Cómo avanzar en la incertidumbre
Jesús Fernández-Villaverde es Catedrático de Economía en la Universidad de Pensilvania desde 2007 y del Nacional Bureau of Economic Research (NBER), del “grupo de los cien” y del consejo editorial de relevantes publicaciones nacionales e internacionales. Es Licenciado en Derecho y Ciencias Económicas y Empresariales por ICADE y Doctor en Economía por la Universidad de Minnesota.
Gracias a la Fundación Rafael del Pino, donde pronunció la conferencia “Retos y oportunidades de la economía española en la incertidumbre”, tuvimos ocasión de conversar con él.
FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: En su anterior visita a la Fundación Rafael del Pino en 2015, hablaba de una ventana de oportunidad para España, de un “viento de cola” debido a diferentes factores que el país debía aprovechar. ¿Qué ha pasado después de un año?
JESÚS FERNÁNDEZ-VILLAVERDE: Tristemente, la respuesta es que se ha malgastado. La mejor manera de comprobarlo es sencillamente a través de la página web del Congreso de los Diputados. Allí se puede ver cómo, a partir del invierno de 2015, no se ha aprobado ninguna legislación sustancial. Desde las elecciones generales hasta hoy, hemos tenido un impasse. Ahora nos vamos a unas nuevas elecciones, con lo cual hasta principios de septiembre o mediados del otoño no tendremos un Gobierno que funcione medianamente; es decir, habrá pasado un año y medio sin hacer nada.
El sector privado sí ha aprovechado este tiempo para mejorar su posición, continuar el desapalancamiento y limpiar más sus balances; pero las Administraciones Públicas han desaprovechado esos vientos favorables que teníamos para sentar las bases de la prosperidad futura.
Pensemos en temas como la regulación, la apertura a la competencia, la consolidación fiscal, la reforma educativa… Creo que existe un consenso relativamente amplio por parte de la sociedad española sobre la necesidad de realizar reformas profundas sobre todos estos asuntos, pero no se ha hecho nada.
Globalmente, nos encontramos una situación en la que si bien el petróleo sigue estando barato y los tipos de interés bajos, existen dudas acerca del crecimiento de la economía China –los datos del primer trimestre son muy malos, pues solo ha crecido 1,1% a tasa trimestral, que es el equivalente al 4,5% a tasa anual; un crecimiento que China no registraba desde hacía 30 años–, hay gran incertidumbre política en Estados Unidos, y signos de preocupación dentro de la economía mundial que nos indican que en 2017-2018 es posible que las condiciones favorables ya no estén aquí.
F.F.S.: Se están produciendo, a nivel global, movimientos de gobernanza que buscan trabajar de manera coordinada sobre problemas que afectan a todo el mundo. La dificultad radica en que vivimos en sociedades donde los políticos se eligen y votan de una forma muy local, pero a la vez tienen que enfrentar amenazas cuyo origen es externo y global. Gran parte del enfrentamiento viene por tener que compartir la riqueza, para equilibrar la situación de los países pobres frente a los ricos. ¿Qué deberíamos hacer para cambiar este entorno social y económico?
J.F.V.: Respondería a su pregunta atendiendo a dos niveles diferentes. El primero es reconocer que, conscientes de que este reto existe, la comunidad internacional se ha dotado históricamente, desde finales de la Segunda Guerra Mundial, de una serie de instituciones y que el cauce más lógico para este tipo de cooperación sería reforzar el papel de dichas instrucciones.
En el caso de la gobernanza económica, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial o la OCDE son instituciones dentro de las cuales se puede continuar un proceso de cooperación más alto.
Además creo que es muy importante que los políticos realicen una labor de pedagogía con la población en general para explicar la situación. Pensemos en esta metáfora para entenderlo: imaginemos que vivimos en una comunidad de vecinos donde hay que reparar el ascensor. Por muy mal que me caiga el vecino del cuarto, los dos utilizamos el ascensor, y debemos solucionar la avería. El problema es que muchos políticos juegan peligrosamente a echarle la culpa de sus problemas al vecino del cuarto, y aquí entro en el segundo nivel de la respuesta.
