El arduo camino hacia la libertad
La mayoría de los economistas teóricos apuntan a la geografía, el clima o la cultura como los factores que más influyen en el diferente nivel desarrollo de los países. Según el filósofo alemán Max Weber, las diferencias religiosas o culturales son las que determinan los resultados. Otros expertos afirman que la falta de recursos naturales o conocimientos técnicos es lo que impide a los países pobres generar un crecimiento económico autosostenido. Para James Robinson, en cambio, la respuesta no se encuentra en ninguno de estos aspectos, sino en las instituciones.
El reconocido catedrático acaba de publicar junto a Daron Acemoglu El pasillo estrecho, un libro que profundiza en su teoría sobre cómo las instituciones impactan en el desarrollo económico, que ya expuso en Por qué fracasan los países, una obra que el Premio Nobel de Economía George Akerlof llegó a situar como un “clásico imperecedero a la atura de La Riqueza de las Naciones de Adam Smith”.
En una entrevista concedida a Executive Excellence con motivo de una conferencia pronunciada en la Fundación Rafael del Pino, –cuyas principales conclusiones recogemos en el presente artículo–, Robinson habló sobre el papel de las instituciones ante retos actuales como el auge de los populismos, la redefinición del capitalismo o la respuesta ante la crisis del COVID.
FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: Roger Martin acaba de publicar su libro When more is not better: Overcoming America’s Obsession with Economic Efficiency (Cuando más no es mejor. Sobreponiéndose a la obsesión americana por la eficiencia económica). En la obra, Martin critica ese concepto que defiende que la eficiencia es la base de la innovación. Argumenta que esa obsesión con la eficiencia es uno de los mayores problemas a los que nos enfrentamos. Explica que este hecho se ve corroborado analizando la evolución de los ingresos en la población; si bien hasta los años 80 del siglo pasado las clases pobres y medias reflejaban un mayor percentil de crecimiento. Esta situación se ha visto invertida en los últimos 30 años y son ahora las clases más ricas las que han visto dispararse sus ingresos, mientras que la clase media disminuye aumentando proporcionalmente los pobres. Este cambio, argumentan algunos, es el origen del populismo. ¿El capitalismo ha perdido el rumbo?
JAMES ROBINSON: Aunque no creo que exista ciencia social que definitivamente corrobore lo que algunos argumentan, considero plausible que sea cierto. Opino que están ocurriendo muchas realidades a la vez: la globalización, la deslocalización económica y social consecuencia de la expansión económica de China y los cambios en los sistemas productivos mundiales, el gran incremento de las desigualdades, el estancamiento de los salarios medios del que habla Roger Martin… Todo eso es cierto. La libertad solo surge cuando se logra un equilibrio delicado y frágil entre el estado y la sociedad
Las personas observan cómo las instituciones no están trabajando para ellas ni ofreciéndoles lo que necesitan, como ocurría en el pasado. Esta situación genera descontento y parece dar sentido al planteamiento que comentaba. Creo que el populismo está ocurriendo en todo el mundo; pero es, en cierto modo, muy heterogéneo. El populismo de Filipinas es muy diferente al de India, Polonia o Estados Unidos; pero ocurre en todas partes, con lo cual deberían de existir causas y cambios globales que lo provoquen. Uno de ellos evidentemente es el crecimiento de la desigualdad.
F.F.S.: En estos tiempos extraordinarios algunos perciben que los regímenes autoritarios combaten mejor esta situación que las democracias tradicionales. Hay países como Corea o Singapur (para no poner el ejemplo de China), cuyos resultados son mejores que las democracias occidentales. ¿Podemos estar frente a un blanqueamiento del autoritarismo?
J.R. Pienso, de hecho, que no es así. Nueva Zelanda ha realizado un trabajo tan bueno, sino mejor, que China, Vietnam, Corea o Singapur.
Lo que sí me ha resultado fascinante es la heterogeneidad de las respuestas frente al COVID-19. Hay países muy democráticos, como Nueva Zelanda, donde la población confiaba en su gobierno, estando dispuestos a cooperar con él, y que han tenido el mismo éxito que países con sistemas autocráticos. No pienso que esto sea cierto, aunque obviamente el país-tipo que parece haber reaccionado particularmente mal es aquel que posee un sistema de estilo capitalista anglosajón donde desde los años 80 se ha inculcado a la población el escepticismo hacia el gobierno. Como decía Ronald Reagan, las nueve palabras en lengua inglesa que más miedo provocan son: “Hola, soy del gobierno y estoy aquí para ayudarte”.
