El fracaso, clave del éxito
Cuando escuchamos la palabra fracaso, tendemos a asociarla con un sentimiento negativo, porque se percibe como un antónimo de éxito, que es lo que suele despertar los sentimientos positivos y la admiración de los demás.
Sin embargo, el fracaso puede y debe ser en nuestras organizaciones el detonante de las actividades que nos conduzcan a mejorar desde el aprendizaje y la humildad, por lo que, más que un concepto antagónico, tenemos que considerarlo como la clave del éxito.
Uno de los mejores ejemplos históricos sobre la consecución del éxito a través del fracaso es el de Thomas A. Edison, quien según sus propias palabras consideraba que no había fracasado, sino que había descubierto 999 maneras de cómo no hacer una bombilla, hasta que alcanzó su objetivo. Claro que a Edison nadie le podía negar su capacidad de trabajo y su perseverancia, otra de las claves para la consecución del éxito, ya que como él decía el genio consiste en un diez por ciento de inspiración y un noventa por ciento de transpiración.
También es conocida la historia del fracaso que condujo al éxito de las notas Post-it, surgidas del desarrollo de un adhesivo que aparentemente no cumplía con lo que se esperaba de él. El producto permaneció mucho tiempo en el olvido hasta que a Art Fry, uno de los científicos de 3M, se le ocurrió un posible uso de aquel adhesivo fracasado, al convertirlo en un adhesivo reposicionable. Éste era un concepto totalmente nuevo, ya que hasta entonces todo lo que se pegaba se asumía que no se podía despegar sin dañar alguna de las superficies en contacto. Salvo que el adhesivo fuera defectuoso. O no. Porque si a ese defecto se le encuentra una nueva aplicación, como fue el caso del Post-it, el fracaso se convertirá en éxito, no sin antes haber persistido buscando una solución.
Hay sociedades en las que los fracasos suponen un lastre para la persona implicada en ellos, y sin embargo existen otras sociedades en las que se considera una experiencia tan enriquecedora que no sólo no se oculta, sino que se convierte en un argumento de valor en la vida profesional de quien ha tenido esa experiencia. De hecho, el 80% de las pymes no sobrevive más allá de los cinco primeros años y solamente un 10% llega a los diez años, por lo que si los emprendedores no aprendieran de sus fracasos y abandonaran después de que se produjeran, muy probablemente no se desarrollaría el tejido empresarial que genera el crecimiento económico.
De cualquier manera, no parece fácil encontrar una métrica, que no sea subjetiva, que nos permita determinar cuál debe ser la tasa de fracaso que nos lleve a alcanzar el éxito. Es conocida la frase de Tom Watson, quien fuera presidente de IBM, que decía “si quieres tener éxito, duplica tu tasa de fracasos”. Pero sí podemos hacer un análisis objetivo, que confirma la sentencia anterior, referido al número de patentes solicitadas comparado con el número de patentes concedidas. Como se ve en la gráfica, en la que se registran los datos desde el año 1997 hasta el 2009, mientras que el número de solicitudes se incrementa según la línea de tendencia en aproximadamente 2,5 veces, la línea de tendencia de las patentes concedidas, sólo se incrementa en 1,5 veces. Ambas líneas de tendencia pueden ser un claro indicador de que para conseguir un incremento de la tasa de éxito (en este caso aumentar las patentes concedidas), hay que incrementar mucho más la tasa de fracaso (en este caso todas las patentes solicitadas y no concedidas), lo cual no nos debe hacer desistir del empeño, ya que al final lo que se pretende es que se eleve el número de éxitos, aun a costa de tener que realizar un mayor esfuerzo y aceptar que se puede incurrir en un mayor número de fracasos.
Causas del fracaso
Una vez admitido que hay que asumir el fracaso como algo con lo que tenemos que convivir, lo que es un hecho cierto es que debemos tratar de minimizar su impacto, porque aunque se llegue a entender que su existencia es consustancial a la obtención del éxito, ello no significa que sea deseable. Podemos distinguir distintos tipos de causas que conducen al fracaso:
•Falta de planificación: Al iniciarse cualquier proyecto, hay que tener muy claro cuál es la meta que se persigue y planificar las actividades que nos llevarán a conseguirla. Sin una planificación adecuada de las actividades, es casi imposible que se pueda llegar al objetivo deseado, y evidentemente estaremos abocados al fracaso. La planificación debe ser realista y flexible.
