¿Quién sabe...?
MANAGEMENT / HABILIDADES DIRECTIVAS
Es una premisa recogida en el Manifiesto Vikingo: «¿Quién sabe lo que los problemas pueden hacer por ti?».
Una filosofía no escrita plasmada en el libro con el mismo título de Steve Strid y Claess Andréasson que aboga por una nueva forma de dirigir las empresas basada en la estrategia y gestión que hicieron los vikingos para obtener sus riquezas y que muchas empresas escandinavas –IKEA, Absolut, Lego, H&M…– han llevado a cabo marcando tendencias en todo el mundo.
Una de las claves de esta manera de entender la vida es que muchas veces los problemas pueden ser nuestros mejores aliados. Por ejemplo, el diseño por parte de IKEA de sus propios muebles se produjo como consecuencia del boicot al que fue sometida por los proveedores suecos en 1955. Sin aquella difícil circunstancia, el gigante del mueble no sería la empresa que es hoy día con presencia en más de 30 países.
La adversidad no es plato de buen gusto para nadie, pero antes o después toca a las puertas de todas las casas. Es inevitable. A menudo, sin embargo, la diferencia entre unas personas y otras no reside tanto en los problemas que tenemos que afrontar (realidad objetiva) como en la forma en que respondemos a los mismos (realidad subjetiva). Mientras algunas personas se hunden, otras salen fortalecidas convirtiendo las dificultades en crisis de crecimiento y madurez.
Hellen Keller en El mundo donde vivo (1910) escribe: «El mundo está lleno de sufrimiento, pero rebosa de personas que lo han vencido y en su lucha descubrieron algo valioso». Keller se quedó ciega y sorda al poco tiempo de nacer, y gracias a la ayuda de su institutriz, aprendió a escribir, leer y comunicarse. Fue a la universidad, publicó su primer libro en 1902 y fue una activista política destacada. Siempre con espíritu positivo afrontó los reveses que le tocó vivir como un acicate para su desarrollo personal.
Nick Vujicic (Melbourne, 1982) es un chico australiano sin brazos ni piernas que, gracias a sus ganas de vivir, realiza muchas actividades. Siempre quiso ser independiente, lo que le ha llevado a desarrollar todo tipo de estrategias para valerse por sí mismo: aprendió a escribir usando los dos únicos dedos de su pie izquierdo, a usar el ordenador o a contestar al teléfono. «Mi motivación es vivir la vida», decía en una ocasión. Hoy viaja por el mundo impartiendo conferencias sobre cómo superar la adversidad y sus vídeos en Youtube han sido vistos por millones de personas.
Liu Wei (Beijing, 1987) es otro joven chino que toca el piano con los pies después de que a los diez años le tuviesen que amputar los brazos tras sufrir una descarga eléctrica. «Nadie dice que el piano debe ser tocado con las manos», señalaba durante su presentación en el programa China’s Got Talent. Y añadía: «La gente como yo solo tiene dos opciones. Una es abandonar mis sueños, lo que me llevaría a una rápida muerte, y la otra es luchar sin brazos para vivir una vida extraordinaria». Después de su actuación en el talent show, el jurado dice: «Creo que todos nosotros, mientras te escuchamos tocar, pensamos que no deberíamos quejarnos de nada en nuestras vidas».
Pero no hace falta acudir a ejemplos tan extremos. Todos conocemos a personas que han luchado contra un cáncer, han superado la pérdida de algún hijo o han tenido que comenzar de cero tras quebrar sus empresas.
