Creatividad, innovación y robótica
¿De dónde procede la capacidad de innovar? ¿Es acaso la innovación un privilegio de pocos? Nuestro país se encuentra entre los últimos en nivel de innovación de Europa. Unos se quejan de la falta de ayudas, de la falta de medios, mientras otros se justifican en la mediocridad.
Hace unas semanas estuve en una feria de Innovación que se llevó a cabo en nuestro país. Allí pude conocer a un grupo de universitarios de Elche, que con medios precarios habían conseguido construir un vehículo tripulado, capaz de recorrer 500 kilómetros con un solo litro de gasolina. Hablé con ellos. Desbordaban pasión y orgullo por su trabajo. Confesaban la falta de medios, pero eso no les detuvo para hacer realidad su innovador objetivo.
¿De dónde procede la capacidad de innovar? De la capacidad de crear. De la capacidad de abrir la mente para ver más allá de lo cotidiano, de lo común. De la capacidad de ver lo extraordinario en lo ordinario.
Nuestra existencia diaria está llena de objetos, de conceptos claramente establecidos. Un complejo lenguaje nos ayuda a afianzar esos conceptos, esas estructuras aceptadas. Por ejemplo, uno sabe perfectamente lo que es un ser humano. Es capaz de delimitar sus características sin tener que consultar una enciclopedia. Es un concepto claro, definido. Uno también sabe lo que es un robot, aunque sea de forma superficial, al menos por las apariciones de famosas estrellas robóticas como R2D2 y C3PO en la Guerra de las Galaxias. Uno ve claramente la diferencia entre un robot y un humano. Un robot es un robot y un humano es un humano. Pero ¿realmente existe tal diferencia? ¿No sería posible innovar con ambos conceptos y crear algo nuevo, enriquecedor para la humanidad?
En las últimas décadas se ha avanzado mucho en el estudio del cerebro y el modo en que es capaz de controlar los diferentes órganos del cuerpo. Desde hace tiempo se investiga la posibilidad de conectar el cerebro a ordenadores y otros elementos, con el fin de controlarlos con el pensamiento, mediante ondas cerebrales y señales neurales.
En 1998 Kevin Warwick, catedrático de Cibernética en la Universidad de Reading en el Reino Unido, decidió someterse a una intervención quirúrgica, para implantar una matriz de cien sensores en los nervios de su antebrazo. Esto le permitiría, no sólo demostrar sus teorías de control de máquinas con la mente, sino además entender qué es lo que se siente a nivel cerebral. ¿Fue un loco o un visionario?. Muchos le tacharon de loco. Muchos de visionario. Conectó dicha matriz sensorial a un ordenador y este a un brazo robótico. Con la mente fue capaz de controlar el brazo robótico. Todo un logro. Pero la historia no acabó ahí. El Dr. Warwick, hombre de mente abierta pensó, “si he conseguido enviar mis ordenes cerebrales a un ordenador y un ordenador puede comunicarse con otro por Internet, ¿por qué no voy a poder enviar yo mis ordenes cerebrales a cualquier lugar que desee?”. De esta forma consiguió algo insólito. Con su pensamiento generó las señales que viajaron a su ordenador personal en Reading, de este a otro localizado en Nueva York y con este pudo controlar un brazo robótico. Tras este gran logro dijo su famosa frase: “Tu cuerpo puede llevarte donde te lleve Internet”. ¿Un loco o un visionario?
En 2001 se realizó la primera operación de implantación de un brazo biónico a un ser humano. Fue a Jesse Sullivan, empleado de mantenimiento de cables telefónicos, que perdió ambos brazos en un accidente laboral. Cualquiera puede imaginar cómo afectó esto a cada día de su vida. Cosas tan ordinarias como tomar un vaso de agua pasaron a ser imposibles para él. Afortunadamente investigaciones como las del Dr. Warwick entre otros, permitieron dotar a Jesse Sullivan de brazos robóticos controlados por su mente, que convirtieron algo tan ordinario como beber un vaso de agua en algo verdaderamente extraordinario. Pero ¿qué pasa entonces con los conceptos de ser humano y robot? ¿Empiezan acaso a mezclarse? ¿No será quizá que a veces nos atamos a conceptos, que nos impiden ver más allá? Afortunadamente hubo gente que fue capaz de ver que no era cuestión de uno o de otro, de blanco o negro, que había opciones, colores.
¿Influyen las emociones en este proceso? Evidentemente sí. Hay dos motores capaces de influir poderosamente en nuestro proceso creativo e innovador: la pasión y el miedo.
