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Paul Krugman: “Estamos ante una crisis sin precedentes a nivel económico”

(Tiempo estimado: 10 - 19 minutos)

Tras su intervención en “Outthinker 2020 Virtual Summit”, evento organizado por Outthinker Strategy Network y Thinkers50, que fue seguido por miles de profesionales de más de 50 países, el Nobel Paul Krugman respondió las preguntas formuladas por Stephanie Mehta, editora jefa de la publicación de innovación y creatividad Fast Company 

STEPHANIE MEHTA: Sr. Krugman, se ha descrito más de una vez como un economista no especializado en salud, aunque sí hace sus pinitos en ese ámbito. ¿Qué consecuencias pueden acarrear para las personas más necesitadas las restricciones en el gasto sanitario que hemos tenido en EE.UU.?

PAUL KRUGMAN: Hasta ahora, la parte más dura de la crisis ha ocurrido en Nueva York y en otras ciudades costeras. Básicamente, son estados que se comprometieron con el ACA (Affordable Care Act), la Ley de Protección al Paciente y Cuidado de Salud Asequible, de modo que las personas no están perdiendo sus seguros de salud al quedarse sin trabajo. Nueva York es uno de los estados que ha vuelto a permitir a la gente adherirse al ObamaCare, y cuenta con un programa muy potente. En conclusión, sus ciudadanos están más o menos protegidos ante las consecuencias derivadas por la pérdida de trabajo. Sin embargo, si la pandemia sigue expandiéndose e impactando a otras partes del país, como ya está haciendo, puede ser realmente un problema muy grave. 

Recientemente, The New York Times publicó un interesante artículo sobre los problemas del sur de Italia, porque aunque el epicentro de la crisis se dio en el norte, el sur es más pobre y puede sufrir mucho más. Algo parecido ocurre en EE.UU. En relación a los ingresos per cápita, Misisipi es a Nueva York lo que Nápoles a Milán. La diferencia es que en el sur de Italia todo el mundo tiene cobertura sanitaria mientras que, en mi país, la mayoría de los estados del sur se negaron a extender el MediCare cuando Obama fue presidente, con lo cual no disponen de esa red de seguridad. 

Conforme se vaya extendiendo el impacto económico y sanitario a esos lugares, surgirán grandes problemas; incluso en los que son relativamente ricos, como Florida, que tampoco extendió la ayuda médica a toda la población y ahora tiene un sistema de desempleo superado por los acontecimientos. Durante mucho tiempo, se dificultó la obtención de ayudas a parados y ahora se encuentra con un estado cuya economía depende mayoritariamente de un sector como el turismo, la restauración, los cruceros, etc., cuya actividad está siendo cancelada. Así que en Florida habrá mucho sufrimiento. En general, en el sur padeceremos las consecuencias de tener una red social y sanitaria débil, mucho más de lo que hemos visto en los últimos meses. 

S.M.: Cuando se produjo la crisis de 2008, rápidamente volvimos a hacer negocios como siempre. Sin embargo, parece que ahora no será así. ¿Se producirán cambios estructurales positivos en los sistemas financieros y económicos? 

P.K.: Me gustaría tener la esperanza de que las cosas fuesen a cambiar. De hecho, en 2008 esperaba ver muchos más cambios, y más profundos; así que soy un poco escéptico. Al menos confío en que nos demos cuenta de que necesitamos estar mejor preparados, desde el punto vista sanitario y financiero, para cuando surjan situaciones malas, porque seguirán sucediendo. Es fundamental contar con una red de seguridad en ambos aspectos. 

Quizá sí se produzca algún cambio de actitud y consigamos expandir MediCare, y esto impulse una mejora. Aunque no logremos dar cobertura sanitaria a toda la población, al menos sí promover un Obama 2.0 que englobe más y sea más efectivo que lo que ahora tenemos. Es posible que ocurran acciones positivas, por ejemplo, sí parece que las personas se van a preocupar más de sus conciudadanos, en general. 

S.M.: En un contexto económico único como este, ¿cuáles serán las acciones más importantes para reiniciar el motor económico? ¿Qué es lo primero que debería arreglarse? 

