Luis Alberto Lacalle, el sentido de la libertad
GESTIÓN EMPRESARIAL / TRABAJO / INVERSIÓN
“Innovar y emprender, claves de futuro”. Este fue el título elegido este por año por Madrid Excelente para la celebración de su V Congreso Internacional de Excelencia. Junto con el ex presidente de Chile, Eduardo Frei; Luis Alberto Lacalle fue otra de las personalidades internacionales elegidas para la inauguración oficial. En esta edición, la conferencia magistral corrió a cargo de Michael Leven, presidente y CCO de Las Vegas Sands Corporation.
Abogado, periodista y político, Luis Alberto Lacalle fue presidente de Uruguay entre 1990 y 1995. Posteriormente, presidió el Directorio del Partido Nacional en dos ocasiones, y hoy es senador de la República por el partido Unidad Nacional.
FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: Hace unos meses, Marco Antonio Slim nos comentaba que se ha producido una situación única en la historia latinoamericana y que, si la previsión y el desarrollo continúan durante una década, todo el continente saldrá de la pobreza. Sin embargo, también mostraba su preocupación ante posibles burbujas en Brasil, Argentina…, similares a las vividas en España. ¿Es usted de la misma opinión?
LUIS ALBERTO LACALLE: Antes que nada, quiero decir que tenemos una Iberoamérica –como a mí me gusta decir, más que Latinoamérica–, de dos velocidades. Por un lado están los países que han entendido el mundo moderno, especialmente Chile, donde también podemos inscribir al Perú, Colombia, el Paraguay o el Brasil, aunque este siempre ha sido una entidad separada, distinta, y es un mundo en sí mismo; y después estamos los países que nos vamos quedando atrás, como Uruguay, Argentina, Bolivia, Venezuela, porque no hemos entendido el mundo moderno y hemos dilapidado esta prosperidad fantástica. Por lo tanto, creo que hay, por lo menos, dos Iberoaméricas.
En segundo lugar, en el Uruguay no hay burbujas en el sentido español, es decir, no se ha operado toda esta inversión a crédito, sino que allí la inversión es real y efectiva con, a mi juicio, excesivo beneficio para la inversión extranjera, que al fisco uruguayo le ha hecho perder 2.000 millones de dólares. Ha traído buenas inversiones, pero no son especulativas en el sentido de ser con dinero prestado. Si por burbuja entendemos que un buen día se empieza a dar crédito sobre crédito e hipoteca sobre hipoteca, en el Uruguay eso no pasa, y creo que en Argentina tampoco. No sé en otros países.
Si fuéramos capaces de sostener el crecimiento que han tenido algunos, bajando gastos estatales y ofreciendo trabajo más que beneficencia, creo que Iberoamérica podría haber salido adelante. Estamos llegando al momento en el que la bonanza va a bajar, porque la economía es cíclica y nosotros, en el caso del Uruguay, estamos muy temerosos, porque el Gobierno está gastando del 100% que recauda el 130%, es decir, estamos con un déficit muy grande. El día que esto se pare, no hay esperanza.
F.F.S.: Durante su intervención en el V Congreso Internacional de Excelencia, ha hecho un interesante comentario sobre la justificación del boom argentino y uruguayo de final del siglo XIX y principio del XX, refiriéndose a la inmigración.
L.A.L.: Compartimos esa emigración italiana y española. El inmigrante es una selección darwiniana. Nosotros recibimos entonces una selección natural de gente dispuesta, valiente. De la familia que está en la aldea, tiene cinco hijos y una hectárea de tierra para cultivar con un hórreo en la esquina, evidentemente se va el hijo más audaz, el mejor, el que se atreve. Ellos son la segunda conquista de América. Por eso digo que recibimos una selección natural de gente dispuesta, valiente.
Llegaron a países donde el Estado no molestaba, donde se podía trabajar lo que se quería –si querían trabajar 14 horas, lo hacían–, porque el trabajo no se veía como maldición sino como bendición. Además, eran personas con un espíritu fuerte de la familia, del futuro, del ahorro para los hijos, para la casa propia… Esto nos dio un gran empuje a Argentina y Uruguay y nos convirtió en unos países casi ideales, porque teníamos lo mejor del mundo. No solo venían españoles, sino también libaneses, judíos, rusos que empezaron a escaparse antes de la revolución bolchevique y que eran unos magníficos agricultores, gente creyente… El cóctel social era magnífico.
