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Paul Krugman: una visión apolítica, objetiva… y necesaria

(Tiempo estimado: 8 - 15 minutos)

MERCADOS / INVERSIÓN

Natural de Albany, donde nació en 1953, Paul Robin Krugman se licenció en Economía en la Universidad de Yale en 1974, obteniendo tres años después el Doctorado en el Instituto Tecnológico de Massachusetts, donde posteriormente fue profesor, al igual que en Yale, en la Escuela Económica de Londres y en Stanford.

Desde el año 2000 forma parte del claustro de la Universidad de Princeton, donde imparte clases de Economía y Asuntos Internacionales. Es también columnista en el diario estadounidense The New York Times y autor de más de 20 libros y 200 artículos dedicados, fundamentalmente, a las crisis económicas y financieras.

Cercano a los planteamientos neokeynesianos, está considerado el economista más destacado de su generación. En 2004 recibió el Premio Príncipe de Asturias y en 2008 fue galardonado con el Premio Nobel de Economía.

A principios de julio, La Fundación Rafael del Pino albergó la presentación de su último libro: “¡Acabad ya con esta crisis!“, editado por Crítica. Allí tuvimos la oportunidad de conversar con él.

FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: Benjamin Friedman (Universidad de Harvard) nos explicaba la relación directamente proporcional que existe entre un horizonte de progreso económico y material para las personas, y un crecimiento de los valores democráticos. Actualmente, vivimos en un momento de crisis generalizada, en el que aumenta la conflictividad social (hay mayor tensión religiosa, racial, etc.). ¿Considera que hay peligro de involución?

PAUL KRUGMAN: Esto es evidente. Los tipos de extremismos que están creciendo son diferentes. Nos gusta imaginar que la democracia y la sociedad civil pueden soportar por sí mismas (y por principio) situaciones de este tipo, pero la realidad es que son difíciles de sostener cuando se acompañan de fracaso económico.

Si no se consiguen resultados económicos relativamente razonables, el riesgo de que se produzcan situaciones negativas incrementa. Es algo que ya estamos viendo en Europa, con el crecimiento de los partidos extremistas en Francia, o el aumento de las tensiones religiosas en otros entornos, y, aunque todavía no estamos en una situación como la de 1931, definitivamente se puede observar que algunas de las cosas que entonces ocurrieron corren el peligro de volver a suceder hoy.

F.F.S.: Recientemente comparó, hablando de 1931, la situación que entonces se vivía en Austria con nuestra situación actual en Europa. Parece ser que estamos tratando la gangrena con aspirina. Los países del sur de Europa tienen una perspectiva diferente de lo que podríamos denominar la escala de responsabilidad política, social y económica, comparada con la perspectiva teutónica. Parece que existe falta de comprensión entre el norte y el sur de Europa. ¿A quién, o a qué, podríamos achacar la causa? ¿Es un problema de calvinismo frente al catolicismo mediterráneo?

P.K.: Creo que expresado de esta manera es una forma de aceptar la perspectiva alemana de lo que está pasando, y no considero que sea una perspectiva verdadera. Dejando aparte Grecia, cuyo caso es muy especial, lo que ha sucedido en España no es un problema de falta de carácter en los entornos financieros o de falta de responsabilidad. España tenía un grave problema de burbuja inmobiliaria, incentivado por bancos que no tuvieron cuidado; bancos que no eran solo españoles sino también del resto de Europa. Caricaturizando, el dinero fue prestado por cajas españolas irresponsables, a las que el dinero les fue prestado a su vez por bancos alemanes irresponsables. Si tenemos en cuenta las cifras, la situación en España se parece mucho a la de Florida en los Estados Unidos, y allí no hablamos de que los defectos de Florida se deban al carácter de sus habitantes.

El problema es que Europa no es una nación, no tiene las instituciones nacionales que podrían soportar, de una forma más o menos automática, situaciones de este tipo. En Europa se tienen que negociar temas que, en otros lugares, son sencillamente cosas del día a día, cuestiones de equilibrios y balances. No creo que esta situación se deba a un tema de valores o similar, sino que se trata, esencialmente, de los problemas que ocasiona el tener una misma moneda sin tener un mismo gobierno.