P.K.: Es bastante evidente que la apertura será de forma gradual, produciéndose en fases que deberán tener en cuenta la pandemia. Primero habrá que reabrir empresas, permitiendo con ello que las personas puedan volver a salir a comprar y consumir productos y servicios, más allá de los que cubren sus necesidades alimentarias. Por ejemplo, que la gente pueda salir a comer a un restaurante. No podemos olvidar que tres cuartas partes de la población sigue teniendo dinero, tres cuartos de los americanos siguen teniendo trabajo, y su consumo está suprimido porque no pueden gastar ni comprar lo que desean. Incluso ese 25% de la población que ha sido intensamente afectado está recibiendo, o recibirá, cierta ayuda. Así que la demanda está ahí. 

Si reabrimos los sectores que ahora están cerrados para que puedan hacer negocio, los clientes llegarán y empezará a moverse el dinero; y así conseguirá arrancar la economía. 

S.M.: Da la impresión de que los mercados financieros deberían estar en peor situación de la que presentan. ¿Qué opinión tiene sobre ellos y su recuperación? 

P.K.: En primer lugar, es notorio que las Bolsas están, en gran parte, gestionadas por sentimientos, y por tanto no siempre responden ni reflejan de una forma objetiva el estado de la economía. Thomas Paul Samuelson decía que los mercados financieros habían anunciado nueve de las últimas cinco recesiones. 

También diría que las Bolsas no están basadas en los “fundamentals”, sino en la rentabilidad de las compañías a largo plazo. Así que, si uno analiza una empresa que piensa que va a estar activa las próximas décadas, el valor de sus acciones debería reflejar el retorno que se estima va a producir en ese tiempo, con lo cual no debería verse demasiado afectado por una circunstancia temporal, por muy severa que sea la crisis a la que nos enfrentamos; no va a durar siempre. 

Incluso si la economía cae un 30%, eso no significa que los valores de las acciones deban caer en el mismo porcentaje, sino menos, porque el futuro no tiene por qué ser tan oscuro como el presente. 

S.M.: Desde una perspectiva global, ¿qué cambios podemos esperar en el comercio y los acuerdos internacionales? 

P.K.: En este ámbito hay una gran incertidumbre, y personalmente no sé qué va a suceder. Mi impresión es que esta situación va a cuestionar seriamente la globalización, en parte porque pueden surgir más políticas proteccionistas. Una de las conclusiones que se alcanzará será la importancia de tener capacidades domésticas para producir equipos médicos o materiales sanitarios. De hecho, esta capacidad ha sido asumida por casi todos los países como algo en lo que, por seguridad nacional, se debe de tener cierta independencia. 

En el pasado, y hasta hoy, también la globalización ha dependido de la capacidad de movimiento de las personas, y quizás ahora podamos reemplazar parte de esos traslados por una conexión a Zoom (la aplicación de videoconferencias), ahorrándonos viajes tediosos y largos. Opino que nos acabaremos acostumbrando a las conferencias online, aumentándose su utilización. El transporte aéreo no recuperará el nivel que tenía en mucho tiempo. Ahora la población mundial es más consciente de los riesgos que existen y, como consecuencia, algunas industrias se verán muy deterioradas. 

En términos de poder global, evidentemente no creo que esto nos vaya a afectar ni que genere grandes diferencias. El ejército norteamericano seguirá siendo el más potente y la economía china inmensa. No obstante, sí considero que influirá en la percepción de EE.UU. y su estilo de vida americano que, hasta ahora, tantos han querido emular. América ha recibido un golpe en su soft power. Que hayamos gestionando tan mal esta crisis y que los chinos –después de las dudas iniciales– la hayan gestionado de manera más efectiva, tendrá un impacto global. El mundo mirará a EE.UU. pensando que si su estilo de vida conlleva pérdida de vidas, no será tan bueno. 

S.M.: ¿Qué beneficios puede tener el rescate de industrias y sectores que están en peligro (como el aeronáutico, la automoción, etc.) frente a la concesión de talones a cada desempleado, o a cada trabajador, durante unos meses?

P.K.: Instintivamente tiendo a anteponer las personas frente a los negocios, pero hay argumentos muy sólidos para defender que mantener ciertos negocios o empresas vivas es importante. Una vez desaparecida una compañía es tremendamente difícil que vuelva a ponerse en marcha. 

Existió una razón lógica detrás de las ayudas concedidas a las empresas del sector automovilístico durante los años del presidente Obama y estas tuvieron una respuesta adecuada, manteniendo sus firmas abiertas y en nómina a sus empleados. 

