Jaime Lanaspa: “A pesar de la complejidad, estamos gestionando bien la diversidad”
“Aparte del reto universal de la sostenibilidad, identifico tres grandes desafíos sociales a nivel doméstico, como sociedad española. Por orden de importancia son: la igualdad, la longevidad y la gestión de la diversidad cultural. Desde mi punto de vista, el reto de la igualdad lo hemos afrontado mal como sociedad, el de la longevidad lo estamos afrontando regular y el de la diversidad cultural, bien.
Es importante hablar de esta última o, dicho de otra manera, hablar de la inmigración. Este es un fenómeno relativamente global y antiguo, en el que importa hacerlo bien, porque lo contrario implica sufrimiento humano y despilfarro económico y social. Además, lo que más debería interpelarnos del sufrimiento es que no solo afecta a los inmigrantes, también a las poblaciones locales y de una manera muy desigual.
Entre 2000 y 2010, en época de bonanza en España, la población inmigrante de nuestro país pasó de menos el 3% a cerca del 12%. Ningún país del mundo ha visto un aumento de población relativa de origen exterior tan potente como el vivido por la sociedad española en el primer decenio de este siglo; y, a pesar de la fuerte irrupción del fenómeno, lo hemos hecho bien.
Tengo razones antropológicas para tratar de aclararme yo mismo –refiriéndome a lo que he bautizado como “humanismo difuso”, todavía más ininteligible–, pero creo que la sociedad española tiene ante el extranjero una actitud más de curiosidad que de rechazo, y esto ha sido una especie de constante en nuestro país. También tenemos la sabiduría de recordar que hemos sido un país de emigración, y que hasta fechas muy recientes hemos enviado ciudadanos a ganarse la vida a otras partes del mundo; lo cual, de alguna manera, nos permite ser más empáticos a la hora de valorar el fenómeno. Tenemos la enorme fortuna histórica de habernos dado –de modo más o menos táctico– un modelo de gestión de la diversidad, el modelo intercultural. Simplificando, este se diferencia del modelo asimilacionista francés y del modelo multicultural británico en que es capaz de conseguir que una persona pueda tener diferentes sentimientos de pertenencia, algo que a estas alturas resulta especialmente oportuno.
Frente al inmigrante no pretendemos ni que guarde para siempre su única identidad de origen, como el modelo inglés, ni que asuma de repente la identidad de destino que se ofrece de buena fe, como el modelo francés. El modelo intercultural es más complejo y rico, pretende construir una única sociedad diversa, compleja, pero una.
Contamos con indicadores para poder afirmar que lo estamos haciendo globalmente bien en este fenómeno, a pesar de la complejidad. Se ha medido, y es científicamente constatable, cuál es la distribución de la población en las tres grandes variables de relación con los inmigrantes. Existen tres posiciones posibles: la más deseable sería convivencia, que implica la mezcla, las interrelaciones, etc.; la coexistencia, que implica tolerancia; y la hostilidad. Actualmente, en la distribución de la sociedad española en los territorios con alta diversidad cultural predomina la coexistencia, es civilizado, tolerante y específico; en segundo lugar, la convivencia –que sería el objetivo–, y lejos la hostilidad, lo que explica que el grado de conflictividad por este tema en nuestro país sea claramente inferior a la media europea.
Otra lección notable de la calidad de la sociedad española es que la crisis apenas ha afectado a la convivencia, cuando sí ha ocurrido en otros países, donde se ha dado la tentación de identificar al inmigrante como responsable de la situación. El sentimiento de pertenencia, también medido científicamente, es elevado por parte tanto de los inmigrantes como de las nuevas generaciones, es decir, de las segundas generaciones, tan importantes para integrarse en la sociedad.
Por último, vinculado al exitoso modelo de trasplantes español, que hemos exportado a otros países, y a tener una tasa de donación del doble de la media europea –con lo que implica de generosidad, de buena gestión, de valor de nuestro sistema público de salud, etc.–, el 9,5% de los donantes de órganos en España son inmigrantes. Creo que esto tiene un enorme valor como indicador de integración y adaptación.
