CON TALENTO / Juergen B. Donges: "Los deberes empiezan en casa, no en Bruselas"
ESTRATEGIA / MERCADOS / LIDERAZGO
La Fundación Rafael del Pino albergó el pasado 24 de noviembre la conferencia “Eurozona: alta tensión con perspectivas inciertas”, pronunciada por Juergen B. Donges, Catedrático Emérito de la Universidad de Colonia (Alemania). Antes de su intervención, tuvimos la oportunidad de charlar con él.
FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: Hace un año, al igual que su paisano el economista Max Otte, ya declaraba que la situación económica era mucho peor de lo que públicamente se hablaba. El tiempo ha demostrado que estaban en lo cierto y ambos han coincidido en la dificultad de tener una unión monetaria, sin una unión económico-fiscal. Usted goza de un gran conocimiento de la situación española, no solo por su lugar de nacimiento -Sevilla- y el dominio del idioma, sino también por haber vivido en Madrid. ¿Cómo ha percibido la actuación de España ante la crisis?
JUERGEN DONGES: Si nos referimos al último año, España ha tardado mucho tiempo -por no decir que ha perdido mucho tiempo- en tomar medidas contra la crisis económica en el país, que nada tenía que ver con la crisis financiera-económica global de 2008-09.
Creo que el origen de la crisis que vive España es interno, como quedó reflejado a finales de 2007 con el pinchazo de la burbuja inmobiliaria. La situación española es diferente a la alemana, que es exógena. La industria alemana se ha visto afectada de golpe por la recesión a nivel global en la que desembocó la crisis financiera internacional, pues está muy integrada en la economía mundial, y si esta pierde fuelle afecta significativamente a sus exportaciones, que caen y tiran hacia abajo el PIB, como ocurrió en 2009.
Durante los últimos años, España ha tenido un Gobierno que se negaba a reconocer la situación, o al menos así es como lo he percibido, y ha perdido prácticamente dos años sin tomar medidas en la dirección adecuada, hasta que fue obligada desde Bruselas a hacerlo en el famoso fin de semana del 10 mayo 2010, en el que se aprobó el primer plan de rescate para Grecia. Desde entonces, en las ocasiones que he podido seguir la evolución de forma próxima –a través de los debates en el Congreso, con el presidente del Gobierno y la ministra Salgado–, he visto cómo se tomaban medidas puntuales de ajuste fiscal y se hacía alguna que otra reforma estructural, pero de una forma desganada. No había convicción en sus acciones, y eso se notaba claramente. Evidentemente, nadie es un entusiasta de realizar recortes presupuestarios, pero sí se podría haber transmitido un poquito más de fuerza persuasiva y un mensaje claro: querámoslo o no, debemos pasar por el “quirófano”.
El Gobierno socialista me daba la impresión, y creo que también a los mercados, de ser poco realista con la promesa de los “brotes verdes” y con las continuas previsiones de “mejoras” que se producirían en el segundo semestre del año en curso. La realidad era otra y los analistas así lo decían, también los españoles, con los cuales tengo mucha relación profesional. Es llamativo que una cosa tan importante como la previsión de crecimiento para 2011, desde la perspectiva de los profesionales independientes, no era superior al 0,6 ó 0,7% y, para el Gobierno, era el doble, porque así le salían mejor las cifras para el Presupuesto. A mediados de noviembre, el Gobierno por fin reconoció que el crecimiento en este año será el que habíamos previsto nosotros. Con ello, tampoco se podía alcanzar el objetivo gubernamental de reducción del déficit público (al 6% del PIB). No era de extrañar que los mercados desconfiaran y reaccionaran negativamente. En definitiva, he visto en estos últimos años a un país con un Gobierno que no estaba a la altura de las circunstancias.
Cuando se crea incertidumbre, como consecuencia de la falta de una política económica coherente, tenemos un “impuesto” sobre la actividad económica. Ante esto, la actitud del entorno es de espera: la inversión empresarial no arranca, las empresas están medio paradas y, en vez de crearse empleo, se destruye. El deterioro de los principales datos macroeconómicos es un reflejo de esta situación. Sobre todo el elevado paro laboral en general, y el juvenil en particular. Aquí España tiene los peores registros en la zona euro, con lo que lastra su potencial de crecimiento.
