Los intangibles como fuente de valor corporativo
Con la entrada en vigor de las Normas Internacionales de Información Financiera (NIIF) -de obligada aplicación a partir del ejercicio 2005 para la preparación de las Cuentas Consolidadas de las sociedades cotizadas en Bolsas de Valores de la Unión Europea- y la del Plan General de Contabilidad (PGC) en España -también de obligada aplicación a partir de 2008 para las Cuentas Anuales Individuales de todas las sociedades, cotizadas y no cotizadas, y otras entidades de distinta naturaleza- se ha producido un importante cambio en la regulación contable que afecta al reconocimiento, valoración contable e información sobre los intangibles empresariales.
Del análisis de dicha normativa contable se deduce la necesidad de establecer reglas contables homogéneas y normalizadas para los activos intangibles, que cuenten con el reconocimiento de los diversos agentes que operan en todos los ámbitos de la gestión empresarial, y que den carta de naturaleza al hecho manifiesto de la existencia de unos activos intangibles, no informados en las cuentas anuales o de un capital intangible que, en combinación con el capital físico-financiero tradicional, es fuente de creación de valor en la economía de las organizaciones actuales.
En un reciente taller de trabajo organizado por CEDE y la AECA, patrocinado por ST-Sociedad de Tasación, Leandro Cañibaño hacía notar que los activos intangibles tienen una propiedad muy relevante: su posibilidad de usos alternativos simultáneos. Esto permite obtener de los mismos una rentabilidad creciente por su carácter acumulativo a un coste decreciente en un contexto de economías de red.
Pero los activos intangibles también presentan un problema asociado a su propia naturaleza: para poder ser reconocidos es necesario estimar su valor de manera fiable. Hoy en día las NIC exigen la segregación de los intangibles en el fondo de comercio; si tuviesen vida finita, estos activos intangibles se tendrían que amortizar manteniendo la cautela de que el valor recuperable no debería ser inferior a lo reconocido en el balance. Fiscalmente, estos activos con vida útil indefinida podrían ser deducibles en 10 años, estableciendo una reserva por un importe equivalente a lo amortizado. Este ha sido un punto novedoso y diferenciador de los activos intangibles y del fondo de comercio, aunque este planteamiento aplica exclusivamente a los estados consolidados (nuestro PGC2008 no contempla esta posibilidad en el caso de las cuentas individuales). En esta misma línea, Ana Gisbert, de la Universidad Autónoma de Madrid, destacó el concepto de fiabilidad, pudiendo recurrir de manera subsidiaria al valor razonable del activo recibido en el momento de su incorporación al balance. Nótese que, en este punto controvertido, llega la norma a separar la Investigación del Desarrollo, prohibiendo el reconocimiento de intangibles que fuesen resultado de actividades ordinarias o internamente generadas debido a la dificultad que existe para poder reconocer el valor.
El valor sostenible para el accionista procede de activos que no están contemplados en las cuentas financieras de la empresa, y su importancia queda manifiesta en muchas de las operaciones corporativas que pueden observarse en el mercado. Sí se prevé una mayor flexibilidad en el caso de las combinaciones de negocio, posibilitando el reconocimiento de los activos intangibles de la empresa adquirida, pudiendo esto motivar un proceso de integración para favorecer el reconocimiento de estos activos. Destaca la novedad en términos de fondo de comercio que, no siendo amortizable, sí puede llegar a ver reconocido su deterioro de valor asociando el mismo a las UGE (unidades generadora de efectivo) a las que estuviese asociado el fondo de comercio.
Las características inherentes a los activos intangibles (inmaterialidad, carácter tácito, dificultad de transmisión dentro de la empresa y límites borrosos de propiedad) dificultan tanto la extracción de valor de dicho capital como la valoración del mismo, y en ocasiones, no es siquiera posible establecer su existencia. Todo esto termina por obstaculizar su definición, valoración, medición, interpretación y gestión, surgiendo la duda sobre si el modelo contable tradicional ofrece información suficiente y adecuada para la toma de decisiones. Innovación, creatividad, imagen de marca, patentes, procesos de la organización, son algunos ejemplos de recursos de naturaleza intangible determinantes para la generación de beneficios económicos en el futuro. Sin embargo, como ya se ha expuesto, el conservadurismo de los actuales sistemas contables impide el reconocimiento de la mayor parte de ellos. La forma más sencilla de reconocerlos, en palabras de Emilio Zurilla, de Deloitte, sería mediante el análisis de los flujos de caja y su descuento. Pero esto supondría priorizar un enfoque de ingresos frente al preferido por la norma (enfoque de mercado).
De manera complementaria a los activos hay que prestar especial atención a la Responsabilidad Corporativa (RC), y así lo hace notar Isabel López, del despacho Villafañe y Asociados. La RC se está convirtiendo en un proceso innovador y diferenciador del negocio que aumenta en paralelo a las exigencias de los grupos de interés. Presentar informes como el GRI debería convertirse, en su opinión, en un ejercicio de rendición de cuentas y en ningún caso en mero ejercicio de retórica. No hay norma que obligue a su cumplimiento, pero es indudable que en la exigencia que lleva asociada existe un factor de calidad y mejora que ha de ser tenido en cuenta para reforzar valores como la confianza, transparencia informativa, medición y verificación que serán sin lugar a duda retos clave a abordar por las empresas. José María Castellanos, del IEAF, abundó sobre este punto, al notar que la reputación corporativa puede servirnos para aproximar la valoración económica mediante índices cualitativos. No sólo se trata, añadió Ana Martínez, de la AEEF, de conocer las técnicas de valoración, sino que es necesario poder contar con sistemas de información adecuados para generar y medir intangibles como el I+D, la mejora organizativa continua o la propia formación de los empleados. Llegando más allá, y como proponía Jesús Martínez, de la ASSET, no sólo se deberían gestionar los activos intangibles, sino la eficacia de los mismos para que la evolución permitiese elevar su reconocimiento al balance de la empresa; o alternativamente, como proponía Salvador Guasch, de la ACCID, trabajar con unidades de valor y no de precio, de manera que contabilidad y valor corporativo se complementasen de forma más natural, recogiendo una imagen más completa de la realidad empresaria.
Para concluir, y ya bajo nuestro punto de vista, al hablar de activos intangibles pensamos que es clave mantener la integridad del capital intelectual, del que poco o nada hablamos ahora. Es cierto que no hay consenso sobre cómo valorarlo ni una única opinión sobre el tratamiento de estos activos, pero lo que sí se puede hacer desde el principio es gestionar el conocimiento como un activo más de la empresa, avanzando en una gestión dinámica que permita progresar en el desarrollo de medidas de retención del capital asociado a los intangibles de esta naturaleza en nuestras empresas. De hecho, estamos convencidos de que la actitud de los que poseen este conocimiento es lo que realmente diferencia a las empresas ganadoras de las perdedoras.
Juan Fernández-Aceytuno
Director General de ST-Sociedad de Tasación y Fundador de Know Square
José Antonio Vega Vidal
Director de Consultoría IT y miembro de la Comisión CEDE de Gestión del Conocimiento Empresarial
Artículo publicado por Executive Excellence nº64 nov09