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Toda verdad ignorada prepara su venganza

(Tiempo estimado: 2 - 4 minutos)

A veces hablar de valores, sobre todo a corto plazo, parece un fastidio, como si fuesen piedras que dificultan hacer cumbre en la cima que hemos definido. Sin embargo, con la claridad que da la distancia, en el medio y largo plazo, la integridad no solo es rentable en el plano profesional para lograr el éxito, sino también en el personal para la propia satisfacción personal. 

Lo primero que conviene apuntar es que los negocios se basan en la confianza. La gente quiere cerrar acuerdos y trabajar con gente en la que confía; y la mejor manera de generar confianza es actuar con integridad, esto es, cumplir con la palabra y lo que se promete. Las palabras mueven, los ejemplos convencen. La mejor manera de ‘decir’ es ‘hacer’. 

Los valores siempre hay que ponerlos a prueba, porque lo más fácil de este mundo es hablar (y lo más difícil hacer). El escritor Giovanni Boccacio decía con gran ironía: «Haced lo que digo pero no lo que hago». A la hora de dar discursos, todos somos bastante parecidos; a la hora de actuar, sin embargo, las diferencias entre unos y otros son más que evidentes. James O´Toole lo pone de manifiesto en su libro Transparency: «El 95% de los directivos dicen lo correcto pero solo el 5% lo hacen». Un código de buen gobierno corporativo, por excelente que sea en su redacción, no garantiza el buen gobierno de la empresa en su ejecución, pues se requieren personas que lo apliquen a diario.

Otro aspecto destacable al hablar de ética es que la ambición sin paciencia siempre es peligrosa. En un mundo dominado por el ‘vales lo que ganas’ siempre existe la tentación de coger la vía del atajo rápido. Ese deseo irrefrenable de rentabilidad inmediata conduce a menudo a comportamientos poco recomendables. Todo lo bueno de la vida se cuece a fuego lento, con esfuerzo y entrega, y cuando uno intenta saltarse esta norma, no suele salir bien parado. La inmediatez es uno de los grandes enemigos de la integridad. Cuando algo crece como la espuma hay que empezar a sospechar que está levantado sobre materiales de barro y acabará viniéndose abajo. Así lo constata un dicho británico: easy come, easy go.

Fue Abraham Lincoln quien dijo: «Es fácil engañar a alguien siempre; a todos alguna vez; pero no a todos indefinidamente». Quien la hace, casi siempre la paga. La táctica del engaño no suele tener vida eterna. Cuando uno se salta las normas (leyes) y la ética (moral), siempre se deja perjudicados a lo largo del camino, y en algún momento, la treta se destapa y todo acaba saltando por los aires. Ya se sabe: toda verdad ignorada prepara su venganza.

Tampoco es cierto, como se dice a veces, que todo sea relativo. Adoptar esa actitud es peligroso porque el ser humano tiende de manera natural a lo más cómodo, y con ese argumento de fondo –todo es relativo– uno es capaz de justificar cualquier tipo de comportamiento, que habitualmente es el del camino más fácil, rápido y barato. En realidad lo que ocurre es que existe un gran miedo a la verdad (lo bueno, para uno y los demás), porque ella nos aparta de lo que nos apetece en cada momento. Decía Platón que «la recepción de la verdad depende en buena medida de la predisposición del alma que quiere acogerla». Si se quieren buscar excusas, siempre se encuentran. 

Antes de llevar a cabo conductas poco éticas, dejando al margen los valores, conviene pensárselo dos veces; todos nos equivocamos, pero hay errores que salen demasiado caros.


 

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www.aprendiendodelosmejores.es


Artículo publicado en Executive Excellence nº119 febrero 2015

Francisco Alcaide Hernández, experto en management y desarrollo personal. Autor de Aprendiendo de los mejores (7ª edic.) y Tu futuro es hoy  (2ª edic.) | www.aprendiendodelosmejores.es | www.tufuturoeshoy.com 


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