La resiliencia está de moda: lecciones del COVID-19
Gregg Maryniak es un experto reconocido a nivel internacional en el ámbito de la energía, el espacio, la aviación y la gestión de riesgos. Cofundador, secretario y director de la Fundación XPRIZE, una organización sin ánimo de lucro que incentiva la investigación y el desarrollo en beneficio de la humanidad, Maryniak también es presidente de Energía y Espacio en Singularity University y vicepresidente de la Fundación Lindbergh.
Actualmente está centrado en el sector energético, con especial énfasis en la obtención, almacenamiento y transmisión de energía renovable desde el espacio. En este campo fue galardonado con la Medalla Tsiolkovsky de Rusia por su trabajo en el uso de la energía y los recursos materiales del espacio libre, y recibió el premio Vision to Reality de la Space Frontier Foundation por su papel en la creación de la misión Lunar Prospector, lanzada en 1998 por la NASA para realizar una investigación de órbita polar baja de la luna.
Maryniak es miembro del Instituto Americano de Aeronáutica y Astronáutica, donde fue distinguido por su presentación The Harvest of Space, y fue director del Planetario McDonnell en St. Louis, Missouri.
EL PODER DE LO EXPONENCIAL
Durante muchos años, el mundo nos ha parecido un lugar predecible… y de repente, todo ha cambiado. La velocidad con la que el COVID-19 ha arrasado el planeta nos desconcierta, aunque es más comprensible si intentamos analizar esta pandemia como un fenómeno exponencial.
Cuando el virus se extendía sin control, las infecciones se duplicaban en periodos cada vez más rápidos, siguiendo el clásico modelo de una curva exponencial; es decir, pasando de un nivel de contagios poco grave al inicio a una pandemia global en un abrir y cerrar de ojos.
A todos nos resulta difícil planificar un crecimiento de este tipo, porque nuestros cerebros están acostumbrados a uno lineal, donde cada paso es equivalente al previo. Esta nueva forma de planificar el futuro nos ha pillado sin capacidad de reacción. El crecimiento exponencial de la pandemia ha causado demasiadas muertes y pérdidas de empleo. Las consecuencias económicas y sociales que ya empezamos a percibir se dejarán sentir durante años.
Todo esto es un ejemplo de cómo el poder exponencial tiende a destrozar el statu quo, y debe servirnos para darnos cuenta de que frecuentemente no nos percatamos de las oportunidades ni de los riesgos exponenciales. Seremos capaces de superar esta pandemia pero, ¿qué lecciones habremos aprendido de ella?
1.- Los cambios radicales ocurren
El mundo no es estático. Hasta los pilares más grandes y permanentes de nuestra vida –creencias e instituciones– pueden cambiar y, de hecho, lo hacen. Hemos vivido una época donde, a pesar de las negativas noticias que aparecen en los telediarios, las condiciones, en general, han mejorado para toda la población.
Como consecuencia de esta evolución, muchos piensan que el futuro próximo será similar al pasado reciente, pero el COVID-19 es un amargo recordatorio de que todo puede cambiar de forma radical. El hecho de que las grandes disrupciones, tanto positivas como negativas, son reales es una lección importante.
Los humanos somos sorprendentemente reacios al cambio. Tendemos a pensar que el planeta en el que vivimos ha sido siempre así, y continuará siéndolo. La comunidad empresarial conservadora no es la única que comparte esta idea; el mundo racional de la ciencia también demuestra esta inercia intelectual. Como decía el famoso físico Max Planck: “La ciencia avanza funeral a funeral”.
Los humanos tendemos a pensar que el planeta en el que vivimos ha sido siempre así, y continuará siéndolo. Tanto la comunidad empresarial conservadora como el mundo racional de la ciencia demuestran esta inercia intelectual
Otro corolario, valioso y positivo, es que cuando el cambio se produce no deberíamos tener miedo a probar cosas nuevas, porque el riesgo de la experimentación es pequeño. Para que la civilización sobreviva, es imperativo experimentar, a pesar de nuestra tradicional resistencia.
2.- El cambio puede producirse más rápido de lo esperado
La mayor sorpresa de los eventos exponenciales es la capacidad de impactar al mundo, debido a la rapidez con la que se producen. Incluso quienes nos dedicamos profesionalmente a estos asuntos, nos hemos sorprendido de la celeridad con la que ha cambiado el entorno en los últimos meses.