¿Qué beneficios puede aportar la adversidad?
l Sirve para despertar talentos ocultos. Desde la comodidad de la rutina es muy complicado desafiar a nuestros límites. Sin embargo, cuando nos vemos obligados por las circunstancias a salir de nuestra zona de confort, muchas cualidades y habilidades que no habían tenido la posibilidad de manifestarse lo acaban haciendo, descubriendo así parcelas de nosotros mismos que desconocíamos. A menudo los límites no son sino miedos anclados en el inconsciente que nos debilitan e impiden sacar lo mejor que llevamos dentro.
l Sirve para encontrar el sentido de la vida. En el libro Nada es imposible, Christopher Reeve, el actor protagonista de Superman, cuenta su experiencia después de que en 1995 quedase paralizado de cuello para abajo tras una caída de caballo: «Desde muy joven busqué un significado de espiritualidad en mi vida y nunca lo hallé. Al final, tuve que sufrir un accidente y perder el uso de casi todo mi cuerpo para encontrar la respuesta». Y prosigue: «En un instante, la parálisis creó en mí un vacío indescriptible. Siguiendo el consejo de mi familia y amigos creyentes, traté de rezar, pero no sentía ningún alivio, ni conectaba lo más mínimo con Dios. Entonces me di cuenta de que mi espiritualidad se reflejaba en cómo me comportaba con quienes me rodeaban; o como Abraham Lincoln dijo: ‘Cuando hago el bien me siento bien; cuando hago el mal me siento mal. Esa es mi religión’».
l Sirve para valorar todo lo que se tiene y ser agradecido. El gran pecado que cometemos todos es que, como apuntaba Shakespeare, «sufrimos mucho por lo poco que nos falta y disfrutamos muy poco de lo mucho que tenemos». Y así se nos escapa la vida. Casi siempre a la valoración de algo se llega desde su ausencia. Son las paradojas de la vida. Después de pasar una época dura y sortearla con éxito, la mayoría de las personas suele saborear la vida de otra manera, más intensamente, apreciando cada instante y disfrutando de todos esos placeres cotidianos sin importancia que pasamos por alto. En la película ¡Viven! que reproduce el accidente aéreo de un equipo uruguayo de rugby en la Cordillera de Los Andes, donde tuvieron que permanecer dos meses en condiciones imposibles –temperaturas de 40 grados bajo cero, falta de alimentos, enfermedades o aludes–, hay una escena que refleja perfectamente esta idea. Tras muchos días perdidos en la montaña, varios chicos emprenden la búsqueda de la cola del avión para intentar hallar la batería que les permita conectar la radio y contactar con la civilización. En esta aventura encuentran una maleta que supondrá una alegría mayúscula al ver que hay dentro bombones, jerseys, calzoncillos limpios, pasta de dientes y un «tebeo que no he leído», dice uno de ellos. ¡Cuánto tenemos y qué poco sabemos valorarlo!
l Sirve para aprender a vivir el presente y cultivar los afectos. He tenido la oportunidad de conversar con personas que han pasado por situaciones extremas en las que la frontera que separaba la vida de la muerte era mínima. Tres de ellos son: Gustavo Zerbino, William Rodríguez y Jorge Valdano. El primero, superviviente del accidente de Los Andes; el segundo, encargado de limpieza del World Trade Center el 11–S de 2001 y última persona en salir con vida del edificio; y el tercero estuvo a punto de fallecer cuando el helicóptero en el que viajaba se estrelló en México. A todos ellos les pregunté qué habían aprendido de aquella experiencia y coincidieron en dos aspectos:
1. La importancia de vivir el presente: Gustavo Zerbino me contaba su experiencia: «Después de lo que ocurrió en la montaña, lo más importante es la pasión que pongo en todo lo que hago. Allí cada minuto era el último y en esa situación vives con mucha pasión. En nuestro día a día vivimos como una mosca entre dos paredes, preocupados el 80% del tiempo por el pasado y el futuro. Hay que vivir el único momento en el que podemos tomar acción, el presente».
