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Hausmann: "Tener un sentimiento de Estado potencia el desarrollo económico"

(Tiempo estimado: 11 - 21 minutos)

Durante su visita a la Fundación Rafael del Pino para pronunciar la conferencia “Nosotros y la prosperidad”, tuvimos la oportunidad de conversar con el director del Center for International Development de la Harvard Kennedy School, Ricardo Hausmann. El economista venezolano, radicado en EE.UU., analizó el problema con el que muchos Estados ricos y pobres están tropezando: crear una sensación de pertenencia y de comunidad que logre hacer que los países se abran lo suficientemente al mundo, para poder absorber las tecnologías que se están desarrollando en otras partes.

FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: El nivel de la innovación española está lejos del de otras potencias europeas cercanas, pero –en su conjunto– tampoco Europa está jugando un papel de liderazgo en el desarrollo tecnológico. De hecho, las empresas más innovadoras son estadounidenses. ¿Cómo se explica esta situación? 

RICARDO HAUSMANN: En primer lugar, lo que está ocurriendo con el desarrollo tecnológico es que las redes que hay que juntar para hacer los productos del futuro tienen que ser cada vez más amplias y diversas; tienen que ser, por lo tanto, más multinacionales. En EE.UU., el 14% de la población es extranjera; más aún, en Silicon Valley el 52% de los emprendedores son de fuera. Para poder incorporar las tecnologías que se vienen desarrollando, necesitamos grupos con una mayor diversidad de capacidades.

Esto contrasta con la tradición española de generar equipos muy cohesionados, muy homogéneos y parecidos. Esa cohesión basada en la similitud conspira contra la capacidad de integrar nuevas tecnologías. Algunas de las empresas españolas más exitosas que se han ido a América Latina –como BBVA, Santander, Telefónica o Iberdrola–, en cierto sentido han empezado gestionando capacidades a través de la relación entre Madrid y cada uno de los países latinoamericanos en los que se implantaron, hasta que finalmente han sido capaces de crear una red de gestión multinacional de todos esos talentos; es decir, se han dado cuenta de que deben mezclar, rotar y mover todo el talento en una red más multinacional y multipolar.

F.F.S.: Vivimos una revolución en la distribución. Vemos, por ejemplo, cómo una empresa como Amazon está empezando a distribuir alimentación y cómo los costes y la rapidez del transporte no dejan de reducirse. Obviamente, dado que la globalización ayuda a eliminar las barreras, habrá cada vez más capacidad de transporte. Sin embargo, este escenario podría alterar el planteamiento de la diversificación como motor de crecimiento de un país. ¿Cree que esto sucederá?

R.H.: Opino que, en realidad, el motor de crecimiento es la especialización; y que esa especialización de las personas y de las empresas lleva a una diversificación en las ciudades y en los países. Son dos lados de la misma moneda. De pronto Amazon se vuelve 50% de comercio retail, y los proveedores de la plataforma se vuelven cada vez más diversos porque, en cierto sentido, se les está ofreciendo a los productores un canal de distribución global muy rápido y accesible, lo cual permite una mayor diversificación.

Sin embargo, el acento no está tanto en especializarse en aquello en lo que se destaca, sino en –y más con el cambio tecnológico– ser capaz de evolucionar en las cosas en las que uno es bueno. 

España no se volvió rica porque cada vez fue a mejor en el cultivo de aceitunas, sino que creció porque mudó y evolucionó su ventaja comparativa. Hoy el país sobresale por un turismo gastronómico que ha implicado un desarrollo de ciertas capacidades que no preexistían, pero que eran factibles. La clave está en la búsqueda de esas transformaciones factibles. 

F.F.S.: Repetidamente afirma que el conocimiento de las obviedades es el motor que las hace crecer. Nosotros, los humanos, podemos comprender el significado de las cosas, algo que la inteligencia artificial no puede hacer. Pero resulta curioso que la mayoría de los estudiantes recibe ese conocimiento sin entenderlo, sin comprender su significado, sino simplemente memorizando y acumulando información (algo que la inteligencia artificial también puede hacer). En un mundo donde los robots van a eliminar el 25% de los puestos de mano de obra en las próximas dos décadas, ¿qué significa la educación para el crecimiento y la estabilidad social de los países?

