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¿Qué esconde Facebook sobre el Brexit?

(Tiempo estimado: 5 - 10 minutos)

“La democracia no está garantizada, ni es algo que existirá de forma inevitable”, asegura Carole Cadwalladr. “¿Podremos volver a celebrar en algún momento elecciones libres y justas?”, plantea. La prestigiosa periodista de The Guardian y su dominical, The Observer, comenzó a finales de 2016 una investigación que consiguió destapar el escándalo de Cambridge Analytica, firma de análisis de datos que usó información obtenida ilegalmente a través de Facebook para influir en el referéndum del Brexit y también en las elecciones presidenciales estadounidenses que llevaron a Donald Trump a la Casa Blanca.

El reportaje, publicado también en el New York Times y finalista del Premio Pulitzer 2019, hizo que Mark Zuckerberg fuera convocado por el Congreso de Reino Unido para dar explicaciones sobre las acciones llevadas a cabo por la plataforma en las elecciones celebradas el 23 de junio de 2016, en las que Reino Unido votó a favor de abandonar la Unión Europea.

El trabajo de Cadwalladr demostró que la consultora desarrolló una estrategia de marketing personalizada a partir de los datos de Facebook y consiguió sortear el límite de gasto permitido para la campaña, un hecho que también está siendo investigado.

Sin embargo, la periodista pretende ir más allá de acciones puntuales. Durante la ponencia que ofreció en el congreso TED2019, celebrado recientemente en Vancouver, reflexionó sobre cómo los poderosos líderes tecnológicos, a los que denomina “dioses de Silicon Valley”, utilizan las herramientas que han creado para manipular la democracia a favor de sus intereses.

Recuperar el control

Tras conocer la victoria del Brexit en el referéndum que se celebró en Reino Unido en junio de 2016, mi jefe en The Observer me pidió que viajase hasta Ebbw Vale, un pequeño pueblo situado en el sur de Gales, para escribir un reportaje sobre por qué esta localidad tenía uno de los índices más elevados del país a favor de la salida de la Unión Europea -el 62% de los habitantes había votado sí-. 

Ebbw Vale, donde yo me había criado, era un pueblo conocido por las minas de carbón, las fábricas de acero y la calidad de sus jugadores de rugby, pero en los años 80 las minas empezaron a cerrar y la zona quedó económicamente devastada.

Hacía años que no lo visitaba, pero cuando fui en 2016 para escribir el reportaje me quedé gratamente sorprendida. La ciudad pobre y anticuada que dejé en mi juventud se había convertido en una moderna urbe que contaba con un magnífico colegio cuya construcción había costado 33 millones de libras; un centro deportivo que formaba parte de un proyecto de regeneración cifrado en 350 millones; un programa para la mejora de las carreteras que contaba con un presupuesto de 77 millones, así como una nueva estación y línea de tren en construcción. Todos estos proyectos estaban siendo financiados por la Unión Europea, y había carteles por todas partes que así lo indicaban.

Era evidente que la influencia de la UE estaba siendo muy positiva, pero todos los habitantes con los que hablaba me decían que habían votado para salir porque la Unión no estaba haciendo nada por ellos. Aseguraban que querían recuperar el control -uno de los eslóganes de la campaña a favor del Brexit-. Señalaban que estaban cansados de los inmigrantes, una afirmación sorprendente teniendo en cuenta que el pueblo tenía uno de los índices de inmigración más bajos del país. No entendía de dónde habían sacado toda esa información que, objetivamente, no se correspondía con la realidad.

Cuando poco más tarde el artículo salió publicado, recibí la llamada de una mujer de Ebbw Vale que me dijo que ella había votado a favor del Brexit porque había visto cosas en Facebook que le habían asustado, entre ellas que Turquía iba a entrar próximamente en la Unión Europea. Pasé horas buscando esta información en Facebook, pero no encontré nada. La plataforma había eliminado absolutamente todos los archivos relacionados con este asunto.

Lo que ocurre en Facebook, permanece en Facebook

El referéndum europeo tendrá un efecto tremendo en Reino Unido a largo plazo, y tenemos que reconocer que se ha desarrollado en un entorno completamente oscuro, porque se llevó a cabo a través de Facebook, y lo que ocurre en Facebook permanece en Facebook. Las personas ven en esta plataforma noticias que después desaparecen, haciendo que sea imposible investigar sobre ellas.

No sabemos quién vio la información manipulada, ni el impacto que tuvo sobre ellos, ni los datos que se utilizaron para localizarles… Tampoco tenemos idea de quién puso los anuncios, cuánto dinero se gastó, ni de qué país procedía. Esa información únicamente la tiene Facebook, pero se niega a dárnosla. El Parlamento británico ha pedido explicaciones en múltiples ocasiones y Mark Zuckerberg no quiere darlas. Este gran líder tecnológico está incumpliendo las leyes británicas, puesto que en nuestro país la cantidad de dinero que se puede invertir en un proceso electoral está limitada para evitar la compra de votos. Pero el referéndum se fraguó básicamente online, y Facebook permite gastar la cantidad que quieras sin que nadie externo llegue nunca a saberlo. Esta plataforma funciona como una caja negra que utiliza algoritmos secretos que dictan su comportamiento.

Aunque no conocemos con exactitud la magnitud de este proceso, sí sabemos que durante los días previos a la votación la campaña oficial a favor del Brexit invirtió 750.000 libras en anuncios que contenían información falsa a través de una tercera entidad, que la Comisión Electoral ha considerado ilegal en la investigación posterior. 

