Liaquat Ahamed: lecciones de la Gran Depresión
Liaquat Ahamed, economista formado en las Universidades de Harvard y Cambridge, es un experto acreditado en el ámbito de las estrategias de inversión y los mercados financieros. Fue director de la División de Inversión del Banco Mundial y consejero delegado de Fischer Francis Trees and Watts. Actualmente asesora a diversos fondos de inversión, participa en consejos de administración de distintas instituciones y es también patrono de Brookings Institution.
Es autor de Los señores de las finanzas (Ediciones Deusto), obra que le mereció el Premio Pulitzer de Historia 2010, además del reconocimiento como libro del año según Financial Times y Goldman Sachs.
Los señores de las finanzas narra la economía política de la Primera Guerra Mundial y la Gran Depresión. Con un paralelismo evidente con la crisis actual, relata las relaciones entre los máximos responsables de los Bancos Centrales de los países desarrollados: Montagu Norman del Banco de Inglaterra, Émile Moreau del Banco de Francia, Hjalmar Schacht del Reichsbank, y Benjamin Strong, de la Reserva Federal Norteamericana. Cuatro personajes cuya lucha obstinada por mantener el patrón oro, sin acertar a ver -como Keynes, su coetáneo, argumentó repetidamente- que el mundo era distinto.
Pocos libros sobre historia financiera se pueden leer tan fácilmente como éste. En cierto sentido recuerda a Guns, Germs and Steel, de Jared Diamond (también Premio Pulitzer). Es un libro de obligada lectura para todos los que deseen comprender las repercusiones de la aplicación del desconocimiento financiero en la política. Su desapasionada descripción de los eventos que no sólo llevaron al crack del 29, sino a la Segunda Guerra Mundial (sin la crisis no hubiese alcanzado el poder el Partido Nacional Socialista Alemán), es un tratado de cómo la irresponsabilidad social, el provincialismo mal entendido y la cortedad de miras llevan a la perdición.
Las repercusiones de la Primera Guerra Mundial se prolongaron a lo largo de las décadas de los 20 y 30 con devastadoras consecuencias, y aunque sirvieron para plantear cambios esenciales al final de la Segunda Guerra Mundial y crearon lo que sería el sistema financiero actual, los errores cometidos nos recuerdan que sólo el hombre tropieza dos veces en la misma piedra. Liaquat Ahamed es un detallista que, gracias a este trabajo se ha convertido en un ameno erudito con una visión sorprendentemente ecuánime y objetiva. Espero que disfruten con él, y con su libro, tanto como nosotros.
FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: Aunque decía Barbara Tuchman que nunca deberíamos referirnos a un momento en el futuro cuando se habla de historia, no puedo dejar de preguntarle si existen paralelismos lógicos que nos sirvan de guía para lo que está por venir.
LIAQUAT AHAMED: Cuando discuto e intercambio opiniones sobre lo que ocurrió en 1929 me quedo absorto y sorprendido con los paralelismos que llevaron a que se produjesen ambas crisis, la de entonces y la actual. En ambos casos tuvimos burbujas, ambas burbujas se alimentaron por un crédito excesivamente fácil y, en ambos casos, las crisis estaban asociadas a desequilibrios internacionales. Las diferencias que existen, por supuesto, radican en la gestión de las mismas. Entonces, en 1929, lo que hicieron fue básicamente matar al paciente, y al matarlo crearon la Gran Depresión. Esta vez no se ha matado al paciente, en parte hemos aprendido de la historia lo que no hay que hacer, y en parte no. Es más, no creo que nunca aprendamos plenamente de los hechos pasados.