F.F.S.: En las últimas dos décadas, la distribución de la riqueza -o más bien la falta de la distribución de la riqueza (podemos analizar la evolución de los estándares de vida en los Estados Unidos como ejemplo)- demuestra que la gente rica se hace más rica y la clase media no crece, ni por asomo, en la misma medida. ¿Puede ser este uno de los condicionantes de la crisis? ¿Es excesivo el peso que soporta la clase media?

P.K.: A este respecto, tengo sentimientos encontrados. La crisis de la desigualdad no es tan simple como quisiéramos o como la percibimos. Pensar que, por el hecho de existir un entorno de gran desigualdad, esta situación desembocará en una crisis no es cierto.

En primer lugar, tanto Europa como los Estados Unidos han tenido crisis severas, y la desigualdad es mucho más notoria en los Estados Unidos que en Europa. Que la crisis europea haya sido tremendamente similar a la de los Estados Unidos nos lleva a la conclusión de que no todo está relacionado con la desigualdad. Creo que ha habido otros factores que han sido mucho más determinantes. Los mecanismos por los cuales una elevada desigualdad se traduce en una crisis no están claros.

Mi argumento principal hoy es que el hecho de que la élite estuviese pasando una situación tan extremadamente positiva en los últimos 30 años, mientras que el resto de la sociedad y las clases medias no avanzasen a ritmos similares –especialmente en los Estados Unidos–, se debe a que la élite tenía una opinión sesgada y bastante obtusa respecto de los problemas reales con los que que vivía la mayoría de la sociedad. Un rendimiento altamente inadecuado de las finanzas, las desregulaciones y temas similares han sido una senda de pequeños desastres; hasta que, finalmente, nos ha golpeado un desastre gigante. La desregulación ha sido un experimento fallido, pero en su momento pareció ser algo exitoso, si eras parte del 10% superior de la población. Entonces, como parte de la élite, las cosas iban muy bien. En ese sentido, la complacencia causada por el éxito de unos pocos es posiblemente la forma por la cual la desigualdad ayudó a crear la crisis.

F.F.S.: Myerson argumenta que las crisis son demasiado complejas para entenderlas adecuadamente. Sin embargo, muchos otros economistas predijeron, en mayor o menor medida, el advenimiento de esta crisis. ¿Tenemos un problema de pensamiento social positivo –y un modelo político que obliga al cortoplacismo– que nos impide reaccionar y ser realistas, de manera que se puedan tomar medidas anticipatorias? En España hemos estado viviendo años de negacionismo, actuando como los avestruces, incluso cuando todos los datos estaban encima de la mesa.

P.K.: En primer lugar, son muy pocos quienes estaban seguros de que la situación iba a ser tan mala y muchos los que presumen de haber previsto la crisis de una forma muy detallada, lo cual a veces resulta falso o la realidad es que habían predicho cinco crisis y solo ocurrió una.

Ahora bien, estoy totalmente en desacuerdo con Myerson respecto de la complejidad de las crisis. Las crisis financieras, y todo lo que dejan tras ellas, no son hechos aislados. Han ocurrido previamente con frecuencia, y todas tienen tendencia a parecerse. Los economistas con los que hablo están de acuerdo en que lo que realmente deberíamos haber estado estudiando estos últimos años tendría que haber sido viejos libros, como los de Irving Fisher (1867-1947), de quien Schumpeter dijo: “posiblemente, algunos historiadores futuros considerarán a Fisher como el más grande economista científico norteamericano que ha habido hasta el día de hoy”, Walter Bagehot (1826-1877) y, por supuesto, John Maynard Keynes (1883-1946). Las cosas no son tan diferentes hoy respecto de las crisis del pasado, no son algo tan complejo e imposible de comprender que hagan de ellas algo impredecible. Ocurre lo mismo con los huracanes, nadie puede presagiar en detalle cómo van a evolucionar o por dónde van a pasar, pero hay eventos extremos que tienden a ser todos muy parecidos.

La respuesta política ha sido muy mala. Creo que la base de esta mala respuesta se debe a un cúmulo de factores. El pensamiento económico es siempre político, y no existe forma de evitarlo. Incluso cosas claramente respaldadas por la evidencia serán rechazadas si no son consideradas “convenientes”. Quienes hacen la política no son, ni por aproximación, economistas. No estoy diciendo que debieran serlo, pero el hecho es que no saben en quién confiar en una crisis como esta. Además, es tremendamente difícil traducir lo que sabemos a una respuesta política adecuada. En cualquier caso, y a un nivel “cósmico”, no deberíamos sorprendernos y sí dejar de enfadarnos ante una gestión tan deficiente.

