Un desafío a la historiografía tradicional
El siglo XXI ha sido proclamado como la Era de la Red, pero en realidad las redes sociales tienen poco de novedoso. Desde hace varios siglos, las redes organizacionales interrumpieron el orden establecido. Esta es la principal tesis que sostiene el libro La plaza y la torre (Editorial Debate), escrito por Niall Ferguson, catedrático de Historia de la Universidad de Harvard y Harvard Business School, profesor del Jesus College, de la Universidad de Oxford, y de la Hoover Institution, de la Universidad de Stanford.
Ferguson está considerado el historiador británico más brillante de la actualidad por The Times y una de las cien personas más influyentes del mundo por la revista Time.
En su última obra, que presentó recientemente en la Fundación Rafael del Pino, revela la historia oculta de las redes organizacionales que han cambiado el rumbo de la historia.
El poder de las redes informales
La plaza y la torre es una historia de las redes organizacionales que han cambiado el mundo, y una invitación a la reflexión escéptica sobre el papel que tienen en nuestra sociedad.
El siglo XXI ha sido proclamado como la Era de la Red pero pensándolo bien, las redes sociales no son tan novedosas. Desde el tiempo de las imprentas y los predicadores que llevaron a cabo la Reforma, hasta los masones que lideraron la Revolución estadounidense, fueron las redes organizacionales quienes interrumpieron el orden establecido.
Cuando se me ocurrió la idea de escribir este libro me encontraba trabajando en un biografía sobre Henry Kissinger, secretario de Estado con Nixon y Ford, y me pregunté ¿cómo es posible que un profesor de Harvard se convirtiera tan rápido en el segundo hombre más poderoso de Estados Unidos? La respuesta no se podía atribuir a su poderío intelectual ni a un tipo de personalidad maquiavélica, sino a su capacidad para establecer una red de contactos, que le sirvió para impulsar su carrera política. Me di cuenta entonces de que no sabía nada sobre el funcionamiento de las redes, y comencé a investigar sobre ellas.
Se podría decir, por tanto, que La plaza y la torre es un curso acelerado sobre redes traducido en las ciencias de la historia, y he de reconocer que escribirlo me ha ayudado a plantearme mi trabajo anterior y a repensarlo desde una nueva perspectiva.
Analizar el pasado para entender el presente
La mayor parte de la historia es jerárquica: tiene que ver con monarquías, papas, presidentes o primeros ministros. Pero, ¿y si fuera así por el simple hecho de que han sido ellos los que han creado los archivos históricos? ¿Y si estuviéramos omitiendo y relegando la influencia de poderosas pero menos visibles redes de organización?
Los historiadores llevan mucho tiempo insistiendo en que la historia no debe centrarse en las personas poderosas, sino que debe estudiarse desde otros puntos de vista como el de los grupos marginales. Yo considero que si realmente queremos analizar hechos que van allá del poder y centrarnos en las actividades de las personas, la mejor forma de hacerlo es a través de las redes.
Ninguna persona está aislada, todos estamos conectados entre nosotros, y ahora contamos con herramientas que nos permiten analizar las redes sociales y conocer cómo se transmitieron las grandes ideas del pasado. Es sorprendente, pero analizando la estructura de las redes se puede comprender el origen y desarrollo de todas las revoluciones intelectuales y políticas.
Si estudiamos el pasado no es sólo porque sea interesante, sino porque a partir de él queremos entender mejor el presente y prever el futuro. La cuestión es, ¿cómo hacemos esto de forma rigurosa? Muchos historiadores, políticos y comentaristas están obsesionados con la década de los 30 del siglo XX sin haberla estudiando bien. Comparan cualquier acontecimiento con aquellos años, interpretando la historia de un forma muy estrecha y muy manida, sin haber comprendido muy bien las analogías que establecen con la Gran Depresión.
Estudiar historia facilita la actividad política, y prueba de ello es que Kissinger llegó al poder gracias a su sólido conocimiento histórico. Lo mismo pasa ahora con la Administración estadounidense. Sus integrantes saben que el estudio de la Guerra de Vietnam les permite entender los problemas que están teniendo con Iraq. En este sentido, los historiadores tienen que realizar un importante esfuerzo por vincular el pasado con el presente.
De Gutenberg a Zuckerberg
Si se aplica este principio al momento actual, hay que tener en cuenta que el impacto que tienen hoy el ordenador personal e internet es similar a la revolución que supuso en su día la aparición de la imprenta. Ambos hechos permiten que la información esté más descentralizada. Las redes sociales han hecho lo mismo. Antes, los gobiernos podían controlar los medios de comunicación con facilidad; ahora solo es posible en casos como Corea del Norte donde, directamente, está prohibido el uso de internet.
Cuando surgió la imprenta, la transmisión de ideas pasó a ser más rápida y barata, y esto tuvo un impacto muy importante en la historia, por ejemplo, a través de la reforma luterana. Internet es lo mismo; la diferencia ahora estriba en que todo es diez veces más rápido. Por eso, deberíamos estudiar las similitudes entre Gutenberg y Zuckerberg.