R.H.: Hay dos comentarios. El primero es que hay gente muy preocupada por la desaparición de empleos debido a la inteligencia artificial. Sin embargo, creo que tenemos que prestarle algo de atención a la creación de nuevos empleos y nuevas formas de hacer las cosas que se producen gracias a la inteligencia artificial. En España, hace un siglo, un 70% de la población trabajaba en la agricultura; hoy probablemente sea menos del 3% y lo hace con grandes subsidios europeos, pero no veo a nadie lamentando la desaparición de los empleos agrícolas. Para sustituir esos trabajos, hubo que crear otros en tractores, en fábricas de fertilizantes, en agroquímicos… incluso ahora se están usando drones en la agricultura. Es decir, los empleos se van a otras formas de usar el esfuerzo humano y creo que, a la vez que analizamos cuáles son los trabajos que van a ser menos necesarios en el futuro, deberíamos pasar más tiempo pensando en todas las nuevas formas de hacer cosas que no estaban antes. 

Con respecto al tema de la educación, mis trabajos muestran que hemos estado poniendo demasiado énfasis en que todo el mundo sepa más de lo mismo. Queremos que los jóvenes terminen su educación secundaria y obtengan las mejores notas en las pruebas PISA de la OCDE. Eso es como querer aumentar la intensidad de la luz, cuando los estudios muestran que más importante aún es el espectro de la luz. Es decir, fijarse en la diversidad de lo que sabe cada uno y no en lo homogéneo. Si, por ejemplo, vas a administrar una empresa moderna, necesitas gente que sepa de una gran diversidad (de compras, producción, contratación, ventas, branding, finanzas, etc.), y ser capaz de crear bien ese equipo diverso, necesario para administrar una organización compleja.

Muchos de esos conocimientos no se adquieren ni en la escuela ni en la universidad, y la demostración obvia de esto es analizar los cargos que tienen las empresas en España y preguntarse cuántos de ellos los puede ejecutar una persona recién salida del sistema educativo. En cualquier empresa medianamente moderna no son más del 10-15% los cargos a los que alguien puede llegar sin experiencia laboral, porque el grueso de lo que se va a usar en el proceso de trabajo no es lo que se aprendió en la escuela, sino lo que se aprendió en el trabajo. Es verdad que no hubieses podido tener esa experiencia sin pasar por la escuela, pero después has de tener una organización donde aprender. De modo que lo que una sociedad sabe no es necesariamente lo que saben sus maestros, sino sus empresas. 

Por eso, en una sociedad moderna, las organizaciones producen siempre dos cosas: los bienes y servicios que venden, y las capacidades en su fuerza laboral. En el futuro, deberemos entender que las empresas tienen esta doble función, y reconocer mejor la tarea de crear capacidades en sus trabajadores. Las empresas son como socios del gobierno en el proceso de creación de capacidades en la gente, y deberían contabilizar no solamente cuánto vendieron o cuánto pagaron a sus empleados y al gobierno, sino también cuánto le aportó al país los egresados de su organización que aprendieron primero el negocio en la empresa, y después fueron a otros lados a aportar esos conocimientos y crear nuevas compañías. 

Si nos fijamos en Silicon Valley, un gran número de las empresas fueron creadas por gente que trabajó anteriormente en otras de la zona. El know how de cómo se hace innovación en este sector pasó de una empresa a otra en la cabeza de esas personas formadas allí previamente. 

F.F.S.: Por tanto, la clave de la prosperidad está vinculada al know how.

R.H.: Si pensamos en aquello que explica la diferencia entre los países ricos y pobres, llegaremos a la tecnología o, mejor dicho, a la combinación de las herramientas y protocolos que proporciona con el know how (o saber hacer) de las personas que trabajan con ella. Para incrementar la tecnología hacen falta herramientas, protocolos y know how. Las herramientas y los protocolos se mueven con facilidad, pero no el know how. 

