Manuel Conthe: un experto en paradojas
Manuel Conthe Gutiérrez (Madrid, 1954) es licenciado en Derecho por la Universidad Autónoma de Madrid (1976) y Técnico Comercial y Economista del Estado (1979).
Dentro de sus actividades profesionales, Conthe ha sido Director General del Tesoro y Política Financiera (1988-1995), etapa durante la cual realizó algunos de los cambios más importantes en la política financiera y la regulación de los mercados financieros; también miembro de la directiva del Banco de España; y Secretario de Estado del Ministerio de Economía (1995-1996).
Desde 1996 fue Consejero Principal para Economía y Comercio a la Representación Permanente de España ante la Unión Europea, puesto que ocupó después de ser Viceministro de Economía de España. Formó parte del Comité Monetario de la Unión Europea aportando a todas los debates camino a la moneda única como los Programas de Convergencia, la Supervisión Multilateral y el Sistema Monetario Europeo. En estas funciones allanó la entrada de la peseta al euro y fue uno de los encargados de preparar el Tratado de Maastricht. También fue miembro de la Junta Directiva del Banco Europeo de Inversión.
Entre 1999 y 2002 trabajó como Vicepresidente para el Sector Financiero en el Banco Mundial en Washington y después sirvió como Consejero Especial a esta institución. Fue encargado de desarrollar el Financial Sector Assessment Program (FSAP) y representante oficial del Banco Mundial en el Foro de Estabilidad Financiera.
Entre 2002 y 2004 fue socio y director para Internacional Business Development de Analistas Financieros Internacionales (AFI). Posteriormente, entre octubre de 2004 y mayo de 2007, presidió la CNMV. Fue miembro del grupo de expertos a cargo de elaborar el Código Unificado de Gobierno Corporativo que fue publicado en mayo del 2006. Asimismo lideró el Consejo de Mediación del Comité de los Reguladores Europeos de Seguros e igualmente lideró el Consejo de Gobierno Corporativo de la Organización de Comisiones de Seguros (IOSCO).
En la actualidad preside el Consejo Asesor de Expansión y Actualidad Económica y acaba de publicar su segundo libro “La paradoja de bronce”. Además, es autor de “El mundo a revés” (1999). Es columnista habitual del periódico económico “Expansión” y colaboró anteriormente como columnista con otros diarios como “El País” o “ABC”.
FRANCISCO ALCAIDE: Acaba de publicar “La paradoja del bronce” (Crítica, 2007), un libro muy interesante y entretenido donde analiza paradojas y dilemas del ámbito económico y social. ¿Cuéntenos un par que le hayan llamado especialmente la atención?
MANUEL CONTHE: La que da título al libro, la “paradoja del bronce”, es curiosa y refleja bien la psicología humana. Como constató una investigadora americana durante los Juegos Olímpicos de Barcelona, quienes ganan una medalla de bronce suelen estar mucho más felices que quienes ganan la de plata. Porque los primeros se comparan con quienes no subieron al podio, pero quien gana la plata se queda con frecuencia “amargado” por no haber podido conseguir el oro. Nuestra felicidad depende, pues, no tanto de nuestra situación en términos absolutos, sino de nuestra posición respecto a cierto “nivel de referencia”. La paradoja quedó patente en las elecciones generales del 9 de marzo. El “medalla de plata”, Rajoy, quedó apesadumbrado porque aspiraba a ganar; y Rosa Díez se mostró eufórica, porque a pesar de que Unión Progreso y Democracia (UPyD) sólo consiguió un escaño, ese escaño permitirá a esta tenaz y batalladora política subir al “podio” del Congreso de los Diputados. En el libro también describo otra paradoja -la “paradoja de Hotelling”- que resultó de aplicación en estas últimas elecciones. Al igual que dos vendedores de helados que compitan en una playa rectilínea, en un sistema político bipartidista el líder político inteligente debe situarse en el centro, sin dejarse dominar por los más extremistas de su partido: porque se trata de ganar las elecciones, no de dar la contenta a las “fuerzas vivas” del propio partido. Quien olvida esa paradoja, suele perder las elecciones.
F. A.: Ha sido Vicepresidente del Banco Mundial, una institución cuya finalidad “es la de asistencia financiera y técnica para los países en desarrollo de todo el mundo”. Cerca de 1.000 millones de personas -un 15% de la población mundial- viven con menos de un dólar al día y aunque los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) pretenden reducir esta cifra hasta 420 millones en el año 2015, las estimaciones apuntan a que en esa fecha todavía habrá 800 millones de personas en la “absoluta pobreza”. Además, “50 Estados suman más del 10% de la población mundial y menos del 1% de su PIB”. ¿Seremos algún día capaces de erradicar este problema? ¿Dónde residen los principales inconvenientes? ¿Son solucionables?
