Donald Trump: un narcisista apóstol del post-truth (post-verdad)
El Diccionario Oxford ha declarado la palabra “post-truth” (post-verdad) –“relativo a o denotando circunstancias en las que hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que la apelación a la emoción y a la creencia personal”– como la nueva palabra de 2016. Esta elección ha estado motivada, en parte, por la gran notoriedad adquirida gracias al Brexit y a Donald Trump.
La deshonestidad en la política no es nada nuevo, pero lo que sí resulta más alarmante es el incremento de la mentira y de los efectos que esta puede tener sobre nuestra sociedad.
Hoy, cada vez más políticos y “expertos” ignoran lo objetivo y se contentan con lo que el cómico americano Stephen Colbert denomina “truthiness”, palabra que caracteriza la aserción de una persona sobre un argumento –o lo que expone esa aserción– que reclama intuitivamente certeza, solo porque tiene apariencia de ser correcto o porque suena bien, sin respetar la evidencia o la lógica intelectual.
Esta forma de actuar, como decía recientemente en el International Center for Leadership Development Xavier Coll, director general de RR.HH. y Organización de CaixaBank, ha llevado a la campaña de Donald Trump a reducir el nivel intelectual y de discurso de las últimas elecciones americanas a niveles nunca alcanzados previamente, niveles inaceptables.
Un ejemplo podrían ser las acusaciones de Trump hacia Barack Obama, culpándole de ser el fundador del Estado Islámico, y a Hillary Clinton de ser su co-fundadora. Esa afirmación la realizó ante Hugh Hewitt, director de un programa de radio “conservador”, quien le sugirió que quizás se estaba refiriendo a la rápida salida de Irak que realizó la Administración Obama, creando un vacío que fue el caldo de cultivo para los terroristas; pero Trump negó ese razonamiento e insistió en que Obama fue el player más importante para el nacimiento del ISIS, junto con Clinton. Ante el contra-argumento de Hewitt sobre el odio que Obama les tiene y sobre cómo está luchando por erradicarlos, Trump insistió: “No me importa, fue el fundador. La forma de salir de Irak fue eso: la fundación del Estado Islámico”.
Lo cierto es que vivimos en un mundo donde sus habitantes no buscan, de forma natural, la verdad; más aún, tienden a evitarla, como muchas investigaciones demuestran. Las personas instintivamente aceptan la información a la que están expuestas, y les cuesta trabajo resistirse a las “falsedades”. Admiten las informaciones que les resultan cómodas, y no dudan en absorber detalles que las apoyen. En la raíz de estos segos y parcialidades está lo que el premio Nobel y psicólogo Daniel Kahneman denomina el “cognitive ease”, o lo que yo llamo “vagancia cognitiva”: esa tendencia a evitar todas la interpretaciones y hechos que hacen trabajar a nuestro cerebro.
Es por eso que cuando se quiere corregir de sus errores a personas convencidas, suele producirse el efecto contrario, como demuestran Jason Reifler y B. Nyhan de la Universidad de Exeter. Si tenemos en cuenta esas parcialidades, no debe de extrañarnos lo difícil que es consensuar, sobre todo en la política.
Me gustaría aportar una mirada optimista y constructiva sobre lo que ha ocurrido en EE.UU., porque además creo que valorarlo únicamente según nuestros parámetros induce al error, y es necesario ser lo más objetivo posible al analizar este fenómeno.
EE.UU. –y sus ciudadanos– tienen significativas diferencias respecto de los europeos. No solo lingüísticas, sino sociales (son más patriotas) o de valoración del éxito. Amantes de la meritocracia, ensalzan a sus “triunfadores”, mientras que aquí estos han de ser muy humildes y discretos frente a la envidia.
Los españoles y gran parte de los europeos simplifican el fenómeno Trump, observándolo a través de sus cristales con colores propios y el resultado es, evidentemente, una distorsión de la realidad.
¿Es Donald Trump un narcisista puro?
Nuestra sociedad ha generado numerosos perfiles narcisistas a lo largo de la historia. Ejemplos de narcisistas puros son Gaius Iulius Caesar o Napoleón Bonaparte.
