La ruta de una descarbonización sostenible
“Hablar de sostenibilidad empieza por saber qué es lo que queremos sostener”. Para el consejero de delegado de Repsol, ponente invitado al Desayuno organizado por la Fundación CEDE, “queremos sostener nuestro desarrollo económico y social, es decir, algo que nos ha permitido llegar hasta aquí y que deseamos que las siguientes generaciones puedan seguir teniendo sin hipotecar, desde un punto de vista medioambiental, su futuro”.
Durante su exposición, Josu Jon Imaz analizó los siete vectores de un viaje hacia una descarbonización competitiva, justa y basada en las capacidades tecnológicas e industriales de España. “Hay que tener ambición. Lo que no está en cuestión es cuál es el número de toneladas de CO2 que hay que reducir, que es un objetivo que debe estar grabado en piedra; pero, a partir de ahí, existen muchas rutas para llegar a él. En Europa tenemos que buscar los caminos para hacerlo de una forma eficiente, reduciendo las toneladas de CO2 que tienen un coste inferior; atendiendo a los intereses estratégicos –y España debe definir los suyos–, y siguiendo aquellas rutas que respeten y potencien nuestras capacidades industriales y tecnológicas”, declaró.
Nadie está analizando cómo podemos incrementar el PIB industrial en Europa para mantener nuestro actual bienestar económico y social
El directivo mostró su confianza en el talento, las empresas y la industria del país para llevar a cabo una descarbonización “que no solamente beneficie la vertiente medioambiental, sino que permita mejorar la situación del país para garantizar el futuro de las siguientes generaciones”. Con esa mirada larga, volvió atrás para reivindicar la herencia de los antepasados, el empuje de la industria y la figura del empresario:
DEFENDER LO NUESTRO
En general, los abuelos de mi generación trabajaban en el campo, en una economía de subsistencia en el sector primario, y consiguieron con mucho esfuerzo que sus hijos accedieran a la industria, a las fábricas. A su vez, estos lograron con gran trabajo que los suyos, mi generación, adquiriesen unos niveles de educación muy buenos. Debido a eso, hemos tenido la capacidad de construir un modelo económico y social avanzado y equilibrado.
Esa industria nos ha permitido llegar hasta aquí, y me preocupa que la siguiente generación pueda conservar los mismos mecanismos de progreso y un nivel de bienestar elevado. Por eso creo que debemos hacer un enorme esfuerzo por preservar la actividad industrial en este horizonte de sostenibilidad.
Donde hay industria, nace la tecnología y la innovación
Hace unos años, en Europa se hablaba del 20-20-20, pero olvidamos que un 20% se refería al PIB europeo dedicado a la industria en 2020, y no lo hemos cumplido. Nadie está haciendo una autocrítica clara de esto ni se está analizando por qué ni cómo podemos incrementar el PIB industrial en Europa para mantener este bienestar económico y social.
Si hago una defensa acérrima de la industria es porque a veces pienso que no es deseada por todos. Existen corrientes de pensamiento que alertan ante una pérdida de empleo, similar a la producida al evolucionar de una sociedad agrícola a una industrial. La realidad es que nos encontramos transitando hacia una sociedad de servicios. Sin embargo, los países avanzados en los que nos queremos mirar –Alemania, Corea, Noruega, Finlandia, la República Checa…–, no son lugares en los que el PIB industrial esté disminuyendo. Al contrario, se está manteniendo o aumentando, evidentemente tomando en ese PIB no solo la industria como tal sino a todos los servicios conexos a ella (ingeniería, tecnología, software…). Además, la industria es un gran generador de empleo; empleo estable, de calidad y bien remunerado. Pero es que además, allí donde hay industria nace la tecnología y la innovación.
Gracias a ella, desde el inicio de la pandemia no faltaron productos químicos para nuestros sanitarios, gasoil para las ambulancias ni servicios para el transporte que diariamente reponía los productos alimenticios durante los meses de confinamiento.