Lo que hemos podido observar en Estados Unidos es la respuesta a las acciones sin precedentes que el gobierno ha puesto en marcha para proteger a la población. Como esta no confía en el gobierno, se han producido reacciones de desobediencia importantes. Muchos ciudadanos norteamericanos piensan que su gobierno no tiene derecho a decirles lo que tienen que hacer. Es una especie de locura libertaria que ha generado gran disfuncionalidad en Estados Unidos, y como consecuencia han fallecido muchas personas. Este es un modelo malo, pero las democracias bien cohesionadas, como es el caso de Nueva Zelanda, han tenido resultados espectaculares. El marco general es mucho más complejo como para poder simplificar que: “estos sitios despóticos han gestionado la pandemia muy bien”. Son muchos los países democráticos que han tenido una excelente respuesta.
F.F.S.: Asociados a grandes innovaciones tecnológicas siempre encontraremos grandes dilemas éticos. ¿Cómo afrontarlos? ¿Cómo afectan las disrupciones tecnológicas a la relación entre gobiernos y ciudadanos?
J.R.: Cuando se producen grandes innovaciones tecnológicas, tenemos que ser conscientes de que también podemos enfrentarnos a grandes calamidades. Las tecnologías han ido por delante de nuestra capacidad para comprender sus consecuencias. Resultan llamativos los efectos de la crisis financiera de hace una década; uno de ellos fue la incomprensión de los banqueros sobre las implicaciones que la tecnología podía generar. Se ha analizado la securización de las hipotecas que entonces ocurrió, y está claro que los bancos no entendieron las consecuencias de lo que la tecnología les permitió hacer. Algo similar está sucediendo ahora. Los profundos cambios tecnológicos que vivimos tienen hondas implicaciones en la sociedad, pero ni tenemos los mecanismos para poder analizarlas, ni la capacidad para regular. Ni siquiera somos capaces de pensar cuáles serán las consecuencias, y todo esto es crucial para poder garantizarnos un mejor futuro.
En los entornos académicos de Estados Unidos, existe una discusión muy activa sobre cómo regular las empresas de software, las tecnológicas o ciertos nuevos modelos de negocio. Ante este entorno, los mecanismos e instrumentos utilizados hasta ahora no funcionan adecuadamente. Si bien estoy seguro de que las discusiones se están produciendo, también estoy convencido de que no existe ningún interés político para llevar a cabo lo necesario para resolver este problema. Hasta ahora hemos tenido un gobierno que, aunque parezca irónico, no creía en el gobierno. Espero que esta situación cambie pronto.
Autoritarismo vs libertad
Vivir en libertad es una aspiración del ser humano que todos queremos alcanzar. Según el filósofo inglés John Locke, la libertad es un estado en el que los ciudadanos pueden actuar y disponer de sus posesiones sin tener que depender de otras personas o pedirles permiso.
Sin embargo, este concepto se define de diferentes formas dependiendo del lugar en el que vivamos. Pero ¿por qué ocurre esto? La libertad escasea cuando un estado muy poderoso domina a la sociedad, como está ocurriendo en China, por ejemplo. El gobierno de Xi Jinping ha colocado más de 200 millones de cámaras en la calle para observar a la población, creando un vasto sistema de vigilancia que recuerda al Gran Hermano de George Orwell. El gobierno chino cuenta con una enorme capacidad tecnológica que le permite erradicar la libertad sin tener que rendir cuentas ante la sociedad, generando lo que en mi último libro se describe como el “Leviatán Despótico”. Los estados más fuertes son los que tienen sociedades más fuertes, porque están obligados a rendir cuentas y a defender los intereses colectivos
En el otro extremo estaría lo que llamamos el “Leviatán Ausente”, porque el estado tiene una presencia mucho más escasa, pero eso no garantiza la libertad de los ciudadanos. Es el caso de Yemen, donde el estado es prácticamente inexistente y no domina a la sociedad, que está organizada en tribus, clanes y redes, aunque tampoco se puede decir que los yemeníes gocen de libertad.
El sociólogo Max Weber define el estado como “aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio, reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima”. El gobierno chino tiene ese monopolio y lo ejerce, pero en Yemen el monopolio de la violencia está en manos de la sociedad y no deja espacio para la libertad. El temor continuo a la guerra hace que surjan normas que impiden el estallido del conflicto, pero esas normas también obstaculizan la libertad.
Entre estos dos extremos emergería el “Leviatán Encadenado”, un sistema en el que la sociedad civil pone límites al poder político, haciendo a las instituciones más inclusivas y, por tanto, más adecuadas para el crecimiento y el fomento del bienestar.
La libertad solo surge cuando se logra un equilibrio delicado y frágil entre el estado y la sociedad. El pasillo que lleva a la libertad es estrecho y solo puede recorrerse si se produce una lucha constante que fomenta la competencia entre ambos. Fuera de este pasillo la libertad siempre se restringe.