Por eso cabe perseverar esta gestión. Hay que seguir trabajando en temas como la educación, la juventud y la infancia. Además, debemos fijarnos el objetivo de que, como sociedad, la coexistencia siga vigente pero que sea la convivencia la que pase al primer nivel. Por último, tener en cuenta que lo esencial depende básicamente de nosotros, pues aquí las políticas europeas tienen una incidencia marginal. La inversión que requiere es modesta, podríamos cuantificarla en centésimas de PIB.
Longevidad y envejecimiento
La longevidad es relativamente universal, no solo afecta a los países ricos, sino que también en África está aumentando sensiblemente la esperanza de vida. En España se da el fenómeno doble de tener una esperanza de vida entre las primeras del mundo y, a la vez, una natalidad a la cola del mundo; hasta el punto de que se calcula que en el 2030 la media de edad de la población española rondará los 50 años, unos 15 años más que la media de Estados Unidos. Seremos el país de la pirámide poblacional invertida.
Como sociedad, estamos abordando parcialmente el asunto. Tenemos sensibilidad por el sistema de pensiones y desde hace años hemos trabajado el tema de la dependencia, pero hay otros ámbitos en los que hay incoherencias, incluso contradicciones. Primero, el acortamiento de la vida laboral por ambos extremos, que hará imposible financiar una pirámide invertida. Tampoco hemos introducido en el lenguaje una segmentación adecuada del aumento de la esperanza de vida; seguimos hablando de mayores, cuando mayores hay como mínimo tres clases: los mayores jóvenes, los mayores clásicos y los mayores mayores, que requieren respuestas diferentes.
Los primeros necesitan reconocimiento, dicho de otra manera, requieren que se defina socialmente un rol en el que puedan ser útiles y aportar su saber, su vitalidad, su esperanza y su experiencia; los mayores clásicos necesitan previsión, de manera que, cuando sigan aumentando en edad, la calidad de vida sea la más óptima posible; y los mayores mayores requieren protección, protección de la soledad no deseada, de los riesgos y debilidades, etc.
Otro fenómeno relativamente nuevo es el envejecimiento de las personas con discapacidad física o psíquica, cuya esperanza de vida se ha alargado de manera muy significativa, acercándose a la media de edad de la población; pero esto implica respuestas no del todo elaboradas en la sociedad. Tenemos un déficit de investigación y de inversión al respecto.
Sobre la bajada de la natalidad, la buena noticia es que, aun teniendo menos hijos de los que la sociedad española requiere, la mujer desearía tener más. Esto quiere decir que hay que poner los medios. En Europa se ha verificado que el medio más potente para ayudar a mejorar la natalidad es un sistema de guarderías accesible. Un kilómetro de AVE equivale a una veintena de guarderías; es cuestión de optar.
Recientemente, el tema de la desigualdad preocupa desde el punto de vista de la sostenibilidad, es decir, por criterios económicos y sociales, y no morales o humanistas. Para esta nueva aproximación, el nivel tolerable o límite de la desigualdad es aquel que no pone en riesgo la demanda agregada, el que no provoca la implosión social.
En nuestro país, hasta ahora lo hemos gestionado mal. A diferencia de la media europea, no hemos sido capaces de reducir la pobreza relativa en épocas de bonanza. Para mejorarlo, cabría predicar un pacto nacional por la infancia. Reorientar del orden de 0,2 puntos del PIB de cada año durante los próximos cuatro años llevaría a abordar simultáneamente el reto de la desigualdad, el de la longevidad y el de la gestión de la diversidad cultural”.
Declaraciones de Jaime Lanaspa, patrono de la Fundación Bancaria La Caixa, en el Congreso de Directivos CEDE, el 4 de noviembre de 2014