F.F.S.: Aludía a la falta de gestión responsable que existe en los gobiernos europeos, así como en la Reserva Federal Americana. ¿A qué se debe esta falta de responsabilidad ante evidencias tan concretas? ¿A qué se debe la inacción y las respuesta inadecuadas (pues muchas de ellas son tan lentas que las hacen ineficientes)?

P.K.: Parte de la actual actitud de la Reserva Federal Americana se debe a que está bajo una tremenda presión política, bastante descarnada y evidente, para que no haga nada antes de las elecciones. Ocasionalmente, me llegan comentarios off the record explicándome que la Reserva Federal no quiere ser un actor en el proceso electoral. La Reserva está retraída, incluso cuando el análisis económico dice que debería estar activa.

Me llama la atención lo que Ben Bernanke escribió respecto del Banco de Japón hace 20 años que, esencialmente, describía cómo este ponía excusas para no definir sus obligaciones, de tal manera que no existiesen dudas sobre su función. Si se define que la obligación es mantener los intereses bajos y no generar una recuperación económica, entonces no se puede decir que el Banco Central de Japón haya fracasado  en su función; ahora bien, si se define la labor de la Reserva Federal como la de promover la recuperación económica, nos preguntamos: ¿dónde está la recuperación? Ese incentivo institucional para funcionar por debajo de la capacidad de rendimiento fue una muy adecuada descripción del Banco de Japón hace 20 años (y continúa siéndolo), pero es una descripción de la Reserva Federal Americana bajo la batuta de Ben Bernanke.

F.F.S.: La educación, sobre todo a largo plazo, es uno de los factores diferenciales de las sociedades y una de las claves de su crecimiento y progreso social. Nos comentaba el decano de la escuela de negocios del MIT que el valor agregado generado por la zona de Massachusetts equivalía a la 11ª economía mundial. El talento sigue fluyendo hacia los Estados Unidos, y las mejores mentes no solamente van a ese entorno, sino que allí se quedan. En la otra cara de la moneda encontramos los países europeos, España entre ellos, donde hay tremendas barreras entre la educación universitaria y el entorno empresarial. Si bien es cierto que tenemos dos escuelas en el top ten (IESE y ESADE), no hay ni siquiera una universidad en el top 100 mundial y el filtro de acceso a la universidad pública lo supera el 98% de quienes se presentan (¡menudo filtro!). Si a esta ilógica situación añadimos las barreras lingüísticas (no se puede estudiar en castellano en Cataluña), y lo comparamos con los países del norte de Europa, llegaremos a la conclusión de que nos estamos “condenando” a no ser competitivos en el futuro.

P.K.: Evidentemente, la educación es importante, pero tenemos que dejar claro que el modelo norteamericano, aunque ha sido muy exitoso a lo largo del tiempo –durante los dos últimos siglos–, hoy tiene algunas grietas. Aun conservando soberbias instituciones educativas en los altos niveles, hay carencias en los niveles medios.

El acceso financiero a las mejores escuelas es cada día más complejo, y estas atraviesan serios problemas, debido a la dominancia de trabajos de alto nivel, respecto a los de nivel medio. La supremacía de la economía académica de los Estados Unidos no es tan fuerte como antes y, aunque siga existiendo un campo norteamericano céntrico, Europa se está aproximando. Y, ciertamente, no hay ninguna razón por la cual deba existir un monopolio norteamericano.

Los Estados Unidos siguen atrayendo a los mejores, pero creo que no solo se debe a las instituciones académicas y al idioma, sino que existen otros factores tan influyentes o más, como puede ser que la sociedad americana sea muy abierta y reciba con cordialidad a quienes llegan. Por muchas críticas que uno quiera hacer, si alguien con talento busca un espacio en el que vivir cómodo sin sentirse extraño, los Estados Unidos es el mejor sitio para estar. Reino Unido es el mejor dentro de Europa Continental, pero aun así no es comparable. Si uno quiere ser un cosmopolita sin raíces –“rootless cosmopolitan” era el eufemismo peyorativo empleado durante la campaña antisemita de Stalin–, es en Nueva York o en Londres donde querría estar, o quizás en California, pero nunca sería lo mismo que estar en Barcelona, por muy bonita que sea la ciudad.

