Libertad económica para alcanzar la prosperidad
FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: El Índice que elaboran está basado en hechos comprobables. Frente a esos datos empíricos, en los entornos europeos soportamos políticas contrarias a la libertad económica, con unas injerencias de todo tipo en el ámbito empresarial; todo ello con el objetivo de mantener un equilibrio social que apoye a las clases menos afortunadas. Desde The Heritage Foundation abogan por la no intervención del Estado en las cuestiones económicas y financieras, argumentando que la libertad genera más riqueza y prosperidad. ¿Cómo se pueden compatibilizar estas dos posibilidades en Europa?
JAMES ROBERTS: Es una pregunta que abarca muchos ámbitos, pero que resulta muy interesante abordar. Nuestro Índice se deriva de las tradiciones anglosajonas, lo que ya representa una distancia respecto de Europa, al basarse en el sentido de libertad e independencia que priman en el espíritu fundacional de EE.UU., y también en cierto modo en Reino Unido. Con lo cual, ya existe una cierta separación entre unos y otros. Sin embargo, creo que no debemos disculparnos o intentar negar estas diferencias, ni que los principios fundacionales de nuestro Índice reflejen esos valores esenciales, de hecho fueron diseñados para ello.
Nosotros creemos que la libertad económica y la independencia son las fuerzas más importantes a la hora de crear prosperidad. Cualquier intervencionismo o participación estatal excesiva puede tener un efecto de reducción de la innovación y el crecimiento. Estas actitudes siempre tienen intereses creados en cualquier entorno económico, los cuales van a intentar preservar el statu quo. Un ejemplo son las reacciones contrarias al establecimiento de servicios como Uber en Europa y en Latinoamérica. Es como un microcosmos que lucha contra la innovación, y me temo que esto continuará ocurriendo ante la aparición de todo tipo de tecnologías disruptivas. La intensidad de esa fuerza negativa no hará mas que crecer en aquellos lugares donde el cambio se está produciendo a gran velocidad, así que va a ser inevitable que vivamos unos tiempos borrascosos durante este proceso de reajuste a la realidad que nos viene.
Considero los estados del bienestar como vestigios de un modelo diferente que, si no se ha ido, se irá pronto. En EE.UU., después de la II Guerra Mundial, lo llamábamos el triángulo de hierro, para referirnos a la economía privada, con los trabajadores y los sindicatos, y los gestores. El gobierno intentó ser el árbitro, tratando de suavizar la relación y las dificultades de la negociación durante el periodo de transición de una economía agrícola a una industrializada. Ahora está ocurriendo algo similar en esta transición hacia una economía basada en las tecnologías de la información, con una atomización de las actividades económicas.
Creo que esto, en líneas generales, es positivo, porque genera mayor prosperidad y oportunidades. Cuando por ejemplo hablamos del comercio, una de las cosas que las personas tienden a olvidar es que es algo que se realiza entre personas y empresas, y no entre gobiernos. Estos tienden a imponer costes transaccionales que generan una pérdida de valor para las dos partes que realizan la operación. Esta misma analogía podría servir cuando se habla del estado del bienestar.
Las promesas de protección de las personas conllevan frecuentemente costes que terminan generando más dificultades que beneficios. Las ineficiencias suelen ser bastante llamativas. En la historia de Europa, de la cual EE.UU. se distanció casi desde su origen, la iglesia y el Estado se han ido combinando como poderes protagonistas. La primera con un interés muy elevado sobre las familias, pero como explicó el economista Daniel Lacalle durante el acto de presentación del Índice, estos grandes estados del bienestar tienden a ser variantes del socialismo o un cierto tipo de liberalismo proteccionista, y al final su efecto es el de la penalización de las familias.
Este es un tema que genera mucha controversia, pero sin duda es una discusión que conviene plantear.
F.F.S.: Además de la valoración económica, desde The Heritage Foundation afirman que el Índice es, en realidad, un indicador social.
J.R.: Así es, porque lo que hace el Índice es mostrar claramente que las economías más favorables a los negocios y la creación de riqueza ofrecen más beneficios a todo el mundo. Los países que se presentan como modelos de bienestar son los que presentan un mayor índice de libertad económica, pero a medida que estos van mejorando, se producen pequeños cambios en el papel de la legislación, la justicia, el gobierno, etc. que, a su vez, impulsan nuevas mejoras en la sociedad.