El problema es que la tecnología moderna no requiere de una persona que tenga un saber hacer particular, sino de equipos que colaboran en la producción y que tienen distinto know how. Por lo tanto, para mover la tecnología hace falta mover grupos con ese saber hacer requerido.

A los economistas nos gusta medirlo todo. Si yo afirmo que los países ricos tienen mucho know how y los pobres tienen poco, debo explicar cómo medirlo. Preguntémonos quién tiene más: ¿un esquimal o el hombre moderno? Este último usa reloj, computadora, lentes…, pero no sabe hacer nada de eso, y si lo mueves adonde vive un esquimal, se muere. Entonces, es absurdo decir que el hombre moderno tiene más know how que el esquimal, lo que uno puede decir es que la sociedad a la que el hombre moderno pertenece y en la que trabaja tiene más know how; mientras que en la sociedad a la que pertenece el esquimal, todos saben pescar, cazar, hacer iglús, trineos y poco más. En cambio en la sociedad moderna, cada uno tiene una ínfima noción del know how que existe. 

En definitiva, como las personas saben distintas cosas y estas difieren de una a otra, las sociedades en conjunto saben mucho, pero porque sus individuos saben distinto. El hecho de que cada quien sepa algo diferente hace que el conjunto sepa más. 

La estructura productiva del siglo XIX se basaba en familias organizadas en gremios (carniceros, panaderos, candeleros…). Hoy en día existen algunos productos que no los sabe hacer ni un país, pues requieren de una red humana tan diversa que no cabe en un Estado. 

A medida que aumenta la diversidad de know how en un sistema, se incrementa no solo la cantidad de productos distintos que pueden hacerse, sino también la de productos difíciles de hacer. Eso se puede medir con el índice de complejidad económica. Los países con un índice bajo tienden a ser pobres, mientras que los que tienen un índice alto tienden a ser ricos.

F.F.S.: Cuando determina el potencial de crecimiento de los países en sus estudios, ¿cómo inciden aspectos como el aislacionismo, el nacionalismo y el populismo, que son consecuencia de una globalización no inclusiva que está dejando atrás a parte de la sociedad? ¿Cómo suelen influir esas políticas en sus previsiones a futuro?

R.H.: Uno de los aspectos centrales de las tecnologías modernas, e incluso de antes de la Revolución Industrial, es que requieren que el Estado provea de cada vez más bienes públicos, que son como insumos complementarios con los que las empresas pueden adquirir en el mercado. Los países exitosos tienen un nivel de cooperación muy alto entre las organizaciones del mercado y la creación de bienes públicos en el Estado. Esas dos estructuras son fuertemente complementarias, no sustitutas. Sustituto quiere decir cosas como el café y el té: mientras más café tienes, menos té quieres; pero complementario quiere decir cosas como el café y el azúcar: cuanto más café tienes, más azúcar quieres. Estas dos cosas tienen que crecer ambas, y para que crezca la provisión de bienes públicos, el Estado tiene que poder legítimamente actuar en más áreas haciendo más cosas, pero para que esto suceda de una manera percibida como legítima, el Estado tiene que poder convincentemente hacerlo en nombre de “nosotros”. Al final, las organizaciones políticas –ya sea a nivel autonómico, estatal o europeo– tienen que estar basadas en un sentimiento compartido de lo que significa ser nosotros, en un sentimiento de identidad, de aquello que nos hace ser nosotros. Cuando hoy el Estado actúa en nombre de nosotros, ¿quién es ese nosotros? 

Lo que está en juego en el discurso populista es una definición del nosotros. Traducido al caso del populismo en España, nosotros somos la gente –todos homogéneos, parecidos y sufridos–, y después hay otro grupo que son ellos, la casta –heterogéneos, globalizantes, traidores, moralmente inaceptables, etc.–. La narrativa entonces es que el Estado tiene que venir a desplazar a la casta para ayudar a la gente. En ese discurso no hay una complementación entre las empresas en el mercado y el aparato del Estado; y se acaba por no ayudar a que las organizaciones productivas puedan avanzar.