Luego empieza a aparecer la figura del Estado omnipresente, las empresas estatales; y todo ese espíritu de emprendimiento, que era el gran regalo que nos dejaron los inmigrantes, se amortigua.
F.F.S: Ahora se está produciendo un movimiento similar con españoles volviendo a Iberoamérica.
L.A.L.: En mi país, por ejemplo, se hizo un programa de llamado a los inmigrantes, “Bienvenido”; pero no pueden ir a un país donde los impuestos son altísimos o donde el empleo está arrojado por los sindicatos. Por eso, los que han vuelto no se han quedado contentos, porque el ambiente no predispone a la creatividad, al empuje, sino más bien al de una seguridad pacata. Eso nos da una buena receta.
F.F.S.: También ha hablado de la tecnología del conocimiento. ¿No cree que existe una gran distancia entre la élite que gobierna y su capacidad de conocimiento con respecto al futuro de las tecnologías y lo que suponen?
L.A.L.: En el Uruguay, yo he sido de los primeros en darme cuenta de esto. Ya en el año 1985, propuse la Comisión Informática en el Senado, cuando después de la dictadura fui electo senador. Entonces todos me miraron creyendo que la informática era una mala palabra. Recuerdo a un senador de la izquierda, muy notorio, ya fallecido, que votó en contra porque dijo que quitaba trabajo. Por suerte, tengo hijos y sobrinos que son una especie de pequeños Bill Gates, que han hecho una empresa exitosa en un garaje y me mantienen muy al día.
Es más, Uruguay exporta más software que Argentina, en términos absolutos; y dos de los más importantes juegos electrónicos que están de moda son hechos por uruguayos, es decir, el país cultiva también esa veta, por suerte. Lamentablemente, el sistema educativo ha bajado tanto que la futura alimentación va a venir de la educación privada. Ahí sí se va a producir un divorcio, porque el padre que puede pagar la educación va a tener un hijo con futuro, los otros van a ser proletariados de pico y pala.
F.F.S.: Usted siempre ha destacado por ser liberal. ¿Qué posición estratégica cree que debería ocupar actualmente Uruguay, considerando su localización entre Brasil y Argentina?
L.A.L.: Depende de la elección que viene. Llevamos ocho años de gobierno de izquierda, una izquierda retrógrada, porque los comunistas de Uruguay son comunistas pre-Gorbachov, que solo quieren industrias del Estado. A ese conglomerado, se le agregaron los Tupamaros, que son los que intentaron destruir el país en el año 1963. Esa murga es la que ha administrado la más grande prosperidad de 100 años.
Cuando yo era presidente, el PIB de Uruguay era de 10.000 millones de dólares, ahora de 40. Toda esa prosperidad se la han gastado: han aumentado la deuda pública, los empleados del Estado, el déficit…, esa izquierda ha sido letal.
Ahora, yo no le tengo miedo a las etiquetas. No soy ni de izquierdas ni de derechas, yo soy integrante del Partido Nacional. Yo siempre pregunto si bajar la inflación es de derechas o de izquierdas; es bueno, ¿verdad? Pues yo soy de bajar la inflación. Yo tomé el país con un 7% de déficit calculado sobre Producto, y llegamos al superávit en el año 1993. ¿Eso es de derecha o izquierda? Da igual, lo que debemos preguntarnos es si es bueno o malo. Hay que saber qué herramienta va bien para martillear y cuál para desatornillar, y usarlas. Esa es mi filosofía política, siempre con valores detrás: primero Dios, aunque mi país es laico, la Patria, la familia, la honradez, el trabajo, la jerarquía, el respeto por los mayores… Todo eso atrás, y después lo que venga: martillo, llave inglesa o destornillador, lo que sea.
F.F.S.: Acaba de mencionar a Dios, ¿qué significa para usted el Papa Francisco?
L.A.L.: Yo soy educado en los jesuitas, así que, de entrada, esa SJ (Societas Jesu, Compañía de Jesús) me cautivó. Creo que en pocos días, el Papa Francisco ha conseguido lanzar varios centros, varias ideas y estilos que son tremendamente provocadores. Yo soy creyente, estoy en orden con la Iglesia hasta donde puedo y soy cumplidor, pero él le ha llegado a mis hijos, que no son tan creyentes como yo. En poco tiempo, ha dado oxígeno a la Iglesia, y eso es algo admirable. Es un hombre espléndido en el que hay que creer.