Los préstamos a las pymes, que hoy forman una gran parte de las ayudas, y otros estímulos implementados se basan en esa perspectiva que busca, de una forma indirecta, seguir manteniendo el trabajo de las personas. De hecho, si las empresas utilizan ese dinero para pagar las nóminas de sus empleados, creo que se les acabará condonando, con lo cual es prácticamente una ayuda directa a las personas. En otros países, también se está apoyando financieramente a las empresas para que puedan mantener su actividad y a sus trabajadores. 

Esta crisis es diferente en muchos aspectos. Quienes pagan los impuestos tienen una gran parte de la propiedad y mucho que decir cuando se quiere rescatar a una empresa. Me gustaría ser purista y decir “ayudemos sólo a las personas y olvidémonos de las corporaciones”, pero en el mundo real, también se ha de ayudar a las corporaciones. 

S.M.: ¿Cuál es su visión del sector bancario? ¿Cabe esperar más quiebras bancarias, como la ocurrida en Italia? 

P.K.: En Italia, hasta el gobierno se está enfrentando a unas restricciones económicas muy severas, pero son condiciones a las que no se enfrenta el gobierno americano. Italia tiene una deuda más elevada, y además en euros, mientras que EE.UU. podría estar recibiendo préstamos en su propia moneda sin ningún problema. 

Si analizamos los mercados de bonos, vemos cómo estos transmiten seguridad frente a las empresas de inversión. El gobierno estadounidense ha dado un paso adelante para comprar deuda (bonos), mientras que los bonos basura se están vendiendo en este momento con unos descuentos increíbles, lo que me parece lógico. 

Creo que no vamos a sufrir una crisis financiera similar a la de 2008, a pesar de que están ocurriendo algunas cosas preocupantes. Italia es una de ellas, pero los mercados emergentes representan una inquietud aún mayor. Algunas divisas están cayendo, y como gran parte de sus deudas están en euros o dólares muchos de los mercados emergentes van a enfrentarse a verdaderos problemas. Dada su falta de reservas, credibilidad o capacidad para solicitar préstamos y créditos, van a retroalimentar esta situación. 

Sin embargo, los bancos de los países desarrollados están en buenas condiciones. No parece que vayan a estar muy estresados. No obstante, como aprendimos hace una docena de años, gran parte de nuestro sistema financiero no son simplemente bancos. Existe un entorno más complejo, más oscuro, con instituciones financieras a la sombra de los bancos, y ese entorno puede sufrir quiebras. 

S.M.: Se habla de que estamos ante el primer envite del COVID-19, pero no se descarta una segunda oleada de la pandemia. ¿Cómo se encuentra EE.UU. ante la posibilidad de someterse a una situación similar antes de haberse recuperado? 

P.K.: Los países avanzados tienen una increíble resiliencia ante el estrés, siempre y cuando tengan un gobierno activo y efectivo. 

Si les gusta la historia económica, sabrán que en la economía de la II Guerra Mundial todos quienes lucharon mantuvieron a sus países funcionando bajo un estrés increíble. En un contexto de bloqueos, bombardeos y ausencia de materias primas, el PIB de casi todos ellos continuó creciendo a lo largo de toda la guerra; Alemania, incluso hasta casi el final. 

Ciertamente, tenemos la capacidad, pero es crítico tener un liderazgo efectivo en cualquier gobierno. En EE.UU., contamos con, por ejemplo, con la ley militar de obtención de recursos, que no estamos utilizando. Si el gobierno federal decidiese intervenir y actuar como si estuviésemos en estado de guerra –que podría ser–, podríamos superar una segunda crisis. La resiliencia de EE.UU. es tremenda. 

Dadas nuestras capacidades, siempre y cuando gocemos de un liderazgo efectivo y eficiente, saldremos adelante. Lo malo es que estamos ante unas tremendas divisiones partisanas, y quizás no seamos capaces de responder de la misma forma que hicimos en el pasado. 

S.M.: Hablado de historia económica, ¿contempla usted un escenario similar al que acabó con lo que los americanos denominan la “Gilded Age”, el periodo de 1870 a principios de siglo, donde gracias a los elevados salarios que recibieron los trabajadores con formación y especializados se produjo un flujo de millones de inmigrantes europeos hacia EE.UU., y que dio lugar a una era de progreso tremendo? 