F.F.S.: ¿Y cómo se nos ve desde Alemania?
J.D.: Hasta las elecciones del 20 de noviembre yo lo veía con preocupación, y mucha. España, evidentemente, no es Grecia. Si Grecia no arreglarse su situación, e incluso tuviese que salirse del euro, no creo que fuese a ocurrir gran cosa (fuera de Grecia, evidentemente). España es otra cosa. España es la cuarta potencia económica en la zona euro y si este país tambaleara afectaría a todos, Alemania incluida. Estaríamos en una situación muy, muy seria. Por eso yo, al margen de preferencias ideológicas, he recibido los resultados de las elecciones -no sólo de las recientes Generales, sino de las que se celebraron en mayo a nivel regional y municipal- como una buena noticia porque, para mí, el Gobierno del Sr. Rodríguez Zapatero era simplemente incompetente para gestionar la crisis y aplicar la política económica necesaria para elevar el potencial de crecimiento y para crear un entorno afable para el desarrollo empresarial, la innovación tecnológica, la formación profesional de los trabajadores… Es decir, todo lo que se necesita en la economía real para que también funcione luego la economía financiera, y viceversa. Actualmente, en todos los debates, solamente se habla de las primas de riesgo, pero si no somos capaces de arreglar la economía real, podemos olvidarnos de todo lo demás.
Considero que las reformas estructurales son esenciales, sobre todo en el mercado laboral. En Alemania, se iniciaron en gran medida con el Gobierno del socialdemócrata Schröder, en el año 2003-2004. Ahora esa previsión nos viene muy bien como país, pues hemos visto que, aunque tarda su tiempo, pueden funcionar. En España esto no ha sucedido; por lo tanto, un cambio de gobierno como el que ahora se perfila, si toma las medidas adecuadas de una forma rápida y hace unos programas coherentes, puede ayudar a recuperar la tranquilidad -al margen de lo que los mercados sentencien todos los días con sus fluctuaciones y vaivenes-.
F.F.S.: Destaca en todas sus conferencias la importancia que tiene la confianza, pero esta no es algo que se pueda crear artificialmente, sino que necesita de un benchmarking con otras economías y países. España tiene un track record importante, habiendo demostrado que es capaz de darle una vuelta de 180° a situaciones muy difíciles como hizo en el proceso de integración a la Unión Europea; evidentemente, existían más palancas entonces, como la capacidad de actuar sobre la divisa y los intereses. ¿Hasta qué punto lo que hemos hecho sirve para lo que hemos de hacer? ¿Puede el historial del Gobierno que accede al poder servir como factor generador de confianza y equilibrar esas valoraciones tan difíciles de comprender, donde países con mucha más deuda pública –como el caso comparativo de Estados Unidos y España– tienen mejores ratings?
J.D.: Evidentemente, el factor confianza es muy importante. No debemos hacer una foto fija de la deuda pública, del 70% en España y del 120 % en Estados Unidos, sino que hemos de ver esencialmente cómo se desarrolla esta deuda y qué tendencia tiene. España, tradicionalmente, era un país de poco endeudamiento público, y le fue fácil cumplir con los criterios de convergencia en su momento, pues su deuda estaba muy por debajo del 60% del PIB en aquel entonces. Sin embargo, hemos visto cómo la deuda ha crecido mucho en pocos años. Sabemos por experiencia que estas situaciones pueden adquirir una tendencia que acaba en una pérdida de control. Por eso es tan importante la tendencia y no solo el volumen, no solo esa foto instantánea.
El 70% de ratio de deuda en España es de otra calidad respecto del 200% de Japón, por ejemplo. La economía japonesa es potente y “dueña” de su propia deuda; además dispone del instrumento del tipo de cambio. España se ha endeudado respecto del extranjero, cosa que Japón no ha hecho. En el caso de Estados Unidos, que también está muy endeudado con el exterior, su nivel de endeudamiento con respecto a China ha llegado a tal nivel que los chinos se encuentran prisioneros de la deuda norteamericana y tienen que mimar a su gran deudor -a Estados Unidos- para evitar problemas. Como aquella famosa declaración del secretario del Tesoro estadounidense John Connally hace 40 años: “El dólar es nuestra moneda, pero vuestro problema”. Se lo decía a periodistas europeos que le preguntaban sobre la permisividad de Estados Unidos ante la devaluación del dólar; hoy serían los chinos los destinatarios de tal pensamiento, que no ha desparecido en Washington.