Hemos reducido el impacto de la crisis porque aprendimos lecciones, pero hay muchas cosas que hacen que estemos en un territorio desconocido. No sabemos todo, y no podemos usar el pasado como una guía para el futuro. Por ejemplo, en primer lugar, existe una diferencia en el tamaño del sistema bancario. En los años 20 del siglo pasado, el tamaño del sistema bancario en los Estados Unidos era de 50 billones de dólares, con un PIB de 100 billones de dólares. Hoy, el tamaño de los activos bancarios en los Estados Unidos es de 20 trillones de dólares y el PIB de 15 trillones. Es posible que incluso sea superior, ya que tengo nuevas estadísticas que incluyen los money market funds y que sitúan el tamaño de los activos bancarios en 30 trillones de dólares. En el mercado británico, el tamaño de los activos bancarios es el 400% del PIB, en Suiza es el 600%..., es decir, tenemos un sistema bancario gigantesco y no estamos en una posición, nadie, como para poder estabilizarlo. No existe la posibilidad de tener seguros para este volumen de depósitos. No se puede hacer. Suiza no podría asegurar sus bancos porque son demasiado grandes para su PIB. Así que asegurar un mercado financiero más estable será muy difícil. Estoy convencido de que aún no sabemos qué hacer al respecto.
Por otro lado, está el área de la deuda pública, de la deuda de los gobiernos. Todas las recomendaciones para utilizar una política fiscal activa que surgieron tras la Gran Depresión ocurrieron en un tiempo donde las deudas de los gobiernos eran gestionables. Hoy vivimos una situación donde las deudas se han transformado en deudas tan grandes, específicamente las titulaciones de los gobiernos, que al ser tan gigantescas en relación al tamaño de la economía hacen que la capacidad de utilizar una política fiscal esté tremendamente constreñida.
F.F.S.: La aceleración tecnológica que estamos viviendo progresivamente permitirá gestionar situaciones de tremenda complejidad. La gestión de la complejidad, en general, ¿abrirá nuevas puertas a la prevención de crisis futuras? ¿Se crearán nuevas herramientas que permitan controlar y racionalizar las finanzas?
L.A.: No lo creo. Esta crisis fue, en parte, generada por una excesiva toma de riesgos por parte de los banqueros. Hasta cierto punto, la crisis podría haber sido más suave si los banqueros hubiesen sido capaces de calcular sus riesgos. Pero desafortunadamente, pienso que en su centro, en su corazón, esta crisis se transformó en una crisis terriblemente mala por el ataque al sistema bancario. Como escribo en mi libro, tenemos ataques a sistemas ya en el año 33 a.C. Los sistemas bancarios son inherentemente inestables. Un banco esencialmente lo que hace es tomar dinero de sus depositantes y prestar ese dinero a otros, al tiempo que dicen a sus depositarios que pueden retirar el dinero cuando deseen. Si, de hecho, los depositantes aceptasen la promesa de devolución y la ejecutasen, los bancos se colapsarían. Ése es un problema inherente del banco y no hemos encontrado una solución a esto. Tenemos soluciones parciales, como el seguro de depósitos, pero cuando recurrimos a ella ocurre otra cosa que hace que esta solución sea inviable. Estamos en una lucha continua con el problema de la inestabilidad de los sistemas financieros.
F.F.S.: Otra parte importante de su libro Los señores de las finanzas (Deusto) es la gestión y, dentro de ella, la toma de decisiones erróneas. ¿Hasta qué punto necesitamos de la trasparencia en el entorno bancario y en los procesos de toma de decisiones del mismo?
L.A.: Puede responder a esta pregunta de una forma muy similar a la anterior. No creo que una mejora individual de la formación de bancos específicos tuviese mucho efecto. Los banqueros cometen errores al ser humanos y siempre, sobre todo en los tiempos buenos, dan créditos de forma equivocada. Incluso darán créditos que no tendrían por qué ser malos, pero que terminan siéndolo. No creo que podamos hacer mucho para prevenir los errores, puesto que los banqueros no pueden predecir el futuro. Siempre, de forma retrospectiva, podremos decir que ciertos créditos o ciertas operaciones no deberían haberse realizado pero, evidentemente, es de forma retrospectiva. La clave está en si se puede diseñar un sistema bancario que, cuando los banqueros tomen decisiones equivocadas, sea más estable. Y no creo que la tecnología o la transparencia sean la solución. Para mí, la solución radica en la estructura.
F.F.S.: Charles kindleberger (The World in Depression, 1929-1939, Berkeley, University of California Press) argumentaba que una de las grandes causas de la Depresión fue la falta de liderazgo económico. ¿Hasta qué punto es importante el liderazgo económico hoy? ¿Tenemos ese liderazgo?