Estamos en las puertas de algo grande, y no hablo de milagros, sino simplemente de dos reflexiones que mencionó y que a mí, como viejo pecador, me llegaron al alma: “Déjate misericordear por Cristo” (bien porteña la manera de hablar de él), es decir, deja que Dios te aplique la misericordia, no te niegues a ella. Es una bellísima frase. Y la otra: “Dios no se cansa de perdonar, nosotros nos cansamos de pedirle perdón”. Esto me ha abierto el alma. Ojalá Dios lo conserve y proteja de las fuerzas negativas que parece que hay dentro del Vaticano.
La revolución de la excelencia
A continuación se presenta una selección de las ideas más destacadas que Luis Alberto Lacalle compartió con los asistentes al V Congreso Internacional de Excelencia:
“La gran obra de Chile fue no temerle a las soluciones que, siendo buenas, habían sido adoptadas por gobiernos que no eran ni simpáticos ni buenos. Como las buenas medidas no tienen color ni partido, se siguieron. En segundo lugar, no temerle a lo nuevo.
Si no comprendemos que la excelencia es el camino, no hemos aprendido nada de lo sucedido durante este tiempo. Por eso, me gustaría hablar de varios temas que tienen que ver con lo que podríamos llamar “la revolución de la excelencia”, como son: la libertad, la tecnología del conocimiento, la labor del Gobierno, la nueva sociedad, la educación y el aporte del Estado.
La libertad es la gran contribución de la civilización y la base de Occidente. El libre albedrío, ese misterio de la potencia del ser humano para ser tan libre como para perderse, un misterio que no logramos comprender. Ese sentido de la libertad ha sido el distintivo de lo que llamamos la cultura de Occidente. Esa libertad individual que está en nuestro ADN y que tenemos que respetar y permitir que fluya. Decía Juan Pablo II: “La libertad del hombre no es la libertad de la bestia de los campos, tiene que estar acotada por la razón, que es la que domina al ser humano”. En términos de sociedades, la razón se llama la ley, el Estado de Derecho, la legitimidad de origen de los gobiernos, pero también la legitimidad de ejercicio, que es algo que en América Latina a veces no encontramos.
Hoy estamos viviendo un tiempo de esa libertad, que nadie niega que ha de promoverse, ejercerse y protegerse en lo político y en lo económico. Hoy tenemos que recuperar el sentido de la libertad, porque las naciones que van quedando atrás son las que no creen en ella. Quizás el multiplicador de libertad más grande ha sido el ingreso del mundo en la tecnología del conocimiento.
En un tiempo eran los imperios, las materias primas, el tener más capital… Ahora nada más hace falta tener dos cosas: neuronas y un ordenador. Esa es la ecuación del éxito. Vemos cómo las más grandes empresas surgen de los garajes. Hoy somos absolutamente libres, porque todo el conocimiento humano, todo lo que el mundo sabe, todo lo que me quiere ofrecer para aprender, es mío; incluso lo puedo tener en mi teléfono, y no nos damos cuenta. Para algunas generaciones, como la mía, el cambio ha sido abismal. Tenemos que darles paso, y ser conscientes de que estamos ante la gran revolución, la del conocimiento. Tenemos que preguntarnos por qué no avanzamos más, por qué esa semilla no prende.
Empecemos por hablar de los Gobiernos. No hay nada más peligroso que un Gobierno que quiera hacerlo todo. Sí podemos dejarle que facilite la vida a los emprendedores desde la siguiente fórmula: tanto mercado como sea posible y tanta solidaridad como sea necesaria, porque también de nuestra tradición judeocristiana viene el sentido de la solidaridad, de poner coto al mero espíritu de lucro. Nada iguala al mercado como asignador de recursos. Necesitamos menos regulación, y mejor todavía, ninguna.
Nuestras tierras, Argentina y Uruguay, tuvieron su momento de oro, desde la última década del siglo XIX hasta los años 30 del siglo XX, por la enorme inmigración española, en particular gallega; y también italiana. Recibimos entonces lo mejor.
Mi país llegó a ser uno de los más ricos, porque teníamos el espíritu de trabajo, que después se fue ahogando por el concepto de que el trabajo no era algo bueno y por todas las regulaciones. La solidaridad es un deber, pero no debe ahogar el espíritu del emprendedor.