Los narcisistas puros tienen un ego casi siempre desmesurado e, impulsados por él, son más capaces que la mayoría, si además tienen un gran talento. Son personajes que inspiran, motivan y atraen a muchos seguidores, de los que se suelen servir. A lo largo de los siglos, los narcisistas puros han aportado magníficas contribuciones a la humanidad. Los narcisistas puros y dominantes se han impuesto como líderes naturales. Con cualidades innegables, son capaces tanto de lo mejor como lo peor. Hoy los medios y las redes sociales, tan omnipresentes, no hacen más que estimularlos.
Como líderes, son tremendamente hábiles, personalmente encantadores, competentes y hacen gala de gran determinación. No se detienen ante nada para conseguir sus objetivos y sus capacidades, habitualmente, compensan ampliamente sus debilidades. Pienso que Trump reúne los requisitos para ser calificado como tal, habiendo roto moldes en muchos aspectos. Será el primer presidente sin experiencia gubernamental o militar de la edad moderna americana y se ha impuesto, contra viento y marea, a su partido y a su contrincante, gracias a una intuición formidable.
Graduado en Wharton (1968), ha presumido –otra actitud narcisista– de haber sido el primero de su clase, cuando ni siquiera formó parte de la lista del decano (los mejores alumnos). Es un ejemplo materialista de la parábola de los talentos, multiplicando su herencia.
Como narcisista puro y duro, considero que tiene un claro objetivo: pasar a la Historia. La pregunta es, una vez elegido, ¿pasará como héroe o como villano?
Su campaña electoral ha sido un means to an end (medios para un fin). Ha sido capaz de decir lo que parte de los ciudadanos necesitaban oír para cumplir su objetivo, si bien somos conscientes de que ha mentido como un bellaco. Si el proyecto de Obama se ha visto bloqueado por un Partido Republicano intransigente y a veces obtuso, Donald Trump contará con la mayoría en ambas cámaras y con un conocedor experto de los entresijos políticos, como es Pence.
Trump ya ha puesto en marcha su poder de seducción. La primera reunión para la transición presidencial casi siempre ha durado menos de media hora. ¡Cuando Obama fue a visitar a Bush solo estuvieron reunidos 15 minutos! Trump, gran seductor y encantador de serpientes, estuvo 90 minutos con Obama, pasando de ser un agresivo maleducado a ser una persona encantadora (y manipuladora, evidentemente), lo cual no hace más que enfatizar que su actitud previa fue, en gran parte, una puesta en escena. Su capacidad de negociación es innegable y su libro sobre el tema está ocupando, 20 años después, un puesto de privilegio entre los best sellers.
Sin tener una bola de cristal, me parece que este perfil tan distante y distinto de las últimas dinastías políticas que han ocupado la Casa Blanca (Kennedy – Bush – Clinton+Obama) representa una ruptura con la “casta”, lo cual escuece, y mucho, en los ambientes de poder.
Coincido con Ángel Corcóstegui, quien lo conoce personalmente, en que es una persona con gran sentido común. El que fuera vicepresidente de Santander dice de él: “Nunca le oí decir una chorrada. Es un tío full of common sense, no un loco”. Además, creo que va ser un cambio a mejor, por mucho que se me atragante: tiene el poder, las ideas, la experiencia, la ambición y un nivel de independencia superior al de sus antecesores. Comparto el argumento explicado por Corcóstegui a El Confidencial acerca de su elección: “Los americanos le han elegido porque están cansados de políticos que no han dirigido negocios, que no toman decisiones y que viven de mensajes inocuos y cómodos socialmente hablando en las tertulias de televisión”.
Para Trump, “el gran narcisista”, esta Presidencia representa su inmortalidad, el poder pasar a la Historia como refundador de la grandeza norteamericana.
Los peligros del narcisismo
El filósofo Michel Serres dice: “No vivimos una crisis, vivimos un cambio del mundo. Los líderes del mañana han de ser diferentes, pues tienen que enfrentarse a tres mutaciones: humana, social y digital”.
Ante estos grandes cambios, alguien de 70 años y que además es un narcisista puro ¿puede ser un buen líder? Soy incapaz de responder una pregunta de este tipo, y siempre existirán argumentos a favor y en contra; pero opino que tener un líder narcisista puro representa una ventaja, siempre y cuando esté acompañado de consejeros válidos, a los cuales respete.
¿Está justificada la generalizada percepción española sobre él?
Me temo que no. España es más un país anti que pro EE.UU. Además, sufrimos de la inveterada tendencia a extrapolar nuestra situación política –altamente polarizada– a otras democracias. Esta estulticia distorsiona nuestra percepción sobre otros países, especialmente sobre EE.UU.; de ahí que estas actitudes nuestras nos lleven a la incomprensión, al error.