Siendo el empleo el bien más escaso que tenemos a día de hoy, creo que la pregunta que deberíamos hacernos es: “¿quién lo genera?”. No son las administraciones públicas, que hacen otras muchas cosas bien, sino que el empleo lo generan las empresas, y estas las crean los empresarios. De modo que si queremos empleo, necesitamos empresarios, gente que arriesgue. Esto requiere de varios elementos pero uno de ellos, sin género de dudas, es una apuesta clara por el reconocimiento social del empresario. Me gustaría que, en las tertulias de televisión y cuando se habla de líderes sociales, se reivindicase su figura. Que a personas como Amancio Ortega u otros se les dedicasen calles en este país, porque son ellas quienes están contribuyendo a la creación del bien más escaso de nuestra sociedad.
La industria es un gran generador de empleo estable, de calidad y bien remunerado
También es preciso reclamar el papel de la gran empresa. Suelo decir que en España nos gustan las compañías que fracasan. A todo el mundo le agradan las start-ups, las pequeñas empresas…, y si fallan y cierran, no pasa nada. Ahora bien, como tengan éxito, crezcan y se hagan grandes, entonces todo vale contra ellas, cuando en realidad tienen un efecto tractor indudable en la economía y son las que ayudan a la internacionalización de muchas pymes del país tanto en América Latina, como en Centroamérica y otros entornos geográficos.
Empleados de Repsol en la sala de control del complejo industrial de Cartagena.
IMPULSAR LA INDUSTRIA
¿Qué debemos hacer para favorecer la creación de empresas y promover la generación y el desarrollo de la industria? Considero que son necesarias todo tipo de políticas, empezando por las fiscales. No estoy hablando de pagar menos impuestos; yo mismo pude estudiar porque accedí a un sistema de becas, es decir, gracias a que otras personas pagaron sus impuestos para que yo pudiese formarme. Nunca nadie me verá militar en una reflexión que defienda que en esta sociedad tenemos que pagar menos impuestos. Mi punto es que hay que cuidar fiscalmente a las empresas para que innoven, apuesten por la tecnología, hagan I+D, se internacionalicen… Luego ya será gravado como corresponda el que una empresa reparta dividendo al accionista, pero requerimos políticas fiscales que permitan crecer y no podemos tratar fiscalmente igual a la empresa que crea empleo e invierte notables recursos en I+D, que a aquella que no lo hace. También es necesario apostar por políticas educativas y de universidad intensivas en preparar a esta sociedad para mejorar nuestra productividad y ser competitivos.
Hay que cuidar fiscalmente a las empresas para que innoven, apuesten por la tecnología, hagan I+D, se internacionalicen…
Cuando en una empresa como Repsol vamos a invertir en un país y a llevar a nuestros directivos –y sus familias– a cualquier lugar del mundo, analizamos muchas variables. Nos importa cómo son las políticas sanitarias y educativas del destino, la seguridad en las calles… Todo esto es fundamental para generar empresa e industria. Y me atrevo a añadir un último elemento esencial: el coste de la energía. Necesitamos energía competitiva, energía barata. Al respecto, urgen políticas energéticas que hagan una clara apuesta a favor de la España competitiva frente a la España extractiva.
Me refiero a los sectores competitivos que están en los mercados internacionales, que exportan y están sujetos a competitividad exterior, frente a los sectores extractivos –también esenciales– que viven de la regulación y muy pegados al BOE. Las políticas energéticas tienen que ser claramente a favor de los sectores competitivos frente a los sectores extractivos.
Urgen políticas energéticas que apuesten claramente por la España competitiva frente a la España extractiva
CONJUGANDO UN BINOMIO SOSTENIBLE
Necesitamos apostar por la industria pero también por una descarbonización de la economía. ¿Cómo conjugamos este binomio? No es un debate fácil, pero sostengo que la ruta de la descarbonización debe ser diseñada por Europa, y por ende por España, pensando en la industria y su desarrollo.