Volviendo al tema de la confianza, si el nuevo Gobierno español acomete con contundencia el ajuste fiscal, a corto plazo habrá efectos contractivos. Hay que preguntarse entonces cómo se pueden contrarrestar estos efectos contractivos sobre la economía para que haya crecimiento, porque, de lo contrario, acabará en una recesión. La contestación es creando confianza desde las esferas estatales.
El Gobierno tiene que exponer un programa con una serie de acciones en el campo económico –presupuestos, mercado laboral, sector financiero, energía, etc.– que sea coherente. Los mercados son capaces de detectar rápidamente si su programa es coherente o no. No se ha de lanzar medidas del tipo: a final de año vamos a reducir el déficit a un 4%; para 2013 vamos a volver al 3%…
Creíble sería si el Gobierno, en su primer Consejo de Ministros –que según las leyes debe ser el 23 diciembre–, anuncia un programa de saneamiento presupuestario plurianual donde se especifiquen todas las partidas de gasto, todas las partidas de impuestos y todo aquello que se va a hacer. Se ha de explicar el tipo de gasto que se va a realizar, indicando cuál ha de bajar y cuál puede subir; poner el énfasis en los impuestos indirectos, pues los directos afectan a la inversión, etc. Resumiendo, hay que transmitir un programa económico que, en sí mismo, sea coherente y comprensible. Una vez hecho esto, los mercados sabrán lo que les espera y eso crea confianza, aunque sea duro.
El futuro siempre es incierto y, para asumir los problemas de la incertidumbre, tenemos a los empresarios. Ellos son los únicos que realmente asumen riesgos, y por eso se llaman empresarios. Así es como funciona la economía, pero lo que no podemos hacer es añadir un riesgo adicional a los ya inherentes y normales de la misma, como es el de no saber lo que va hacer el Gobierno. Por eso es tan importante hacer un programa de este tipo, lo mismo que con las reformas estructurales. Se ha de explicar cómo se van a hacer. Hace 30 años, cuando Canadá y Nueva Zelanda, por poner dos ejemplos, pasaron una dura crisis, publicaron con minucioso detalle todo lo que iban a hacer, y lo llevaron a cabo. Hoy son economías fuertes. Evidentemente, una cosa tras otra, pues no se puede hacer todo al mismo tiempo, pero debe estar claro cuál es la hoja de ruta, cómo se quiere realizar, y no desviarse por muchas protestas que haya en la calle, que las habrá. Esta generación de confianza es la única forma rápida de combatir los efectos de una contracción por un ajuste fiscal.
F.F.S.: En el curso de unas conversaciones recientes con directivos bancarios, se mencionaban los rumores sobre la posibilidad de que Alemania pueda retirarse del euro y volver marco. ¿Hasta qué punto tienen fundamento? ¿Hasta cuándo durará la “generosidad alemana”?
J.D.: Se rumorea por rumorear. En Alemania se habla de cómo reconstruir la eurozona, con reglas más vinculantes para todos y sanciones más rápidas en casos de infracción. Pero Alemania no va a abandonar la zona euro, y tampoco la quiere germanizar... Ahora bien, los que somos parte de la zona euro debemos ser conscientes de que, aun tratándose de naciones soberanas, ya no es posible para nadie remar a su aire y debería ser el objetivo de todos lograr un máximo de convergencia económica.
F.F.S.: En los años 80, Alemania tenía su propio mercado de facto: junto con Austria y los Países Bajos seguían al Bundesbank, y tenía una zona de influencia propia. Usted decía, cuando formaba parte del Consejo de expertos económicos, que había que comenzar con una unión monetaria que fuese óptima desde el punto de vista teórico: países homogéneos en todos los sentidos. Añadió además que Francia debería formar parte de esta unión homogénea. ¿Por qué no se partió de la lógica?
