Las lenguas y el principio de economía
En principio, las lenguas son una expresión de la cultura. Eso explica por qué hay tantas en el mundo, tradicionalmente unas 6.000. Quizá en los últimos decenios hayan perecido algunas resueltamente marginales, ágrafas. Pero al menos el mundo dispone hoy de unas 5.000 lenguas. Esto representa una enorme riqueza cultural.
Hay que hacer todo lo posible para que no se pierdan más. El esfuerzo mayor está en conseguir que se escriban muchas ágrafas y que otras muchas sin literatura aporten creación literaria propia. El problema es que todos esos esfuerzos de conservación exigen mucho dinero, el cual puede destinarse a fomentar otros recursos escasos. Pensemos, por ejemplo, en el caso de la India, con cientos de lenguas en su territorio y con una gran parte de su población que no sabe escribir ninguna.
En la sociedad tradicional bastaba con el hecho casi natural de que los habitantes de una cultura hablaran su idioma propio, aunque no lo escribieran. La expresión “idioma propio” ya es un pleonasmo, una repetición innecesaria, puesto que “idioma” etimológicamente quiere decir “lo que es propio”. En esa sociedad tradicional muy pocas personas necesitaban hablar otras lenguas. Eran los comerciantes que se trasladaban de lugar, los misioneros, los exploradores o aventureros, etc. En esos casos, ni siquiera era imprescindible ser políglotas. Si tenían medios económicos suficientes, podían contratar a intérpretes o trujimanes. Se recuerda que Cristóbal Colón, en su primer viaje, llevaba intérpretes de árabe o hebreo, porque no sabía con qué culturas se iba a topar.
La situación actual del mundo es muy distinta. Seguimos con las 5.000 lenguas, pero ya no basta con que cada habitante sepa hablar su idioma, el de su cultura. Hoy tenemos muchos viajeros que se mueven de una a otra cultura: turistas, emigrantes, directivos, profesionales, diplomáticos, deportistas, incluso delincuentes. El sistema de intérpretes sigue siendo válido, pero no se puede disponer masivamente de un instrumento tan caro. Además, no sólo viaja la gente, sino que importa textos o sonidos de otras lenguas a través de los medios de comunicación o informáticos. La conclusión es que muchas personas necesitan entender, hablar o incluso escribir varias lenguas. Como es natural, no todo el mundo puede aprender muchas. Eso supondría un coste infinito. Lo más racional es, con el mismo esfuerzo, dominar el mayor número posible de mensajes en las distintas lenguas. Se impone, pues, una agrupación de las lenguas del mundo en estas cuatro categorías:
- Lenguas de comunicación internacional. Lo son porque se hablan, y sobre todo se aprenden, fuera del hogar de la familia de origen. Además, son lenguas con abundante literatura y producción de textos, que se dejan traducir a otras lenguas de forma masiva. Todas ellas utilizan un sistema alfabético (pocos signos), lo que abarata enormemente la comunicación. Aquí estaría de forma eminente el inglés. Le siguen algunos otros idiomas europeos: español, francés, alemán, italiano, y pocos más.
- Lenguas de comunicación en zonas culturales amplias. Tienen muchos hablantes, pero no se aprenden masivamente fuera de la zona cultural de influencia. Ahí tendríamos el chino mandarín, el árabe, el japonés, el ruso, el hindi, el turco y unos pocos más. El gran obstáculo para la extensión de algunos de esos idiomas es que no utilizan un sistema alfabético o, si lo hacen, no es el latino.
- Lenguas étnicas que se escriben, algunas con literatura. En ese conjunto tendríamos unos centenares de lenguas, que normalmente se aprenden en las escuelas, pero que no se aprenden masivamente en el mundo.
- Lenguas étnicas que se hablan en la cultura respectiva, que se aprenden fundamentalmente en el hogar y que no se escriben. En ese grupo estaría el mayor número de lenguas del mundo. Son piezas de museo etnográfico.
La gradación que establece la clasificación anterior no es valorativa. Es decir, todas las lenguas son igualmente valiosas como artefactos culturales. La gradación se establece con criterios instrumentales o económicos. Simplemente, es más rentable poseer un idioma A que otro B, y uno B mejor que otro C, etc. Naturalmente, la mejor combinación es poseer dos o más lenguas por persona, pero ese dominio lleva tiempo y dinero.
Veamos ahora cómo se adapta la situación lingüística española al planteamiento anterior. Digamos, primero, que en toda Europa lo normal es que haya varias lenguas en cada país. La excepción puede ser Portugal, donde, de forma natural, sólo existe un idioma. (El mirandés es un dialecto poco significativo). Por fortuna, los europeos que hablan su propia lengua del tipo C conocen normalmente otra del tipo B o A. Por ejemplo, los irlandeses pueden conocer el gaélico, pero casi todos dominan el inglés.
En España la situación no es nada excepcional. Prácticamente todos los españoles entienden el castellano. Ese porcentaje es el más alto de toda la Historia. Sin embargo, hay ciertos movimientos nacionalistas que desearían desplazar el español por el idioma étnico correspondiente (catalán y variaciones, vascuence y gallego). Eso sería volver a épocas pasadas, pero ahora con la circunstancia de que, en los últimos decenios, el español ha pasado a ser una lengua tipo A. Concretamente, después del inglés (bien que a mucha distancia) la lengua más aprendida en el mundo fuera del hogar es el español. Esa pujanza, más que nada demográfica, se debe sobre todo al peso de los hispanohablantes americanos. Una gran ventaja del español (incluso en comparación con el inglés y no digamos con los del tipo B) es que las variaciones territoriales son mínimas.
Así pues, no tiene mucho sentido económico que en España volvamos a la situación medieval en la que cada zona lingüística se encontraba prácticamente aislada de las demás. Tampoco es muy hacedero que, en las regiones bilingües, se desplace el español a favor de la lengua del tipo C. Lo más económico es que todos los españoles fomenten el conocimiento del español como lengua de comunicación internacional. Esa decisión es compatible con el cultivo (al mismo tiempo) de la lengua tipo C, allí donde esté vigente.
Eso no es todo. La Unión Europea no podrá competir con otras grandes unidades económicas del mundo si no se pasa al dominio común del inglés como gran lengua de comunicación internacional. El sistema de un ejército de traductores en las oficinas de la Unión Europea es un disparate. No se trata de imponer una solución artificial, sino de adaptarse a la tendencia ya instalada en una gran parte de Europa. En la práctica quiere esto decir que en las escuelas españolas se debe estudiar inglés como segunda lengua. El ser humano puede ser perfectamente bilingüe y hasta trilingüe. El objetivo natural es que, en cada centro de enseñanza superior en España puedan darse cursos regulares en inglés por profesores nacionales o extranjeros. De momento, estamos lejos de ese ideal, que ya es realidad en algunos países europeos que no tienen el inglés como lengua nacional. Es el caso eminente de los países nórdicos.
El argumento anterior quizá irrite a algunos nacionalistas catalanes, vascos, gallegos, etc. Pero los nacionalismos actuales deberían apoyarse en otros rasgos culturales que no son las lenguas. Bien está el valor cultural de las lenguas, pero por encima está el económico.