La media mundial de libertad económica ha progresado gracias a la globalización y a que cada vez más países se han alejado del comunismo. Esta ha sido una tendencia bastante consistente desde la Guerra Fría, aunque con la crisis financiera se ha dado un retroceso importante. EE.UU. respondió a la crisis con una política de expansión del gasto público y el déficit presupuestario, mientras que la Reserva Federal lo hizo mediante un aumento enorme de su balance. Este año se ha producido algún pequeño retroceso en materia de libertad económica como consecuencia del Brexit y de algunos otros cambios surgidos en la escena global, algo que ha sido utilizado por varios gobiernos como excusa para intervenir y aumentar el gasto público.
Hay que tener en cuenta que, una vez que desaparece la libertad económica, es muy difícil recuperarla. En EE.UU., esta cayó en los últimos diez años y sólo se ha vuelto a recuperar con las reformas de Trump. Algunas de sus medidas ya están deparando resultados positivos, y creo que sirven para responder a toda esa retórica que defiende que la intensidad de la pobreza en el mundo en desarrollo únicamente puede atacarse mediante intervenciones gubernamentales.
F.F.S.: Si nos referimos a la velocidad del cambio, me viene a la cabeza David Kirkpatrick, con quien coincidimos en el Global Summit de Singularity University. Él pasó de ser un gran defensor de Facebook a un gran crítico, esencialmente por la parálisis y la ausencia de responsabilidad y previsión de la plataforma ante la generación de situaciones extremas, como las masacres de Myanmar. Son muchos quienes abogan por la imposición de regulaciones, ya que se están dando consecuencias –no intencionadas– por la existencia de estos nuevos modelos de negocio en la comunicación que utilizan a las nuevas tecnologías. ¿Cuál es su valoración?
J.R.: Nosotros somos reticentes a los impulsos regulatorios que fluyen en los países europeos y en EE.UU. porque, en general, reflejan intereses de grupos. Las burocracias y los gobiernos tienen sus propios intereses y es algo que James Buchanan demostró en sus teorías sobre Public Choice Economics (Economía de elección pública), a las cuales nos adherimos totalmente. Personalmente, soy escéptico de todos los procesos o corporaciones que intentan regular.
Evidentemente, sí considero que se debe dar importancia a las legislaciones anti-trust para facilitar la competencia, porque tampoco podemos obstaculizar la competitividad ni la capacidad de otras empresas para entrar en estos sectores, y debemos asegurarnos de que exista libertad de oportunidades para que todos puedan crecer.
En Heritage contamos con especialistas en competitividad que están más capacitados para dar una respuesta precisa, y lo mismo podría decir de los expertos en medios sociales, que están constantemente en Facebook y otras plataformas de comunicación y que, en tiempo real, pueden ofrecer respuestas y ver qué esfuerzos son necesarios para desterrar los prejuicios en ciertas situaciones, además de evitar que las personas con cuenta en Facebook acaben siendo mediatizadas, especialmente sobre las ideas conservadoras en los periodos preelectorales.
Hasta ahora, se puede demostrar que las redes sociales están siendo parciales e influyendo en estos casos. Por ejemplo, acabo de leer que Facebook ha permitido que se posteen comentarios y conversaciones de grupos que se oponen a la vacunación de niños en EE.UU. Hace 30 años que el sarampión fue erradicado del país, y ahora ha vuelto porque estas familias leen informaciones falsas en las redes, como que el autismo puede ser generado por las vacunas… Este es otro ejemplo de los riesgos de las nuevas tecnologías, pero ¿quién va a decidir sobre estos temas? Creo que son las propias compañías quienes pueden hacerlo, y yo preferiría que fuese el mercado el que las ayudase a autorregularse, y no el gobierno.
F.F.S.: Otra de las consecuencias recientes de la crisis social es el populismo. Hace 15 años era prácticamente inexistente y hoy es una situación política extendida. Las causas de su origen son múltiples, pero ¿cómo afecta este fenómeno a la libertad económica?
J.R.: Puede ser un gran peligro para la libertad económica, ciertamente, pero también hay que clarificar qué es el populismo. No podemos confundirlo con el nacionalismo, aunque en España tienen una historia y un caso especial. Los nacionalismos, en general, pueden generar grandes emociones y reflejar las consecuencias reales de la disrupción que la globalización ha supuesto y que ha beneficiado a muchos, pero también ha dejado atrás a mucha gente, al menos en el corto plazo.
