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Ramón de Miguel: la influencia de la relación hispano-francesa

25 de Mayo de 2017//
(Tiempo estimado: 9 - 18 minutos)

Antes de finalizar su misión como embajador de España en el país galo, conversamos de nuevo con Ramón de Miguel en París. En el cargo desde mediados de 2014, suma a su dilatada trayectoria profesional la responsabilidad de haber sido el máximo representante de España en un período decisivo para la República Francesa. Especialmente en el centro de atención durante los últimos años, más allá de los lamentables atentados terroristas, Francia ha registrado hitos determinantes, que refuerzan su papel en el mundo, en Europa y su relación con España. Algunos de ellos: la exitosa celebración de la COP21 en 2015, la XXV Cumbre hispano-francesa o, más recientemente, la victoria del europeísta Emmanuel Macron.

Precisamente de la viabilidad del proyecto europeo –su sentido y su futuro–, nos habla Ramón de Miguel, quien también hace un sincero balance de su etapa en la Embajada. 

FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: Ya en 1986 forma parte del equipo que negoció nuestra entrada en la Unión Europea. Desde entonces, España ha triplicado la renta de sus ciudadanos y sextuplicado su PIB. Para llegar de aquella Unión Europea a la de hoy, se han dado grandes pasos, aunque en estos momentos parece ser que estamos en una inflexión, enfrentándonos a grandes dificultades como Unión. ¿Cómo nos afecta el Brexit como UE y como país?

RAMÓN DE MIGUEL: Creo que el Brexit es muy negativo para la Unión Europea. Recientemente, en el 60 aniversario del Tratado de Roma, los socios actuales han visto cómo tienen que hacer de la necesidad virtud, tratando de reformular el proyecto europeo para que este no se diluya. A nadie se le oculta que la salida de Reino Unido, un socio fundamental, da al proyecto europeo una carga y un impulso negativo. Es una desventaja para la Unión que hay que superar. Para España, en particular, el Brexit es muy grave. España tenía en Reino Unido no solamente un aliado muy importante, sino más coincidencias de las que a primera vista puede parecer. 

En primer lugar, porque Reino Unido y España eran los dos únicos países periféricos grandes; países que nunca han pertenecido a esa zona que se llama Mittel Europa, núcleo del origen de la Unión formado por el conjunto de Alemania, Francia, Benelux y norte de Italia. Un entorno del que ni España, ni los británicos, han formado parte históricamente. 

En segundo lugar, Reino Unido y España son los dos únicos países de la Unión con un carácter profundamente transatlántico. Ambos países no podrían entenderse como tales sin esta dimensión. 

Por último, ambos países han compartido un interés por el perfeccionamiento del mercado interior, en consonancia con el espíritu de Roma, buscando el respeto a las libertades, construyendo un verdadero mercado común, abierto, libre de trabas. También han apoyado objetivos de apertura global, fomentando los acuerdos comerciales internacionales con Estados Unidos, Canadá, Mercosur, Asean o el Consejo de Cooperación del Golfo. Unas políticas de apertura y liberalización del mercado interno y exterior que siempre han encontrado resistencias por parte de Alemania, Francia e Italia. 

España por tanto, con la salida de Reino Unido, se ha quedado sola como país grande periférico, como país trasatlántico y como país abierto a la liberalización de los mercados.

F.F.S.: En ese mirar hacia delante, donde se ha alterado el equilibrio que existía en la Unión Europea, España parece poder jugar un papel más importante frente a Francia y Alemania. Dentro de las malas noticias, ¿hay alguna buena?

R.D.M: El equilibrio que fundamentalmente se alteró como consecuencia de la Constitución europea fue la igualdad entre Francia y Alemania. En el momento en que esto se fracturó, se consolidó –algo que hemos visto los últimos años– una gran hegemonía de Alemania sobre todo el sistema de la Unión. El equilibrio franco-alemán no existe, como tal; y más aún llevando Francia unos años envuelta en una silenciosa decadencia económica y política. El equilibrio de la fundación del sistema, que fue la paridad franco-alemana, se ha roto ya hace tiempo. Que Reino Unido salga no influye sobre esta paridad rota.