Sin embargo, no debemos obviar que, aunque el cambio se produce rápidamente, las realidades que hoy damos por sentadas son muy recientes. Por ejemplo, sólo han pasado 52 años desde que el Apolo 8 tomó la primera foto de la Tierra desde el espacio. Esa imagen dio pie a celebrar el primer Día de la Tierra y aceleró el movimiento medioambiental. Yo viví esos eventos muy de cerca, y tengo la impresión de que son bastante recientes.
Sorprendentemente, nuestro mundo moderno de abundancia energética sólo está cinco veces más alejado en el tiempo que el Apolo. James Watt, inventor de la máquina de vapor, impulsó la primera revolución energética que dio origen a la revolución industrial, y esto ocurrió hace sólo 250 años.
Los retos existenciales predecibles son aquellos eventos con potencial suficiente como para crear una disrupción masiva en la vida de las generaciones presentes y futuras
¿QUÉ PODEMOS HACER CON ESTAS LECCIONES?
Ahora que hemos descubierto el poder disruptivo de un fenómeno exponencial, ¿qué deberíamos hacer?
En primer lugar, reconsiderar la importancia de gestionar los retos existenciales predecibles, aquellos eventos con potencial suficiente para crear una disrupción masiva en la vida de las generaciones presentes y futuras. Aunque la probabilidad de que estos hechos ocurran es muy baja, sus consecuencias serían gravísimas para la humanidad. Una pandemia mundial, una guerra nuclear, el impacto de un asteroide o los desastres biológicos son algunos ejemplos de estas circunstancias fatídicas.
El COVID-19 nos ha demostrado que es absurdo pensar que estas cosas no pueden o no van a pasar y que, si ocurren, se arreglarán por sí mismas. Deberíamos priorizar la inversión política, tecnológica y económica necesaria para enfrentarnos, prevenir o, al menos, poner en marcha acciones que mitiguen su impacto.
En este sentido, hay un reto existencial que merece una mención especial. La mayor parte de la comunidad científica mundial reconoce la disrupción que están sufriendo los patrones climáticos a causa del dióxido de carbono. Habiendo experimentado las consecuencias de las negaciones moralmente inaceptables que se han realizado sobre el COVID-19 y el riesgo que representaba, espero que elijamos enfrentarnos al desafío del cambio climático de una forma inmediata y efectiva, así como expandir e incrementar nuestros esfuerzos para prevenir este y otros peligros existenciales para la humanidad.
LA CLAVE ES LA RESILIENCIA
¿De qué modo prepararse entonces para las disrupciones y los riesgos? Como he mencionado, una forma sería fortalecer los sistemas políticos, tecnológicos y económicos, de manera que fueran capaces de soportar disrupciones y adaptarse rápidamente al cambio. La palabra que mejor describe esta capacidad es resiliencia.
Tras la crisis generada por el COVID-19, el planeta está ansioso por recibir una visión positiva del futuro. Hoy estamos abiertos a considerar alternativas de trabajo, educación, generación energética, transporte, manufactura, vivienda, sanidad y otros servicios esenciales para la civilización. Tenemos que construir resiliencia de forma transversal y en todas las áreas, pero enfocándonos en dos que para mí son muy importantes: la energía y el espacio.
El Internet de la energía
La fuerte caída del precio de convertir la energía solar en electricidad está aproximando el día en el que podamos eliminar la energía procedente de hidrocarburos y carbón. Si bien últimamente el foco se ha centrado en la generación y conversión de la energía, el verdadero reto para conseguir un futuro libre de carbono reside en la mejora del almacenamiento de la energía y de las redes que la distribuyen.
El desarrollo de estos dos sectores permitiría crear sistemas de energía más resistentes y descentralizados, de forma que un fallo en un punto no generase la caída del sistema.
La red eléctrica, base para la prosperidad en un mundo desarrollado, sigue en esencia el mismo diseño propuesto por Westinghouse y por Tesla hace ya más de un siglo. La aparición de sistemas de bajo coste para la conversión de la energía solar y eólica está impulsando mejoras en la denominada mayor máquina del mundo –como se ha descrito a la red eléctrica-, para que esta pueda trasladar la electricidad generada a partir de energía renovable tanto a clientes locales como lejanos. Uno de los objetivos técnicos y sociales más importantes para alcanzar esta resiliencia es llevar la electricidad a un billón de personas que, a día de hoy, no tienen acceso a ella.