Si España se va a volver una potencia en energías renovables, en parte va a ser porque la definición de estrategia de la matriz energética, de las relaciones con Europa, de la regulación del sector eléctrico, etc. se va a hacer de tal manera que ciertas opciones tecnológicas puedan tener futuro. Ese discurso de tener un Estado para complementar y repotenciar las capacidades productivas de la sociedad, necesita una narrativa donde ambas partes se complementan y necesitan. Es la cooperación en la sociedad la que lleva al avance, y no la lucha de clases. 

F.F.S.: Uno de los potenciales peligros que se está generando en la UE es el miedo al que viene de fuera. ¿Cuál es la parte positiva de la inmigración, qué se debe de fomentar y qué aspectos de la misma no contribuyen al crecimiento del país?

R.H.: Nosotros hemos encontrado efectos muy positivos en la diáspora y también en tener migrantes que retornan, porque estos traen capacidades, destrezas y conocimientos que aprendieron en otros países, y los contaminan y transmiten en el contexto interno.

Si países como Australia, Canadá o Singapur pueden absorber hasta el 40% de población extranjera, y estar cohesionados y crecer, nadie se explica por qué hay que poner freno a la inmigración; menos aún cuando, para que se mueva el know how, hay que mover a la gente. A todo el mundo le encanta compararse con Singapur, donde resulta que una de cada 2,4 personas es extranjera. En Panamá una de cada 24 personas no nació en el país, en México una de cada 240 personas y en Colombia una de cada 400. 

Si estudiamos las políticas migratorias de los países en desarrollo, comprobamos que han sido muy cerrados a la inmigración extranjera. En una gran cantidad de ellos no hay ningún mecanismo para tener una residencia permanente ni para obtener la nacionalidad, y hay grandes restricciones a la contratación de extranjeros. En Irlanda se establece un máximo del 50% de trabajadores que no hayan nacido en la UE, en Egipto, Guatemala y Panamá el máximo es del 10%, mientras que Colombia tiene que parar en el 0,25% de población extranjera. En mi opinión, los países establecen las nociones de cuánto es demasiado mucho antes de que realmente lleguen a ningún óptimo máximo.

Vemos cómo hay países con severas regulaciones del mercado laboral contra la contratación de extranjeros. Incluso existen universidades públicas que consideran que el empleo del funcionariado público es para los nacionales, y por legislación tienen prohibido que los extranjeros den clase. Esto resulta llamativo cuando se han hecho estudios que demuestran que el desarrollo científico y tecnológico de los EE.UU. se vio drásticamente acelerado en ambas áreas por la inmigración de talento que salió de Europa en la década de los 30 y 40. En definitiva, la apertura a la diversidad es central para el crecimiento. 

F.F.S.: ¿Cuál es entonces el motivo que explica ese comportamiento de rechazo a los “otros”, que acaba dificultando el movimiento del know how?

R.H.: La razón es que la presencia extranjera violaría el sentimiento de identidad colectiva, de pertenencia al grupo o a la comunidad. Ese sentimiento acaba frenando las posibilidades de desarrollo económico. Ahora bien, ¿cómo definir qué es eso que nos hace “nosotros?”.

Le voy a dar un ejemplo del pasado: cuando se creó la nación unificada de España en 1492, había personas que hablaban gallego, vasco, andaluz que no se entendía bien en Cantabria, otros hablaban catalán, etc. Sin embargo, lo que tenían en común todos los españoles es que eran católicos. Antes no lo eran, pero se hicieron porque expulsaron a los judíos y a los musulmanes. 

