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Liderazgo en el cambio de ciclo

(Tiempo estimado: 4 - 8 minutos)

Estamos en pleno cambio de ciclo histórico, si bien la intensidad del día a día nos dificulta comprender realmente qué es lo que está pasando.

Uno de los libros más interesantes que he leído recientemente es el último de José Manuel Otero Novas, (Vigo, 1940), titulado El retorno de los césares. Tendencias de un futuro próximo e inquietante. Otero Novas, que fue Ministro de la Presidencia y Ministro de Educación con Adolfo Suárez, es actualmente Presidente del Instituto de Estudios de la Democracia de la Universidad San Pablo CEU. Un hombre sabio, uno de los padres de nuestra democracia, que revisa con perspectiva y rigor la historia de Occidente y más concretamente la de nuestro país. Probablemente lo peor del libro sea su título, que hace pensar en la vuelta de los fascismos a Europa más que en la inevitabilidad de los ciclos, que es realmente de lo que se ocupa con enorme calado.

José Manuel Otero Novas ha llegado a la conclusión de “que, muy probablemente, estamos finalizando una de las periódicas fases “apolíneas” de la Cultura Occidental -que en su vertiente positiva significa serenidad, igualdad, racionalismo, democracia, tolerancia, armonía…-; y por ello concluye que nos encontramos próximos a la también resonante fase dionisiaca -que en lo favorable resalta esfuerzo, mérito, ideales, exigencia, sacrificio, entusiasmo…-. A poco que pensemos sobre ello, es así.

Apolínea es la concepción del mundo como un todo ordenado, racional, luminoso. Los griegos conectaban esta visión de la realidad con el dios Apolo. El dios de la juventud, la belleza,  la poesía y las artes en general. Pero, según Nietzsche, expresaba para ellos  mucho más, un modo de estar ante el mundo: era el dios de la luz, la claridad y la armonía, frente al mundo de las fuerzas primarias e instintivas. Representaba también la individuación, el equilibrio, la medida y la forma, la racionalidad. Para la interpretación tradicional toda la cultura griega era apolínea

Dionisiaca (en alusión al dios griego Dionisos -Baco para los romanos-, el dios de la vida vegetal y del vino, de las fiestas báquicas presididas por el exceso, la embriaguez, la música y la pasión; pero, según Nietzsche, con este dios representaban también el mundo de la confusión, la deformidad, el caos, la noche, el mundo instintivo, la disolución de la individualidad, la irracionalidad), es la concepción típica del mundo griego anterior a la aparición de la filosofía. Representa el “espíritu de la tierra” o valores característicos de la vida. Nietzsche hace una interpretación de Dionisios que va más allá de su significado habitual, considerando que con esta figura mítica los griegos representaban una dimensión fundamental de la existencia, que expresaron en la tragedia y que quedó posteriormente relegada en la cultura occidental: la vida en sus aspectos oscuros, instintivos, irracionales, biológicos. Aunque Nietzsche explica este término en su obra juvenil “El nacimiento de la tragedia”, nunca lo abandonó, y ha quedado para la posterior como metáfora de lo que más tarde se ha llamado la “voluntad de poder”. 

A lo largo de la Historia se han repetido los ciclos apolíneo y dionisiaco: en Grecia, la era de Pericles (apolínea) y la exaltación dionisiaca de Filipo de Macedonia y Alejandro Magno; en Roma, la República (apolínea) y el Imperio (dionisiaco); en la Edad Media se suceden los bárbaros (dionisiaco), la escolástica (apolíneo); el Renacimiento, apolíneo en el XIV-XV con reacciones dionisiacas en el XVI. El Quijote es un cambio de fase hacia lo apolíneo, que se consolida en el XVIII; nuevo periodo dionisiaco en el Romanticismo y el Liberalismo; vuelve lo apolíneo (racionalismo, positivismo) en la segunda mitad del XIX; Nietzsche promueve una nueva era dionisiaca, que culmina en la belle epoque, el vitalismo y la década de los 30 (dictaduras, totalitarismos); tras 1945, de vuelta a lo apolíneo; y ahora, cambio de ciclo hacia lo dionisiaco.

Resulta muy interesante comprobar cuáles son los pensadores que más “se llevan” ahora: Aristóteles (“coach” de Alejandro Magno), cuyo concepto de felicidad (el reto, la eudaimonia) es el más apreciado en estos momentos; Séneca (en la transición de la república al Imperio Romano), cuya filosofía estoica lidera nuestro concepto de serenidad y resiliencia (el filósofo Tom Morris, autor de “Si Aristóteles dirigiera la General Motors” y “Si Harry Potter dirigiera General Electric”, ha escrito también “El modo estoico de vivir”); San Tomás de Aquino; Cervantes y su Quijote, por supuesto (el sueño de ideales al final de una etapa apolínea; Baruch Spinoza (favorito del neurólogo Antonio Damasio, autor de “El error de Descartes”; José Antonio Marina nos recuerda en un artículo muy reciente una frase del filósofo holandés: “Cuando el ser humano siente que es capaz de hacer algo, se alegra”); Nietzsche, sin duda (“Todo placer quiere eternidad”, escribe en Así habló Zaratustra). Actualmente, pensadores como Michel Onfray, cuyas obras superan en Francia los 200.000 ejemplares. En su último libro, “La fuerza de existir. Manifiesto hedonista”, Onfray propone una heurística de la audacia frente a la “heurística del miedo”. 

