen nuestra admiración, con cocineros especialmente creativos, con actores capaces de conquistar Hollywood, con directores de orquesta que nos maravillan. Gente valiente, de gran fortaleza mental, con resultados espectaculares. 

Sin embargo, nuestros políticos gozan de una credibilidad muy escasa. Los empresarios son o unos completos desconocidos o se nos considera unos codiciosos especuladores. Los directivos no gozan del valor que merecen, ni siquiera los mejores. Sin buenos modelos sociales no podemos avanzar como sociedad. Los medios de comunicación, salvo muy honrosas excepciones, se centran en los malos modelos (los delincuentes, los mentirosos, los falsos, los envidiosos) y no en los modelos virtuosos. Deberían cambiar el foco, radicalmente.

Centrarnos en las debilidades

Cualquiera que haya analizado una organización habrá utilizado un DAFO (SWOT analysis, en su versión original) y debería empezar por las fortalezas. Qué hacemos bien, para seguir repitiéndolo, e incluso hacerlo aún mejor. Tras el análisis de las fortalezas, podremos detenernos en las debilidades. Pero no antes. Como dice Tal Ben Shahar, “si no apreciamos lo bueno, lo bueno no se aprecia”. Dicho en otros términos, si no valoramos positivamente lo que está bien, lo bueno no aumenta de valor (desmerecer lo positivo hace que pierda valor, que valga menos, formando un círculo vicioso).

Cuando nos centramos en las fortalezas, paradójicamente nos volvemos una sociedad más humilde y más agradecida. Los expertos en psicología positiva (Sonja Lyubomirsky, Robert Emmons) nos han enseñado que la gratitud como actitud vital marca la principal diferencia para la felicidad, la salud, la prosperidad y la longevidad. Si al final de cada día apuntamos cinco cosas que nos han hecho sentir bien y a las que estamos agradecidos, a las tres semanas nuestra satisfacción con la vida es un 25% mayor. Deberíamos leer artículos, escuchar y ver programas de radio y televisión que se centren, además, en las fortalezas, en lo positivo, en lo que merece gratitud. La gratitud genera emociones muy poderosas.

Somos un país apasionado y vitalista. Las empresas más rentables (Inditex, R, Desigual, Mapfre, Banesto, Intercom, Caixanova, Ibercaja y tantas otras) son aquéllas en las que se cultiva más la felicidad. Por tanto, como sociedad, en cuanto nos demos cuenta de lo que tenemos que hacer, desde la psicología positiva, nos transformaremos. Si elegimos el escenario de tristeza, ansiedad, Apocalipsis, permanente confrontación, desánimo… terminaremos en un estado de depresión terrible.

“Uno de los hallazgos más significativos de la psicología de los últimos veinte años es que las personas pueden elegir la forma en que piensan”, Martin Seligman. De nosotros depende.


 

Juan Carlos Cubeiro, presidente de Eurotalent

Artículo de opinión publicado en Executive Excellence nº72 jul10