Si bien es verdad que tenemos varias dificultades de gobernanza global –lo que los economistas llamamos bienes globales o problemas de acción colectiva global–, nuestra capacidad de afrontarlas también viene determinada por nuestra gobernanza interna. Un ejemplo claro es el tema de la energía: cualquier labor de control de las emisiones para mantener el calentamiento global dentro de unos niveles aceptables se enfrenta constantemente con el problema de que, dentro de los países, los grupos de presión o lobbies consiguen que las políticas energéticas más adecuadas no sean las que se implementen. Esto es algo que vemos con frecuencia en Estados Unidos y en Europa, pero también en muchos países en vías de desarrollo.
Por eso, además de una cooperación internacional importante, ayudaría que cada uno de los países, de manera independiente, trabajase más por explicar al electorado que muchas de las medidas y reformas que las instituciones internacionales piden no son una imposición ajena a ellos. Por ejemplo, no tiene sentido la inmensa cantidad de países –muchos en Latinoamérica– que gozan de grandes subsidios a la gasolina, o a favor del carbón, etc.
Hay un reto de gobernanza global, pero también de hacer entender al electorado local cómo los países deben afrontar los desafíos internacionales.
F.F.S.: El terrorismo y la crisis migratoria están influyendo de una forma directa en los países de la OCDE, coincidiendo en muchos de ellos con un impasse político, al que curiosamente responden de forma muy diferente. Por ejemplo, en Francia y Estados Unidos, cuando un factor externo agrede sus sociedades, todos se olvidan de las diferencias políticas. Sin embargo, en España vamos en dirección contraria. Siempre estamos, desde la política, con la crítica a punto y es muy difícil poner a la gente de acuerdo. ¿Qué relación puede tener el que un estado cuente con una estructura armónica y un gobierno pragmático no politizado, para ayudar a esa gobernanza de la que hablábamos y al cambio en el entorno social?
J.F.V.: De nuevo respondería a través de dos vías diferentes. Por un lado, resaltar que en todos los países hay divisiones. En el caso de Estados Unidos, existe una importante acerca de la respuesta que debe darse al terrorismo, si bien la visión final del objetivo, de aquello que se quiere conseguir, es más coherente que la que existe en España.
Aquí se dan unas divisiones políticas más profundas que en otros países de nuestro entorno, pero hay varios motivos para esto. Algunos se pueden resolver y otros son más difíciles. Por ejemplo, España es un país más heterogéneo, en términos culturales y de tradición histórica: tenemos el problema catalán, la peculiaridad del País Vasco y muchas comunidades autónomas con una personalidad propia a un extremo que, quizá, no existe en Estados Unidos o en Francia. Es cierto que este último tiene Bretaña y regiones con características particulares, pero ciertamente la pasión con la que se viven estos temas en España no se da en otros lugares. Esto es algo que no vamos a poder resolver o eliminar en el corto plazo, pero lo que ya se podría erradicar es la profunda división que tenemos como consecuencia de la captura de las instituciones por parte de los partidos políticos.
Si, pongamos, estoy en Sucia, soy conservador y ganan los socialdemócratas, no tengo miedo a que la estructura de la radiotelevisión pública cambie ni a que el informativo no me cuente lo mismo. Si estoy en España, la primera decisión ante un cambio de gobierno es nombrar nuevo presidente de la radiotelevisión, nuevo regulador de la competencia, nuevo regulador constitucional… En definitiva, las consecuencias de un cambio en el gobierno son tan profundas y pueden suponer un bandazo tan grande, que al final la sociedad corre un alto riesgo, porque realmente el cambio puede modificar su vida de manera sustancial.
Sin embargo, que el gobernador de Pensilvania, donde yo resido, sea republicano o demócrata no va a afectar mi día a día. Las decisiones que realiza mi municipio sobre muchos temas no dependen de quién esté en el poder, con lo cual la discusión política es menos aguda, porque no estamos hablando de regularizarlo todo.
Una vez que uno puede separar esas cuestiones de la decisión política es más fácil convenir que el director de radiotelevisión tiene que ser, obviamente, alguien experto en comunicación. Esto rebaja la tensión, porque ya no estamos tratando asuntos de los que depende mi vida, sino aspectos más concretos; por eso, el diálogo de repente se vuelve mucho más sencillo. Luego ya podré hablar con facilidad sobre si se tiene, o no, que bajar el impuesto un 2%.