Bases del estado democrático
Algunos países, principalmente europeos, han conseguido transitar por este estrecho corredor donde la sociedad civil y el poder político se contrarresta. Pero, ¿por qué sucede en Europa y qué condiciones dieron lugar a ello? Para responder a esta cuestión hay que remontarse hasta el Imperio Romano. El historiador romano Tácito intentó comprender por qué los romanos nunca consiguieron conquistar a los pueblos bárbaros, y halló la respuesta en las instituciones germanas que basaban su funcionamiento en un sistema muy participativo de gobernanza en el que los jefes debatían y resolvían los asuntos menores, mientras que las cuestiones importantes se debatían en la asamblea de la tribu. Tras la caída del Imperio Romano, Clodoveo, el rey de los merovingios, promovió la fusión del sistema germano y franco con el romano, dando lugar a un estado centralizado con normas que permitirían la actividad económica pero manteniendo la toma de decisiones comunal, que constituiría el contrapeso necesario para limitar la expansión del poder del estado.
Clodoveo también promulgó la ley sálica. Lo más probable es que el monarca no supiera leer ni escribir, y para redactarla contrató los servicios de cuatro abogados romanos procedentes del otro lado del Rin. Los abogados se reunieron con las asambleas, debatieron los casos, analizaron las posibles soluciones y después redactaron la ley. Por tanto, el proceso no se realizó mediante una imposición autocrática, sino a través de un proceso de codificación ascendente que se remite a las tradiciones de los merovingios.
La diferencia entre los países de Europa occidental y del norte son esas asambleas, que volvieron a resurgir años después. En el siglo XIII Inglaterra promulgó la Carta Magna, un documento constitucional que intentaba definir los derechos y responsabilidades del rey. El documento se firmó en Runnymeade, un prado cerca de Londres cargado de simbolismo, porque era el lugar en el que se celebraban los wheatons –la versión inglesa de las asambleas germánicas–. La Carta Magna no trajo libertad en sí misma, pero el proceso acabó cuajando en el parlamentarismo y la democracia. Además, no solo otorgaba derechos a los nobles, sino también a los villanos y a los siervos, una circunstancia que contribuyó a cimentar el estado democrático moderno que ha surgido en los últimos siglos.
El efecto de la Reina Roja
El estado fiscal moderno se constituyó en Inglaterra a principios del siglo XVIII, cuando el estado comenzó a intentar hacer un seguimiento de las cosas como nunca antes lo había hecho, dando lugar a lo que nosotros denominamos el “efecto de la Reina Roja”, como símbolo de la productiva competencia entre estado y sociedad. Para que el pasillo estrecho de la libertad continúe abierto, ninguna de las dos partes debe superar a la otra.
Entre China y Europa hay grandes diferencias estructurales, pero si echamos la vista atrás nos damos cuenta de que las cosas no son tan distintas. La filosofía china tradicional señalaba que el rey es un barco y el pueblo es el agua que puede hacer que el monarca flote o que se hunda, pero el auge de la dinastía Shing suprimió este modelo de gobernanza; poco a poco fue debilitando al pueblo para fortalecerse a sí mismo, dando lugar a un equilibrio despótico que impera en el país desde hace 2.000 años.La libertad exige un cambio social que pasa por animar a las personas a hacer cosas y permitir que tomen decisiones
Es una situación muy distinta a la de Yemen o África subsahariana. Por ejemplo, el grupo étnico Tiv (Nigeria) tiene tanto miedo a la hegemonía del estado que hace que sea casi imposible construir cualquier jerarquía política basada en un principio de herencia o igualitarismo. La sociedad no permite que el estado se desarrolle y tome sus funciones debido a una “jaula de las normas”, compuesta por tradiciones que dominan el comportamiento de los ciudadanos. Cualquiera que se crea demasiado importante y trate de ejercer el poder corre el riesgo de que se le acuse de brujería. Como resultado, el estado carece de poder para proporcionar las condiciones que garanticen la libertad y la seguridad necesarias para que la economía de mercado funcione.
Como se puede observar, es verdaderamente difícil encontrar un equilibrio entre la falta de confianza y las ventajas que garantiza el estado.
Las relaciones entre el estado y la sociedad tienen consecuencias muy distintas para la libertad. El estado puede dominar a la sociedad, pero la sociedad también puede dominar al estado. De hecho, los estados más fuertes son los que tienen sociedades más fuertes, porque estas obligan al estado a rendir cuentas y a defender los intereses colectivos, algo que no puede pasar en China.
Conseguir el “Leviatán Encadenado” es vital para el éxito económico, pero no se puede simplemente diseñar, porque a veces las instituciones no reciben el apoyo de las personas.
Por tanto, la libertad exige un cambio social que pasa por animar a las personas a hacer cosas y permitir que tomen decisiones, pero sin llegar a caer en una “jaula de las normas”.
La idea de la libertad no tiene nada de occidental, es un anhelo inherente al ser humano. El pasillo que lleva hasta ella es muy heterogéneo, porque en él confluyen diferentes tipos de sociedades cuyas características han sido determinadas por los problemas que han tenido que enfrentar a lo largo de su historia.
James A. Robinson, politólogo, economista y catedrático en la Universidad de Chicago
Executive Excellence nº171, noviembre 2020