L.A.: El punto esencial de la argumentación de Charles Kindleberger es que la Gran Depresión ocurrió por la falta, o el fallo, de un liderazgo a nivel internacional. No había países dispuestos a tomar el liderazgo. Su visión se basa en que la economía mundial es más estable cuando un país es capaz de asumir el liderazgo. De hecho, es cierto que así se plantean las reglas del juego de una forma clara, ya que un país tiene un interés tan grande en la estabilidad del sistema que es capaz de asumir decisiones que tienen en consideración los intereses más amplios del sistema, y no el interés individual.
Estados Unidos, ciertamente, han tenido este liderazgo siendo los líderes globales desde 1945 hasta el final de los años 90. Pero ahora me parece que los Estados Unidos no están en una posición para hacerlo. La pregunta a la que nos tenemos que enfrentar es si la cooperación internacional puede proporcionar un sustituto para un poder individual dominante.
Podemos tener un sistema estable donde los países se reúnan y decidan qué es lo que se ha de hacer, en vez de tener un país que dicte el camino a seguir, como lo ha hecho Estados Unidos hasta hace poco. Supongo que la respuesta, como siempre que se tratan temas de este tipo, es compleja. En el primer año y medio de esta crisis uno debería estar impresionado por el nivel de cooperación internacional. El G-20 se reunió en noviembre de 2008 acordando una expansión fiscal sostenida en todo el mundo. Hasta Alemania estuvo de acuerdo. China también firmó..., todos los países se adhirieron. Fue un experimento muy inusual con resultados muy positivos. Eso duró hasta la mitad del año pasado. Ahora es evidente que están emergiendo más conflictos. Aún así, estas diferencias no son sustanciales y no descartaría que la cooperación internacional fuese un sustituto para el liderazgo de un solo país.
F.F.S.: Comentaba en alguna de sus conferencias que “el dinero barato es una forma de quitarle mercados a los competidores directos”. ¿Considera posible que se produzca una guerra de mercados?
L.A.: Sí, podríamos dirigirnos hacia una guerra de mercados, aunque no creo que las posibilidades sean muy altas, a pesar de que se dan las circunstancias para que ocurra. Tenemos un exceso de capacidad global. La demanda ha caído. En áreas como el acero, los automóviles o el cemento, se está produciendo un exceso de producción. No sería sorprendente si consideramos que, además del exceso de capacidad global, tenemos un tremendo desempleo en muchos países; es decir, el caldo de cultivo ideal para una guerra de mercados. Con una combinación tan explosiva no sería sorprendente que se produjera.
La única forma de resolver esta situación es a través de la cooperación. Yo soy muy optimista, sobre todo para una persona que ha escrito un libro sobre la Gran Depresión. Creo que serán capaces de resolver la situación, pero no dejo de estar preocupado, pues están gestionando una situación muy difícil, por decir algo conservador.
F.F.S.: Uno de los aspectos que ha creado más crítica es el relacionado con la ética. El beneficio a corto plazo, la falta de perspectiva, la presión por los resultados… Todos estos aspectos son elementos que se consideran parte de la crisis. ¿Encuentra paralelismos, en este sentido de la ética, entre la crisis que generó la Gran Depresión y la situación que estamos viviendo?
L.A.: Hay paralelismos y similitudes. Las burbujas sacan a relucir lo peor de las personas. Generalmente, en entornos donde se está viviendo una burbuja financiera o inmobiliaria la avaricia se fomenta, a la vez que la ética se arrincona. Se estimulan los peores comportamientos antisociales.
El mundo está fundamentalmente orientado a generar beneficios y conseguir dinero. En este sentido, los años 2000 probablemente no serán muy diferentes de los años 20 del siglo pasado, notoriamente laxos en lo referente a la ética. Ése es el paralelismo. No creo que se pueda atribuir causalidad. Básicamente, es la burbuja lo que causa la erosión de los valores morales y la ética, y no al contrario. Están obviamente conectados pero creo que el detonante es la burbuja. De la misma manera que los bancos y sus compensaciones en Wall Street fueron creados en un clima donde los precios de los activos crecían, y los bancos estaban ganando mucho dinero (o pretendían hacerlo). En esta situación, eran capaces de pagar a sus empleados muy bien, y ahí comenzó la compensación de los bonus.
Entrevista publicada en Executive Excellence nº75 nov10