Hacia dónde va el mundo
El pasado 14 de noviembre, Málaga acogió la Jornada de Directivos CEDE 2013. Este encuentro anual es un foro de participación para empresarios y líderes de opinión, un espacio de referencia en el que debatir las mejores estrategias y generar ideas para incentivar el crecimiento de las empresas españolas, tanto en el mercado interior como a nivel internacional.
En su papel de interlocutor, la Confederación Española de Directivos y Ejecutivos fomenta un mejor conocimiento de la función directiva y aboga por la actuación ética profesional y por la formación permanente de los directivos y ejecutivos.
La Jornada de Málaga sirvió para poner de manifiesto que “la economía española comienza a dar señales claras de estabilidad y de recuperación incipiente”, tal y como expresó Isidro Fainé, presidente de CEDE y de CaixaBank, si bien “aún quedan retos pendientes; el más importante, que España vuelva a generar empleo”.
Para conseguirlo, es preciso que las empresas sean más innovadoras para diferenciarse, se adapten a la realidad actual que ofrecen las nuevas tecnologías, ganen tamaño y refuercen su internacionalización.
Según el presidente de CEDE, “estamos ante lo que el catedrático de Harvard, Clayton Christensen, vino a denominar innovación disruptiva; un tipo de innovación que inicia la transición hacia un nuevo entorno sustancialmente diferente al anterior”. Por esta razón, Isidro Fainé pidió a los más de 1.500 directivos congregados “intercambiar visiones y ampliar los horizontes”, así como asumir un rol diferente ante la recuperación: “Los líderes deben innovar en lugar de administrar; desarrollar y no limitarse a mantener; centrarse en las personas y no en los sistemas ni en las estructuras; tener una perspectiva de largo alcance y no una visión cortoplacista; poner en tela de juicio la situación de las cosas y no limitarse a aceptarlas; inspirar confianza y conseguir que sus colaboradores confíen en sí mismos”.
Por su parte, el responsable de la conferencia inaugural, César Alierta, presidente de Telefónica, explicó cómo el mundo se dirige a una segunda ola de la Revolución Digital, marcada por una profunda transformación de las relaciones sociales y económicas.
Según Alierta, en los últimos años, la presencia masiva de smartphones está “cambiando la forma en la que nos comunicamos e interactuamos”. En la actualidad existen 2.700 millones de usuarios online, 6.800 millones de terminales móviles y el 50% de la población ya tiene acceso 3G. Para 2016, Telefónica prevé que existan 1.600 millones de smartphones, es decir, más del 50% de los usuarios conectados a través de terminales inteligentes.
Alierta defendió el papel clave del sector TIC (Tecnologías de la Información y Comunicación), pues, pese a que solo representa el 5% del PIB posee una “mayor influencia social y económica”, sobre todo “en la creación de empleo”. El presidente de Telefónica reconoció ante los asistentes que “iniciamos una revolución digital con enorme potencial de futuro”; por lo tanto, “es muy importante que las empresas tengan capacidad TIC”. Asimismo, aprovechó el momento para solicitar la máxima colaboración por parte de las Administraciones Públicas.
A continuación, fue el turno para el ex presidente del Gobierno de España, Felipe González. Estas fueron algunas de sus reflexiones:
“La política debería consistir en disminuir el sufrimiento de los ciudadanos, ese sería el verdadero liderazgo. Debemos mejorar la calidad y el contenido de la política, y eso solo se consigue con ideas y con participación.
Creo que el mundo tiene tres líneas estratégicas decisivas, de las que van a depender muchas cosas, incluso las relaciones de paz o de conflicto. Una de las áreas que va a definir el futuro de los próximos años, en no más de 50, es la agroalimentación. Es decir, la tensión por la agroalimentación en una sociedad mundial que crece y en la que, sobre todo, salen del hambre centenares de millones de personas, que constituyen lo que Enrique Iglesias denomina “el segundo piso de una sociedad de consumo”. Un piso al que China –que con plena capacidad productiva de sus tierras cultivables es capaz de alimentar solo al 40% de su población– está aportando rápidamente, y sobre el que otros países emergentes también van a presionar.