Quisiera compartir algunas ideas acerca de cuáles serían los vectores para llevar a cabo una descarbonización basada en las capacidades tecnológicas e industriales que tenemos en el país:
1. Una política clara de garantía de suministros. Nuestra ruta ha de estar atenta a la necesidad de asegurar el suministro de energía a Europa. Resulta una obviedad, pero estamos cambiando los parámetros del mix energético. Si durante años los riesgos de garantía de suministro procedían del petróleo, del gas… (fuentes que hoy están bastante diversificadas en el mundo, sobre todo el petróleo), ahora estamos empezando a depender de fuentes energéticas vinculadas a metales de tierras raras, unos metales escasos que además están muy concentrados en ciertos países –muchos de ellos de escasa calidad democrática y alguno, como China, que ha demostrado en el pasado reciente estar dispuesta a utilizar como arma geopolítica el recurso y el acceso a estos materiales indispensables para nuestra economía energética–. Por lo tanto, es imprescindible contar una política de garantía de suministro clara, a fin de preservar esta seguridad en el ámbito europeo.
Empezamos a depender de fuentes energéticas vinculadas a metales de tierras raras, unos metales escasos y muy concentrados en ciertos países, muchos de ellos de escasa calidad democrática
2. Atender a los intereses estratégicos del país. No se trata de algo excesivo, sino miremos qué está sucediendo en otros países europeos. Francia ha apostado por la energía nuclear, porque le lleva a un bajo coste de la electricidad. En mayo de 2020, en plena pandemia, la sostenible Alemania ha abierto una nueva central eléctrica de generación con carbón en el territorio de Renania del Norte-Westfalia, de 1.000-1.100 megavatios, que va a estar operativa los próximos años. Y lo hace porque ha decidido que el carbón de la cuenca del Ruhr es estratégico para los intereses alemanes.
En conclusión, tenemos que priorizar los intereses estratégicos de España en ese camino de descarbonización. ¿Cuáles son? No me corresponde a mí decidirlos, pero me aventuro a hacer algunos apuntes.
En primer lugar, el norte de África, con la importancia que tiene el gas para la estabilidad económica y social de esa zona. España goza de cualidades físicas e infraestructuras para ser un hub de gas y ayudar a la diversificación gasista de Europa. Es un interés estratégico que ha de estar en la ecuación, y más considerando que el gas va a ser un componente indispensable del mix energético nacional y europeo en los próximos años.
Otro sector estratégico para nuestra economía es la automoción, que representa un 11% del PIB y supone un 20% de las exportaciones macro en España. Somos el segundo país fabricante de coches de Europa y el octavo del mundo. Hay que analizar qué incidencia tiene en nuestros centros de producción de vehículos –en Martorell (Barcelona), en Almussafes (Valencia), en Landaben (Pamplona), en Vitoria, en Palencia…– todo este cambio que queremos promover en la movilidad, así como qué repercusión tiene en el sector de componentes. Hay que reflexionar con seriedad sobre el impulso que estamos ahora concediendo, sin medir suficientemente ni garantizar la incidencia en nuestros sectores industriales, a determinadas formas de movilidad.
Igualmente, habría que valorar la influencia como interés estratégico nacional del sector del refino, la química y la petroquímica, en la medida en la que hoy el polvo químico de Tarragona o el de Huelva son fuertemente dependientes de la industria petroquímica y de las refinerías. Actualmente, estas se están convirtiendo en auténticos hubs tecnológicos en los cuales residuos de toda naturaleza, desde grasas animales, aceites reciclados, biogás procedente de residuos sólidos urbanos, etc., están siendo transformados y empiezan a ser introducidos en estos momentos en nuestros motores, para que podamos tener hidrocarburos más sostenibles.
3. Descarbonización no es electrificación. Equipar una y otra es una falacia, porque tecnológicamente, ni hoy ni en el corto y medio plazo, la electrificación tiene solución para los aviones, ni para los barcos, los camiones, las papeleras, las cementeras, las acerías… Por lo tanto, tenemos sectores enteros de la economía que no son descarbonizables con la electricidad, pues no contamos con soluciones tecnológicas a partir de la electrificación.
En el vehículo ligero, empezamos a disponer de alternativas con el motor de combustión, como son los biocombustibles, los eco-combustibles, los combustibles provenientes de los residuos, y por lo tanto de la economía circular; y combustibles sintéticos que ya estamos desarrollando, aunque luego tendrán que ser escalables, y que vamos a producir en los próximos años a partir de hidrógeno y de CO2 captura-do que en su ciclo de vida no emite ni una sola molécula de dióxido de carbono.
Por lo tanto, la electrificación es parte de la descarbonización, pero debemos dejar que todas las tecnologías compitan.
