La ecuación de Einstein y el talento humano
Einstein formuló la ecuación “E=mc2”, que describe cómo la materia (m) se transforma en energía (E) en proporciones exponenciales al cuadrado de la velocidad de la luz (c2).
Una vez, en un congreso científico, alguien preguntó a Einstein cómo era posible que hubiera llegado a plasmar en una ecuación tan sencilla el comportamiento complejo de todo el universo. “Bueno, respondió, la ecuación es sencilla, pero llegar a ella me llevó unos 40 años”.
¿Qué analogías pueden existir entre la ecuación de Einstein y la forma en que las personas, grupos y equipos aportan energía, valor y resultados a las organizaciones a través del talento humano?
Con un poco de imaginación, podríamos aplicar esta ecuación a la organización, formulándola, más o menos, de la siguiente manera: “La energía y valor de una organización es igual a su conjunto de personas y equipos multiplicado por el cuadrado de su talento.” Como en el universo, toda la complejidad de una organización podría resumirse en su energía y valor, en sus personas y en su talento.
El comportamiento de grandes líderes a su paso por organizaciones y la forma en que gestionan el talento y las personas transformándolas en resultados y valor adquieren, a veces, un gran parecido con la ecuación de Einstein. He aquí ocho características de ese comportamiento que se podrían formular bajo dicha ecuación.
1. Dejar huella de gigante. Los grandes directivos dejan, a su paso por la empresa, una enorme huella que marca un antes y un después, una discontinuidad, un gran escalón. Esta huella trasciende más allá de ellos mismos, como el Quijote trascendió a Cervantes y La Ilíada y Odisea trascendieron a Homero. Las cosas son distintas a como eran antes de su paso por la empresa. Las organizaciones por donde pasan estos líderes muestran una radical transformación en calidad y en cantidad. Son personas que influyen en el contexto y lo modifican radicalmente. Dejan consolidadas o a punto de consolidarse obras que apenas existían en el pasado.
Por el contrario, el paso de un directivo mediano no deja apenas huella y pasa desapercibido.
2. Sembrar y multiplicar su obra y su eficacia. Los grandes líderes son como un grano de trigo que germina en la tierra y se transforma en mil espigas de oro y en mil sacos de grano. Multiplican su impacto a través de otras personas, creando equipo, escuela y cultura nuevos a partir de ellos mismos, como onda en un estanque. Con su ejemplo, pretendido o no, transmiten a los demás sus valores, enfoques y criterios a través de un liderazgo exquisito, a veces no pretendido, inconsciente. Es un liderazgo que no se enseña, sino que se aprende. Más que valores de gestión transmiten sus valores más valiosos, los propios personales. Transmiten y multiplican la esencia y semilla de su liderazgo.
3. Dar más de mil por uno. Los grandes directivos generan una cantidad de valor, riqueza y resultados inconmensurablemente superior a la remuneración material que reciben de la empresa. Se hacen y, a veces, también se deshacen en el trabajo, como la materia respecto a la energía. Dan mil, o mucho más que mil, por uno y, no obstante, se sienten en equidad entre lo que perciben y lo que generan.
4. Ir siempre “más allá”. El impacto de estas personas en la empresa va mucho más allá de lo previsto en la descripción del puesto oficial. Saben muy bien que ésta contiene sólo sus deberes y responsabilidades, todas las actividades que tienen que hacer en el puesto para no fracasar. Pero saben también que esto es sólo condición necesaria, no suficiente para su auténtica y más valiosa aportación. Las claves del éxito están más allá de las fronteras del puesto y consisten en abordar cosas que ni manda ni prohíbe la empresa, en identificar y aprovechar oportunidades, en cambiar las cosas, en innovar, en ir más allá del deber y en explotar en todo lo posible nuestro potencial y el de los demás. Estas responsabilidades no se nos exigen, pero sí podemos exigírnoslas a nosotros mismos. Ellas satisfacen las necesidades más importantes del ser humano y son las que diferencian al excelente del meramente adecuado.
5. Tener poco recreo. El nivel de actividad de los grandes directivos es alto; su materia, sea gris o de carne y hueso, está casi permanentemente generando energía, reinventándose y descubriendo nuevas formas de transformar su talento en resultados. Asimismo, dedican poco tiempo a la autocomplacencia y no permiten que su espíritu “engorde” excesivamente con el éxito. Como seres humanos, disfrutan con las mieles, pero no engordan.
6. Visión dinámica y energética de la vida. Su visión del mundo es dinámica, no estática. Se resisten a ver las cosas paradas. Saben, como Heráclito, que no nos bañamos dos veces en el mismo río. Saben que, aunque desandemos el camino, las cosas nunca serán como han sido y que nunca volvemos al mismo punto de partida. Tienden a percibir la materia en forma de energía y a las personas, en vez de llenas de carne y hueso, llenas de talento. Ven el talento y la energía donde otros sólo ven materia humana.
7. Multiplicar sus perspectivas en muchas dimensiones. Frecuentemente pasan por varias áreas funcionales (Producción, Ventas, Marketing, etc.) y, aunque no consideran ninguna como “su área”, en todas ellas profundizan y trabajan a fondo, “hincando los codos”. Aportan, aprenden y consolidan, pues, una visión de calidoscopio, una capacidad de observar las mismas cosas desde diferentes perspectivas, colores de las gafas y puntos de vista. Paralelamente desarrollan una visión desde arriba, de helicóptero, una perspectiva global y una capacidad de ver el bosque, además de los árboles. Los problemas y situaciones que otros perciben en forma lineal y “a ras de suelo”, los ven en todas sus dimensiones y perspectivas y a mayor altura.
8. Ser espíritus hambrientos. Su hambre del espíritu se sacia solamente con las necesidades más exquisitas y altas del ser humano: las de autodesarrollo permanente, propio y de los demás, y las de aprovechamiento y explotación al máximo de los talentos con que han sido dotados. No se conforman sólo con la baza de dados que han lanzado sobre el tapete, sino que se arriesgan a lanzarlos otras muchas veces para obtener bazas mejores. Saben que no se aprende ni se consiguen las cosas, si no se intenta. Como en los deportes, hay que generar ocasiones, muchas de las cuales son fallidas, pero otras culminan en un acierto. La perseverancia, optimismo y capacidad de corredor de fondo para aportar resultados y aprender de la experiencia (frente a repetir las mismas experiencias) elevan a estas personas a altos niveles de energía, muy por encima de la materia.
Si a Einstein le llevó 40 años concluir que la fuente inagotable de energía del universo es la materia multiplicada exponencialmente por la velocidad de la luz, no es de extrañar que nos lleve un tiempo parecido el concluir que la fuente inagotable de energía y valor en las organizaciones consiste en todo su acerbo de personas multiplicados exponencialmente por su talento.
José Medina, presidente de ODGERS BERNDTSON
Artículo de opinión publicado en Executive Excellence nº51 jun08