La mejor estrategia de inversión ante un desastre natural
La primera reacción de un inversor ante un acontecimiento dramático inesperado, como el reciente terremoto de Japón, es dejarse llevar por el pánico. Sin embargo, es necesario mantener la calma y adoptar una perspectiva a largo plazo.
La experiencia demuestra que tras un desastre natural no sólo no cambia el ciclo económico, sino que las cotizaciones se recuperan con relativa rapidez y pueden surgir buenas oportunidades de inversión.
La solidaridad con la devastación humana es lo primero que todo el mundo ha sentido ante este triste acontecimiento, y Fidelity, como empresa presente en Japón desde hace más de 40 años, no es una excepción. Analizándola desde una perspectiva de inversión, una tragedia de esta magnitud provoca inmediatamente una serie de incertidumbres que no favorecen la toma de decisiones de los inversores. Lo más habitual es que, ante la magnitud de la catástrofe, se dejen llevar por el pánico y deshagan sus posiciones al mismo tiempo que los precios de las acciones se desploman. Justo lo contrario de lo que se debe hacer: mantener la calma y adoptar una perspectiva a largo plazo.
La reacción inicial suele ser ponerse en el peor de los escenarios posibles. Los inversores centran su atención exclusivamente en el corto plazo, como las consecuencias que tendrá en el PIB y el consumo público. Así, en el caso del reciente terremoto de Sendai, el mercado japonés cayó más del 15% (en dólares) en las sesiones posteriores a la catástrofe. Se vendieron títulos indiscriminadamente, a excepción de los valores del sector de la construcción, aunque unos días después el mercado recuperó parte del terreno perdido.
En estos casos resulta interesante realizar un análisis de catástrofes similares que dé una idea de cómo se suelen comportar a posteriori las economías y las bolsas. La magnitud de la devastación del terremoto de Sendai lleva a pensar que será similar a la del terremoto de Kobe (Japón) en 1995, y a la del huracán Katrina (Estados Unidos) en 2005. En ambos casos el coste superó los 100.000 millones de dólares -aunque en esta ocasión, a la destrucción ocasionada por el terremoto y el posterior tsunami se suma la alerta nuclear ante las fugas radioactivas de la central de Fukushima, cuyas repercusiones aún es pronto para evaluar-. En cualquier caso, tras ambos acontecimientos los mercados de valores de Japón y Estados Unidos recuperaron casi la mitad del terreno perdido en tan solo tres meses.
Si nos centramos exclusivamente en las dos catástrofes que han tenido lugar en Japón, encontramos dos diferencias importantes entre ellas. En primer lugar, cuando sucedió el terremoto de 1995, el crecimiento económico mundial se estaba desacelerando y las entidades japonesas tenían importantes problemas en sus cuentas. En la actualidad, el crecimiento económico global se recupera y las empresas presentan unos balances mucho más sólidos y saneados. En segundo lugar, y más importante, la bolsa nipona mostraba en 1995 unas valoraciones mucho más elevadas que en la actualidad. Hace 16 años, el PER (que mide el número de veces que el beneficio de una compañía está contenido en su capitalización bursátil y cuanto más bajo sea, más atractivo resulta el valor) era de 53 veces, según Nomura, mientras que en la actualidad es de solamente 14 veces.
No son estas las únicas razones por las que el inversor particular debe mantener la calma y pensárselo dos veces antes de tomar una decisión que pueda resultar equivocada. El inversor que no estuviera directamente expuesto a la renta variable japonesa antes del terremoto no tiene por qué preocuparse de su cartera. Si invierte en fondos de inversión globales debe saber que la mayoría se hallan estructuralmente infraponderados en la bolsa nipona, dada la mala evolución de su economía y mercado bursátil en las dos últimas décadas. Al mismo tiempo, las perspectivas de crecimiento en los mercados emergentes y en Estados Unidos siguen siendo el mayor apoyo para la economía mundial. Aunque se hundiera el PIB japonés, es poco probable que tuviera un efecto suficiente como para devolver a la economía mundial a la recesión.
Por su parte, el inversor que estuviera posicionado en bolsa japonesa atraído por unas perspectivas cíclicas que estaban mejorando antes de la crisis debe saber que, aunque el panorama a corto plazo es ahora mucho más volátil debido a los efectos del terremoto, las perspectivas a medio plazo son favorables. La cotización de las compañías japonesas se va a beneficiar de los esfuerzos de reconstrucción de las infraestructuras destruidas y de la liquidez adicional inyectada en el sistema. De hecho, el impacto más duradero a largo plazo probablemente termine viniendo de la mayor relajación presupuestaria y monetaria que se está implantando. El Banco de Japón ya ha puesto en circulación una ingente cantidad de dinero nuevo y las condiciones de liquidez serán muy favorables. La intervención coordinada del Banco de Japón con el G-7, la primera en una década, sirvió para frenar la escalada del yen, que se había fortalecido ante la repatriación de capitales por parte de particulares y empresas.
Sin duda, las atractivas valoraciones van a ser el motor más potente en el largo plazo, aunque a corto lo sea el sentimiento inversor, sobre todo en lo referente a la central nuclear de Fukushima. Los gestores de Fidelity que administran fondos de renta variable japonesa -o invertidos en empresas internacionales que dependen de suministros japoneses- han evaluado la situación minuciosamente y revisado los fundamentales de las compañías para aprovechar las oportunidades que están surgiendo en los mercados ante unas cotizaciones en general muy pesimistas. Es cierto que los mercados permanecen sensibles al flujo de noticias, así como a la incertidumbre de la oferta y las limitaciones de producción, pero los gestores están muy focalizados en compañías que tienen potencial de retribución al accionista en el largo plazo.
En general y pese a la catástrofe, nuestros gestores no han hecho cambios significativos en la composición de sus carteras. Por ejemplo Robert Rowland, gestor de varios fondos que invierten en Japón, reconocía tras los terribles acontecimientos que seguía encontrando muy atractivos a los principales bancos nipones, así como a las firmas de financiación al consumo, y que buscaba oportunidades para aumentar sus posiciones en las grandes exportadoras, que se verán beneficiadas en el largo plazo por el aumento de la demanda global. Hay que tener en cuenta que los gestores cuentan con información de primera mano: tras el terremoto, se pusieron en contacto directamente con las empresas en las que invierten para poder evaluar los daños y la capacidad de producción. Además, en el caso de Fidelity, pudieron contar con el exhaustivo trabajo del equipo de analistas que la gestora tiene en Japón. Sólo en los 10 días posteriores al desastre publicaron 200 notas, además de un número similar de correos electrónicos, que analizaban los efectos del terremoto en sus distintas áreas de cobertura. Y, a continuación, pusieron en común sus reflexiones sobre el impacto en las distintas empresas y sectores, demostrando la eficacia del proceso de análisis de la gestora.
Quizás el primer impulso natural del inversor ante un acontecimiento de este nivel sea deshacer las posiciones y buscar activos más seguros. Pero antes de tomar una decisión precipitada conviene pensarlo dos veces y recordar que los desastres naturales rara vez cambian el rumbo del ciclo económico subyacente. Por el contrario, la respuesta de las autoridades japonesas, combinada con la relajación monetaria estadounidense, podría traducirse en una recuperación económica aún más fuerte.
Antonio Salido, director de Marketing y Comunicación de Fidelity International para España y Portugal.
Artículo de opinión publicado en Executive Excellence nº80 abr11