España nunca ha querido jugar un papel entre Francia y Alemania. Lo que siempre hemos querido es que estos países se entiendan. En lo que nuestro país sí que puede ser decisivo es en la función de reequilibrar apoyando a Francia. España puede jugar, y de hecho está jugando, sin pretender inmiscuirse, un papel importante en el acuerdo franco–alemán, para reforzarlo.

F.F.S.: Christopher Burns, ex embajador americano en la OTAN, calificaba de inaceptable la actitud del presidente ruso Putin, habiendo invadido Crimea, dividido Ucrania y hostilizado los Países Bálticos; todo eso sin tener en cuenta el chantaje energético a Europa. ¿Qué le parecen estas declaraciones y qué problema puede representar Rusia para la Unión Europea?

R.D.M: Lo que percibimos y escuchamos de los norteamericanos no es, en la actualidad, hostilidad hacia Rusia. Trump percibe que Rusia ha sido tratada de manera injusta y los reproches norteamericanos hacia la OTAN y hacia sus socios europeos son hoy mayores que nunca. Por su parte, Rusia ha llevado demasiado lejos su política nacionalista, generando unas tensiones innecesarias en el continente. Ha interferido gravemente en la sucesión de Yanukovich, y lo realizado en Crimea es un acto que desafía al derecho internacional. 

Se ha producido una alteración del statu quo por ambas partes. Dos actores fundamentales del juego de equilibrios están tomando posiciones diferentes y veremos cuál será el resultado final. Espero y deseo que la Administración norteamericana abra los ojos a la realidad del partenariado con Europa, que es fundamental tanto para ellos como para nosotros. También espero que las relaciones con Rusia puedan entrar en un cauce nuevo. Rusia es un país europeo y la UE no debe tener una relación de “no amistad” con él. Cuanto más se aleja Rusia de nuestro mundo, más problemas tiene. A nosotros, objetivamente, no nos interesa que Rusia tenga problemas sociales y económicos, sino todo lo contrario. 

F.F.S.: Creo que lo que el señor Burns quería era diferenciar el sentimiento norteamericano de la política de su Presidente.

R.D.M: En este momento es muy difícil separar el sentimiento norteamericano de la política del Presidente. De momento, nosotros no vemos de América más que lo que Trump dice. El día que exista un divorcio entre lo que manifiesta el Presidente y lo que expresan la mayor parte de los ciudadanos de EE.UU., tendremos un problema muy grave. Tiendo a pensar que Trump se adaptará más al espíritu de su país, que no que su país tenga que adaptarse a algunas de las excentricidades que está cometiendo en los primeros meses.

F.F.S.: En su artículo “Los derechos humanos a los cincuenta años de la Declaración Universal”, decía: “Ellos tienen delante el reto de continuar haciendo efectivo que todo ese conjunto de derechos que hoy solo enunciamos, incluso ampliándolo a categorías que aún, tal vez, resulten inimaginables. Así se dibujará el marco de referencia en que las sociedades del futuro marcarán sus pautas de convivencia”. Hoy parece que las palancas para la construcción europea de enterrar nacionalismos, de integración política y económica, no son tan operativas para la gente joven, pues esta no considera la posibilidad de una guerra en Europa ni todo lo vivido históricamente ¿Cómo hacerles comprender que este proyecto común sirve, entre otras cosas, para que su vida cotidiana sea mejor?

R.D.M: La imagen de la UE en la sociedad europea en general, y entre los más jóvenes en particular, no es buena porque los gobiernos nacionales han decido tomar Bruselas como objetivo para justificar todas las frustraciones de sus sociedades. Nadie habla de los méritos que tiene el espacio de seguridad, justicia, libertad, mercado común, prosperidad económica ni del estado del bienestar que hemos sido capaces de crear en este entorno geográfico, que sigue siendo un ejemplo para el mundo. 