M. C.: Al menos desde que Adam Smith publicó en 1776 su “Riqueza de las Naciones”, parece claro que el progreso económico es el resultado de una economía de mercado pujante y dinámica, que sólo funcionará con eficacia en un marco institucional adecuado (que incluye un Estado que desempeñe con eficacia ciertas funciones básicas: un sistema jurídico eficaz, adecuadas infraestructuras públicas, una ciudadanía educada…). Por desgracia, esa combinación de economía de mercado con marco institucional adecuado falta en muchos países (especialmente en el África sub-sahariana, que es, con ligeras excepciones, el continente donde se concentran los problemas más graves de pobreza del mundo). A eso se añaden profundas divisiones étnicas, tribales y religiosas que derivan en guerras y conflictos. Solventar esos hondos problemas sociales no es fácil. Por suerte, incluso en el continente africano hay casos aislados -como Malawi- que revelan que -como en un contexto muy distinto le ocurrió a Chile hace años- un país puede escapar al sino de los que le rodean.
F. A.: Uno de los grandes problemas en los PMA (Países Menos Avanzados), para su crecimiento y desarrollo, es la corrupción y la falta de transparencia de sus dirigentes. El Secretario General de la UNCTAD (United Nations Conference on Trade and Development), Supachai Panitchpakdi, decía: “Los casos de corrupción son graves y desalientan a los países que ayudan”. ¿Cómo se puede luchar contra la corrupción en estos estados?
M. C.: La corrupción es una de esas graves lacras que no sólo mina la confianza en las instituciones públicas, sino que impide que una economía de mercado funcione adecuadamente, porque aquélla está íntimamente vinculada a los favores económicos, a la protección de determinadas industrias, a la financiación ilegal de partidos, al soborno de los Tribunales e incluso al amedrantamiento, encarcelamiento o incluso asesinato de los discrepantes o de quienes denuncian públicamente los desmanes. No es, por desgracia, un problema limitado a los países en desarrollo, porque se da también en países como Rusia -recordemos el asesinato de Anna Politovskaya o el encarcelamiento de empresarios- o en España -recordemos la operación Malaya en Marbella o, en menor escala, el “caso guateque” en el Ayuntamiento de Madrid.
El apoyo internacional a quienes luchan desde dentro contra la corrupción (periodistas, líderes políticos y cívicos, empresarios…) es esencial, porque ese apoyo les brinda protección interna -y reduce su vulnerabilidad- y hace más eficaces sus denuncias. En general, las medidas de liberalización y de supresión de intervenciones públicas en la actividad económica son grandes antídotos contra la corrupción, porque ésta con frecuencia anida en quienes tienen que otorgar permisos públicos.
F. A.: Ha trabajado tanto en el sector público y privado. ¿Dónde es más dura la batalla y por qué?
M. C.: El sector privado y, en general, la economía de mercado es un mecanismo brillante y eficaz para favorecer el crecimiento económico y la prosperidad. Pero vistos desde la perspectiva individual -del pequeño empresario o del consultor-, la continua competencia y las exigencias de la cuenta de resultados ejercen una presión psicológica y provocan una incertidumbre sobre quienes están expuestos a ella que puede llegar a provocar ansiedad. Mi experiencia en el sector público ha sido mucho más larga y, por fortuna, bastante favorable. Es un mundo en el que los incentivos económicos tienen mucha menos importancia y donde la motivación juega un papel decisivo. Por desgracia, muchas instituciones públicas languidecen en ocasiones, ya sea porque subsisten aunque ya no tengan razón de existir, ya porque el gestor que las dirige no tiene ilusión por el servicio público o no sabe motivar a su equipo (en ocasiones, porque el puesto que ocupa es un mero trampolín hacia destinos políticos más elevados). Pero cuando en una institución pública coinciden un gestor ilusionado, un cometido bien definido y relevante, y un buen plantel de profesionales, la experiencia profesional puede ser tanto o más grata que la de un alto directivo de una gran compañía.
F. A.: Galbraith decía: “Hay dos clases de economistas: lo que no tienen ni idea y los que no saben ni eso”. ¿Qué opinión tiene?
M. C.: Yo estudié tanto Derecho como Economía (aunque luego sólo llegara a licenciarme de lo primero). Después he combinado ambas disciplinas. Mi impresión es que el mundo del Derecho, sin llegar a ser un mundo de certezas -la Jurisprudencia de los Tribunales a veces produce sorpresas- es relativamente previsible y se puede ser un gran jurista sin ser una inteligencia privilegiada. En el mundo de la Economía -especialmente, de la macroeconomía y las finanzas-, hay pocas verdades incuestionadas y el futuro es siempre bastante imprevisible, porque depende de una miríada de factores y decisiones individuales que puede producir muchos escenarios alternativos. Además, la Economía es el mundo de los “trade offs”, en el que cualquier medida tiene ventajas e inconvenientes que deben ponderarse cuidadosamente. No es casual que el presidente Truman, irritado en una ocasión ante la complejidad y ambivalencia de los consejos económicos de sus asesores, anhelara algún “economista manco”, que no estuviera siempre diciéndole que “on one hand… but on the other…”.
