La lógica de "el amado líder", por Javier Fernández Aguado
A raíz de la reciente publicación de Entrevista a Stalin (Kolima, 2024), algunos lectores se han dirigido a mí para indagar sobre la lógica de “el amado líder”. También me cuestionaron por ese tema en la presentación del libro en el Consejo General de Economistas el pasado 21 de mayo. Se refieren con este calificativo a quien en la actualidad lleva las riendas, o así se conjetura, en algún país caribeño, asiático o del este europeo, sin excluir el propio. Todos, en cualquier caso, expertos en baraterías.
Condenso lo que llevan en la cabeza, en términos generales, quienes han alcanzado la cúspide.
En los más de 30 años como asesor de altos directivos en múltiples países, he tenido ocasión de conocer disparejos perfiles. Los desagrego en tres colectivos:
1) El primero está compuesto por aquellos que, con toda razón, puede ser intitulados líderes. Han alcanzado un puesto de relevancia gracias a sus capacidades y al esfuerzo. No olvidan de dónde han salido y proporcionan oportunidades a sus colaboradores. Merecen el apelativo de líderes, porque determinan como centro de la organización a las personas. No olvidan los resultados, pero estos vienen equilibrados por la creación de las condiciones de posibilidad de la vida honorable de los grupos de interés. Reciben aventajados emolumentos, pero no olvidan a su gente.
Merecen el apelativo de líderes, porque determinan como centro de la organización a las personas
He tratado con quienes distribuyen parte significativa de lo que podrían ser sus beneficios entre los profesionales que más se han entregado en pro de la organización. Algunos, por ejemplo, invierten en inmuebles para proveer alojamientos dignos a empleados que proceden de países mártires, como Ucrania, Cuba o Venezuela, y no disponen de un mínimo para resolver sus necesidades habitacionales. Retribuyen, al cabo, con justicia y humanidad.
2) En un segundo conjunto, pueden encuadrarse los más inclinados hacia aspectos financieros, a quienes les cuesta entender que al igual que ellos tienen necesidades, los demás –empleados, proveedores, clientes, etc.– también acopian penurias que resolver e intranquilidades que calmar. Obsesionados por los objetivos cuantificables, de los que ellos se beneficiarán, no siempre atienden de forma prioritaria a los stakeholders.Obsesionados por los objetivos cuantificables, de los que ellos se beneficiarán, no siempre atienden de forma prioritaria a los stakeholders
3) Por último, he hocicado con quienes ocupan la cima y solo se ocupan por su enriquecimiento o por su lustre, y, casi indisolublemente, por ambas metas. En este conjunto, el grito de guerra es: “¡el fin justifica los medios y el único fin relevante soy yo mismo!”.
Hasta donde conocemos, y por desgracia, este es el caso de los amados líderes que en la actualidad padecemos. Estos patéticos bigardos, hambreados con la jactancia, hilarantes, deleznables, arrasan lo que tocan. Transcurrido el tiempo, si alguien les dedica un minuto, es para burlarse de los ditirámbicos y lamerse las heridas que les fueron provocadas por los autócratas.
Para los amados líderes: “¡el fin justifica los medios y el único fin relevante soy yo mismo!”
Entre otros, tuve ocasión de conocer de cerca a uno de estos patéticos individuos para quien solo existía él mismo. Geométricamente mediocre, careado a la corrupción, autoproclamado sublime, andaba agitado por lo que la historia diría de él. En aquel tiempo ya podía anticiparse. Ha sucedido como era previsible: nadie recuerda a aquel achaparrado regordete y tarambana que se creía eminente y era un bufón.
El motivo de que tantos los aplaudan responde a explicaciones que explicité en Patologías en las organizaciones (LID, 3ª edición), con la brillante colaboración de Marcos Urarte y Francisco Alcaide. Una es el interés de seguir recibiendo soldadas descabelladas. Se trata, en fin, de egocentrismo y avidez. También se arraciman aquellos con escasas luces, disponen de menos que un navío bucanero, a quienes les cuesta descubrir que están siendo chuscamente instrumentalizados por el emperador desnudo.
Es el caso, por ejemplo, de Hitler, el cobarde suicida a quienes, incluso después de sus incontables villanías, los menos espabilados seguían considerando como alguien venerable. Los más perspicaces le denominaron chófer loco desde los albores. Como debería hacerse con los enumerados al comienzo de estas líneas.
El paso del tiempo pone a cada uno en su sitio. Los más sagaces pronostican con acierto la proyección de esos amados líderes, grotescos pillastres engreídos. Pero esto no es dado verlo a todos con antelación.
En El management del III Reich (LID) recopilé chanzas sobre un amado líder del momento, el cabo austríaco. Narraban que Hitler fue a dar una vuelta por la zona de tarados más insondables en un psiquiátrico. Se presentó el visitante:
- Soy el Führer. Seré recordado durante toda la eternidad como el creador del Reich de los 1000 años.
Uno de los locuelos allí encerrado, fecundo en chocarrerías, participó a los demás:
- ¡Así empecé yo…!
Pocas zumbas reflejan mejor a los amados líderes.
Javier Fernández Aguado, autor de Entrevista a Stalin (Ed. Kolima), socio director de MindValue y director de Investigación de EUCIM.
Imágenes recurso: @Pixabay.
Artículo publicado en junio de 2024.