La crisis financiera que ha cambiado el mundo
Las consecuencias de la crisis iniciada en 2008 están íntimamente ligadas a manifestaciones que van desde el colapso de Grecia hasta la elección de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, pasando por el Brexit.
Con motivo de la publicación de su último libro, Crash (Editorial Crítica), Adam Tooze muestra su particular visión sobre la lógica económica de esta crisis, la causa por la que se propagó, y los aspectos geopolíticos que se generaron en el contexto de las relaciones transatlánticas.
Prosperidad fácil a través de la especulación
La de 2008 ha sido la peor crisis financiera global de la historia, mucho peor incluso que la acontecida durante los años de la Gran Depresión. No fue una simple fluctuación de la economía a causa del proteccionismo imperante, sino un tremendo impacto que hacía patente la posibilidad de que se colapsara el sistema bancario a nivel mundial.
En un principio, se interpretó como una cuestión que únicamente afectaba a los bancos de Wall Street, pero la situación estaba plenamente integrada con la sofisticación de la economía financiera.
La codicia descontrolada de la comunidad bancaria tenía un componente político muy importante. Los bancos lanzaban continuamente campañas para que la gente se endeudara con la excusa de tener, supuestamente, una vida más cómoda. Así, en 2008 se movilizó toda una cultura popular que perseguía la prosperidad fácil a través de la especulación. Es obvio que los bancos fueron los principales culpables, pero también había un importante nivel de codicia en la sociedad.
Cuando cayó Lehman Brothers, los políticos europeos se negaron a poner en marcha medidas económicas que ayudaran a paliar la situación alegando que no era un problema de la eurozona. Mientras tanto, en Estados Unidos la crisis se extendía por todo el país debido a la titulización de las hipotecas, y esto hizo explotar la deuda privada.
Inevitablemente, la situación acabó contagiándose a Europa, que tenía una crisis de deuda aún más grande que la estadounidense, además de importantes burbujas inmobiliarias, que hicieron que los flujos de capitales quedaran completamente congelados.
Para la eurozona fue significativamente más duro superar este shock común, debido a la austeridad y el desequilibrio de los programas económicos. Además, existía el convencimiento equivocado al considerar que el sistema europeo no podía quebrar porque no había bancos lo suficientemente grandes como para que su caída pudiera considerarse un riesgo sistémico.
La rápida respuesta estadounidense
En Estados Unidos también se produjo una sorprendente contracción del gasto federal y fiscal pero, en general, las políticas de austeridad fueron menos estrictas. La principal diferencia entre la rápida recuperación estadounidense y el estancamiento de la zona euro es que Estados Unidos consiguió paliar significativamente la situación, estabilizando el sistema bancario y manteniendo una política fiscal conservadora. La administración Obama reaccionó rápidamente proporcionando apoyo inmediato a los bancos, recapitalizándolos y suministrando estímulos fiscales. Así, el 13 de octubre de 2009, el secretario del Tesoro, Robert Rubin, se reunió en Washington con los CEOs de los nueve bancos más importantes del país, para anunciarles que tenían que aceptar necesariamente las ayudas que les prestaba el gobierno. Esta medida incluía a todos los bancos sin excepción, incluso a los más fuertes, con el objetivo de no crear estigmas e impulsar la confianza en el sistema financiero.
La medida logró materializarse gracias a la magnitud de recursos que movilizó el Tesoro de la mano de su secretario, Robert Rubin, quien había trabajado durante muchos años en banca y mantenía una importante red de contactos en el ámbito financiero. Además, las autoridades ejercieron un enorme liderazgo económico y político durante la crisis, algo muy distinto a lo que hicieron sus homólogos europeos.
Otro acierto de Estados Unidos fue aplicar a la crisis financiera una lección que había aprendido en la guerra de Vietnam, y que consiste en realizar un importante despliegue de fuerzas para que nada ni nadie pueda limitar la acción. Esto le permitió actuar como prestamista global de último recurso, salvando con éxito la situación económica del país y la del resto del mundo, porque la ayuda también llegó a los bancos europeos gracias a las líneas especiales de swaps que la institución creó con el Banco Central Europeo.
Gracias a ese paraguas, y a la capacidad para organizar una respuesta sostenida ante la crisis, Estados Unidos consiguió superar la coyuntura, y también lo hicieron otros países con grandes bancos como Reino Unido y Suiza.
En la zona euro, sin embargo, la crisis bancaria se convirtió en una crisis de deuda soberana. Las autoridades europeas no fueron capaces de quitar presión a los bancos y generaron importantes problemas de deuda en lugares como Grecia, que se extendieron a países como España o Italia.
Ahora sabemos que la mejor receta para estabilizar el sistema es seguir los pasos de Estados Unidos, es decir, crear una férrea disciplina fiscal, fomentar la unión bancaria e impulsar la compra de bonos por parte del Banco Central Europeo. La Unión Europea lleva 10 años aplicando medidas equivocadas, y actualmente nos enfrentamos a una situación muy parecida a la de 2008. De hecho, muchos expertos comienzan a preguntarse si la correlación entre la deuda soberana italiana y los dos bancos más grandes del país augura el inicio de una nueva crisis.
Adam Tooze, profesor de Historia y director de los estudios de Seguridad Internacional de la Universidad de Yale.
Texto publicado en Executive Excellence nº153, noviembre 2018.