¿Por qué me gustan mayores?, por José Manuel Casado
Hace unos cinco años, sonaba con fuerza la canción “Mayores” de la joven californiana Becky G. Aunque, políticamente, podría molestar a alguna de las mentes más retorcidas –que, por cierto, no escasean en nuestros días–, en una de sus estrofas decía algo así: “A mí me gustan mayores / De esos que llaman señores /De los que te abren la puerta / Y te mandan flores”…, para seguir reivindicando que más edad, necesariamente, no es peor que menos, a veces, ni siquiera en el amor.
Sin querer entrar en política ni en disquisiciones que conducen a planteamientos más emocionales que racionales, me gustaría aprovechar el título de esta pegadiza canción para hacer ver a las organizaciones la necesidad de tener en sus filas a más trabajadores mayores; aunque, evidentemente, no con el mismo modelo de trabajo, dedicación, presentismo y exigencia, más propio de la revolución industrial que de la época en que vivimos.
Soy, y siempre he sido, un ferviente defensor de que el talento no tiene sexo, pero tampoco edad, y de que mayor edad no significa menor talento, más bien suele suponer todo lo contrario. Sin embargo, nuestras organizaciones –y nuestra sociedad– lo legitiman. Cuando las empresas deciden reducir el denominador de la capacidad de producción, lo hacen principalmente mediante el rasero de los años.
Si atendemos a lo que yo denomino como La Paradoja de la Experiencia, podemos corroborar que, a pesar de sostener que la experiencia es muy importante, que es “la madre de la ciencia”; a la hora de gestionar las salidas de profesionales, el único criterio que parece válido, objetivo y aceptable sindicalmente es el de la edad y, sin ningún pudor, se puede situar la línea de corte para los despidos en 50 o 55 años, o incluso en épocas pasadas en los “adultescentes” 40. Cuando las empresas deciden reducir el denominador de la capacidad de producción, lo hacen principalmente mediante el rasero de los años
Nuestro país ha sido testigo presencial de la jubilación de excelentes profesionales –ingenieros y perfiles de casi cualquier sector– que apenas rondaban los cincuenta años, desperdiciando así todo su talento por el sumidero de los desechos intelectuales.
Ejemplos para dar y tomar
Sin embargo, al igual que en la canción, en las compañías también hay muchas razones para elegir profesionales mayores para trabajar, porque su aportación es tremendamente valiosa. Talento y ganas no siempre están asociados negativamente con la edad. Hay multitud de ejemplos de los que aprender.
Me pregunto: ¿qué habría ocurrido, si Clint Eastwood, que ganó un Oscar a los 74 años con su magnífica película “Million Dollar Baby”; o Ray Kroc, que fue vendedor de batidoras para restaurantes antes de fundar el emporio McDonald’s cuando tenía 52; o David Ogilvy, que fue chef, granjero y espía antes de convertirse en un genio de la publicidad con más de 50, hubieran trabajado en una de nuestras instituciones públicas o privadas?
La literatura de los negocios y de la vida está repleta de casos que refutan esta tesis de defensa de la edad. ¿Sabía que Samuel Walton, fundador de Wal-Mart, abrió en 1962, con 44 años de edad, su primera tienda y que tenía 51 cuando inició la expansión de su cadena? Antes había trabajado en J.C. Penney, en el ejército americano y en las cadenas de distribución Butler Brothers y Ben Franklin Stores.
O Harland David Sanders, un individuo que nació en 1890 y cuya experiencia laboral incluye empresas como Michelin, Standard Oil y Shell Oil. Pues bien, este buen hombre, tras varios pinitos en el negocio de la restauración, en 1940 patentó su fórmula para freír pollo, y no fue hasta 1955, tras una búsqueda de financiación de tres años, que lanzó una cadena de franquicias que todos conocemos: Kentucky Fried Chicken, ni más ni menos. Tenía entonces 65 años.En 1940, Harland David Sanders patentó su fórmula para freír pollo, y no fue hasta 1955 que lanzó una cadena de franquicias que todos conocemos: Kentucky Fried Chicken. Tenía entonces 65 años
No menos impactante es la historia de Barbara Beskind y la empresa Ideo. ¿La conoce? La señora Beskind, licenciada en Arte y Diseño por la Universidad neoyorquina de Syracuse, después de ver una entrevista en televisión a David Kelley, fundador de Ideo, decidió enviar su currículum a la empresa. Tras superar varias entrevistas, logró su propósito. Ahora bien, ¿dónde reside la novedad de esta anécdota? Pues que la señora Beskind ¡ya había cumplido los 90 años cuando entró a formar parte de la plantilla de Ideo!
Pero tampoco hace falta irse tan lejos, porque en nuestro país tenemos algún buen ejemplo. ¿Le suena el nombre de Fernanda Pozo Carreño? Se trata de mujer que, a la “temprana edad de 94 años”, obtuvo en 2016 su licenciatura de Ciencias Químicas. Esta murciana nunca se rindió y al recibir su título manifestó: “Siempre tuve ganas de aprender”.
Otro caso podría ser el del propio Abraham Lincoln (1809-1965), quien –como sabe– acumula entre sus méritos la abolición de la esclavitud. Un hombre hecho a sí mismo que terminó la carrera de Derecho en 1936, en 1948 perdió las elecciones, pero el 14 de marzo de 1961 fue elegido presidente con 52 años, hasta su fatídico asesinato en 1965.
En fin, tampoco me quiero exceder haciendo una defensa bizantina de por qué, como a Becky G, nos deben gustar los mayores. Parece que la cantante se inspiró en su novio para ponerle nombre a la canción, después de que su abuela mostrase su asombro al enterarse de que su nieta estaba saliendo “con un hombre” (a lo que ella le contestó: “Sí Lita, a mí me gustan mayores”). Pues bien, si no lo ha hecho ya, le animo a que escuche la canción y, si le apetece, piense en su abuela, o en quien prefiera; pero inspírese y sea innovador a la hora contratar personas para su compañía.
José Manuel Casado González, socio de 2.C Consulting y presidente de Qaracter.
Imagen de apertura: © Freepik.
Artículo publicado en abril de 2023