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La autenticidad del ser

(Tiempo estimado: 5 - 10 minutos)
Gandhi

Un discípulo le preguntó a su maestro:

–Maestro, ¿qué es el ser humano?

–El ser humano no es ni lo que los demás creen que es, ni lo que él mismo piensa que es.

–Pero maestro, ¿qué ocurriría si un día el hombre se diera cuenta de que no es lo que siempre ha creído que era y que  tampoco es lo que los demás veían en él?

–Que el gusano comenzaría su transformación en mariposa.

Cuánta sabiduría encierra este diálogo entre dos personas que estaban dispuestas a abrirse a la fascinación del misterio. Qué fácil y cómodo resulta caminar por la senda que ya ha sido trazada y qué miedo puede llegar a dar atreverse a caminar por un terreno que parece que nadie antes ha pisado. Con qué frecuencia nos encolerizamos contra los males del mundo y actuamos como si fuéramos capaces de hacer algo al respecto y, sin embargo, nos sentimos tan impotentes para cambiar nuestros propios estados de ánimos. Qué rápido buscamos culpables en nosotros y en los otros, en lugar de darnos cuenta de lo que cada uno, en su área de influencia, puede hacer para crear un mundo mejor.

Vivimos en una ceguera, en una falta de autenticidad de tal calibre, que a menos que despertemos, que nos demos cuenta de ello, nada de lo que conocemos y sabemos podrá ayudarnos a crear una realidad de la que verdaderamente nos sintamos orgullosos. No importa caminar más lento o más rápido si al fin y al cabo, no hemos salido de la oscuridad. 

Las personas nos sentimos angustiadas ante un mundo que parece que es ingobernable. Somos conscientes de que hemos progresado en muchas cosas, pero en otras seguimos exactamente igual que nuestros más lejanos antepasados. Antes teníamos hachas y ahora tenemos misiles y eso, sin duda, es progreso; sin embargo, ambos los seguimos usando para lo mismo, para destruir la vida, y eso pone en cuestión la verdadera naturaleza de tal progreso.

Hay muchas personas que tienden a negar los hechos y cuando la realidad a la fuerza se impone, entonces sostienen que dada la envergadura de los hechos, no hay nada que con nuestra pequeñez, se pueda hacer para cambiar la situación. Si observamos, en ambas actitudes hay una invitación o a la ceguera o a la inacción. Siempre ha sido más fácil encontrar personas que se aferren al “es que”, que personas que elijan desprenderse de todas las excusas que podrían tomar del entorno, para centrarse en el “hay que”.

Los datos que vienen de la investigación médica nos piden pararnos, aunque sea un instante y reflexionar, porque hay demasiado en juego. De igual manera que el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento, tampoco el desconocimiento de aquellos principios sobre los que opera la realidad, nos exime de su cumplimiento.

Necesitamos trascender, traspasar la manera en la que nos estamos “usando” a nosotros mismos y la manera en la que “usamos” a los otros. Cuando miramos a una persona, cuántas veces no la estamos viendo a ella, sino que sólo vemos lo que nosotros queremos lograr a través de ella. Sin darnos cuenta, hemos bajado a un ser humano del plano de las personas al plano de los objetos. Ahora es sólo una ayuda o un impedimento a la hora de conseguir lo que yo de verdad deseo. 

La calidad de una vida tiene mucho que ver con la calidad de los vínculos que establecemos con nosotros mismos y con los demás. Y yo me pregunto, ¿qué clase de vínculos se van a crear entre seres humanos, si ni siquiera vemos a los otros, sino simplemente la imagen que nos hemos creado acerca de ellos? 

Si fuéramos conscientes de hasta qué punto la enfermedad física tiene relación con la mentalidad de víctima, entenderíamos que el papel de una gallina dentro de un corral puede parecer relativamente cómodo y, sin embargo, ese animal no sólo no es libre, sino que además ya tiene su destino inexorablemente marcado.

Cuando nos sentimos a merced de las circunstancias, pequeños, insignificantes, desesperanzados, nuestro cerebro da rienda suelta a la liberación de ciertas hormonas que tienen la capacidad de subir la tensión arterial, y hacer que el hígado aumente los niveles de colesterol en la sangre, favoreciendo así que ciertas arterias primero se ocluyan por un trombo. Hay emociones que empeoran el funcionamiento de las células que nos defienden frente a las agresiones bacterianas y virales y que llegan incluso a destruir neuronas cerebrales implicadas en la misión de hacernos sentir alegres y confiados. Son estas mismas neuronas, las que nos ayudan a aprender cosas nuevas y a no olvidarlas. 

Cuántas personas se quejan de todo tipo de malestar digestivo, cuyo único  origen es la enorme tensión en la que vivimos cada día. Nunca hubiéramos supuesto que nuestra mentalidad se reflejara de forma tan directa en nuestros niveles de salud, energía y vitalidad.