4. La descarbonización tiene que ser real. Estamos proclamando que vamos a reducir las emisiones de CO2, pero ¿cómo? ¿Ponemos un precio de CO2 alto solo en Europa? ¿Gravamos además nuestros productos? Si la acería de Europa tiene que cerrar por falta de competitividad y se va a Turquía o a la India, la contaminación es mayor, porque allí ese acero se transforma en plantas que emiten más CO2 global-mente, ya que son más ineficientes (y el CO2 no es un contaminante local, sino que afecta exactamente igual a nuestro clima se emita donde se emita). En definitiva, estamos exportando industrias, puestos de trabajo industriales y emisiones de CO2, y luego limpiamos nuestras conciencias importando esos productos y diciendo que nosotros estamos descarbonizando…, cuando no es cierto; solo estamos moviendo esas moléculas de CO2 de un sitio a otro, dañando al planeta y dañando a los empleos industriales en Europa.
5. Promoción de la economía circular. Es paradójico, pero la transición energética y la descarbonización nos van a llevar a un mayor consumo de plásticos, es una parte de la ecuación. Si queremos bajar el peso de un coche, sea de motor de combustión sea eléctrico, o el de un avión, tenemos que meter más materiales plásticos, al igual que si queremos aislar un edificio para que consuma menos energía. Por lo tanto, necesitamos una estrategia sólida de promoción de la economía circular.
Se está avanzando legislativamente en el ámbito de los residuos, y creo que debemos seguir en ese camino. El plástico del Levante y sureste español ya se piroliza en plantas. En Repsol tomamos los residuos líquidos de esa pirolización, que son hidrocarburos fuera de especificación, y los metemos en nuestra refinería de Puertollano para dar lugar a combustibles que nuevamente estamos introduciendo en los vehículos cuando, por ejemplo, repostamos.
6. Una tarea común. Todos tenemos que contribuir. Podemos decir que vamos a tener un mundo sin petróleo dentro de 20 años, pero no es cierto. Primero, porque la demanda mundial de petróleo todavía va a crecer durante un tiempo, según los diferentes escenarios. Tocará su pico, pero lo necesitaremos. El petróleo está presente en la composición de casi todo: las fibras de la mesa y la silla en la que estoy sentado, los cables que están permitiendo esta conexión, las ruedas que lleva un vehículo eléctrico o el asfalto de las carreteras por las cuales se va a mover ese vehículo. De modo que seguiremos produciendo petróleo, aunque una parte relevante del mismo no lo tenemos.
Las refinerías se están convirtiendo en auténticos hubs tecnológicos en los que se transforman residuos de toda naturaleza
Por eso es nuestra responsabilidad continuar generando petróleo y gas, que además va a seguir siendo el soporte de back-up del sistema eléctrico durante muchos años. Nuestra responsabilidad es reducir de una manera relevante las emisiones de CO2 de nuestras operaciones, algo que llevamos haciendo mucho tiempo en Repsol, tanto en las operaciones de exploración y producción –mitigando las emisiones de CO2 y metano–, como en nuestras plantas refinerías. Hoy tenemos en España el sistema de refino más competitivo de Europa gracias a que llevamos años operativamente trabajando e invirtiendo para reducir nuestras emisiones de CO2, y por ende disminuir la intensidad energética de nuestras refinerías, reduciendo sus costes.
7. ¿Cuánto cuesta todo esto? Tenemos que ser capaces de descarbonizar basándonos en nuestras capacidades tecnológicas e industriales y, a la vez, con ventajas en costes para el consumidor y para la industria que ha de competir en los mercados exteriores, y que por tanto necesita reducir los costes energéticos.
No podemos trasladar costes del sector eléctrico, que dispone de sus propios mecanismos para ser más eficiente y competitivo. Podríamos hablar de un cambio de mix energético y de un cambio en el sistema regulatorio para que cada sector energético busque su competitividad en sí mismo. No es una cuestión fácil, es un problema de décadas, pero hay que abordarlo.
Josu Jon Imaz, consejero delegado de Repsol, en el Webinar Desayuno CEDE.
Artículo publicado en Executive Excellence n175, junio-agosto 2021.