P.K.: En primer lugar, la situación entonces no era tan sencilla. Esa era fue previa a la I Guerra Mundial, y es cierto que algunas cosas cambiaron, pero diría que los movimientos igualitarios de verdadera influencia sólo ocurren en momentos posteriores a grandes conflictos, a grandes guerras. 

Muchos de nosotros esperábamos que la crisis de 2008 derivase en cambios importantes en la política, en la reducción de las desigualdades…, y no ha sido así. Son las movilizaciones masivas las que generan cambios, y eso no está ocurriendo. De hecho, si lo que se tienen son esperanzas de cambios sociales importantes, no creo que ocurran con esta crisis. 

S.M.: Se muestra a favor de la deuda pública; pero, ante intereses negativos, ¿qué podemos esperar? 

P.K.: Creo que no hay ningún problema con intereses reales negativos, pero sí me preocupa que muchos otros países, y no EE.UU., hayan ido hacia esa dirección. La Reserva Federal no piensa que eso sea una buena idea, pues el perjuicio que hace al funcionamiento de los mercados financieros es mayor que los posibles beneficios de un incremento de la demanda. La Reserva Federal tiene razón en esto. 

Las personas que prestan su dinero al gobierno federal verán ese dinero erosionado por la inflación más rápidamente que los retornos obtenidos por interés. Es una inversión bastante “pobre”, pero nadie les obliga a hacerla. 

El problema de que no se esté retribuyendo al ahorro se debe a que hay un exceso de ahorro y que este no sabe a dónde dirigirse. No considero la tasa de interés negativa como un inconveniente, salvo porque me gustaría ver un mundo con la suficiente demanda de inversión y las buenas oportunidades para ello, como para que esta (tasa negativa) no existiese. Pero, teniendo en cuenta dónde estamos hoy, no creo que eso sea un problema. 

S.M.: El debate sobre una renta básica garantizada empieza a cobrar fuerza. ¿Cree usted que sería un “colchón” para los desprotegidos?

P.K.: Da la impresión de que estamos ante un escenario diseñado para demostrar que la renta básica no es una buena idea para nadie. Si reflexionamos sobre ello, nos encontramos de repente con aproximadamente un 25% de la fuerza laboral sin ingresos, y que además tiene deudas, facturas, alquileres… Las personas necesitan conseguir una alternativa aproximada a sus ingresos habituales. Una renta básica sin ninguna condición asociada sería inadecuada para las necesidades de las personas cuyos ingresos han desaparecido, además de tremendamente costosa. Esa es exactamente la razón de por qué mucha gente está a favor de la idea de que se debería garantizar un escenario de vida decente, pero no un ingreso universal contingente de una situación específica económico-financiera. 

El hecho es que las personas no pueden vivir con un talón de, imaginemos, mil dólares al mes. Esa ayuda no sería ni remotamente tan efectiva como lo que deberíamos estar proveyendo ahora: un paro de una cantidad próxima a los ingresos perdidos durante la crisis. 

S.M.: EE.UU., al igual que Japón, tiene unos elevados niveles de deuda. Los keynesianos recomiendan reducirla durante los periodos de expansión, algo que no se ha hecho en la última década, tras la crisis. Si combinamos eso con los superávits y con el hecho de que nuestros bonos están siendo comprados desde el exterior, ¿qué podemos hacer para equilibrar la balanza de pagos y la situación de deuda actual? 

P.K.: No nos estamos basando en privilegios desorbitantes, porque la mayoría de las economías hacen lo mismos que nosotros, y que además tienen tasas de interés inferiores a las de su crecimiento. De hecho, EE.UU. no tendría que pagar la deuda, sino dejar que esta se erosione frente a la economía. Así fue como “pagamos” la deuda de la II Guerra Mundial. 

Los niveles de deuda en los años 60 eran ligeramente superiores a los niveles después de la guerra mundial, pero la economía americana creció tanto que la deuda, en relación al PIB, se transformó en trivial. 

Más o menos es lo que ocurre ahora. Incluso si saliésemos de la situación actual con un 130% de deuda sobre PIB, que es lo que se estima, no tendríamos ni que pagarla ni que devolverla. Lo que debemos hacer es tener déficits presupuestarios lo suficientemente pequeños, como para que esa deuda crezca menos de lo que crece la economía; así, porcentualmente se irá reduciendo con el tiempo. 