El presidente Rajoy tenía mucha razón cuando dijo en Versalles que la primera cosa a la que nos tenemos que comprometer es a empezar a hablar bien de la UE a nivel de gobierno. Tenemos que resaltar lo conseguido para que las nuevas generaciones, que no pueden ni imaginar un mundo europeo sin la UE, a pesar de que lo critiquen, se den cuenta de lo que significa. El día que eso sucediese pasaría como con el aire, que se darían cuenta de que no pueden respirar. Nadie ha hecho el esfuerzo de valorar lo que tenemos. Los gobiernos han ignorado la UE. 

El último ejemplo ha sido David Cameron. Reino Unido está fuera de la Unión por un capricho de un primer ministro que quería hacer una operación política en beneficio de su partido, convencido de que los ciudadanos iban a votar quedarse; pero ni él, ni ninguno de los gobiernos británicos en los últimos veinte años, han hecho nada para que su sociedad comprendiera que la UE era vital para sus intereses. Todavía hoy la señora May, y todos los que claman Brexit is Brexit, se niegan a reconocer que van a tener extraordinarias dificultades fuera de la Unión Europea, porque muy pocas personas hablan en serio de lo que es la UE para Reino Unido.

Nadie habla de cuál hubiera sido la suerte de España si no hubiera pertenecido a la UE, si no estuviese en un mundo sin fronteras, donde el estado de derecho, las libertades, el estado del bienestar y la estabilidad económica no estuvieran garantizados. Los que tenemos una edad, recordamos lo que era viajar por el mundo con un pasaporte que solo te permitía moverte por una serie de países, incluida Europa, donde se entraba con dificultades y se exigían visados. Ahora los jóvenes no utilizan el pasaporte cuando viajan por Europa. Se mueven por el continente de la misma manera que lo hacen por su propio país. Eso les puede parecer muy normal, pero no lo es. 

La UE es el producto de una voluntad común, de un esfuerzo que se ha realizado a lo largo de los años, de una serie de acuerdos internacionales que se han plasmado en tratados que han hecho que este proyecto sea esencial y que garantice un conjunto de derechos cada vez más amplio.

La gracia que tiene la UE es que es un proyecto inacabado, siempre habrá nuevos objetivos y nuevas metas. Es verdad que hay personas que tienen aspiraciones de crear un estado federal nacional, lo cual pienso que es un error. Yo creo en el mantenimiento de las nacionalidades en Europa, en reforzar todos los instrumentos para trabajar en común y en hacer frente a los grandes problemas, dejando que los pequeños se traten a nivel nacional. Eso es algo muy valioso y hay que hablar bien de ello. 

En el 60 aniversario del Tratado de Roma, alguien tendría que haber dicho lo que fue Europa sesenta años antes de 1957 y lo que es ahora en 2017. Considero que la comparación de las dos etapas es muy ilustrativa: teníamos una Europa destrozada por guerras mundiales, empobrecida, llena de injusticias y de despotismos. Ahora tenemos una Europa absolutamente brillante, bien organizada, con garantías para los ciudadanos. Por eso creo que el papel fundamental que tienen los gobiernos es empezar a hablar bien de la Unión y del privilegio que supone poder poner cosas en común para lograr objetivos.

F.F.S.: En su conferencia magistral sobre el mercado interior de la electricidad (pronunciada el 13 de octubre de 2011), decía que febrero de 2007 había marcado un hito, ya que a partir de ese momento, el Consejo Europeo se iba centrar en la dimensión energética, que además podía ser un entorno que sirviese para unir Europa. También señalaba que se añadía la necesidad de introducir una separación efectiva de las redes de transporte y distribución, mayores medidas de transparencia respecto de la gestión de redes y la creación de una agencia europea. Años después, el Comisario Arias Cañete y el director general de Medio Ambiente, Daniel Calleja, manifestaban respecto de los acuerdos de París: “Necesitamos conseguir que Europa en el mercado energético esté más integrada, menos fragmentada y que este mercado sea más transparente”. Actualmente, gracias al Plan Juncker, nos encontramos ante una oportunidad para un cambio de la arquitectura energética en Europa y, sobre todo, en España. Como persona que conoce el sector energético, ¿qué ejemplos podríamos seguir para mejorar la situación en nuestro país?

