Management pontificio, por Javier Fernández Aguado
URBANO VI. El papa que no debió serlo (I)
Las habilidades comportamentales y directivas no son un capricho. Algunos las califican erróneamente de soft skills, como si tuvieran escasa relevancia. Son en realidad difíciles de adquirir y de suma importancia. Su ausencia puede dañar gravemente a las organizaciones y sus personas. Tanto como la carencia de conocimientos técnicos. Expongo a continuación uno de los casos más sangrantes de la historia, el de Bartolomeo Prignano, que llegó a papa sin capacidad suficiente. De los 266 romanos pontífices hasta el momento, ha habido otros descalificables para el ejercicio del oficio petrino. Alguno, tristemente cercano.
Analizo hoy el caso de Urbano VI. Su carencia de hábitos comportamentales dignos estuvo en el origen del Cisma de Occidente. Hice una somera referencia a él en 2000 años liderando equipos (Kolima, 2020). Ahora entro mucho más a fondo.
La ausencia de habilidades comportamentales y directivas puede dañar gravemente a las organizaciones y sus personas. Tanto como la carencia de conocimientos técnicosEl cónclave de 1378 en el Vaticano tras el fallecimiento de Gregorio XI fue el primero que se celebró en Roma desde el 1303. ¡Habían transcurrido 75 años! La reunión tuvo lugar en medio de colosales quejas. Ante el temor de que fuese proclamado, una vez más, un cardenal francés, con el riesgo que supondría de retorno del papado a Aviñón, gentíos formados por vecinos del Tíber se echaron a la calle. Irrumpieron en los palacios vaticanos al grito de “romano lo volemo al manco italiano”: “uno romano o como mínimo italiano”.
16 cardinales de los 22 existentes, pues seis se habían quedado en Aviñón, padecieron el temor de desagradar a la voluntad popular. Tras una noche tranquila, el alba volvió a convocar a los vociferantes. Afectados en parte por la aprensión, 15 de los presentes votaron a Bartolomeo Prignano, arzobispo de Bari. Antes de que se pudiera gestionar el consentimiento del nominado, que no se encontraba en Roma, los amedrentados purpurados, ante la presión del populacho, presentaron a un anciano cardenal romano, Francesco Tebaldeschi, como si hubiera sido el seleccionado. Lo sacaron casi a rastras para presentarlo como nuevo Pontífice. La escena fue grotesca, pero sirvió para que la aplacada aglomeración se dispersara.
El día sucesivo, 12 electores volvieron a reunirse y confirmaron lo correcto de lo actuado. A punto de cumplir los 60, Prignano, el napolitano, era un experto canonista. Acumulaba experiencia como arzobispo de Acerenza (1363) y después de Bari, desde 1377. Durante dos décadas había sido personaje ilustre en la curia de Aviñón. Desde que, en 1376, Gregorio XI retornara a Roma había sido el responsable de la cancillería. En aquel tiempo había provocado admiración por su austeridad, eficiencia y celosa conciencia.
Por vía paterna, pertenecía a la pequeña nobleza salernitana. La madre, Margherita Brancaccio, procedía de un linaje bien valorado en Nápoles. Este hecho le había abierto las puertas del mundo jurídico hasta el punto de serle asignada una cátedra de derecho canónico. A partir de 1360 fue rector de la universidad partenopea. En la cátedra y luego desde las sucesivas diócesis, Bartolomeo había reivindicado la supremacía del poder espiritual por encima del temporal de príncipes y monarcas.
A partir de 1364, comenzó su relación con Aviñón hasta su establecimiento definitivo en aquella ciudad en 1368. Se convirtió pronto en el hombre de confianza del vicecanciller, el cardenal de Pamplona Pierre de Montruc. A ellos reportaban doscientas personas entre redactores y copistas de bulas, registradores, correctores de cartas apostólicas, conservadores del sello papal, amanuenses y miniadores. Cuando, en 1376, Gregorio XI atravesó los Alpes camino de Roma, Montruc permaneció a orillas del Ródano y Prignano fue el responsable de aquel colosal y delicado engranaje del que dependía la entera corte pontificia desde el punto de vista burocrático. Como recompensa por el ímprobo esfuerzo, en enero de 1377, tal como he mencionado, el papa le confió la archidiócesis de Bari. Tras sus loables virtudes había quedado camuflada una pertinaz intransigencia, un temperamento fogoso y la determinación de asegurar sus derechos más allá del comedimiento.
Eligió el nombre de Urbano VI, aunque pronto muchos le calificarían de inurbano. Era el 18 de abril de 1378. De inmediato notificaron el nombramiento a los cardenales que permanecían en Aviñón, a Carlos IV y a los demás soberanos cristianos.Tras sus loables virtudes había quedado camuflada una pertinaz intransigencia, un temperamento fogoso y la determinación de asegurar sus derechos más allá del comedimiento
Durante las sucesivas semanas, los príncipes de la Iglesia ofrecieron su colaboración sin manifestar reserva alguna sobre la elección. Entre otros motivos, porque aquellos prelados esperaban reforzar sinecuras para ellos o para sus parientes. Apenas convertido en Vicario de Cristo en la tierra se acumularon las petitorias. Los cardenales Cros, Malesset y Aigrefeuille fueron los primeros en acudir a pasar factura. Le explicitaron que sin su apoyo él no sería papa. Le requirieron, entre otras cosas, la concesión de la púrpura para un amigo, la confirmación de Gian de Bar, pariente del papa Gregorio, en su responsabilidad como primer camarero. Urbano no se mostró por la labor y los cardenales tampoco por ceder en sus aspiraciones.Eligió el nombre de Urbano VI, aunque pronto muchos le calificarían de inurbano
Ni corto ni perezoso, Malesset añadió la solicitud para sí mismo del decanato de Compostela y otros favores para gente de su equipo. Aigrefeuille, más diplomático, le ofrendó costosas dádivas, trasladando a sus subordinados el encargo de dirigirse en su nombre para clamar por prebendas. Del cardenal Sortenac llegó el anhelo de que alguien de su confianza fuese nombrado clérigo de cámara del papa. Bossano solicitó para él las rentas de una fructífera abadía benedictina.
Por otro lado, desde tiempo inmemorial el recién elegido recompensaba con efectivo a aquellos que le habían proclamado papa. Todos sus predecesores lo habían realizado así. Juan XXII y Benedicto XII habían distribuido a los cardenales 100.000 florines. Cifras semejantes habían manejado Clemente VI e Inocencio VI. Incluso Urbano V, muerto, olor de santidad y cuyo hombre había elegido Prignano para perpetuar su recuerdo, había entregado 40.000 florines para el beneficio de los electores. Urbano VI se negó en redondo.En la fiesta-banquete de celebración, en vez de sabrosos alimentos, los 16 purpurados encontraron en su plato sopa, hierbas crudas, un poco de pollo o pescado sin condimentar. Acostumbrados a banquetes suntuosos, aquello les resultó insulso e insultante
En la fiesta-banquete de celebración, en vez de sabrosos alimentos, los 16 purpurados encontraron en su plato sopa, hierbas crudas, un poco de pollo o pescado sin condimentar. Acostumbrados a banquetes suntuosos, aquello les resultó insulso e insultante. El mensaje de Urbano VI de que había que vivir con austeridad, no ayudó a mejorar su percepción.
La historia continúa aquí: Management pontificio.
URBANO VI. El papa que no debió serlo (II)
Javier Fernández Aguado, socio de MindValue y director de Investigación de EUCIM.
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Artículo publicado en enero de 2024.