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Errores que comenten las mujeres...

(Tiempo estimado: 4 - 7 minutos)

Cuando llegan a la cúpide del club masculino.

Si pensábamos que el ascenso a la cumbre era duro, no te imaginas lo difícil que es mantenerse allí. He visto a muchas grandes mujeres llegar arriba sólo para fallar y hundirse después. ¿Qué es lo que hacemos mal?

Cuando entramos a formar parte del club de “chicos” (o incluso de un club de “chicos ilustrados”) nunca podemos perder de vista su naturaleza: son hombres. Cuando estos permiten a una mujer liderarles, siempre hay condiciones. No somos uno de ellos y nos miran de reojo, con desconfianza… al menos durante un tiempo. Dan la impresión de estar esperando un resbalón para decir: “Ya decía yo que iba a fracasar”.

Los cinco errores clásicos (que cometemos)

1. Nos emborrachamos de poder. 

Una vez alcanzada la cumbre, parecemos olvidar aquellas habilidades de negociación que a ella nos llevaron. Nuestra “democrática” paciencia femenina es sustituida por la aparentemente más eficiente “dictadura” masculina. Puede parecer más fácil decir a las personas lo que tienen que hacer, cuando en realidad nos interesa más continuar negociando para conseguir una colaboración pacífica y constructiva. De un hombre no se espera que arrope a los suyos, y por ende no se penaliza esta carencia. De una mujer se espera que “cultive y colabore” cuando llega a la cumbre; si no somos capaces de hacerlo, parece que hemos traicionado la confianza depositada en nosotras y perdemos a nuestros seguidores. He visto a mujeres que, tras ser promocionadas a posiciones ejecutivas, se transformaban en personas diferentes. En estos casos, las lealtades se convierten en algo obligatorio, y que no es necesario ganarse: ¡craso error!

Los grandes líderes saben que, para liderar, se necesitan indefectiblemente seguidores voluntariosos y convencidos. Esto es aún más cierto y crucial en el caso de las mujeres. No podemos dar nada por supuesto, incluso cuando viene acompañado de un despacho suntuoso, un coche de empresa y otras regalías.

2. Dejamos de ser capaces de percibir el ambiente. 

Éste es un hecho recurrente, como consecuencia de la arrogancia que acompaña al puesto de líder. De repente, todos intentan saber qué piensas, qué deseas… te hacen la pelota. 

Este poder instantáneo genera un falso sentimiento de seguridad que hace que dejemos caer nuestras defensas. Pero ser el jefe no hace que seas invencible. Quienes te siguen serán quienes te crucifiquen si no haces adecuadamente el trabajo que esperan que hagas. Nunca se debe dejar de analizar el entorno, algo esencial para distinguir entre quienes te guardan la espalda y quienes la utilizan como diana. 

Si vienes de fuera, la primera lección para la supervivencia es entender la nueva cultura. Si no tienes la menor consideración hacia los hombres a quienes se supone que has de liderar, éstos siempre encontrarán alguna forma de desacreditarte. Es el arma de los cobardes, porque nunca los ves venir. Si eres demasiado dura con ellos, y no les haces ganar lo suficiente, encontrarán una forma de quitarte del asiento. Sabemos que es así y lo vemos cada día los periódicos.Está bien que seamos decididas, valientes y con visión estratégica, siempre y cuando también seamos colaboradoras, estimuladoras y empáticas. Es nuestra cruz

3. Nos volvemos verdaderas “zorras”. 

Y no hablo de ser duras o firmes, hablo de ser auténticas “zorras”. En algunas, este carácter permanece oculto y no aflora hasta que ocupan una posición de poder; pero a estas mujeres es fácil detectarlas: tratan mal a sus subordinados, entre otras cosas manteniéndoles en la ignorancia. En vez de delegar responsabilidades, se dedican al micromanagement, no permitiendo que quienes están a su alrededor hagan su trabajo. Las mujeres que son “zorras” no escuchan a nadie y acumulan la información, ya que para ellas (la información) es poder. Pero lo peor que hacen es tratar a sus compañeras mujeres aún peor que lo harían los hombres.