Hay quienes comparan los sistemas de red eléctrica mejorados con Internet, pero yo creo que las diferencias son notables. Si bien ambos transmiten información y energía respectivamente, Internet tiene una capacidad de almacenamiento de datos que no existe en la red eléctrica para acumular energía.
La mayor parte de la energía que consume nuestra sociedad se genera por la combustión de un combustible fósil que libera dióxido de carbono a la atmósfera. Una de las grandes utilidades de este tipo de combustible es la capacidad que tiene de proveer la energía cuando se necesita y en la cantidad necesaria para cubrir los requerimientos. Dado que también se pueden transportar, los combustibles químicos son, en esencia, el nexo entre el almacenaje y la red.
Se está avanzando en el desarrollo de infraestructuras para el transporte de combustibles sin carbono, como el hidrógeno o el amoniaco, procedentes de fuentes de energía sostenibles
Sin embargo, se están produciendo avances en el desarrollo de infraestructuras para el transporte de combustibles sin carbono, como el hidrógeno o el amoniaco, que proceden de fuentes de energía sostenibles, y que también se usarán para generar electricidad en células de combustible que como único residuo producen agua, en el caso del hidrógeno, o nitrógeno, el principal elemento de la atmósfera, si se trata de amoniaco.
Contar con una red eléctrica compuesta por múltiples capas en la cual la energía se mueva tanto “electrónicamente” como “atómicamente“ (como átomos de combustible químico en movimiento) hará que todo el sistema energético sea mucho más robusto y resistente a los picos de demanda o de producción. También lo fortalecerá ante cualquier avería física, climática, etc.
ESPACIO: EL CAMINO DE RESILIENCIA DEFINITIVO PARA LA CIVILIZACIÓN
La revolución comercial que está experimentando el sector de los viajes espaciales es un paso esencial para proteger la Tierra y hacer que la humanidad sea sostenible en el futuro.
Si bien la competición geopolítica estuvo en el trasfondo de las primeras actividades espaciales (el objetivo del programa Apolo fue “vencer a los soviéticos”), en la actualidad la motivación de los vuelos espaciales resulta mucho más convincente.
Cuando Peter Diamandis y yo pusimos en marcha la Fundación XPRIZE, nos inspiramos en la esperanza de que la humanidad obtuviera la electricidad y otros recursos materiales del sistema solar, así como las mejoras económicas y sociales que supondrían una salida hacia el espacio. Utilizando materiales en el espacio libre –fuera de los pozos gravitacionales– podríamos conseguir medioambientes similares a la Tierra, con extensiones equivalentes a miles de planetas como el nuestro, capturar la suficiente energía solar como para alimentar las ciudades para siempre y, al mismo tiempo, permitir la realización de viajes rápidos a través del sistema solar. Esas mismas herramientas y técnicas podrían ser utilizadas para proteger a la Tierra de impactos de asteroides o cometas.
Cuando la humanidad aprenda a vivir en cualquier sitio, siempre que haya energía y átomos disponibles, nos transformaremos en una especie indestructible. Frank Drake, fundador del SETI (búsqueda de inteligencia extraterrestre) cree que este tipo de actividades espaciales son la clave de la longevidad de las civilizaciones y que mejorarán la posibilidad de contacto entre los humanos y otros seres que habitan la galaxia.
Gracias a la astronomía moderna, empezamos a comprender que la biosfera de la Tierra es absolutamente única. De entre todos los planetas que existen dentro y fuera de nuestro sistema solar, habitamos el único que contiene vida conocida. La profunda responsabilidad que tenemos ante las generaciones presentes y venideras a la hora de preservar y proteger esta biosfera dan a entender la importancia que tiene perseguir y conseguir esa resiliencia descrita. Por ello, la verdadera razón que se esconde tras los viajes espaciales es: “salvar la Tierra”. Pongámonos a ello.
Gregg Maryniak es cofundador de la Fundación XPRIZE, presidente de Energía y Espacio en Singularity University y vicepresidente de Lindbergh Foundation.
Artículo publicado por dicha Fundación y reproducido por Singularity Hub, y en español por Executive Excellence n170 octubre 2020.
Foto de apertura: La Tierra desde el espacio, tomada por el Apolo 8 en 1968.
Fotografía ciudad: Sergio Souza. instagram.com/serjosoza
Fotografía del parque eólico: Karsten Würth. instagram.com/karsten.wuerth
Fotografía de panles solares: Andreas Gücklhorn. draufsicht.com