Innovación con impacto social
Resulta difícil categorizar a los generadores de la innovación como un grupo de individuos determinado, ya sean grandes corporaciones o emprendedores. Creo que las personas innovadoras son aquellas dispuestas a ser lo suficientemente humildes como para realizar preguntas que otros no serían capaces de hacer, y tratar de responderlas.
Si nos damos cuenta, ocurre algo interesante cuando se realiza una pregunta, porque instintiva e inherentemente estás diciendo: –¿Sabes? ¡No sé cuál es la respuesta! Hay una humildad asociada a esta situación.
La aproximación investigadora es de gran utilidad. Cuando pienso en aquellos que son realmente buenos en innovación, especialmente en la que se realiza en circunstancias increíblemente difíciles –y me refiero a regiones del mundo donde no tienen materiales ni recursos institucionales similares a los que hay en EE.UU.; sitios donde la infraestructura y la gobernanza son muy distintas a las que existen en Europa, EE.UU. y las zonas emergentes de Asia–, llego a la conclusión de que su éxito se debe a haber sido capaces de realizar preguntas muy diferentes.
Por ejemplo, hace 20 años no existían teléfonos móviles en muchos países africanos ni del sur de Asia. Por entonces, Mo Ibrahim trabajaba en Londres, y decidió que iba a construir un imperio de telefonía móvil. La gente no le tomó en serio. Todos pensaron que aquellos habitantes eran pobres y no entendían lo que era un teléfono móvil; sin embargo, él miraba el problema utilizando unas estadísticas totalmente distintas y realizaba preguntas poco habituales. Así fue capaz de desarrollar una estrategia innovadora, y creó un negocio rentable y en crecimiento en un periodo de apenas siete años. En 2005, vendió su compañía por 3,4 billones de dólares. Hoy la industria de las telecomunicaciones móviles en África continental representa unos 200 billones de dólares, alrededor de 20 billones de dólares en impuestos, y da trabajo a más de cuatro millones de personas.
El caso de los tallarines instantáneos en Nigeria
En los últimos años, he tenido el gran privilegio de trabajar con el profesor Clayton Christensen en Havard Business School. Una de las cosas más importantes que aprendí es que no todas las innovaciones se crean en igualdad de condiciones. Me gustaría abordar, con dos ejemplos, el impacto que la innovación tiene sobre la sociedad cuando se realiza de una forma correcta, y para ello me basaré en un concepto de mi último libro, La paradoja de la prosperidad.
En el año 2008, fui a Nigeria y visité una comunidad de personas con muy pocos recursos. No tenían agua en sus poblados y las mujeres tenían que andar millas hasta encontrarla. Pensé que sabía cuál era la respuesta a ese problema y, sin hacer ninguna pregunta previa, reuní cierto capital y construí un pozo en uno de esos pueblos. Estaba muy ilusionado con el proyecto, pero seis meses después me llamaron diciendo que el pozo se había estropeado y nadie sabía repararlo. De hecho, la organización que entonces lideraba construyó cinco pozos, cuatro de los cuales se estropearon.
Nos costó reconocer que esa estrategia de desarrollo al push no funcionaba, que habíamos detectado un problema, pero con este tipo de estrategia habíamos atacado los síntomas forzando una solución. Eso que hicimos con el agua, también sucede con la educación y con muchas infraestructuras que se construyen sin entender su propósito. Se fuerzan soluciones en comunidades para resolver un problema, sin realmente entender la causa-raíz que subyace del mismo. Estas pueden ser exitosas temporalmente, pero con frecuencia no tienen un impacto permanente, que sí se lograría si se actuase al pull.
Aquí es donde los tallarines instantáneos –mi otro ejemplo– entran en acción. Nigeria se ha transformado en uno de los países de África con mayor consumo per cápita de este alimento, superando (o igualando) a Indonesia, Corea del Sur, China y otros países asiáticos.
Hace unos 30 años, dos amigos llegaron al país y detectaron que había una oportunidad para crear un mercado de tallarines. Por entonces, Nigeria estaba bajo un régimen militar, el PIB per cápita ascendía a 250-300 dólares anuales y la mayoría de la población vivía con dos dólares diarios.
Pero en lugar de observar el país bajo esas circunstancias y forzar a los ciudadanos a lo que ellos pensaban que era la solución adecuada, identificaron un país que se estaba urbanizando masivamente y donde las personas disponían cada vez de menos tiempo. Concluyeron que si creaban una comida fácil de cocinar y sabrosa, a la que si se le añadía proteína reportaba además un equilibrio nutricional interesante, tendrían un impacto significativo. Durante las últimas tres décadas, han intentado enseñar a los nigerianos lo que representan los tallarines.
El impacto que este modelo ha tenido sobre la economía es brutal, así como el poder de que sean los usuarios quienes lo demanden. Cuando se crea un nuevo mercado que solventa un problema muy específico para la población, se pueden generar múltiples recursos en la economía. En este caso: 350 millones de dólares en inversiones, millones en impuestos, una gran estructura de distribución, toda una agricultura trabajando para ello, un entorno de electricidad y tratamiento de aguas para poder cocinar, 13 factorías, 8.500 trabajos directos y 42.000 empleos indirectos. Este mercado ha alcanzado un billón de dólares de ingresos, ha favorecido la creación de un puerto de aguas profundas de 1,5 billones de dólares, ha generado 16 empresas trabajando para este sector, ha expandido una red de compañías logísticas y de distribución impresionante… Además, ha promovido una educación característica, que educa a las personas con un propósito muy específico.
En definitiva, el contraste entre una estrategia que se impone frente a una donde se analiza la demanda es tremendo. El hacer productos alimenticios baratos y simples que sirven a la gran mayoría en la economía es una demostración del poder de la innovación.
Me gustaría acabar con esta frase inspiradora del profesor de la Universidad de Chicago, Richard Posner: “El capitalismo es inherentemente favorable a todas las banalidades, pero también lo es a la orientación hacia las necesidades del otro, porque un individuo no puede prosperar en una economía de mercado sin tener en cuenta las necesidades de los demás. Cultivar estas cosas tan evidentes promueve las operaciones efectivas de los mercados. La economía de mercado estimula la empatía y benevolencia, pero sin destruir la individualidad”.
Efosa Ojomo, research fellow de Clayton Christensen Institute para la Innovación Disruptiva.
Texto publicado en Executive Excellence nº156, abril 2019.