Esta tensión estratégica será una fantástica oportunidad para recuperar un sector de actividad que nos puede venir bien, pues tenemos muchas posibilidades de hacer agroalimentación de excedencia y contamos con un mercado inagotable para poder llevar nuestra producción.
El segundo sector estratégico es, a mi juicio, el de las telecos o las TIC. Europa va muy retrasada en la adaptación a los cambios que se han producido en el mundo, cuando sin embargo ha protagonizado el inicio de todos ellos. En cierto modo, están muriendo del éxito que tuvo su modelo después de acabar la Segunda Guerra Mundial y la recuperación.
El último sector es la energía. La pelea por la energía, en el sentido de mercado, está produciendo una revolución que está consiguiendo que Estados Unidos se distancie de un Oriente Medio siempre conflictivo.
Me interesa destacar cómo afectan las tecnologías de la comunicación a esta revolución, a la condición humana y a las relaciones interpersonales. Estamos ante la mayor revolución de comunicación de la Historia, cuyo impacto ha suprimido el tiempo y el espacio. El desarrollo tecnológico está en la base de esta aceleración que, al mismo tiempo, está creando incertidumbre. ¿Cómo educar a la gente para una incertidumbre que a la vez abre espacios inmensos de oportunidad?
En los últimos años, el Occidente desarrollado, democrático y capitalista al que pertenecemos ha ganado, supuestamente, esas grandes batallas que había que librar a finales del siglo XX para arrancar con ventaja el XXI, pero ahora Occidente pierde la batalla de la globalización. Ese Occidente de la revolución tecnológica, que venció al comunismo, paradójicamente presenta muchas más dificultades en la globalización que Oriente. Por primera vez, el Norte tiene más dificultades de crecimiento y generación de empleo que el Sur o el Oriente emergentes. Vemos cómo, claramente, el poder económico se desplaza.
Todavía consideramos a China como la fábrica del mundo, cuando es una potencia tecnológica, demográfica y de seguridad. Produce más ingenieros al año que el resto del mundo junto, por lo tanto no es solo la inversión barata con costes salariales bajos, es una potencia que crece y va a duplicar su PIB entre 2010 y 2020, alcanzando una tasa de crecimiento media del 8%.
Este desplazamiento del poder tiene algunas características peculiares, entre otras cosas, porque la revolución de la comunicación es un fenómeno más horizontal en el sentido económico y mucho más democrático. Dentro de los países de alto nivel de desarrollo, que ya representan una parte cada vez menos importante de la generación del PIB del mundo, Estados Unidos lo está haciendo mejor que Europa.
Estados Unidos utiliza dos palancas para lo que ellos llaman reindustrialización. Un abaratamiento del coste de la energía (que por unidad de producto ya será la tercera parte de lo que es para los españoles y la mitad de lo que es para los países europeos más destacados) e innovación en todos los sectores de actividad y en todas direcciones, ganando eficacia productiva y, por tanto, competitividad.
En Europa creemos que la política de austeridad, que impide que crezca la economía, debe estar más de tiempo. No veo respuestas políticas ágiles, no veo una Europa en vías de solución, porque fundamentalmente está retrasada. Europa se ha retrasado en casi todo, habiendo sido el origen de todo.
Tampoco hay grandes expectativas de enfrentar uno de sus problemas estructurales: la trampa demográfica europea que, con ligeras variantes, es un problema común a todos, desde España y Alemania, pasando en menor medida por Francia, etc. Esa trampa no tiene ninguna respuesta, todos los países europeos están devaluando internamente los costes salariales, sin hacer un debate serio sobre cómo extender la vida activa y cómo repartir el tiempo de trabajo disponible. La pirámide poblacional se va invirtiendo cada vez más, al igual que el rechazo a la inmigración. Dentro de 40 años, la necesitaremos para mantener esa pirámide demográfica y financiarla.
La próxima década, probablemente el 75% del PIB dependerá de diez países emergentes. Esos son los mercados para crecer la exportación. China será responsable del 40% del PIB mundial y la India del 15%. Europa no aportará más de una media por país del 1,5%, mientras que Estados Unidos –aunque tampoco aportará mucho– logrará un 12% o 13%. Ese es el gran drama de Europa, que sabe que el mundo cambió pero no quiso adaptarse. Los americanos, en cambio, están dispuestos a cambiar.