Esos judíos se fueron, parcialmente, a Holanda. Cuando Felipe II regresó a España, le pareció que era inaceptable que hubiese protestantes en Holanda y mandó la Santa Inquisición para allá, lo cual arrancó la Guerra de la Independencia de Holanda. Cuando se firmó el armisticio en 1618, la identidad de Holanda no era que ellos fuesen protestantes o anti-católicos, sino que eran tolerantes. Gracias a eso, el país se llenó de científicos y filósofos de todo el mundo, y Holanda tuvo su Siglo de Oro en el momento en que España salió y no pudo impedir el aumento de la diversidad. Creo que hay historias importantes de cómo el ataque a la diversidad terminó costando enormemente al propio desarrollo de un país.

Además, los humanos somos el mamífero más colaborativo del mundo, y esa capacidad ha sido el secreto de nuestro éxito. Cooperamos porque la evolución desarrolló en nosotros sentimientos morales (de responsabilidad, culpa, rabia, vergüenza…) que nos llevan a hacerlo; está en nuestros genes. Y somos seres profundamente sociales. Si yo le pregunto cuál es su identidad, me dirá que se siente español o padre de familia… Es decir, no nos definimos en términos de quién soy yo, sino en términos de qué pertenencia tengo. Y esta puede ser de distinta esencia: pertenencia a mi familia, a mi escuela, a mi universidad…, a diversas escalas; pero a cada escala de decisión generamos en nuestra cabeza, implícitamente, quiénes somos nosotros. A lo largo de nuestra historia, hemos cooperado a escalas totalmente distintas. 

Cuando “nosotros” éramos pequeños asentamientos agrícolas, cooperábamos con un radio de acción muy limitado, vivíamos del autoconsumo, no teníamos medios de transporte, etc., pero caímos en la Torre de Babel, donde el idioma tiene una tendencia natural a cambiar. Por ejemplo, hoy percibimos que nuestros hijos y nietos hablan diferente de nosotros, y uno intuye que ese proceso –repetido tantas veces– quiere decir que antes se hablaba latín y ahora evolucionamos al español, gallego, etc. Estas cosas cambian, pero hemos de ser entendidos por el otro. El hecho de que nosotros hayamos interactuado en grupos muy pequeños a lo largo de mucho tiempo se observa en el hecho de que se han generado muchos idiomas. Hoy, en nuestras sociedades, interactuamos en grupos muchísimo más grandes y la única forma de hacerlo es compartiendo idiomas. 

F.F.S.: Si somos tan diversos, ¿qué es lo que hace que seamos “nosotros” como Estado? ¿Un idioma común, una identidad racial, una religión compartida…?

R.H.: Volvamos a la Revolución Industrial. Con ella se generaron dos fuerzas muy importantes que, en realidad, han estado siempre ahí. La primera fueron las grandes economías de escala necesarias para acceder al mercado. Todo el mundo quería tener un mercado más grande donde vender sus productos, y eso exigía una unidad política más grande. Lo segundo que requirió la Revolución Industrial fueron más bienes públicos que involucrasen más a la gente, por ejemplo, un idioma común, pero también una infraestructura, educación… Es decir, un Estado que tome muchas más decisiones por nosotros. Necesitamos un sentido de pertenencia al Estado más profundo. Lo primero implica un sentido de nosotros más amplio que involucre un país o un mercado más grande. Y lo segundo requiere un sentido de pertenencia más profundo, que fusione uno con el otro. Si queremos una identidad muy profunda, tendremos que compartir muchas más cosas.

Los países están sometidos a presiones, porque aumenta la diversidad y el deseo de interactuar con otros, pero al mismo tiempo quieren tener una sensación más profunda de ser un país. En síntesis, la prosperidad requiere de difusión tecnológica, y esta requiere de un Estado capaz y de la posibilidad de mezclarse con know how que venga del exterior. Ese Estado capaz se hace más factible cuando existe una comunidad imaginada, a nombre de la cual está actuando el Estado, y es lo suficientemente profunda como para crear los bienes públicos que requiere una economía más compleja (decidir quién va a pagar impuestos, quién merece ser subsidiado, qué se enseña en las escuelas, cómo va a funcionar el sistema educativo, etc.). Es decir, tiene un Estado que toma una gran cantidad de decisiones y requiere de una sensación de unidad; un Estado lo suficientemente grande y expansivo como para poder abrirse al mundo.Desafortunadamente, uno de los problemas que existen hoy en Europa es que no se da un sentido de nosotros que acompañe la idea de ser europeo. ¿Qué significa ser europeo? Necesitamos tener un sentido de nosotros que ampare la acción del Estado (en el caso de Europa, que ampare la acción y las decisiones que se toman en Bruselas). 