Otero Novas demuestra en la obra citada que España ha vivido respecto a los ciclos apolíneo y dionisiaco un camino paralelo el ritmo de Occidente. Al final del siglo XX, nuestro país se encontraba en fase apolínea: muy alto nivel de tolerancia, espíritu igualitario, conveniencia de la democracia, necesidad de la paz… y también aspectos negativos: objetivos políticos de corte hedonista (“el bienestar de los ciudadanos”), corrupción, todo vale, hundimiento de los ideales…

Tras una etapa de Yin (pasividad), una de Yang (dinamismo). Es típico, siempre según Otero Novas, del fin de una etapa apolínea la crisis de autoridad, la desobediencia, el hastío y aburrimiento, la profesionalización política, la búsqueda del populismo, la confusión y la indiferenciación… Pensemos en las películas finalistas en los Oscar de este año: representan el tedio (“Expiación”), la corrupción (“Michael Clayton”), la ambición desmedida (“Pozos de ambición”), el sarcasmo (“Juno”) o la violencia (“No es país para viejos”). ¿Se nos ocurre algún actor más dionisiaco que Javier Bardem? Entre los elementos dionisiacos emergentes, el hambre de valores o lo liberal-globalizador, como podemos ver en Nicolás Sarkozy, en Barack Obama o en McCain.

Creo que Otero Novas acierta plenamente en el diagnóstico. Sin embargo, en un capítulo llamado “lo venidero”, el ex ministro de UCD alerta de que la próxima ola puede llevarnos a resultados similares a los años treinta del siglo pasado. Es “el Cesarismo como una de las tendencias propias de la fase dionisiaca”. Ahí es donde discrepo en cierto modo con el ex ministro. De hecho, me temo que en este caso se cumple la primera ley de Arthur C. Clarke (el escritor de ciencia-ficción): “Cuando un científico distinguido, aunque ya mayor, afirma que algo es posible, seguramente tiene razón. Cuando afirma que algo es imposible, seguramente se equivoca”. José Manuel Otero Novas es un grandísimo científico social, mas yerra (en mi modesta opinión) al suponer que el futuro es una prolongación del presente.

Creo que en esta nueva etapa se impondrá un cerebro mucho más empático, con mucha menor inclinación a la violencia, más comunicativo, mucho más emotivo, sin testosterona. Estoy plenamente convencido de que la feminización del talento y del liderazgo nos librará del retorno a los césares y nos introducirá en una fase dionisiaca apasionante. En el mundo de la empresa, es la transformación de compañías tayloristas (100% apolíneas) a entornos leonardescos, en los que se fomenta la curiosidad, la vocación, el aprendizaje, la iniciativa, el dinamismo, la maestría, la reputación o el legado. Me gusta el estilo de Liderazgo (así, con mayúsculas) de Laura González-Molero, de Ana Patricia Botín, de Rosa María García, de Amparo Moraleda, de Patricia Abril, de Marieta del Rivero, de Ana María Llopis, de Elena Gil, de Belén Garijo, de María Dolores Dancausa, de Susana Rodríguez Vidarte, de Rosa Heredero, de María Benjumea, de Carlota Mateos, de María Eugenia Girón, de Inmaculada Álvarez, de Eva Castillo, de Inma Shara, de Ángeles González-Sinde, de Susana Grisso… y de muchos directivos con la serenidad, vocación de servicio, capacidad de inspirar y autoridad moral suficientes como para no ir de machos alfa por la vida.

Bienvenido sea este cambio de ciclo, que requiere de mayor esperanza, de ideales y de mucha valentía. El joven poeta Alberto Santamaría (Torrelavega, Cantabria, 1976) lo expresa así en “He aquí la mentira”, dentro de su obra “Notas de verano sobre ficciones de invierno” (III Premio Vicente Núñez):

Eres fábula en la boca de la vergüenza

y de la esperanza,

pan que envenena las huellas de tus padres.

El tiempo -ese otro tiempo que no cabe

en las agujas o en la arena,

en el pálido letrero de las farmacias-

deposita en ti el aroma suave de las raíces,

otros cuerpos, el sudor nuevo de la edad

y del hombre.

Artículo de opinión publicado en Executive Excellence nº47 feb08

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