Todos los países europeos están devaluando internamente sus costes salariales. En España creemos que lo estamos haciendo porque nos lo imponen fuera, y en parte así es, pero es que Alemania lleva catorce años sin un solo incremento del poder adquisitivo real de los salarios; por lo tanto, se supone que ha habido una devaluación de costes. Alemania tiene siete millones de contratos de 400 euros. ¿Es posible que compitamos con los países emergentes en la economía global por salarios baratos?
Debemos ligar los salarios a la productividad por hora de trabajo. El día que pongamos el foco en la necesidad de tener una economía competitiva por crecientes niveles de productividad y liguemos a esta la retribución, empezarán a creernos cuando decimos que queremos mantener una cohesión social, que solo puede salir del excedente que genera la economía para redistribuirlo, indirectamente, a través de asistencia sanitaria o de mejor calidad de la enseñanza o de la formación.
Pediría que cambiara la mentalidad del mundo empresarial, que entráramos de una vez en la dinámica de premiar a quien es más productivo y tiene más calidad, y no bajar los salarios. Si no lo hacemos, competir por devaluación interna de costes será un sacrificio imposible de superar.
Tenemos que ser capaces de competir por excelencia, por innovación disruptiva y mejora de los procedimientos. La innovación que más necesitamos en España es la cultural. Nosotros no tenemos ninguna cultura de capital riesgo, somos capaces de ayudar a una start up hasta que parece que empieza a vivir, pero a partir de ahí ese punto, ya no hay financiación de capital riesgo disponible para respaldar la innovación. Además, debemos asumir que de cada diez proyectos innovadores y calificables para recibir inversión, el éxito razonable es que solo dos vayan bien; pero, si no se invierte en esos diez, no se crearán productos ni empresas competitivas. Esto es importante si queremos hablar de innovación en serio.
Diría que en Europa dominó más el pensamiento burocrático que el creativo, y en política también hay que introducir algo de creatividad e innovación.
La corrupción resta una enorme credibilidad a la acción política. Además de esto, me preocupa cómo las Administraciones hacen política sin dinero, o con mucho menos dinero que antes: cómo facilitar entonces la vida de la empresa, cómo generar empleo y cómo dar facilidades para generar un tejido productivo serio.
Creo que las Constituciones no se pueden tocar por capricho, pero 35 años después hay que hacer algunas reformas. La Constitución de Estados Unidos ha durado dos siglos y medio porque la han ido reformando parcialmente para responder a la realidad.
Propongo la federalización de las políticas económicas y fiscales, la restructuración del poder europeo. Creo que Bruselas tiene que devolver poderes burocráticos y asumir otros que sean importantes para la gobernanza de la Unión Europea.
Hicimos una unión monetaria sin unión económica. En la crisis financiera de 2008 reventó completamente el modelo, porque los países que mejor cumplían los requerimientos del pacto de estabilidad fueron los que más sufrieron. En el momento en que estalló esta crisis, España tenía un 37% de deuda, Alemania un 86%. España tenía un superávit de dos puntos de PIB, Alemania un 3,4% de déficit. Dieciocho meses después, España iba hacia el 10% de déficit y Alemania se contuvo; y pagamos en 2009 una baja del PIB semejante, del 3,4% en España y del 3,5% en Alemania. Esto no podía funcionar.
El Estado Nación está en crisis, porque las decisiones que se toman en el Estado Nación se toman dentro de unos márgenes de soberanía que están desbordados por la globalización económica y financiera. Por eso quiero más Europa, que choca con el nacionalismo rampante que se está defendiendo.
En España el fenómeno es el mismo. Desde el respeto a la diversidad, yo me pregunto si alguien cree que divididos vamos a ser más fuertes. Romper las cohesiones supondrá una pérdida para todos, para quienes lo proponen y para el resto. Me gustaría que esto se debatiera con naturalidad, sin agresividad ni descalificaciones. Creo que el nacionalismo ha sido el fenómeno más destructor de Europa en el siglo XX”.
Artículo publicado en Executive Excellence nº108 dic13