El laboratorio de poder
Hace ya años, a mediados de los 80, durante cuatro largos meses de una estancia veraniega en los National Training Laboratorios (NTL), tuve varias experiencias inolvidables en Bethel (Maine, Estados Unidos), que era entonces la meca del cambio y comportamiento humano y organizativo: Aprendizaje Sensitivo, “Action Learning”, “Outdoor Training”, etc.
Una de las primeras que recuerdo bien se denominaba “THE POWER LAB”, o “Laboratorio de Poder”. El diseño consistía en un sistema social de unas 50-60 personas, divididas en cuatro clases sociales de 10-12-15 personas cada una, colocadas todas en una gran extensión de campo, bosque espeso, con todo tipo de maleza. El ejercicio duró prácticamente un día entero, desde las siete de la mañana hasta altas horas de la noche, en un desglose interminable de acontecimientos.
Sin ninguna instrucción previa, recuerdo que, por la mañana temprano, me llevaron en una furgoneta a un lugar para mí desconocido dentro del bosque. Durante el camino, me pidieron que dejara los zapatos y calcetines en el vehículo, y me entregaron un papel azul con instrucciones que debía leer cuando la furgoneta hubiese desaparecido. Por descontado, el propósito era evitar deliberadamente cualquier posible aclaración tras leer las instrucciones. Así hice, en medio de mi soledad en el bosque. El papel era media cuartilla que simplemente decía: “Usted pertenece a la clase de los “barefooted” –pies descalzos- y puede hacer lo que considere conveniente a partir de este momento”. Eso era todo. Bastante perplejo, empecé a pasear tranquilamente por el bosque, teniendo en cuenta que disponía de todo el día.
Al poco me tropecé con otro colega. Traté de dirigirme a él, pero no me hizo apenas caso. Sin responderme, se alejó en dirección contraria a la mía. Observé que él sí llevaba zapatos. Tras algún otro contacto fallido con gente calzada, fui poco a poco encontrándome con otros “colegas” así identificados por no llevar zapatos. Tras un par de horas largas, nos habíamos reunido 12-15 “barefooted”, todos con las mismas instrucciones escritas en una hoja azul.
El laboratorio de poder consistía en experimentar en propia carne la simulación del funcionamiento y dinámica de un sistema social formado por cuatro clases: la CLASE ALTA, que tenía instrucciones de mantener el equilibrio y “buen funcionamiento” del sistema social, pero sin olvidar reservarse y guardar para ellos como mínimo el 51% de los recursos (comida y bebida de todo el día y tarde) A ellos les había sido entregada la totalidad (100%) de los recursos para distribuirlos según el criterio que acordaran.
La CLASE MEDIA tenía instrucciones de tratar de acercarse especialmente a la clase alta. De ahí naturalmente su ausencia de interés por la CLASE BAJA, a la que habíamos sido destinados los de los pies descalzos. La clase baja, como he dicho, podíamos hacer lo que considerásemos conveniente.
Había una cuarta clase social, la de los CONSULTORES. Debo decir que uno de los objetivos principales del seminario era el desarrollo de capacidades de consultoría en los asistentes. El objetivo principal de los consultores era ayudar a las otras tres clases sociales en su proceso de convivencia dentro del sistema. El destino de esta clase fue el más triste de todos. Como con frecuencia suele acontecer a esta sufrida profesión, nunca fue percibida con confianza por ninguna de las otras tres clases del sistema social.
Nuestro grupo de pies descalzos, recuerdo, jugó un partido de fútbol a media mañana con un balón viejo que encontramos en un pequeño descampado, a falta de otras ideas mejores. Pasadas las 12, empezamos a sentir hambre, nos acercamos a un búnker que también descubrimos, donde estaba refugiada y encerrada la clase alta. Quisimos contactar y hablar con ellos, desde luego sin el menor éxito.
Después nos enteraríamos de que, en el fondo, estaban aterrados y que no sabían qué hacer con la totalidad de los recursos asignados ni tampoco cómo repartirlos entre las cuatro clases. Algunos hasta dudaban de si los consultores debían formar parte de la población de beneficiarios. ¡Hasta les negaban el agua, el pan y la sal a los humildes consultores y a sus pobres hijos!
Después de muchos eventos e intentonas, en un golpe de mano y engañando a los de la clase alta mediante una aparente claudicación a sus exigencias, conseguimos entrar en el búnker por la fuerza, empujando en un momento en que se confiaron y abrieron la puerta. Hubo golpes y puñetazos como en una película del oeste. Como los pies descalzos éramos al final más numerosos que los de la clase alta, terminamos por reducirlos, llevándonos absolutamente todos los víveres del búnker, ¡y a una chica de la clase alta como rehén! Nos llevamos todo a nuestra cueva, un refugio que habíamos descubierto para protegernos en caso de que lloviera. Lo primero que hicimos fue comer, y también dar de comer a la chica rehén. La clase alta no había tenido tiempo de comer en su discusión sobre cómo repartir los bienes y cómo consolidar su situación, manteniendo su estatus social.
La situación cambió por completo desde que pasó esto. Al final, aunque tarde para algunos, todos pudimos comer. Los consultores fueron los últimos en el reparto. Su situación fue realmente desoladora, pues nadie les hacía caso y su opinión apenas contaba para nada. En este aspecto constituyó un excelente ejercicio preparatorio y de humildad para anticiparles lo que se van a encontrar quienes se dediquen a tan respetable profesión. Salieron peor que el “maestroescuela” del pueblo.
La clase en el poder sufrió una depresión por no haber acertado a administrar adecuadamente el poder del que disponían. Se habían entretenido demasiado en temas secundarios, diferentes a los que preocupaban al resto de clases.
La clase media consideró como error haber dedicado prácticamente toda su atención a negociar con la clase superior para integrarse con ella, desoyendo a la clase baja, con la que podría haber hecho una alianza importante para influir mejor sobre la clase alta. Esto no se lo perdonó la clase baja, que tomó represalias contra ellos, poniéndoles entre los últimos de la cola.
También se quiso tomar alguna que otra represalia individual contra alguno de la clase alta o media que había jugado alguna mala pasada a algún “pies descalzos”.
Tampoco fue todo tan fácil para los “pies descalzos” desde que se hicieron con el poder. Quizá por estar dentro de una cultura competitiva como la norteamericana, hubo importantes problemas sobre el reparto de poder, cómo se iban a tomar las decisiones y, en definitiva, quién mandaba al final. No todos quedaron contentos con el reparto de puestos y papeles en función de los méritos.
Con independencia del resto de eventos, quizá lo que más claramente aprendimos fue que:
● En un proceso de negociación entra en juego la lógica y raciocinio, pero, sobre todo, es clave el control del poder y de los recursos.
● La acumulación de problemas, toma de decisiones y establecimiento de prioridades se torna en algo dramático para los que detentan el poder.
● La clase media se siente constreñida y presionada por la clase baja e ignorada por los que detentan el poder.
● Cuando uno no tiene nada que perder, está dispuesto a casi todo. Eso nos pasó a los “pies descalzos”
● La capacidad de influir en los demás y el ejercicio de la propia libertad no le vienen a uno regalados en la vida. Tiene que ganárselos a pulso, no sin lucha.
● Los que detentan el poder tardan en percibir las necesidades, las urgencias y las prioridades de las otras clases.
Ninguna de estas cosas nos hubiera pasado por la cabeza al comienzo del Laboratorio de Poder.
José Medina, presidente de Odger Berndtson