Podemos ser fuertes, e incluso adoptar algunas de esas características masculinas que tanto admiramos en nuestros compañeros, pero en ningún momento debemos olvidar nuestras características femeninas. Hay atributos masculinos esenciales para recorrer el camino hacia la cumbre,  pero éstos siempre han de estar atemperados por nuestras cualidades femeninas cuando tomemos las riendas. Ser capaz de tomar decisiones es importante (el liderazgo de arriba abajo es mejor -más sencillo y eficaz- que el de abajo arriba), pero hay una diferencia de expectativas en relación al género; un doble rasero. Como mujeres se espera que actuemos bajo ciertos patrones, criticándosenos conductas fuera de ellos. Por ejemplo, a una mujer se la puede acusar de autoritaria porque no cumpla las expectativas colaborativas, y cuando actúa con decisión se la tilda de resentida. Para los hombres estos calificativos pueden ser “medallas”. Está bien que seamos decididas, valientes y con visión estratégica, siempre y cuando también seamos colaboradoras, estimuladoras y empáticas. Es nuestra cruz.

4. Tomamos las reins (riendas) pero no traemos las rains (lluvias). 

Ser consejero delegado se ha transformado en una ocupación peligrosa, y podríamos discutir si en la cúspide se juzga a los hombres y a las mujeres por igual. Uno puede argumentar que debería ser así, valorando la consecución de los resultados. Lo cierto es que no hace mucho leí en un blog de Internet: “cómo cinco mujeres, máximas ejecutivas, han conseguido destruir la confianza en la economía de los Estados Unidos”. Curiosamente, no he encontrado listas similares referidas a hombres. Es evidente que hay un doble rasero, aunque a nadie se le ocurriría discutir con el poderoso Don Dinero.

5. Olvidamos que hemos de ser mejores que los hombres. 

Siempre nos olvidamos de esta norma fundamental cuando llegamos a la cúspide. Mientras los hombres y las mujeres sigan siendo diferentes, y ambos luchen por los mismos puestos de responsabilidad, siempre existirá una doble vara de medir. Lo que hagan los hombres será juzgado de manera diferente a lo que hagan las mujeres. Por ello, puedes sentirte resentida, protestar…, pero la situación no va a cambiar. 

Como consecuencia y para llegar al mismo sitio, habremos de trabajar de forma más efectiva, pensar de forma más inteligente y gestionar de forma más humana. Y todo ello acompañado de más paciencia que la empleada por los hombres. Algunas de nuestras características femeninas son privativas. Los hombres, o no pueden ser como nosotras (no tienen la intuición femenina, por ejemplo), o no quieren ser como nosotras (recordemos que no tienen la misma empatía: no les preocupa tanto cómo se sienten los demás). Si somos capaces de mantener nuestra superioridad femenina, podremos gobernar de una forma mucho más agradable y humana que cualquier hombre.

Independientemente de quiénes seamos, como mujeres tenemos que luchar con equilibrio. Jim Patterson decía en una conferencia: “Pensemos que la vida es como un juego de manos donde movemos cinco pelotas, que llamaremos: trabajo, familia, salud, amigos e integridad; tratamos de mantener todas las pelotas en el aire. Un día, al caerse la pelota trabajo, te das cuenta de que es de goma, pues se cae y rebota. En cambio, las otras cuatro pelotas son de cristal, y si se caen quedarán irrevocablemente marcadas, arañadas o rotas. Teniendo esto claro, buscamos con ahínco el equilibrio en nuestras vidas”. 

El mayor peligro para las mujeres que están luchando por el éxito en los negocios (y en la empresa) es que se equivoquen con las pelotas.


Nina DiSesa, consejera delegada de McCann Erickson en Nueva York y autora del libro Seduciendo al club de chicos (Seducing the boys club).

Imagen de apertura © Freepik

Artículo de opinión publicado en Executive Excellence nº84 sept11 .


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