Necesitamos recuperar el verdadero valor del ser persona y para ello tenemos que atrevernos a salir de nuestra zona conocida para poder acceder a un nuevo espacio de abundancia y prosperidad. Cuando salimos de nuestra zona de confort, nos sentimos perdidos, confusos y desorientados y, por eso, tendemos a volver al lugar del que partimos. Por eso, sólo el compromiso firme puede ayudarnos a superar esta zona de hundimiento y abrirnos el acceso a la zona de descubrimiento y evolución. Sólo existe un obstáculo para hacerlo y no es el miedo como muchas veces suponemos, sino nuestra absoluta ignorancia sobre nuestra realidad personal. Esa ignorancia procede de nuestro propio ego, la forma en la que nos describimos a nosotros mismos y a los demás. Aquello que teje las raíces de nuestra identidad. Encerrados en una “cárcel de espejos”, miramos y sólo vemos lo que se refleja en ella y que no es otra cosa que nuestra propia imagen. Atreverse a romper esa “cárcel de espejos” requiere un gran valor, porque creemos que al romperse nuestra propia imagen reflejada somos nosotros y no nuestra imagen la que desaparece. Por eso, cuando se rompe el espejo, se abre una ventana a lo que es la realidad infinita. De ahí aquellas extraordinarias palabras de la sabiduría ancestral: “no vemos el mundo que es, vemos el mundo que somos”.

Uno no puede dejar de sorprenderse de los mensajes que nos llegan de la mitología, donde todo el colorido que adornan a héroes y dioses es una excusa para hablar de lo que acontece en el ser humano. Cómo olvidar a Narciso, que ensimismado en su propia imagen reflejada en el agua, cayó a ella muriendo ahogado. Aquellas personas que despiertan su esencia dormida, llevan luz donde hay oscuridad y la llevan no con sus discursos sino con su presencia, con su coherencia entre lo que dicen y lo que hacen

El liderazgo personal a mi entender es primero una actitud, después una resolución, y finalmente un entrenamiento. Es una actitud en cuanto que permite darse cuenta de que hay algo valioso que ha de ser hecho y que es uno el que ha de hacer algo. Es una resolución en el momento en el que hacer ese algo se convierte en una prioridad. Finalmente, es un entrenamiento porque implica un proceso cargado de paciencia y persistencia para sacar a la superficie aquellas capacidades y aquellas fortalezas que se encuentran dormidas. 

Es un liderazgo en el que no se busca luchar por ser el primero, sino ser el primero en luchar. Es un liderazgo en el que uno se arriesga más de lo que es cómodo y espera más de lo que parece razonable. Es un liderazgo en el que uno actúa porque confía.

Aquellas personas que despiertan su esencia dormida, llevan luz donde hay oscuridad y la llevan no con sus discursos sino con su presencia, con su coherencia entre lo que dicen y lo que hacen.

No puedo olvidar como esto mismo lo ejemplarizó Gandhi en un hecho singular. Una mujer india tenía un hijo diabético. La mujer vivía en la angustia permanente por la enorme dificultad que encontraba, controlando la enfermedad de su hijo. Por más que ella y los propios médicos se lo habían dicho, el niño no dejaba de comer golosinas. Un día la madre llamó al niño y le dijo:

–Hijo mío, de nada han servido nuestras advertencias para que cuides de tu salud. Si fuéramos a ver a Mahatma y él también te lo dijera, ¿dejarías de tomar golosinas?

–Sí, madre, sí lo haría–contestó el niño.

La mujer y su hijo emprendieron un viaje que se prolongó durante dos días y medio. Ya en presencia de Gandhi, la mujer le contó el problema y le suplicó que le dijera a su hijo allí presente que no volviera a tomar golosinas.

–Vuelve dentro de dos semanas-fue la contestación de Gandhi.

La mujer no comprendía nada y desconcertada contestó:

–Pero Mahatma, he tardado dos días y medio en llegar hasta aquí, ¿por qué no se lo dices ahora?

–Vuelve en dos semanas.

Fue la única respuesta que aquella mujer consiguió.

Pasado este tiempo, la mujer volvió a emprender el viaje que, al igual que la vez anterior, duró dos días y medio. De nuevo frente a Gandhi, la mujer intentó contarle el motivo de su viaje.

–Te recuerdo bien–repuso Gandhi.

Entonces mirando al niño, le dijo:

–Jovencito, tienes que prometerme que no volverás a tomar golosinas.

El niño le prometió a su héroe que así lo haría.

La madre no entendía nada y entonces le preguntó a Gandhi:

–Mahatma, ¿por qué no le dijiste esto mismo hace dos semanas y me has hecho volver sabiendo lo lejos que vivo?

–Porque hace dos semanas yo era adicto a las golosinas y me ha llevado dos semanas quitarme mi adicción.

En Gandhi residía una cualidad energética difícil de expresar con palabras. Por eso, lo importante no es tanto lo que se hace, sino el cómo se hace, la calidad de una acción. 

Hay líderes en las familias, en los colegios, en los gobiernos y en los países. No son muchas veces aquellos que se llaman así mismo líderes, sino que son esas otras personas que, alejados de toda notoriedad, descubrieron en un momento de su vida que el liderazgo tiene poco que ver con ser servido y mucho con servir. Son seres humanos que, poco a poco, levantándose después de cada caída, aprendieron a dejar su propio ego fuera de la ecuación. Ellos son nuestra verdadera inspiración, porque son los que con su coraje y su determinación nos han mostrado a todos cómo transitar con ilusión y confianza este camino interior que nos lleva a sacar lo mejor que hay en nosotros y a encontrar esa luz que disipa toda oscuridad.


Mario Alonso Puig

Miembro de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia

Conferenciante de HSM Talents


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