2. La importancia del afecto: está bien pensar en el dinero, los proyectos y la empresa, pero como me decía Willy, «lo realmente importante en la vida es el amor: a quién quieres y quién te quiere; tus familiares y tus amigos». Valdano también señalaba este extremo: «Cuando vives una situación tan extrema como la mía, sacas algunas evidencias; una de ellas es que no hay nada más importante y eficaz que el afecto. Cuanto más dura es la vida, más se repara en él. El afecto es el mejor reconstituyente que existe».
l Sirve para sacar la parte más noble de cada individuo. En un mundo hipercompetitivo, la mejor versión del ser humano pasa muchas veces desapercibida. Sin embargo, cuando uno se ve al borde del precipicio y la sensibilidad está a flor de piel, casi siempre la bondad humana suele emerger de lo más profundo de cada persona poniendo en entredicho la filosofía de Hobbes de que el hombre es un lobo para el hombre. En cierta ocasión escuché al consultor Álvaro González–Alorda contar la siguiente historia:
«‘Le quedan tres meses, prepare sus despedidas, esta será su última Navidad’ –le dijo el doctor. Y al salir del hospital caminó sin rumbo durante horas hasta que se refugió del frío en una cafetería. Sacó su libreta y escribió los nombres de sus amigos íntimos. Eran cuatro. A continuación trazó una línea. Y siguió con la lista de los amigos a secas. Eran dieciséis. Trazó otra línea y siguió con los amigos antiguos, de los que no sabía nada desde hace años. Logró recordar a nueve. Trazó otra línea y pidió otro café. De repente, vino a su memoria un nombre que debería haber estado en la primera lista, pero cuya amistad se rompió años atrás por una ridícula discusión. Lo escribió con trazo tembloroso y tuvo que respirar hondo para sosegar la inquietud repentina que le embargó. A la mañana siguiente, partió en busca del último nombre de la lista. Cruzó el océano, llamó al timbre y le dio un abrazo. Cuando regresó, el doctor le citó con carácter urgente: ‘Ha habido un error en los análisis, usted no tiene cáncer, le ruego acepte mis disculpas’. Y para sorpresa del doctor, él las aceptó dándole las gracias y un abrazo».
Jil Van Eyle es conocido por su atractivo proyecto Teaming, una idea basada en el principio de que muchas microdonaciones insignificantes, todas ellas sumadas, generan una gran aportación económica. Sin embargo, su pasado profesional y personal es menos conocido para el gran público. Lo describe en Cómo dejé de ser un idiota. Su padre abandonó a la familia y con 15 años ya estaba trabajando. Entonces se prometió que antes de los 30 años tendría un Porsche, algo que consiguió con 28 años tras crear una empresa de transporte por Europa: CityZap.
Ejecutivo agresivo, le daban igual los medios y lo único que le interesaba eran los fines: dinero, lujo y fama. Y lo tenía todo. Sin embargo, CityZap entró en bancarrota. El varapalo fue grande, aunque como tipo duro pronto consiguió recolocarse y seguir ascendiendo. Nada se le resistía. Entonces llegó el wake up call. En 1998 nació su hija con una grave enfermedad: hidrocefalia. Sorda, casi ciega, con poca movilidad y capacidades mentales de un bebé, aquello fue una bofetada de la vida que le cambió su forma de ver el mundo. Empezó a percibir cómo muchas enfermeras trataban a su hija con una delicadeza exquisita y por un salario menor al que cobraba su secretaria. Se cumplía el omnia in bonum: todo ocurre para bien. Muchas veces el Universo envía regalos envueltos en forma de problemas. Su hija era un presente para dar sentido a su vida, algo que quedó confirmado tras leer Las voces del desierto, de Marlo Morgan, en el que se relata cómo los niños que nacen con enfermedades graves son considerados una bendición.
l Sirve para afrontar el futuro con menos miedo. Cuando uno pasa por una situación límite y es capaz de capearla, luego los problemas son menos problemas. Uno ha desarrollado anticuerpos que le permiten afrontar los virus de la vida con más serenidad y eficacia. La adversidad bien gestionada refuerza la autoestima que no es sino control de la situación. Uno siente que tiene los recursos y capacidades para hacerla frente. En la película El hijo de la novia, del director Juan José Campanella, hay una escena que refleja bien esta idea. Juan Carlos (Eduardo Blanco) es un amigo de la infancia de Rafael (Ricardo Darín) con el que no se ve desde hace muchos años. Tras el reencuentro, le explica las graves penurias por las que ha pasado, y en un momento dado dice:
- Cuando vos sabe que nada de lo que te pase va a ser peor de lo que te pasó, te da un cierto poder... Yo ya no me preocupo por nada.