J.D.: La razón de que no fuese así fue política, evidentemente. El canciller Kohl tenía la visión de una unión política europea y estaba convencido de que la moneda única serviría como trampolín para acercarse a ese objetivo. En los momentos actuales, está usted en lo cierto cuando apunta hasta cuándo va a aguantar Alemania. El sentimiento entre la población alemana es de un cierto descontento. Piensan que no está mal que todos seamos hermanos pero no que nosotros, los alemanes, seamos unos primos.
Yo he vivido conversaciones con personas en Grecia donde me han dicho: “¿por qué vamos a hacer más sacrificios si los alemanes nos ayudarán de todas formas?”. Aquí entramos en un aspecto que creo que es esencial, en sentido negativo, para entender por qué esta crisis se alarga tanto. Desde mayo de 2010, y desde diferentes cúpulas como Berlín, París o Bruselas, se lanzó el mensaje de que íbamos a salvar el euro, costase lo que costase; que no íbamos a dejar caer a nadie en suspensión de pagos. Cuando Merkel, Sarkozy y Barroso dicen esto, los países con problemas financieros lo perciben de una forma equivocada: “Si los alemanes están tan empeñados en ayudarnos, nosotros haremos algunas cosas, pero que siga entrando dinero…”. Siempre he aconsejado el silencio entre los políticos en áreas tan sensibles como son los asuntos monetarios y financieros; al hablar tanto crean lo que en los manuales de economía se denomina “moral hazard”, traducido por riesgo moral, que además cambia los comportamientos, a peor.
Hoy, en Alemania, estamos en un proceso de consolidación presupuestaria importante. Tal y como recoge nuestra Constitución, a partir del año 2016 hay un techo muy severo para el déficit público estructural del Gobierno Federal (0,35% del PIB) y a partir de 2020 a los Gobiernos regionales les estará prohibido incurrir en déficit estructural. Por eso tenemos que reducir el déficit actual en los próximos años. Eso es algo que vivimos incluso a nivel de municipios. El ciudadano alemán de a pie ve cómo se cierran piscinas, jardines de infancia, cómo se reduce la oferta cultural… en fin, servicios que uno daba por hecho y que, ahora, es consciente de que no se pueden financiar y hay que apretarse el cinturón, y así lo hace. Pero, al día siguiente, los periódicos hablan de si hay que darle a Grecia 100.000 o 120.000 millones… Eso no hay forma de transmitirlo.
Si pensamos en el tema de los eurobonos: ¿cómo le dice el canciller alemán al ciudadano que si mañana quiere comprarse una lavadora a plazos tendrá que pagar más intereses de lo habitual para que los españoles tengan un tipo de interés más bajo? Esto es una de las fuentes de euroescepticismo. La otra es el temor de que los gobiernos pudieran presionar al Banco Central Europeo para que abra el grifo del dinero barato, sin reparar en los efectos inflacionarios, para los cuales los alemanes somos extremadamente sensibles. Hoy por hoy, en Alemania ningún político serio se plantea sacar al país de la euro zona. Pero nuestros políticos tendrán que empeñarse a fondo para que no perdamos la fe en el euro.
Pienso que Grecia no va a poder devolver su deuda, ni ahora ni en un futuro predecible. No tiene potencial de crecimiento suficiente. Si Grecia llegase a la conclusión de que, para ellos, sería más ventajoso salirse del euro, aunque solo fuera de forma transitoria, habría que dejarles ir y no empezar con estas advertencias catastrofistas que no llevan a ningún lado. Al igual que en el sector bancario se habla de la limpieza y la creación de los bancos malos, a lo mejor hay que hacer una limpieza entre los miembros de la Unión Monetaria Europea. Las reglas de juego de la zona euro son muy duras, y además han retirado la política monetaria de la soberanía de los países miembros. Coordinar la política fiscal con esas reglas es francamente complicado, pero, si no se quiere hacer, no se puede pertenecer a este grupo. Lo cual no descarta conservar, si lo desea, el euro como moneda (modelo Andorra). Técnicamente es posible. El país en cuestión no tendría en este caso una política cambiaria propia, pero tendría la capacidad de gestionar bien la reestructuración de la deuda soberana.