Recuerdo la primera conferencia sobre Robótica que impartí hace años, ante 250 alumnos de la Facultad de Informática, en la Universidad Politécnica de Madrid. Preparar aquella conferencia fue un dilema para mí. Me preguntaba si verdaderamente debía, como se esperaba, impartirles una conferencia técnica, con datos, esquemas e información sobre los últimos avances en Robótica. Finalmente decidí impartir una conferencia muy diferente. Los datos podían obtenerlos de sus profesores o de los libros. Yo decidí encender su pasión por la Robótica. Encenderles la llama que les impulsase para HACER. Así comencé mostrándoles una fotografía de un creador mirando con profunda pasión a su creación: Un robot de 8 patas, considerado uno de los mejores del mundo. Les pedí a aquellos estudiantes que mirasen con atención aquella profunda expresión de pasión, que daba sentido a aquella obra que él había creado. Aquella fotografía pasó a estar en un lugar privilegiado en mi despacho, para recordarme cada día la importancia de la pasión en el proceso innovador.
Nunca averigüé quién era aquel creador de robots y os confesaré por qué: tenía miedo. Tenía miedo de conocerle y ver que esa pasión que él mostraba en aquella fotografía, no era más que el resultado de un excelente montaje fotográfico. No quería que aquella imagen de la pura pasión se desvaneciese. Hace seis meses viajé a Alemania, donde visité el DFKI en Bremen, unos de los centros más avanzados del mundo en Robótica e Inteligencia Artificial. Allí me encontré con algunos colegas investigadores, que me pidieron que les hiciese unas demostraciones, sobre un robot que había diseñado hacía unos años. Cuál fue mi sorpresa cuando en plena demostración entró en la sala Frank Kirchner, Director del Grupo de Robótica del DFKI. Hablamos durante cerca de una hora. Frank Kirchner era precisamente aquel creador. ¿Sabéis qué es lo que vi en sus ojos? Pasión. Pasión vital. Pasión por la Robótica. Cuando le sacaron aquella foto era un científico más, que por su pasión por la Robótica, hizo que aquel centro se convirtiese en uno de los más importantes del mundo y eso es lo que le llevó a ser director del mismo. La pasión es una fuente de incalculable energía, que inspira nuestros proyectos, estira nuestras capacidades y nos levanta al caernos. Pero ¿Y el miedo?
¿Por qué será que con frecuencia negamos nuestros logros, nuestras ideas, nuestro potencial? El miedo acecha. Es la otra cara de la moneda. Pero el miedo no es sólo un efecto psicológico. Tiene un efecto físico real. El miedo es capaz de reducir el riego sanguíneo a determinadas zonas del cerebro, involucradas directamente en el proceso creativo. Es el miedo a fallar, a ser un fracasado, a hacer el ridículo, a ser criticado, a caer. Ese miedo frena y bloquea en ocasiones. Pero en realidad es la forma en que gestionamos ese miedo, lo que nos frena o nos libera. Por ejemplo, ¿es acaso el fracaso el final de un camino? Thomas Edison era considerado por sus maestros como un joven "demasiado tonto para aprender algo". Fue despedido de sus primeros dos trabajos por ser "improductivo". Como inventor, Edison hizo 1.000 intentos fallidos para poder desarrollar la bombilla eléctrica. Cuando un periodista le preguntó “¿Cómo se siente frente a sus 1.000 infructuosos intentos?”, Edison contestó: -“Yo no fallé 1.000 veces. La bombilla era una invención con 1.000 pasos”. Los fracasos son medios de aprender y no vías muertas. Es esa gestión del fracaso la que nos puede liberar o esclavizar.
La creatividad y la innovación no es una cuestión de pocos con mentes brillantes. Es algo que está al alcance de cada uno de nosotros. Todos tenemos el potencial de ver opciones, de sentir pasión por ideas innovadoras, pero a veces nos encontramos muy solos en el proceso. Lo mismo pasa con los robots. Por ello los investigadores descubrieron la importancia de dotarles de una capa de inteligencia adicional, capaz de permitirles cooperar. De esta forma se han podido desarrollar robots que, trabajando conjuntamente, pueden llevar vigas que en solitario no podrían desplazar ni un centímetro. ¿Cuántas veces nosotros no cooperamos con los demás a pesar de tener intereses comunes? Muchas veces la desconfianza, el deseo de protagonismo o el desconocimiento nos hace enfrentarnos solos a nuestros objetivos, no dándonos cuenta de la vital importancia de cooperar, de formar alianzas de pioneros para perseguir objetivos comunes. Hay ingredientes en la cooperación fundamentales para el éxito. Ingredientes como la diversidad de conocimientos, la diversidad de puntos de vista, que en vez de verse como una barrera, han de verse como la posibilidad de abrir la mente, más allá de donde podríamos en solitario, de compartir objetivos comunes, pasiones comunes, de pisar territorios nuevos, de innovar.
El ser humano tiene un potencial increíble. La apertura de mente, la gestión de las emociones y la cooperación son sus armas para Innovar.
Alejandro Alonso Puig, presidente de Quark Robotics y ponente de Thinking Heads
Artículo de opinión publicado en Executive Excellence nº37 nov06