El estado-nación como una entidad no va a desaparecer, y ni siquiera pienso que sea necesario que lo haga. Nosotros estaríamos intelectualmente más próximos a Margaret Thatcher y su visión de la UE como una unión aduanera con poco futuro, que deseaba convertirse en una sola entidad bajo los dictados de Bruselas realizados por 30.000 burócratas de la Comisión Europea. No es que ellos tengan mayor conocimiento o sabiduría que los demás, sino que tienden a favorecer a gobiernos intervencionistas que intentan dirigir soluciones a los problemas, y eso nos devuelve a la primera pregunta: ¿cuál es el papel de los estados de bienestar y de sus gobiernos? Y si actúan como actúan, ¿realmente pueden hacer que las cosas empeoren?
Yo diría que el populismo es un reflejo, o quizás un síntoma, de la reacción negativa que se está produciendo ante estos cambios rápidos y radicales, destacando especialmente el movimiento migratorio.
El otro “elefante en la cacharrería” es el crecimiento de China, y cómo eso ha transformado y revolucionado radicalmente todo el sistema internacional. Tanto el Brexit como la elección de Trump y el crecimiento de partidos populistas en Europa está conectado a ese fenómeno. La magnitud y el impacto de la economía china en el mundo se están sintiendo de manera directa y virulenta. Está muy bien que China haya conseguido sacar de la pobreza a miles de millones de ciudadanos sin que el gobierno haya estado involucrado directamente, pero es muy desafortunado que ahora se produzca una reacción interna dentro del país. El Partido Comunista considera que está perdiendo el control, y la visión retrógrada, dominante y agresiva del presidente Xi Jinping, acompañada de una conducta predatoria, está alimentando un sentimiento reaccionario –como dirían los marxistas–, que está conectado de una forma u otra con los movimientos populistas.
F.F.S.: En Europa apreciamos los principios y la ética, que diría que son más elevados en EE.UU. que en muchos países de la UE. Además allí la corrupción es inferior, y se la penaliza; mientras que en México, un país donde usted ha vivido, es un lugar de gran corrupción. ¿Cómo incluyen estas cuestiones éticas, que tienen influencia en el crecimiento económico, a la hora de elaborar el Índice?
J.R.: Hace tiempo que reconocimos las limitaciones de nuestro Índice. Somos conscientes de que podríamos incluir multitud de aspectos que no están reflejados, al tiempo que preservamos el valor general, que básicamente es ser provocativo y generar conversaciones como la que estamos manteniendo sobre estos problemas que nos preocupan a todos.
Si queremos capturar demasiados indicadores y detalles, y ser efectivos valorándolos teniendo en cuenta su impacto dentro del Índice, el trabajo y los datos sufrirían de mayor subjetividad.
Cuando iniciamos esta entrevista, expliqué que una gran parte del valor del Índice de Libertad Económica radica en su objetividad y la capacidad que tiene de permitir que los datos cuenten las historias. Ese ha sido nuestro objetivo primordial desde el principio. Por eso hemos decidido no incorporar esos aspectos culturales y los contextos que originan, porque harían los Índices tremendamente complejos, y quizás pecaríamos de exceso de confianza intentándolo. Aun así, de alguna forma, la regla en la que personalmente me he focalizado en el Índice es una de las que quizá más refleje los aspectos éticos y culturales de los que estamos hablando. Todos los indicadores están relacionados y se impactan entre sí, pero el aspecto de los códigos de inversión que no son transparentes se vincula directamente con la corrupción y el amiguismo que se produce entre bambalinas y que favorece los intereses domésticos frente a la inversión extranjera, como por ejemplo ocurre en Francia.
Aspectos como la corrupción, y similares, quedan reflejados en nuestro Índice por todas partes, y creo que un conservador interesado e inteligente podría, con nuestros datos, hacerse una idea muy clara de la situación de los países y construir un relato real y defendible sobre cuáles son los que perderían mucho al ser comparados con otros. Estoy convencido de que la comparación de nuestros estudios con otros más específicos sobre esos asuntos iría muy en paralelo. Creo que podría tomarse nuestro Índice como parte de un mix para poder responder a preguntas como la que me ha formulado.
F.F.S.: Un colega me decía que “el Índice de Libertad Económica es como una prueba empírica del falimiento del socialismo”. ¿Qué opina usted?
J.R.: Nosotros estaríamos de acuerdo con esa aserción. Un joven me preguntaba ayer cómo podía explicar los rendimientos económicos potentes y sólidos de China en los últimos años, frente a los malos resultados que el país muestra en nuestro Índice. Simplemente –le dije–, porque el tamaño importa, pero también creo que esta práctica de China no va a ser sostenible en el tiempo a largo plazo.