Es cierto que muchas de las sensaciones de pertenencia se basan en ciertos mitos fundacionales, que acaban convirtiendo algunas cosas en sagradas. Por ejemplo, para los norteamericanos, el sentido de ser nosotros es que tuvimos unos padres fundadores que nos dieron una Constitución maravillosa y una Carta de Derechos que nos une y hay que respetar; y que si no fuera por eso, ¡EE.UU. sería hoy como Canadá! Obviamente, es probable que los padres fundadores no sean la causa del éxito norteamericano, porque EE.UU. no es mucho más rico que Canadá ni tiene un sistema de salud tan bueno. 

En el resto del mundo, la formación de los Estados ha sido completamente heterogénea. Lo primero que sucedió es que, cuando se generó la Revolución Industrial con toda una tecnología que difundir, hacían falta Estados. Como no existían, los crearon. Cuando Inglaterra fue a India, allí no había Estado. Empezaron entonces a crear estructuras políticas para proteger sus activos y poder comerciar, que terminaron enraizando en el país. 

América Latina, por ejemplo, es el único lugar con 18 países que hablan un idioma y tienen una religión común. Eso es legado de la colonización, que nos generó una homogeneidad cultural con la que nos ha resultado relativamente más fácil crear Estados que no están en guerra con otros, pero también existe tal cantidad porque no se han dado las economías de escala adecuadas para unirlos. A pesar de que Europa tiene toda esta diversidad, ha sido mucho más activa uniéndose políticamente que América Latina, que es más homogénea. La UE es una estructura mucho más avanzada, compleja y desarrollada que nada que hayamos hecho en América Latina, que no tiene las economías de escala de la integración –porque todos producimos más o menos lo mismo– ni hemos generado las estructuras políticas para ello.

F.F.S.: Recientemente en Dinamarca se celebró el European Business Forum, organizado por Thinkers50. Una de la conclusiones de este encuentro fue que el entorno medioambiental y todo lo relacionado con el envejecimiento de la población serían las dos áreas de mayor crecimiento empresarial en la UE. ¿Está de acuerdo? ¿Dónde ve usted el desarrollo?

R.H.: No es un tema sobre el que haya pensado con detenimiento, pero sí creo que la transformación en la matriz energética viene porque no nos hemos percatado del dramático cambio en precios relativos de las distintas fuentes energéticas. El colapso en los costes de energía fotoeléctrica hace que sea más barata. Es decir, más allá del Acuerdo de París y las regulaciones del cambio climático, sencillamente es eficiente; y el mercado la va a privilegiar porque es barata. Con respecto a la estructura de la población, obviamente van a modificarse los mercados de consumo, pues crecerá el tipo de productos y empresas que estén alineados con esa parte del consumo. 

En mi opinión, uno de los temas de mayor potencial de crecimiento es que tenemos un 15% de la población mundial que está en países de altos ingresos, frente a un 85% que no lo está. La tecnología del mundo da para que esa gente pueda vivir con ingresos similares a los de altos ingresos. Sin embargo, el 85% está en el promedio de un nivel de ingreso per cápita que representa un décimo del de los países de altos ingresos. Si logramos difundir más tecnología en los países en vías de desarrollo y generar una dinámica de crecimiento más importante en los de ingresos medios, se van a ampliar las posibilidades de expansión en los países ricos.


Fotos de Daniel Santamaría.

Entrevista publicada en Executive Excellence nº140 jun/jul 2017


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