R.D.M.: Se habla con mucha alegría del mercado común de la energía, y se en-globa todo; pero todo el mundo debe saber que el mercado interior de la energía funcionaba muy bien en el carbón, en lo nuclear y en productos petrolíferos. Lo único que no funcionaba era el mercado interior de la electricidad y del gas, porque estaba muy condicionado por dos circunstancias: el haber estado manejado por empresas intervenidas por el gobierno y el hecho de que el gas y la electricidad no se mueven en un camión, sino que van por redes que han sido propiedades privadas o propiedades del Estado. 

Hace días en un debate en el Senado de Francia, un senador francés expresaba que una de las grandes prioridades de la UE era hacer un verdadero mercado de la energía, porque la energía es la sangre que fluye por las venas de la sociedad industrial… Yo, por cortesía, no intervine para decirle que no había más que aplicar la directiva del Mercado Interior de la Electricidad y el Gas de 1996 en Francia: en este país no están separadas las líneas de transporte de la red comercial, y el gas y la electricidad están manejados por empresas públicas y por monopolios de Estado. Más aún, Francia no está internamente interconectada en la electricidad y el gas. ¿Cómo va a integrar el mercado interior de la UE si ni siquiera hay un mercado interior en Francia? Y si esto pasa en Francia, uno de los países esenciales de la Unión Europea, en el centro de todo, ¿cómo va a funcionar en el resto? 

En cambio, el mercado interior de la electricidad y del gas funciona en la Península Ibérica. España y Portugal están perfectamente integrados, hay transparencia de precios, los megavatios y el gas se mueven de un sitio a otro sin ningún problema. Lo mismo sucede en Reino Unido, pero en Francia, en Italia y en algunos aspectos en Alemania, hay muchos problemas. 

El 60 aniversario del Tratado de Roma nos tiene que servir para hacer un ejercicio de vuelta al principio, de empezar a funcionar como un verdadero mercado común y luego ver cómo se resuelven los problemas. 

Con respecto al gas y a la electricidad, hay que aplicar la directiva del 96. Saliendo de un Consejo Europeo, Sarkozy dijo que Francia no iba a hacer el unbundling, y nadie lo llevó ante el Tribunal. De la misma manera que a España la Comisión Europea le pone una multa por no haber adaptado nuestro anticuado sistema aplicable a los estibadores, sería justo ver si le abren un procedimiento a Francia porque el mercado interior no funciona en este país y esto hace que no funcione en toda Europa.

Nosotros, que nos sobra el gas, podríamos ser una alternativa de abastecimiento para Europa, evitando depender únicamente de Rusia. El problema es que el gas español no puede pasar por Francia para llegar a Alemania, no solo por la falta de infraestructuras, sino porque una vez que pasa la frontera no tiene una autopista para circular y el Ródano no está conectado al sistema. El tema de la energía se resolvería si se aplicasen las directivas comunitarias. La gente habla mucho de lo que hay que hacer en Europa y se le olvida que lo primero es cumplir en sus propios países. 

En Francia existe otro problema: el monopolio. No hay diferencia entre las empresas públicas y las privadas. Sin embargo, una cosa es que una empresa pública pueda competir con las empresas privadas en el mercado, y otra es un monopolio de Estado, porque aquí EDF no permite a nadie competir en electricidad. En España ha existido un mercado transparente. Había una empresa que pertenecía al Estado, como era Endesa (ahora privatizada), pero por aquel entonces no condicionaba la política energética en el país. De hecho competía con Iberdrola o Fenosa con todo el derecho. Lo que no puede ser es que una empresa pública se beneficie de un sistema donde el regulador es dueño del monopolio y, por tanto, no pueda haber neutralidad.