F.F.S.: ¿Qué otro tipo de recomendaciones daría usted a quienes nos gobiernan financieramente para que la situación mejore?
J.D.: Yo suplicaría a nuestros mandatarios, a los jefes de Gobierno, al Ecofin y a los presidentes de la Comisión Europea y del Eurogrupo que sean más prudentes con sus declaraciones públicas. Lo ideal es que se callasen durante algún tiempo. Simplemente, no crearle todos los días titulares a los medios de información y llenar a los mercados con anuncios voluntaristas y contradictorios, sino ponerse a trabajar para que en el tiempo que sea necesario digan: esto es lo que hemos acordado, esto es lo que nos proponemos hacer y esto es lo que se va a llevar a cabo ya. Actualmente, Merkel y Sarkozy abogan por un nuevo Tratado, que reorganice las estructuras de la zona euro. Pero para una reforma hay que poner de acuerdo a los 27 países miembros de la UE o, si por ejemplo Gran Bretaña lo bloqueara, por lo menos a los 17 países que componen la zona euro, y un proceso de ratificación no se hace en media hora. Además, no sabemos qué medios prevén Merkel y Sarkozy para garantizar que los acuerdos adoptados ahora se cumplirán en el futuro, si en el pasado se transgredieron sin más las normas establecidas, empezando precisamente por Alemania (Schröder) y Francia (Chirac) en 2003-04. Pienso que ese protagonismo, esa hiperactividad política, crea más incertidumbre de la que nos conviene.
Los mercados financieros, nos guste o no, son tan sensibles que muchas veces sobrerreaccionan, tanto en una dirección como en la opuesta. Por eso hay que darles información que puedan digerir y no estar obligándoles diariamente a hacer cálculos nuevos. Por lo tanto, recomiendo prudencia, porque la creación de confianza en los mercados también consiste en ser muy cauteloso con lo que se dice en público y cuándo se dice.
En cierta ocasión, el ex-canciller alemán, Helmut Schmidt, dijo algo que me impresionó: “Un gobierno no puede decir siempre todo lo que hace, pero aquello que dice ha de ser verdad”. Aplicado a nuestra situación actual, yo diría que un gobierno no debe estar constantemente compitiendo con el de al lado para ver quién tiene la idea más interesante, sino simplemente debería intercambiar opiniones y análisis entre sus homólogos y, solo cuando se haya llegado a un acuerdo serio y viable, comunicarlo a la opinión pública y a los mercados. Únicamente se puede comunicar aquello que sea digerible para los demás y que sirva de ayuda a los inversores financieros para tomar sus decisiones, y no estar continuamente cambiando de opinión. De la producción de ideas ya se ocupa el mundo académico. En estos entornos, puede haber discusiones públicas donde participe todo el mundo, y eso no es negativo, pero quienes tienen responsabilidad política solamente han de hablar de lo que está decidido. Imagínese usted que un país con moneda propia se propusiese apreciar o devaluar su moneda y, antes de hacerlo, lo sometiese a debate público durante ocho semanas. Mejor invitación a la especulación, imposible. Hay cosas que no se pueden discutir en público y solo pueden ser presentadas como un “fait acompli”.
Ya llevamos demasiados años improvisando sobre la marcha, con cumbre tras cumbre, y está demostrado que esto no funciona. Vamos hacia un futuro con nubes de tormenta en el horizonte: las materias primas, el medio ambiente, el cambio demográfico, los problemas del entorno sanitario (obesidad, longevidad, enfermedades degenerativas, etc.); con lo cual, razón de más para que estos temas se solucionen de una forma racional. La gobernanza económica tiene que tener una mayor calidad que la que hemos visto en los últimos años. Las causas de los problemas fiscales y estructurales que tiene cada uno de los países de la zona euro han sido estudiadas con profundidad, las medidas apropiadas para ponerles remedio también son sobradamente conocidas. Los deberes empiezan en casa, no en Bruselas. Ya sé que se dice pronto. Pero si no lo conseguimos, el futuro económico y social para la zona euro será todo menos halagüeño.