•Carencia de los recursos necesarios: Es posible que los recursos se planifiquen correctamente, pero que durante el transcurso del tiempo se compruebe que dichos recursos no serán suficientes o de la calidad requerida para conseguir llegar a buen puerto.
•Factores externos no controlados: Con frecuencia se producen acontecimientos externos no previstos que incluso desbordan la planificación flexible, y no hacen posible la continuación del proyecto, al menos como estaba previsto.
•Excesivo miedo al error: Es sabido que la aversión al error anula la creatividad, y concretamente la falta de tolerancia hacia el error no intencionado nos limita a la hora de asumir riesgos que potencialmente pueden conducir al fracaso, haciendo que se produzca una parálisis en la toma de decisiones, que impide la consecución de cualquier resultado.
Quizá esta última causa sea la más frecuente, no sólo por aquellos casos en los que la intolerancia hacia planteamientos no habituales o discordantes con otras opiniones evita que se hagan nuevas propuestas tendentes a generar alternativas, y en consecuencia a superar el fracaso, sino por esos otros casos en los que ni siquiera nos planteamos actuar por temor a cometer errores de imprevisibles consecuencias. Pero el inmovilismo es el mayor de los fracasos, mata la iniciativa y sin una adecuada asunción de riesgos nunca se llegará a la consecución de los éxitos.
Hay también una forma controlada de fracasar mediante la utilización intencionada del método de prueba y error. En muchas ocasiones se comienza la búsqueda de la solución a base de ir cometiendo errores de los que se aprende para irnos acercando poco a poco a lo que deseamos. Así se desarrolla la heurística, disciplina que mediante la experiencia y el aprendizaje de fallos y efectos nos conduce a la consecución del objetivo.
Reaccionar al fracaso
Seguramente nos podemos identificar con alguna de las formas en las que los seres humanos reaccionamos al fracaso, de modo que podamos hacer autocrítica para evitar caer en respuestas que no vayan encaminadas a la superación del fracaso para convertirlo en un éxito.
Las formas inadecuadas de reacción al fracaso más habituales son:
•Negación de la evidencia. No dar por cierto que se ha producido un fracaso, alargando innecesariamente la situación y haciendo más difícil la salida, en lugar de aceptar la realidad y reaccionar lo más rápidamente posible para cambiar el rumbo de los acontecimientos.
•Abandono inmediato del proyecto. No aceptar que se pueden producir fracasos y dejar un proyecto iniciado sin analizar o buscar alternativas que le den viabilidad. En momentos en los que los resultados a corto plazo priman sobre cualquier otra apuesta estratégica, este tipo de reacción puede complicar la consecución de metas más ambiciosas y de más largo plazo.
•Búsqueda implacable de un culpable. Es bastante frecuente, incluso cuando nosotros mismos hemos estado involucrados desde el principio. Se trata de identificar a otro al que le caiga la culpa del fracaso. No sólo no resolvemos el problema, sino que creamos otros de relaciones personales. Esta forma de reacción es especialmente grave cuando es un superior quien pasa la culpa a un subordinado, ya que la responsabilidad no se delega y con esta actitud se aniquila la iniciativa en los equipos.
•Exceso de victimismo. Creer que todos están esperando que hagamos algo mal para abalanzarse sobre nosotros, no siendo capaces de reaccionar en la dirección de la búsqueda de la solución adecuada, sino que nos complacemos en quejarnos de que el mundo está contra nosotros, asumiendo que no podemos hacer nada por evitarlo.
•Caída en la frustración. Pensar que el fracaso se ha producido por nuestra incapacidad para gestionar sus causas, auto inculpándonos de todos los fallos y negando la posibilidad de buscar una salida positiva.
Ante todas estas formas de reacción inadecuadas, se debe sobreponer el espíritu de lucha frente a la desolación, que muchas veces acompaña al fracaso. Hay que persistir, volver a intentarlo, aprendiendo de los fallos para no repetirlos y buscando la colaboración y apoyo de los demás. Y no detenerse, para salir adelante, afrontar que es mejor pedir perdón que pedir permiso.
No habrá innovación si no existe aceptación del fracaso, si no se asume que se pueden cometer errores y si se critica o ridiculiza a quien pasa por tal experiencia. Tenemos que admitir siempre que los fracasos no son un lastre definitivo, sino una enseñanza para avanzar hacia la consecución del éxito.
Eduardo Rodríguez Pérez, director de Logística, Calidad y TI 3M Iberia. Vicepresidente del Club de Excelencia en Gestión.
Artículo de opinión publicado en Executive Excellence nº83 jul/ago11