Envejecimiento y longevidad, no es lo mismo
En 2030 se prevé que un 25% de la población española supere los 65 años y que la esperanza de vida colectiva haya alcanzado ya los 90 años. ¿Cómo estamos previendo nuestra manutención y cuidado futuros? ¿Qué rol deberían jugar Estado, empresas y familias? ¿Qué servicios podrían llegar a necesitar las personas que puedan encontrarse aisladas, en situación de dependencia, si tuviese lugar una nueva crisis sanitaria?
Si bien es cierto que la pandemia ha puesto a nuestros mayores en la agenda de todos –administraciones públicas, organizaciones privadas, opinión pública, etc.–, también lo es que ha levantado preguntas profundas sobre la ética en general y nuestro compromiso intergeneracional en particular. No estamos preparados para la vida que nos viene.
Al hablar de personas mayores, también hemos de hacerlo bajo el prisma de la nueva generación de senior que cuenta con una mejor salud física, mentes leídas y viajadas y un nuevo sentimiento de comunidad. Estos nuevos mayores que tienen en España, de media, un 12% más de capacidad de gasto que la población activa, viajan más que el resto y –hasta estos momentos– suponían el 40% del gasto en ocio. Quieren disfrutar de la vida, ser parte activa de la sociedad, ayudar y seguir aprendiendo.
Claro que les preocupa el deterioro físico y mental, así como su sostenibilidad financiera. Pero, en términos generales, están adoptando una nueva forma de mirar al mundo. Un mismo objetivo –vivir más– se puede contemplar desde dos perspectivas opuestas: envejecimiento y longevidad. Estas palabras no son sinónimos, aunque muchas veces las usemos indistintamente. Remiten a campos semánticos bien diferentes. En el primero, nos encontramos con nociones como coste, dependencia, enfermedad, soledad. En el segundo, las personas hablan de oportunidades, inversiones, libertad.
Cuando innovamos, ¿desde qué óptica lo hacemos? El Age-Tech, que es hoy día a la longevidad lo que Fin-Tech fue, en 2007, a las finanzas… todavía tiene mucho de su foco puesto en la tecnología aplicada al envejecimiento, en lugar de a la longevidad. En Reino Unido, país de los más avanzados en este tema, proliferan las start-ups que ayudan a las familias a encontrar apoyo doméstico, como Vida o Supercarers; o a monitorizar la actividad de los mayores en casa, como Canary Care o Howz.
¿Dónde están las soluciones para esos mayores que desean viajar, comprar, trabajar, practicar deporte? Aparecen con cuentagotas. Hay territorios inexplorados aún que podrían dar lugar a verdaderas disrupciones en la vida de las personas. Territorios fértiles, por otro lado, para aquellos que quieran cultivar y recolectar los frutos de la silver economy.
Habitualmente, se les pide a los mayores que se adapten a lo que ya tenemos. ¡Qué remedio les queda! Les hemos visto en los últimos meses comunicarse –con más o menos éxito– por teleconferencia, pasarse a la banca digital y comprar por Internet. Han tenido que adaptarse a los servicios tal y como están planteados. La mayoría de ellos, seamos honestos, diseñados para captar la atención y retener a los architrillados millennials.
¿Son esos interfaces los más intuitivos para ellos? ¿Es así como ellos buscan, navegan, interactúan? ¿Son esas sus palabras, sus referencias mentales? Probablemente no. Pero nunca antes formaron parte de las investigaciones y los test de usuarios. No sabemos si es así –o de otro modo– como mejor llegamos a sus cabezas y corazones.
Aunque habría que hacerlo por empatía y solidaridad, también está la vertiente exclusivamente pragmática. Esta es la vida que, con suerte, nos espera a todos. Cuanto mejor la diseñemos, más sostenible y amable será para con nosotros mismos. Que no tenga que venir otra desgracia a recordárnoslo.
Elena García de Alcaraz, directora de Estrategia de Fjord, la agencia de diseño e innovación de Accenture Interactive
Texto publicado en Executive Excellence nº168, julio/agosto 2020