En el siglo XVI, los entusiastas de la imprenta decían que esta solo traería progreso y felicidad. En el siglo XXI, los fanáticos de la tecnología dicen algo parecido de internet.
Sin embargo, en el siglo XVI nadie estableció plataformas centralizadas sobre la imprenta, y esto sí ha ocurrido con internet. Hemos pasado de tener una red descentralizada y distribuida, a una web dominada por cuatro plataformas -Facebook, Google, Amazon y Apple- a las que los usuarios les proporcionan gratis una cantidad astronómica de datos. Estamos más conectados que nunca, pero la inequidad está muy presente, porque las grandes redes conllevan una enorme desigualdad.
Por otro lado, hay que tener en cuenta que la creación de una nueva red supone polarización, difusión de noticias falsas, choques, tensiones, problemas, retos… lo mismo que sucedió cuando apareció la imprenta. El invento de Gutenberg ayudó a propagar las ideas que proclamaba la Biblia, pero también sirvió para difundir creencias negativas como la existencia de brujas, lo que provocó gran cantidad de muertes y sufrimiento en determinados países como Escocia.
Esta última perspectiva sirve para entender acontecimientos como el Brexit o el triunfo electoral de Donald Trump, donde las redes sociales han demostrado ser instrumentos muy poderosos.
Las redes sociales fueron las que llevaron a Trump a la Casa Blanca triunfando sobre las jerarquías dominantes. El impacto de Facebook, Twitter y Google no fue comprendido por los demócratas. Es cierto que Obama ya había utilizado las redes sociales en 2008, pero entonces su papel era todavía minúsculo y, por supuesto, no tenía impacto decisivo en las elecciones. En 2016 el uso de las redes había aumentado exponencialmente.
Trump dominó a Clinton en Twitter y en Facebook porque tenía muchos más seguidores en ambas plataformas, pero también en Google, porque mucha más gente buscaba el nombre de Trump que el nombre de Hillary, incluso en estados como Nueva York o California, de mayoría demócrata.
Cuando comencé a analizar el papel que desempeñaron las redes sociales encontré datos inquietantes. Lo más llamativo es que la campaña de Trump utilizaba anuncios de Facebook para dirigirse directamente a los votantes, y la campaña de Clinton no lo hizo. Facebook ofreció a la candidata su colaboración, pero ella la rechazó. Trump no; más bien al contrario: trabajó estrechamente con Facebook para garantizar que sus anuncios llegaban al público seleccionado.
Con el Brexit ocurrió una cosa parecida. La campaña que defendía abandonar Europa se apoyó en estas poderosas técnicas, que además son baratas y se dirigen al votante individual, y consiguió su objetivo.
En Estados Unidos el entorno empresarial estaba convencido de que Clinton ganaría las elecciones. Cuando se anunció el resultado, tanto ella como el consejo de administración de Google estaban conmocionados. Pero más preocupados estaban en Facebook, porque se dieron cuenta de que habían conducido a Trump la presidencia, y esto hizo que toda la empresa entrase en shock.
Más tarde, cuando comenzó a hablarse de una injerencia rusa en las elecciones, Mark Zuckerberg se apresuró a desmentirlo aunque según parece, el número de personas que se topó contenidos rusos en la red fue el mismo número de personas que votó por Trump. Esto quiere decir que estamos asistiendo a una transformación del proceso democrático tan espectacular como la forma en la que la imprenta modificó el mundo en el siglo XVI. Y todavía no entendemos cómo las cosas han podido cambiar tanto entre 2008 y 2016.
Hacia un nuevo orden jerárquico
Las cosas, sin embargo, no pueden dejarse como están. Es preocupante que el 60% de los estadounidenses no lean periódicos y sólo se informe a través de Google o Facebook, lo que confiere a estas plataformas un poder sin precedentes en la historia. Además, en este momento, no cuentan prácticamente con ninguna regulación. Están destruyendo la imprenta tradicional y son fuerzas que desestabilizan la democracia.
Tanto es así que es probable que los demócratas recuperen el Congreso en las elecciones que se celebrarán el próximo mes de noviembre, y también que vuelvan a ganar en los comicios presidenciales de 2020. Estamos en una situación descontrolada en la que no hay garantía de que la presidencia de Trump termine con una reedición de Watergate. Debemos ser cautelosos y no desestimar la capacidad de resistencia de Trump.
La principal razón por la que Europa vivió en paz desde 1815 hasta 1914 fue porque los acuerdos adoptados tras las guerras napoleónicas establecieron un equilibrio que funcionaba.
Hoy en día tenemos un orden mundial legítimo, con cinco potencias importantes (los miembros permanentes del Consejo de la ONU) y si queremos mantener el sistema debemos fortalecer este consejo y procurar que sus miembros trabajen juntos de forma más eficaz, porque si se intenta gobernar el mundo a través de Facebook, nos encontraremos con otra Guerra de los Treinta Años.
Niall Ferguson, catedrático de Historia de la Universidad de Harvard y de la Harvard Business School.
Texto publicado en Executive Excellence nº151 septiembre 2018.