Normalmente, ante lo que yo considero una situación seria, procuro contrastar mis opiniones para asegurarme de no ser excesivamente optimista; muchos piensan que la deuda ha perdido importancia, aunque sería bueno que en el próximo boom auténtico –hemos tenido una economía en expansión gracias a intereses realmente bajos– similar a los años 90, deberíamos reducir la deuda. En cualquier caso, no me parece un tema urgente hoy. 

S.M.: Hay quienes piensan que esta manía de imprimir más dinero va a aumentar la inflación y que podríamos caminar hacia un crecimiento cero. 

P.K.: Mucha gente pensó inicialmente que ese podría haber sido el efecto de la crisis anterior. Se contrajo la capacidad productiva de la economía. Ahora no sólo se contrae sino que se suprime la demanda, cerrándose esos sectores donde la gente no adquiere cosas. 

Aunque puede haber algún redireccionamiento del consumo (por ejemplo, como no puedo ir a eventos deportivos, gasto más en alcohol para bebérmelo en casa), el efecto generalizado está siendo contrapesado por la reducción de gasto de la población… Por ello, no estamos en situación de poder aventurar que se va a producir inflación, ni nueva impresión de dinero. 

Como tenemos una tasa de intereses de cero, cuando la Reserva Federal “imprime” dinero, lo que está haciendo es comprar bonos, dando a los bancos mayores depósitos que permanecen en ellos. Desafortunadamente, estamos en lo que se denomina una trampa de liquidez, una situación de intereses prácticamente cero, donde la cantidad de dinero no tiene importancia. 

Las preocupaciones respecto de la inflación están tan fuera de lugar hoy como lo estaban en el año 2008-2009, cuando vivimos una situación de aumento del dinero circulante. Por aquel entonces, todos los que habíamos analizado la historia japonesa veíamos que no iban a producirse consecuencias por este exceso de impresión, sino que se incrementa la base monetaria, que hoy permanece tranquilamente depositada en bancos. Lo mismo pasa ahora. 

S.M.: Cada país está reaccionando de forma diferente. ¿Quiénes están haciendo un buen trabajo para contrarrestar el COVID-19? 

P.K.: Como puede esperarse de alguien de centro izquierda como yo, creo que los daneses lo están haciendo francamente bien. Proveen de subsidios a una amplia base de empleadores y la población, cubriendo hasta el 75% de las nóminas, a condición de que se mantengan los empleos. Proporcionan ayudas directas, evitando el despido y preservando la relación empleado-empleador.

Sorprendentemente, el gobierno británico, después de reconocer su lentitud a la hora de valorar la severidad de la crisis, ha dado un paso adelante muy agresivo apoyando salarios a condición de mantener empleos. Generalizadamente, el noroeste de Europa ha tenido una mejor reacción que EE.UU., siendo capaces de aportar ayudas para conservar los puestos de trabajo dentro de las compañías. 

Hay algunas cuestiones difíciles de resolver, como la de los autónomos y los freelances, y desconozco qué está haciendo Dinamarca al respecto. Los alemanes, aparentemente, están desarrollando un trabajo espectacular. 

S.M.: ¿Podría hacernos un resumen de lo que espera que ocurra en los próximos meses? 

P.K.: Me gustaría incidir en que estamos ante una crisis sin precedentes a nivel económico, y que como consecuencia del aspecto sanitario deriva en una contención social muy dura, con un impacto rápido e intenso. 

En líneas generales, la pandemia ha llevado al cierre de muchas actividades, lo cual significa cerrar la economía. Estamos en una especie de coma médico inducido, muy desagradable y que puede generar daños a largo plazo. 

A pesar de estar siguiendo políticas que distan mucho de ser ideales, no son tan malas como inicialmente pensé, y al menos en EE.UU. se está aportando ayuda a los trabajadores y a las pymes, que son quienes más sufren. 

La recuperación económica será mucho más lenta de lo que se espera. Todo dependerá del daño que esto nos cause, pero ya deberíamos estar pensando en las políticas necesarias para ponernos en marcha tan rápidamente como sea posible. Una vez que la amenaza de la pandemia haya terminado, la deuda, en mi opinión, no es algo que deba preocuparnos. Así que, gastemos lo que sea necesario en estos momentos para soportar la situación, aun a costa de incrementarla. No considero que eso vaya a causar ningún problema insoluble.


Paul Krugman, economista, escritor y Premio Nobel de Economía en 2008, entrevistado por Stephanie Mehta, editora jefa de Fast Company

Fotografía: Daniel Santamaría


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