Muchos ciudadanos británicos nunca vimos estos anuncios en Facebook, porque no éramos el público objetivo de la campaña, pero personas susceptibles de ser convencidas recibieron 690.000 millones de impresiones con anuncios manipulados. 

Se trata del fraude electoral más grande que ha tenido lugar en Reino Unido en los últimos 100 años, porque el proceso estaba muy ajustado y la balanza podía decantarse únicamente por un 1% del electorado. Las consecuencias de esta decisión van a tener una importante repercusión en el futuro del país.

Del Brexit a Trump

El millonario británico Arron Banks y el ex líder del UKIP, Nigel Farage, fueron los principales instigadores de la campaña que promovía las virtudes de la salida. Y para conseguir su objetivo se saltaron las leyes electorales británicas.

Banks había fundado “Leave.EU”, una de las principales organizaciones que hicieron campaña no oficial a favor del divorcio con una aportación de 8 millones de libras. Actualmente se está investigando la procedencia de ese dinero, al igual que las conexiones de estas dos personas con Rusia y la derecha radical en Estados Unidos, puesto que todo apunta a que el referéndum británico ha sido el campo de ensayo de una estrategia que más tarde se volcó en aupar a Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos. Las dos campañas cuentan con las mismas compañías, personas, datos, técnicas, y utilizan el miedo y el odio para difundirlos en las redes sociales de forma continuada. 

Yo descubrí la conexión entre Farage y Trump a través de la agencia de marketing electoral Cambridge Analytica, obligada a cerrar tras el escándalo por el uso de datos privados procedentes de Facebook. Fundada por el ultraderechista americano Steve Bannon, la empresa recibió dinero del multimillonario Robert Mercer, principal donante individual en la campaña de Trump.

Un ex empleado de la compañía, Andy Wigmore, me confesó que la agencia había trabajado para las dos causas, y que Christopher Wylie había creado perfiles falsos en Facebook desde una perspectiva política, para entender los miedos individuales de los usuarios y así poder enviarles información específica.

Me costó un año que Wylie declarara y he de decir que fue muy valiente haciéndolo, porque Robert Mercer le amenazó con demandarle en varias ocasiones. También yo recibí presiones por parte de Mercer y de Facebook, pero finalmente decidimos publicar la información para demostrar que la plataforma creada por Zuckerberg se encontraba en el bando equivocado, negándose a dar las respuestas que le pedíamos.

En Gran Bretaña hemos vivido un experimento global masivo online, que me recuerda a lo que sucedía con los canarios que bajaban a las profundidades de las minas para detectar la presencia de gas contaminante, que era silencioso, invisible, pero mortal. Mi país es el ejemplo de lo que le puede ocurrir a una democracia cuando 100 años de leyes electorales se ven impactadas por el alcance de las nuevas tecnologías.

La democracia no está garantizada

La tecnología que han inventado los “dioses de Silicon Valley”, como Mark Zuckerberg, es sorprendente, pero también sirve para cometer crímenes, tal y como están demostrando las investigaciones. La democracia está rota. Ellos la han roto. Nuestras leyes no funcionan. Ya no es suficiente con que los responsables de las plataformas tecnológicas aseguren que harán las cosas bien en el futuro, porque para tener alguna esperanza de que este tipo de acciones no vuelvan a ocurrir necesitamos conocer la verdad.

Difundir mentiras financiadas con dinero ilegal procedente de Dios sabe dónde no es democracia, es simplemente subversión, y ejecutivos como Sheryl Sandberg (Facebook), Larry Page (Alphabet / Google), Sergey Brin y Jack Dorsey (Twitter) se asocian con ella. Son culpables por asociación. Son accesorios al hecho.

El británico ha sido el primer Parlamento del mundo que ha intentado hacerlos responsables sin conseguirlo, porque estas compañías están más allá del alcance de la ley británica; pero nueve parlamentos de otros tantos países han pedido información a Facebook, y Zuckerberg también se ha negado a dársela.

Los líderes tecnológicos no son capaces de entender que toda esta cuestión va mucho más allá de hechos puntuales. No se trata de izquierdas o de derechas; de quedarse en la Unión Europea o salir de ella; de que Trump llegue a la Casa Blanca o siga siendo empresario. El verdadero problema es saber si en algún momento vamos a poder volver a celebrar elecciones libres y justas. Tal y como están las cosas, no creo que sea posible.

Por eso, me dirijo a estos “dioses de Silicon Valley” y les pregunto: ¿es así como quieren que les recuerde la historia, como las doncellas que ayudaron a entrar al autoritarismo que está creciendo en todo el mundo? Su principal objetivo al crear la tecnología era conectar a las personas, pero se niegan a reconocer que esa misma tecnología que crearon nos está separando.

También tengo una pregunta para los usuarios de las plataformas tecnológicas y los ciudadanos en general: ¿es esto lo que queremos? ¿Vamos a dejar que se salgan con la suya y permanecer sentados jugando con nuestros smartphones, mientras la oscuridad comienza a rodearnos?

Esto no es un ensayo, es un punto de inflexión. La democracia no está garantizada, ni es algo que existirá de forma inevitable. Tenemos que luchar y ganar, evitar que las tecnológicas continúen sin ser reguladas. Tenemos que recuperar el control ustedes, nosotros, ¡todos!


Carole Cadwalladr, periodista, investigadora y finalista del Premio Pulitzer 2019.

Texto publicado en Executive Excellence nº157.


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