l Sirve para conectar con el lado espiritual de la vida. Cuando todo se ve perdido, cualquier persona –incluso los más escépticos– intenta aferrarse a un hilo de esperanza. La fe es creer en aquello de lo que no se tiene evidencia. En la comentada cinta de ¡Viven!, la presencia de Dios –entendido como una inteligencia divina superior que nos protege– es una constante a lo largo de todo el largometraje. Hay situaciones que solo son soportables con una buena dosis de fe, de otro modo es fácil derrumbarse. Las palabras de Carlitos (Bruce Ramsay) al comienzo del metraje así lo expresan:
- Al enfrentarte a la soledad sin una cosa material que la prostituya, te elevas a un plano espiritual en el que yo sentí la presencia de Dios. Existe ese Dios que me inculcaron en la escuela, y existe el Dios que está oculto por todo lo que nos rodea en esta civilización. Ese es el Dios que yo encontré en las montañas.
l Sirve para encontrar nuestra vocación. En ocasiones, lo mejor que le puede ocurrir a una persona es aquello que jamás hubiese deseado que le ocurriese. Un despido, por ejemplo, puede ser el revulsivo que necesitábamos, ya que gracias a esa decisión de la empresa que nos parece tremenda, es el comienzo de un nuevo viaje que en otras circunstancias nunca hubiésemos emprendido. Pascal afirmaba que «la desgracia descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir». Parece que las crisis actúan a modo de despertador vital. Casi nunca el hombre cambia por iniciativa propia, solo se pone en movimiento cuando todo tiembla alrededor. En cierta ocasión, me decía el psiquiatra Enrique Rojas: «Parece una paradoja, pero la frustración es necesaria para la madurez. En el triunfo uno se emborracha de sí mismo, mientras que el sufrimiento sirve para entender qué significa el arte de vivir».
l Sirve para distinguir lo «esencial» de lo «accidental». Nos deja desnudos ante nosotros mismos y nos obliga a hacer balance de nuestra vida, a distinguir lo importante de lo secundario. También El hijo de la novia nos sirve aquí de ejemplo. Rafael (Ricardo Darín) es un empresario que solo vive para su negocio, un restaurante italiano que no pasa por sus mejores momentos. Las otras facetas de su vida –hija, pareja, amigos– las tiene un poco abandonadas. Su madre Norma –que padece Alzheimer– no recibe su visita desde hace un año; y su padre, Nico Belvedere, que vive solo hace tiempo, tampoco recibe ninguna atención por su parte. Su vida es bien descrita por uno de los directivos de la multinacional que quiere comprar el negocio:
- A Vd. le veo corriendo detrás de los proveedores, de los clientes, de los empleados… Como una especie de maratón... ¿Sabe cómo lo veo? No se ofenda: lo veo como a esos malabaristas chinos que van corriendo de palo a palo para que no se le caigan los platos.
Un ataque al corazón le servirá para replantearse muchas cuestiones y dar prioridad a otros valores antes que a sus asuntos empresariales. En un ataque de sinceridad, Rafael se confiesa:
- No puedo más (…); tanto preocuparme por todo el mundo. Tanto laburo para ser alguien. Al final, lo único que tengo es un restaurante que no le interesa a nadie…
En resumen, la adversidad nos visita a todos. Por ello, como dice Bill George, autor de 7 lessons for leading in crisis (2009): «Jamás desaproveches una buena crisis». Puede ser una gran oportunidad para que la verdadera transformación ocurra. No se trata de alegrarse de las dificultades que nos ocurren, sino de darles un sentido. Un proverbio holandés lo expresa así: «No puede impedirse el viento, pero pueden construirse molinos».
Francisco Alcaide Hernández, experto en Management y Self-Management
Extracto del Capítulo 1 del libro Fast Good Management
www.fastgoodmanagement.com
Artículo de opinión publicado en Executive Excellence nº86 nov11