Actualmente, hemos permitido que en los Estados Unidos la educación práctica o vocacional haya quedado relegada, respecto de países como Alemania. Allí existen universidades de alto nivel, donde la educación vocacional que actúa de sostén para la industria mediana es magnífica. Me gustaría que los Estados Unidos pudiéramos hacer el 10% de lo que hace Alemania en este sentido. Con esto quiero decir que son muchas las formas en las cuales la educación ayuda al progreso. Además, la proclamación del inglés como “ligua franca” –lo cual es algo gracioso– es sin duda una gran ventaja competitiva para los países que lo tienen como idioma nativo.

F.F.S.: Tuvimos el placer de sacar en nuestro último número a la editorialista de The Wall Street Journal para Latinoamérica, Mary Anastasia O’Grady, que nos advirtió de los peligros de una burbuja en Latinoamérica, especialmente en Brasil. ¿Lo ve posible a medio-corto plazo?

P.K.: Así lo parecía últimamente. Es una pauta recurrente desde que se liberalizaron los movimientos de capital a nivel internacional en los años 70. Han sido muchas las historias de amor de los mercados con los países que, cuando han dejado de quererse, han ido desperdigando grandes destrozos tras ellos. Le pasó a México a principios de los 90, al sureste de Asia al final de esa misma década, le pasó a Argentina, e incluso le ha sucedido a España.

Brasil muestra algunos de estos síntomas, aunque pienso que la burbuja se ha desinflado algo en los últimos meses. Creo que la gente se estaba entusiasmando demasiado con Brasil, y ellos han actuado de forma correcta limitando el crecimiento del real y la erosión de las industrias manufactureras internas.

He realizado algunos estudios sobre el país y creo que su base económica es mucho más sólida que la de otros países latinoamericanos, pues las entradas de capitales no fueron –comparativamente– tan grandes. En la última década, España pasó de ser un país que manufacturaba a un país que construía casas. En Brasil no hay una burbuja de este tipo y las materias primas sí pueden representar un problema, pero hay mucha solidez en su modelo económico. Además son conscientes de la situación y, aunque en los próximos años quizás las cosas no vayan tan bien como hasta ahora, no lo consideran tan excesivamente complicado. A los analistas que crearon el término BRIC les deberían echar encima un jarro de agua fría, pues hicieron un flaco favor a estos países.

F.F.S.: En un reciente artículo, valoraba usted las posibilidades de supervivencia del euro en un 60% (hasta entonces las había valorado en 50%). Entramos en el verano, y en Europa se espera una ralentización del mundo financiero. ¿Qué deberíamos estar haciendo en estos momentos? ¿Es excesivamente burocrática y lenta la mecánica de la Unión Europea, hasta el punto de incapacitarla para reaccionar a los movimientos del mercado?

P.K.: En primer lugar, el rescate bancario no es algo que esté hecho. Es una declaración de intenciones, pero no habrá dinero disponible hasta que se instaure el supervisor bancario europeo. Espero que pronto veamos algún movimiento en la creación de esta función, y eso tiene que ser una acción a nivel de la Comisión Europea. La política macroeconómica también debe provenir del Banco Central Europeo, por eso queremos ver lo que va hacer y, sobre todo, qué es lo que dicen los políticos alemanes respecto de la función que vaya a tener este Banco.

Alemania sostiene una política de línea dura respecto de la compra de bonos y de la política monetaria, y me temo que si no se relaja la situación, se volverá muy tensa. La realidad es que, a día de hoy, no hay nada resuelto, aunque el tono de las conversaciones de la última Cumbre ha mejorado sustancialmente, sugiriéndonos que el realismo comienza a imperar. Más no puedo decir, pues una sola reunión negativa donde se sugiera que no se van a conceder las solicitudes presentadas podría echar abajo todo el proceso, otra vez. Esto es algo que repito de forma insistente y que considero muy importante, aunque pueda hacerme parecer un americano desagradable –pese a soy un amigo sincero que apoya a Europa y quiero que la Unión Europea funcione–. Todo lo que de mí proviene está hecho desde el ánimo del realismo constructivo que tiene como objetivo ayudar a salvar Europa.


 

Entrevista publicada en Executive Excellence nº94 jul/ago12

 


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