F.F.S: Hace un año citaba diferentes fuentes de recuperación para España, como la tendencia del mercado a volver a concentrarse y ajustarse, el rescate de 2012, la actuación de Mario Draghi... ¿Ha aparecido algún factor positivo nuevo?
J.F.V.: No, y eso es lo preocupante. Como explicaba entonces, teníamos esos vientos de cola, pero al final del día los países solo pueden crecer si son más productivos. Por mi estrecha relación profesional con los banqueros centrales, puedo decir que ellos mismos son conscientes de que la capacidad de emplear la política monetaria es limitada. Puedes ayudar, como sucedió en 2012 cuando había turbulencias financieras, y utilizar la política monetaria para tranquilizar a los mercados, para estabilizar el nivel de precios y que, por lo tanto, los inversores y los consumidores tenga un retorno de inversión y de consumo estable y puedan realizar sus actividades; pero, una vez hecho esto, ya no puedes hacer mucho más.
Permítame que le ponga otra metáfora: imaginemos que sufre un ataque al corazón y el cardiólogo le salva la vida, pero al final de la semana lo primero que usted hace es tomar un desayuno con huevos fritos, salchichas y cerveza. Evidentemente, el cardiólogo le va decir que ya no puede ayudarle más. Países como España necesitan darse cuenta de que el Banco Central Europeo no les puede ayudar más, porque ahora tenemos el colesterol alto y la única manera de bajarlo es con dieta y ejercicio. Es verdad que el médico puede recetar unas pastillas, pero si no sigues una dieta ni haces ejercicio, no es suficiente.
Pues bien, el ejercicio que necesita España es la productividad, empezar a crecer en términos de productividad; y la dieta es la consolidación fiscal, poner las finanzas públicas en una ruta que sea sostenible. El BCE, manteniendo los tipos de interés bajos, es la pastilla de colesterol que ayuda a que esta situación no sea tremendamente difícil, pero el esfuerzo de verdad –la dieta y el ejercicio– tenemos que hacerlo nosotros.
Existe cierto riesgo –igual que si vas al cardiólogo después de tres meses sin haber seguido sus consejos, llegará un momento en el que no pueda hacer mucho más por ti–, y eso es lo que me frustra un poco, porque teníamos la oportunidad, teníamos una ayuda.
También es importante no buscar excusas y asumir la responsabilidad. Es muy fácil encontrar situaciones donde el BCE no haya actuado perfectamente, de igual manera que es fácil encontrar situaciones donde el mejor médico del mundo no haya dado justo con lo que el paciente necesitaba en un momento dado, porque nadie es perfecto; tampoco una institución. Lo que no podemos hacer –como creo que ha sucedido muchas veces en España– es utilizar el 5% de ocasiones en las que el BCE se ha equivocado como excusa para no hacer todo lo demás. Volviendo a mi metáfora, es como si hace seis meses el cardiólogo hubiese olvidado indicar al paciente que tenía que hacer un test, y por eso ya no le va a hacer caso con respecto a la dieta y el ejercicio.
No estoy convencido de que la élite política de España haya interiorizado lo serios que son nuestros problemas de productividad y de sostenibilidad fiscal. Sí lo manifiestan en público repetidamente, pero dudo que en el fondo lo acepten y trabajen sobre ello.
Por ejemplo, Ciudadanos votó para que en Madrid no pueda haber estaciones de servicio sin ninguna persona atendiendo. En un mundo que camina hacia la automatización de los servicios, esto es absolutamente absurdo. Lo único que están haciendo es responder a las presiones de grupos de intereses particulares anteponiéndolas al interés general. Si un partido que fue creado precisamente para hacer las cosas de una forma distinta empieza a comportarse de la misma manera, lo único que está reflejando es que las élites políticas de España siguen sin entender la situación crítica del país. Así es muy difícil hacer algo y empujar hacia delante.
F.F.S.: En relación a la productividad, hay dos factores –como son la eficiencia y la meritocracia– generalizados y asumidos en los entornos anglosajones, no solo en el ámbito privado, también en muchas estructuras públicas, que no se dan en España. ¿Qué representa para nuestro país la baja productividad?