El cambio a la americana
Theodore Ruger, decano de la facultad de Derecho de Pensilvania, ha denominado estas elecciones –al igual que muchos otros– como las elecciones del cambio. El 83% de los votantes que priorizaron el cambio votó a Trump, tanto si eran demócratas como republicanos. Ruger, eso sí, advierte que aún hemos de ver cómo afecta este cambio a la gobernanza, pero indudablemente ha sido un voto de protesta hacia la continuidad del establishment de las dinastías…, algo parecido a la “casta”.
Otro aspecto llamativo de las diferencias que existen en la política norteamericana respecto de la nuestra es lo ocurrido tras la victoria. Ambos “bandos” han dejado la retórica de la confrontación (recordemos el NO es NO), aceptando la situación y tendiendo puentes.
¿Qué quiere Trump?
Su primer discurso es un claro ejemplo. Destaco de él su énfasis en la reconstrucción de las infraestructuras, y el hecho de que fuese lo primero que planteó. Aunque creo que exagera, ha prometido que las infraestructuras norteamericanas no tendrán parangón. La realidad es que desde el presidente Eisenhower no se han producido las condiciones –ni la apremiante necesidad– para embarcarse en un proyecto tan ambicioso, y en el que estoy seguro de que participará la empresa española, por cualificación y capacidad.
Quienes hayan paseado por San Francisco recordarán con sorpresa el solado de cemento y los cables en postes de madera, al aire. En Madrid tenemos hasta granito en muchos sitios. Nuestra red energética (gestionada por CLH o Red Eléctrica) está muy por encima de la de los EE.UU. Nuestra red de alta velocidad o de autopistas es infinitamente mejor, y si nos adentramos en ese “Alentejo” (y que me disculpen los portugueses) americano, que es lo comprendido entre las costas Este y Oeste y por debajo de la zona de Los Grandes Lagos, parece que volvamos a los años 60. ¡Debemos valorar más lo que tenemos!
El segundo aspecto que me parece interesante es la consideración hacia los veteranos de guerra. Aun siendo un tema más emocional que financiero (comparado con el anterior), sí que es una asignatura que apela a la grandeza de un país.
Otra palabra muy repetida en su discurso fue “talento”, y su intención de poner ese talento “desperdiciado” a trabajar para el país.
Respecto de la inmigración, su actitud es deleznable, ciertamente, pero deberíamos no destacarla, porque la de Europa es más deleznable todavía. Si comparamos las cifras o tiempos para obtener la nacionalidad, en EE.UU. no hay Calais o Hungrías. Solo el número de concesiones de ciudadanía supera allí (proporcionalmente y en números absolutos) a la mayoría del Norte de Europa. En este aspecto, podemos estar tranquilos en España, somos un ejemplo, pero también intentamos que el Sur de España o Italia no sea un coladero.
En su campaña, y respecto de la política internacional, Trump creó una gran preocupación en muchos entornos. Me parece evidente que quiere reducir el peso militar norteamericano en todo el mundo, y de esto no hablan quienes le acusan de imperialista. Eso sí, como bocazas que habla demasiado, no ha dudado en dar un paso atrás en aspectos como el de Corea del Sur, llamando a la presidenta Park Geun-Hye para tranquilizarla, explicando que defenderá Corea del Sur frente a sus enemigos del Norte.
Trump también preocupa en su actitud hacia las energías verdes. Opino que este asunto ya está en marcha de forma imparable, pero si su Gobierno levanta el pie del acelerador, en comparación con la Presidencia precedente, creo que la fuerza empresarial de EE.UU. tiene empuje suficiente como para continuar avanzando en la lucha contra el cambio climático. El impacto del Gobierno norteamericano sobre su producción industrial y empresarial es mucho menor al existente en los países europeos, como por ejemplo Francia, donde el 51% de su PIB depende de la empresa pública. Si analizamos los logros tecnológicos y de las áreas médicas, vemos que estos se han desarrollado gracias a la industria privada, y el impacto público ha sido esencialmente a través de las universidades. Es decir, son entornos que no dependen directamente del Gobierno”.
Federico Fernández de Santos, editor y director de Executive Excellence.
Artículo publicado en Executive Excellence n134 noviembre 2016
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