F.F.S.: Echando la vista atrás y con toda su experiencia y aprendizaje acumulados por su trabajo en diferentes entornos, ¿qué momento ha sido el más gratificante y formativo, profesionalmente: la diplomacia española, su paso por Bruselas o la empresa privada? 

R.D.M.: Pertenezco a un Cuerpo Superior de la Administración del Estado, en un nivel que te permite llevar una vida profesional muy interesante. Para mí fue muy importante, más que la empresa privada, el haber pasado diez años de mi vida en la Comisión Europea, que no es ni una Administración ni una empresa privada. Es un órgano muy particular, pues es multinacional y se rige por criterios privados, sobre todo en el derecho laboral. Es una administración elitista y muy motivada, pero sin influencia política de ningún tipo. No te nombran y promocionan por influencias externas, sino por los méritos que tienes. Te pagan mejor que en una administración nacional y si no rindes lo suficiente, te congelan el sueldo o te cesan. Me parece que haber formado parte de la denostada burocracia de Bruselas, que es lo mejor que tiene Europa ha sido una extraordinaria experiencia.

En la etapa que yo viví se trabajaba por un ideal grande y se conectaba con las administraciones de todos los países para saber cómo encajaban los mecanismos. Trabajar en un mundo totalmente multinacional, en el que tienes compañeros de muchas nacionalidades, requiere un enorme esfuerzo de adaptación y una gran flexibilidad para entender los puntos de vista de cada uno. En la Comisión, esas diferencias de nacionalidades no se ven, se concilia todo y se organiza, se legisla y se trabaja para el conjunto. 

Creo que los diez años que pasé en Bruselas me prepararon para asumir las responsabilidades que tuve como secretario de Estado y cuando terminó esa etapa, me pareció un buen momento para probarme a mí mismo que todos esos conocimientos que tenía de la administración española y comunitaria, me permitían aspirar a tener una vida profesional interesante en un entorno muy diferente, como es el de la empresa privada. El trabajo es distinto, pero hay varios aspectos comunes. Creo que aporté a las empresas muchos conocimientos que no tenían y viceversa y, ahora, que he vuelto a asumir responsabilidades de gobierno, esos conocimientos me han sido de extraordinaria utilidad. 

Todo esto se critica mucho, se habla de puertas giratorias dando una imagen despectiva de algo que es real. Se asume que todo aquel que utiliza su puesto en la Administración para promocionarse en la empresa privada es un caso de puertas giratorias y de mala práctica; pero demonizar así que la empresa privada nutra a la Administración, y viceversa; es una barbaridad. En todos los países de economías abiertas en el mundo ocurre esto. Lo que hay que hacer es tener unas reglas éticas y, sobre todo, respetar las incompatibilidades y los tiempos. En mi caso no tengo nada que reprocharme, porque respeté ambas condiciones; por lo tanto, nadie me puede acusar de haber entrado en la empresa privada por mi posición de privilegio como secretario de Estado. 

Mi desempeño en la empresa privada fue en el campo de la energía y mi conocimiento en ese campo venía de una década antes, cuando estuve en la Comisión Europea como director general de la Energía. Todas mis etapas, fuera y dentro de la administración española, han sido muy educativas y gratificantes, y me han ayudado mucho en mi vida profesional y personal.

Muy particularmente, creo que haber tenido la oportunidad de servir como embajador de España en Francia en los tres últimos años de mi vida profesional ha sido un privilegio. Esta es la primera Embajada bilateral que España tiene en el mundo. La magnitud de los intereses humanos, políticos y económicos, y la cercanía de nuestras sociedades y gobiernos, transforman el quehacer de todos los días en una experiencia única para el diplomático de carrera que soy. Espero no haber defraudado a España ni a los españoles en esta tarea apasionante. 

Al término de mi misión, no me queda más que expresar a nuestro Gobierno mi agradecimiento por la confianza que en mí ha depositado.


 

Ramón de Miguel, embajador de España en Francia.

Entrevista publicada en Executive Excellence nº139 mayo 2017.