La frondosidad de las regulaciones es uno de los defectos de nuestros países. En el sistema sajón, las leyes son pocas pero se cumplen; en nuestros países, son muchas y no se cumplen. Tenemos que liberar a las fuerzas naturales del país de las ataduras de papel. Una de las cosas más placenteras que me tocó hacer como presidente fue el Programa Nacional de Desburocratización. Todas las semanas tenía que derogar decretos y proponer derogar leyes. Ahora hemos propuesto, con poca esperanza, un proyecto de ley para que el Estado no pueda pedir al emprendedor aquellos datos de él que ya tiene: ni su credencial, ni su partida de nacimiento…, pero además proponemos darle un valor positivo al silencio del Estado. Si yo pido un permiso de construcciones y a los tres meses no se me da, está concedido.
Estamos ante una sociedad que tiene que mirarse a sí misma de manera distinta, basta de la antigualla de la lucha de clases. El deseo de mejor salario y de mayor dividendo para la compañía se encuentra en la prosperidad de la empresa. Vayamos hacia la prosperidad y compitamos por más salario para unos y mejor dividendo para otros. Es tan simple como para que lo entendamos todos, menos los corporativismos, que son la más grande amenaza que tiene la democracia en este momento. Ni el corporativismo de los sindicatos ni los amiguismos para prosperar como empresarios.
La relación del trabajo ha cambiado. Hoy tenemos el trabajo a distancia, con horario flexible, podemos contratar por horas, por semanas… Y, por supuesto, dar las mismas oportunidades a las mujeres y a los jóvenes.
Me gustaría desagregar el tema de la educación, que a mi juicio cumple dos funciones. La primera, fortalecer valores, los de la civilización judeocristiana y de Occidente, que además son valores compartidos: cumplimiento de la palabra empeñada, sentido de la familia, honestidad personal y pública. La educación forma personas, completa seres humanos mejores. La familia es la primera que debe prepararlos para que lleguen bien al sistema educativo. La otra función es la transferencia de destrezas, es decir, la capacidad para desempeñarse en el mundo laboral; pero destrezas amparadas y sostenidas por los valores, eso es lo que tenemos que recuperar.
Mi país, con tres millones y medio de habitantes, era ejemplar en eso, era conocido por la capacidad y la calidad de la gente. Contaba con un sistema educativo laico, público, popular y gratuito desde 1875. Hoy día no pasan del Liceo el 45% de las personas. El futuro del país está atado a un educación que declina.
Hay que destacar el valor de la educación a distancia y permanente. Ahora nadie está preparado. Hay que reeducarse, hacer aulas universales y que la formación llegue hasta los jubilados, porque también se va a borrar la distinción entre jubilado y activo. Habrá semi-activos que quieran trabajar menos y jubilados que no quieran dejar de trabajar.
Estas formas de trabajo son un distintivo de la época que vivimos y de los nuevos emprendimientos, donde ya no se sabe quién es patrón y quién empleado, porque todos están intercambiando y compitiendo al mismo tiempo. Tenemos que comprender la nueva relación de las formas de trabajo. No va eliminar las otras, ni el sentido de la jerarquía de las grandes industrias, pero mediante un aporte de sistemas educativos permanentes, el obrero va a ser cada vez mejor y va a estar en una relación de proximidad intelectual a los patrones.
¿Qué tiene que hacer el Estado? En mi etapa de presidente creamos el Comité Nacional de Calidad. Nos parecía que a un país chico, si no era excelente o de alta calidad, no le iba a ir bien. El día que inauguramos ese Comité, yo anuncié que tenía que haber medidas de calidad para los gobiernos, porque no puedo exigir calidad a los empresarios, cuando yo no tengo un Gobierno de calidad ni busco la calidad en el Gobierno; esto es, menos coste, más eficacia y rapidez, y sobre todo sentido de la humildad.
En Uruguay, durante 60 meses, un presidente ha de terminar cosas que empezó otro y tener la humildad de poner piedras fundamentales y cimientos de proyectos que otro va a terminar, porque solamente en la trascendencia del ejercicio del poder, uno tiene que darse cuenta de que no es nada más que un eslabón de la cadena.
Los cínicos dicen que la juventud es una condición que se cura con los años, yo digo que es un condición que algunos no queremos perder. A los jóvenes les digo que tienen herramientas para enfrentar los desafíos del tiempo actual, hoy no hay excusas, porque el acceso es casi universal. En general, les recomiendo, tanto en la vida política como empresarial, nunca ser gente del crepúsculo, sino gente del amanecer.
Entrevista publicada en Executive Excellence nº102, abr13