Las argumentaciones que se hacían en los años 90, cuando se permitió que entrara en la Organización Mundial de Comercio, pensando que esa liberalización económica llevaría de una forma inevitable a una política, se han demostrado erradas; más bien al contrario, la medida ha llevado hacia una posición opuesta y con menor libertad que en aquella época. El Partido Comunista se ha asustado y tiene miedo de perder el control, hasta tal punto que nadie conoce toda la verdad sobre la situación económica en China.
Puede ser que ni siquiera la conozca con exactitud el gobierno, si tenemos en cuenta que sus empresas estatales son increíblemente grandes, con unos niveles de corrupción elevadísimos y con absoluta falta de transparencia. En cualquier caso, sí que han adquirido crecimiento económico y muchos podrían decir que eso es un ejemplo de éxito del socialismo.
Si analizamos los países de la parte baja del Índice, comprobamos que muchos de ellos han seguido caminos socialistas y todavía son gobernados por regímenes socialistas, tanto en Latinoamérica, como en África y en ciertas partes de Asia. Muchos de los líderes del G-77 fueron formados en Moscú y quienes hoy están manteniendo las actuales estructuras de gobierno pasaron por sus escuelas. Al final, creo que tendría que estar de acuerdo con su colega cuando decía que el socialismo es un mal camino. Las métricas del fracaso socialista se ven por todas partes.
El caso de Venezuela es el ejemplo claro de una completa destrucción no sólo de la economía, sino de la sociedad; de cómo el socialismo empobrece a un país rico. Se trata de un caso sin precedentes en la historia latinoamericana, por el número de personas que se están viendo obligadas a emigrar. Afortunadamente, tenemos nuevos gobiernos de centro derecha en Brasil y Colombia. De no ser por ellos, Maduro no estaría fracasando. Creo que va a ser el pueblo, con ayuda de esos dos gobiernos, quien finalmente lo eche.
La parte inferior del Índice muestra otros países empobrecidos. Como decía el profesor Lacalle, no son países pobres, sino empobrecidos por las políticas de sus gobiernos. En los primeros veinte puestos figuran países que durante algún tiempo implantaron políticas socialistas y que fracasaron, debido a las fuertes intervenciones impuestas por sus gobiernos. A partir de ahí, decidieron implantar medidas por el lado de la oferta y la libertad económica.
Por eso, muchos entornos ex comunistas están progresando y avanzando puestos. Tanto Georgia como Lituania han emprendido reformas, y creo que también es importante promocionar sus esfuerzos. Singapur y Hong Kong, que ocupan las primeras posiciones, tienen mucha libertad económica, lo cual es muy significativo teniendo en cuenta el entorno geográfico en el que se encuentran.
F.F.S.: Habiendo visitado ambos países, sorprende lo especiales que son y lo complejo que debe de ser medirlos. Siendo dos sociedades tan singulares, ¿cómo pueden ocupar los primeros puestos, sobre todo teniendo en cuenta la gran diferencia social que existe entre los estratos más altos y los más bajos?
J.R.: Ambos países presentan indicadores consistentes con el resto de los datos que recogemos. Aunque no puedan ser analizados bajo las mismas normas que otros, y estando de acuerdo con que son ciudades-estado únicas y que representan pequeñas islas en entornos mayores y en mercados y regiones menos hospitalarias, una de las razones de resaltarlas es que son tan diversas y diferentes de otros lugares menos “amables” y receptivos de su alrededor. En definitiva, enseñan el camino.
Muchas de las compañías que han obtenido mejores resultados en China estaban radicadas en Hong Kong, porque los inversores de los países desarrollados confían más en su economía y sistema legal, pues allí existen garantías y procesos que facilitan la capacidad de repatriar beneficios, etc. Por eso, es una lástima que el gobierno de Beijing esté dando marcha atrás en las promesas que había realizado en 1997, cuando afirmó que iba a permitir a esta región de administración especial continuar con sus leyes.
Tanto en Hong Kong como en Singapur, es la herencia legal británica la que ha hecho posible que ambas ciudades alcancen cotas de éxito. Son como otro país anglosajón, y su posición privilegiada en el Índice representa un caso de análisis interesante.
James M. Roberts, research felow for Economic Freedom and Grwth en The Heritage Foundation.
Texto publicado en Executive Excellence nº156-abril 2019.