J.F.V.: Tiene consecuencias muy graves desde el punto de vista político y social, pero también económico. La productividad total de los factores, una medida que utilizamos los economistas que compensa por cambios en la cantidad de capital y otros factores, es un poquito más sutil que la productividad del trabajo. En España, básicamente lleva estancada desde 1988; es decir, 28 años, lo cual es mucho tiempo.
Si hubiésemos podido incrementarla al ritmo que lo han hecho países como Estados Unidos o Reino Unido, entre 1,5% y 2%, el escenario sería bien distinto. Hagamos un cálculo rápido: si tú puedes crecer en productividad un 2% al año por 28 años, esto viene a decir que ahora podrías producir un 74% más de lo que produces. Es decir, España estaría ahora más cerca del nivel de renta per cápita de un país como Irlanda. Para el bienestar de las familias españolas, las consecuencias de haber perdido un 74% de productividad son inmensas. Si España hubiera alcanzado ese porcentaje, muchos de los problemas fiscales y territoriales que tenemos serían diferentes.
Volviendo a la cuestión territorial que mencionaba anteriormente, buena parte de las tensiones de nuestro sistema autonómico han venido por las restricciones financieras que se han encontrado las comunidades. Si tú tienes una economía más grande que genera más ingresos, muchas de esas fricciones hubieran podido ser asumidas de una manera más sensata.
Desde el punto de vista político y social, la falta de crecimiento de la productividad y la falta de meritocracia generan una frustración profunda. Un joven que siempre haya hecho todo lo que le han dicho que debía hacer, esto es: atender en clase, tomar bien los apuntes, estudiar, hacer el examen de la selectividad e ir a la universidad, puede haberse graduado en Derecho en Sevilla o en Zaragoza y estar ganando –con 24 años– 600 € al mes como becario. Con razón está muy frustrado con la sociedad española, porque él ha hecho lo que le habían dicho que tenía que hacer.
Una sociedad que funciona bien es aquella en la que puedes trabajar, ganar un buen salario y progresar. Eso es lo que ocurre en Estados Unidos.
Por eso, cuando ese joven oye los cantos de sirena del populismo, entiendo que se sienta atraído. Es muy difícil explicarle que existe otra manera de hacer las cosas porque, en cierto sentido, la sociedad le ha traicionado. Hay empresas en España donde la meritocracia está ahora mucho más reconocida, pero es muy posible que si ese chico tiene la suerte de incorporarse dentro de la estructura productiva, vea que la promoción o la obtención de una contrata pública no está basada en el mérito, y vuelva a sentirse muy frustrado.
De alguna manera, esto marca el deseo de excelencia, de trabajar y de esforzarse, y hace que mucha gente escuche y se muestre favorable a quimeras que, en el largo plazo, son negativas. Por eso, la falta de productividad y de meritocracia es el nivel que vicia la discusión nacional sobre cómo debemos organizar nuestra economía.
F.F.S.: Empresas de todos los sectores están viviendo procesos de transformación digital. Un experto en RR.HH. nos explicaba que, a veces, se genera tal ruido interno y el cambio de cultura en las grandes estructuras es tan tremendo, que es mejor partir de cero. Él ponía el ejemplo de e-dreams versus las antiguas empresas de turismo o de Amazon frente a las editoriales tradicionales. ¿Como ve usted el futuro en relación al cambio digital?
J.F.V.: En mis clases de Historia Económica siempre me encanta poner el ejemplo de las consecuencias de la invención del motor eléctrico.
En el siglo XIX, se introdujo de manera masiva el motor a vapor. Todas las factorías de la época tuvieron que estructurarse alrededor de la máquina de vapor, que era muy cara, y por lo tanto solo podían tener una. Era una máquina que obligaba a disponer de largas factorías para poder generar la energía (gracias al desplazamiento lineal de un eje que salía de la máquina de vapor y que proporcionaba la energía a través de transmisión física), y a tener una estructura muy rígida de cómo hacer las cosas.
Luego se inventó el motor eléctrico. Al principio la gente solo sustituyó la máquina de vapor –que además era muy ruidosa y olía mal– por el motor eléctrico. Los historiadores económicos han documentado que las factorías en Estados Unidos necesitaron entre 20 y 40 años hasta que los ingenieros repensaron cómo tenían que ser. Creo que esa es, exactamente, la situación en la que estamos.
