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Elogiar, reconocer, felicitar

(Tiempo estimado: 2 - 4 minutos)

Todos los manuales de liderazgo coinciden en que uno de los modos más afectivos de motivar a los demás es reconocer su trabajo cuando lo han hecho bien. Agradecer el esfuerzo y felicitar por los resultados, además de ser una cuestión de justicia, tiene consecuencias muy positivas pues estimula la satisfacción del individuo, refuerza su compromiso, aumenta su orgullo de pertenencia y consolida el liderazgo.

Esto lo saben todos los entrenadores, los educadores, los gestores de equipos, pero parece que también se les olvida a menudo. Schwab lo describió así: “Siempre estoy deseoso de ensalzar y soy reacio a encontrar defectos. Si algo me gusta, soy caluroso en mi aprobación y generoso en mis elogios. Pero, ¿qué hace la mayoría de la gente? Si alguna cosa no le gusta arma un escándalo; si le gusta, no dice nada”.

Tenía razón. Sabemos por propia experiencia que ponemos más esfuerzo, intensidad y cuidado cuando nos estimulan positivamente que cuando sospechamos que alguien está aguardando nuestros errores para atizarnos una colleja. Y sin embargo, el clima laboral de muchas empresas es innecesariamente agresivo y hosco, como explicaba hace ya muchas décadas Dale Carnegie: “Tú y yo conocemos personas que pensarían que han cometido un crimen si dejaran a sus familias o a sus empleados seis días sin comer; pero les dejan seis días, seis semanas y a veces sesenta años, sin darles jamás la cálida muestra del aprecio y el reconocimiento que anhelan casi tanto como desean el alimento”. Y es que, efectivamente, uno de los principios más profundos de la naturaleza humana es el anhelo de ser apreciado. De hecho, si nuestros antepasados no hubiesen sentido este ardiente afán por ser importantes, la civilización habría sido imposible.

Reconocer el trabajo de los demás, felicitar por sus esfuerzos, alabar públicamente las cosas meritorias de la gente es bueno para todos. Solo los mezquinos, los débiles y los perezosos piensan que el elogio que otro recibe les puede hacer sombra a ellos. Y es que el reconocimiento de los demás está fundamentado en la humildad y la justicia: como decía Emerson, “todo hombre que conozco es superior a mí en algún sentido y en ese sentido, aprendo de él”.

Pero, ojo, estamos hablando de reconocimiento objetivo, no de adulaciones. La diferencia entre el aprecio y la adulación es muy sencilla: uno es sincero y la otra no; uno procede del corazón y la otra sale de la boca; el aprecio es altruista mientras que la adulación es egoísta; uno despierta la admiración universal y la otra es universalmente condenada. A la larga, la adulación siempre hace más mal que bien.

Así que para evitar confusiones más vale que aprendamos a hacer reconocimientos de manera eficaz. Estos cinco pasos son aplicables a todos los contextos: al trato con la pareja, a la educación de los hijos, a las relaciones profesionales:

1. Asegúrese de que el elogio es sincero y está justificado. 
2. Use siempre la primera persona: “Pienso que eres…” y no “la empresa piensa que eres…” o “como eres muy creativo…”.
3. Exprese sus sentimientos positivos: “Me gusta cómo atiendes a los clientes”, “creo que te lo has tomado muy en serio…”.
4. Personalice el mensaje, haciéndolo específico para la persona y la situación de forma clara y concreta: “Tu forma de atender las quejas por teléfono…”.
5. Sea muy específico, si es necesario describiendo la conducta de la persona: “Me has explicado muy bien el problema” en lugar de “eres muy inteligente”.

Pongamos un ejemplo: Executive Excellence publica su número 100. Es justo que felicite a quienes trabajan en esta publicación, pero no porque de vez en cuando me permitan colaborar en ella y para que sigan haciéndolo (eso sería adulación) sino por justicia. No es en absoluto fácil en estos tiempos mantenerse durante más de 8 años en el mercado de las revistas. Eso requiere maestría editorial y financiera, cuidar las relaciones con los clientes, diseñar buenas acciones de promoción y de presencia pública y saber elegir los partners para un viaje proceloso plagado de dificultades. Y aún es más difícil ofrecer mes tras mes contenidos y diseño de calidad, sin dejarse arrastrar por las dos grandes tentaciones periodísticas: la de la superficialidad, siempre más barata, y la del sensacionalismo, con el fin de atraer más lectores no importa el método ni los procedimientos. Contar estupideces puede alimentar el infinito número de los necios, pero hacer cien revistas con ponderado criterio, rigor periodístico y serena creatividad, cien revistas que dicen cosas realmente interesantes y que, por tanto, nos ayudan a ser mejores, es algo que merece una pública y rotunda felicitación.


LIDERAZGO / HABILIDADES DIRECTIVAS

Arturo Merayo, socio-director de Cícero Formación

Artículo publicado en Executive Excellence nº100 feb13


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