F. A.: ¿Cuáles son los principales retos a los que se enfrenta la economía española durante los próximos años?
M. C.: En el corto plazo, afrontar con éxito la desaceleración económica en ciernes y la crisis internacional de los mercados de crédito, que está acentuando un ajuste en el sector de construcción de vivienda que resultaba inevitable, tras tantos años de euforia y subida de precios. A medio plazo, elevar el nivel educativo y de formación profesional de cuantos ciudadanos vivimos en España, lo que exigirá, entre otras cosas, moderar la precariedad en el empleo y aumentar la flexibilidad de los contratos fijos. Las finanzas públicas están saneadas en el corto plazo, pero la evolución demográfica hará que en el futuro, dentro de unas décadas, el sistema público de pensiones se enfrente a graves tensiones.
F. A.: Bob Rubin decía: “Me gustaría tener la misma certeza en mis convicciones sobre una sola cosa que la que tiene X sobre todas”. Voltaire también afirmaba: “La duda no es un estado demasiado cómodo pero la certeza es un estado estúpido”. ¿La humildad es la cualidad más importante y al mismo tiempo la más olvidada en la economía y los mercados?
M. C.: La incertidumbre es consustancial a la Economía. La “teoría de los mercados financieros eficientes”, aunque no siempre se aplica a todos ellos, parte de un principio que me parece, en líneas generales, bastante acertado: los precios de las acciones, bonos y demás activos financieros reflejan ya, a día de hoy, todo lo que hoy ya se sabe sobre el futuro. En consecuencia, salvo que tengamos una intuición genial, desconocida por los demás operadores del mercado, será difícil que podamos vaticinar con un grado mínimo de confianza la evolución futura de los mercados. Ante ese carácter en gran medida incierto del futuro, lo esencial será que estemos alertas, dispuestos a interpretar los nuevos acontecimientos sin ideas preconcebidas que nos impidan ver lo que verdaderamente ocurre. Y que nuestra actitud y nuestro sistema económico sea flexible, capaz de adaptarse a los eventuales cambios. Para ello será esencial que dejemos que los precios actúen como eficaces señales que guíen las decisiones individuales (así, por ejemplo, que si el petróleo se encarece no mantengamos artificialmente bajo el precio de la electricidad, como ocurre actualmente en España en razón del llamado “déficit de tarifa”). En el mercado de trabajo, debemos aspirar a la “flexi-seguridad” y a la “empleabilidad” de todos los ciudadanos: no ofrecerle a nadie la seguridad de ningún puesto de trabajo concreto, pero sí la formación y los medios para que sepan localizar y adaptarse a todas las nuevas demandas de trabajo que produzcan los imprevisibles avatares de una economía de mercado.
F. A.: Hoy se habla mucho del Behavioural Finance. Decía Goethe: “Para la gente todas las épocas de progreso son objetivas mientras que todas las épocas de recesión son subjetivas”. Y Keynes afirmaba: “Si los inversores se convencen de que la Bolsa baja (sube) con la llegada de las golondrinas, bajará (subirá) efectivamente cuando lleguen, ya que todos se apresurarán a vender (comprar)”. ¿Las crisis económicas son, sobre todo, producto de crisis psicológicas?
M. C.: Las euforias financieras y las crisis tienen un indudable componente psicológico. Un gran economista americano, Robert Shiller, que las ha estudiado en detalle afirma que tiene poco de casual que empezaran en el siglo XVIII al mismo tiempo que la difusión de los periódicos. Lo que ocurre, efectivamente, es que hay cierta asimetría en la percepción social de las fases ascendente y descendente de tales procesos acumulativos. Así, por ejemplo, cuando la moneda de un país se aprecia de forma significativa gracias a entradas masivas de capital, el Ministro de Economía suele achacar el fenómeno a la “credibilidad” de la política económica y al atractivo del país, no a la “especulación” alcista. Cuando, por el contrario, la tendencia se invierte y se produce una grave crisis cambiaria, raro será que ese mismo Ministro la explique como resultado de la “pérdida de credibilidad”: tenderá, más bien, a atribuirla al efecto desestabilizador de perversos especuladores.
F. A.: El Premio Nobel de Economía en 2002, Daniel Kahneman, sostenía: “Con tal de evitar una pequeña pérdida estamos dispuestos a asumir un riesgo mucho mayor”. ¿El orgullo es el principal enemigo del ser humano?
M. C.: No se trata, en puridad, de orgullo, sino de “aversión a las pérdidas”. Daniel Kahneman y su ya fallecido colega Amos Tversky -ambos psicólogos- llegaron experimentalmente a la conclusión de que los humanos actuamos de forma asimétrica. Cuando se trata de ganancias, nos atenemos al dicho de “más vale pájaro en mano que ciento volando”, somos “segurolas” y preferimos una ganancia cierta que apostar por una ganancia mayor, pero hipotética. Pero cuando se trata de evitarnos pérdidas, molestias o incomodidades, de repente nos aflora la osadía y, optimistas, aceptamos con frecuencia grandes riesgos para evitarnos esas molestias. Una trágica ilustración de ese fenómeno está en los riesgos que con frecuencia asumimos al volante (para evitar la molestia de que el viaje se prolongue) o cruzando como peatones por sitios muy peligrosos (con tal de no andar unos cuantos metros más y pasar por el puente elevado o el paso de cebra).
Entrevista publicada en Executive Excellence nº48 mar08