Hemos inventado el ordenador, hemos inventado Internet, hay cosas obvias que ahora podemos hacer de manera distinta y más eficiente; pero, en lo fundamental, no nos hemos replanteado la estructura global del sistema productivo. Creo que esto es algo que va a ocurrir a lo largo de las próximas dos o tres décadas.
Nadie sabe cuál será el resultado final, pero lo bonito del sistema de mercado es que, en estos momentos, existen millones de empresarios y de individuos experimentando y haciendo cosas. No sabemos dónde van a llegar, pero sí que la transformación va a ser muy profunda.
Cuando uno lo piensa, se da cuenta de que en realidad tiene unas consecuencias muy importantes para la política económica de España, en particular dos. La primera es que en un mundo con experimentación, donde no sabemos dónde vamos a acabar, la actitud del regulador ha de ser benevolente y ha de tener un sesgo hacia la innovación. Y si la innovación y la experimentación suponen que, de vez en cuando, algo no termine de funcionar bien, ya habrá tiempo de corregirlo. Evidentemente, no me refiero a cuestiones que afecten a la salud, pero sí por ejemplo a temas como Uber, que al final acaban generando un sistema de transportes que no funciona todo lo bien que debería. Me parece que el coste de tener que corregir esa experimentación dentro de 10 años es mucho menos importante que las ventajas que podemos ganar si conseguimos experimentar y desarrollar un sistema de transportes completamente diferente.
¿Qué es lo que puede ocurrir dentro de una década cuando lleguen los coches automáticos? Que empresas como Uber –o Amazon en su sector– van a tener una ventaja indudable, pues ya están acostumbradas a trabajar en este mundo; con lo cual podemos encontrar que Uber acabe convirtiéndose en una empresa de construcción de automóviles en 2030. Si España impone enormes barreras de entrada a negocios como Uber, nunca tendrá esas nuevas industrias.
Pensemos en el caso de Netflix, que empezó como una distribuidora de cd y dvd por correo. Dado que Estados Unidos es un sistema flexible y la regulación es relativamente ligera, pronto pasó a suministrar contenidos por Internet, y ahora la siguiente transición es convertirse en la mayor productora de series y películas del país. Es decir, de repente tienes una compañía que se dedica a crear contenido cultural y a ganar muchísimo dinero, porque en su día no hubo barreras de entrada para que pudiera desarrollarse. Apostaría lo que fuera a que si a un chaval de Logroño se le ocurre hacer Netflix en España en 2003, inmediatamente se le hubiera paralizado.
Al matar estos nuevos modelos de negocio justo al principio, a través de altas barreras, lo que estamos consiguiendo en España es que dentro de 20 o 30 años el futuro de esa industria no se genere aquí, sino en Estados Unidos. Como consecuencia, las ventas de negocios como Apple, Google, Amazon o Netflix irán a empresarios americanos, y los altos cargos directivos de esas empresas serán personas que viven en Estados Unidos.
La segunda consecuencia de esta incertidumbre que tenemos acerca de cómo va a funcionar el mundo del futuro es que la política económica de los gobiernos tiene que ser robusta. Esto quiere decir que ha de ser una política que parta de aceptar que no sabemos cómo es el futuro. Por eso no puedo seleccionar “campeones nacionales”, porque no sé qué empresa será la más importante dentro de dos décadas, pero sí sé que si en España hay un mercado abierto a la competencia, si hay buenas escuelas de negocios y de ingeniería y si es fácil crear empresas, a un chaval se le va a ocurrir lo correcto y le resultará más sencillo emprender.
Por lo tanto, no sabemos si el futuro de la energía van a ser los paneles solares, los molinos de viento u otras cosas que ni siquiera hoy existen, pero si tienes escuelas de ingeniería donde los jóvenes aprenden tecnología moderna y aprenden a tener iniciativa, luego les resultará fácil crear empresas.
Que la digitalización sea tan profundamente incierta implica, por un lado, que sea más importante que nunca que no haya barreras de entrada, y por otro, que la política de los gobiernos asuma como punto de partida esta incertidumbre que tenemos hacia el futuro.
Entrevista publicada en Executive Excellence nº130 mayo 2016
Fotos de Daniel Santamaría.