Tecnología: elemento clave para impulsar la productividad
Los principales indicadores señalan que la economía ha empezado a desacelerarse, y aunque por el momento no parece haber motivos de alarma, los expertos advierten de que es imprescindible implantar una serie de medidas que ayuden a mejorar la situación.
Una palanca fundamental para impulsar la economía es la productividad, entendida esta como la capacidad de producción que tiene una economía con los recursos disponibles -tierra, trabajo, capital y tecnología-. Y dado que nos encontramos inmersos de lleno no solo en la era digital, sino también en la de la automatización y la Inteligencia Artificial, la tecnología cobra cada vez más importancia para relanzar el crecimiento económico.
Tal y como señala el dossier Nuevas tecnologías y productividad, elaborado por Claudia Canals y Oriol Carreras y publicado por CaixaBank Reserch, “el progreso tecnológico es clave para estimular la productividad y, por ende, el crecimiento económico”.
Los avances tecnológicos también amplían la capacidad de producción, fomentando la creación de nuevos puestos de trabajo. “En un mundo donde las máquinas no sólo ejecutan y piensan, sino que empiezan a aprender, las posibilidades de automatización de los trabajos pueden ampliarse hasta límites inimaginables”, recalca el informe.
Complemento a la fuerza laboral
Las nuevas tecnologías están íntimamente ligadas a la productividad, dado que en determinados puestos la automatización complementa al trabajador. En la década de los ochenta y noventa del siglo pasado, las tecnologías de la información y comunicación (TIC) constituyeron una fuente importante para la mejora de la productividad, impulsando el renacer y prosperidad económica de la época. “La relación entre el grado de penetración de las nuevas tecnologías y la productividad laboral muestra que ha existido una correlación positiva entre el crecimiento de ambas variables en los últimos 20 años”, destaca el texto.
Del mismo modo que las nuevas tecnologías han favorecido el crecimiento de la productividad laboral en el pasado, pueden volver a hacerlo en esta nueva era tecnológica en la que nos estamos adentrando. De hecho, a nivel empresarial, el análisis y la explotación del big data a través de la Inteligencia Artificial (IA) ya es ampliamente utilizado para adaptar mejor los productos y necesidades de los clientes.
En este sentido, distintos análisis pronostican un aumento significativo de la productividad laboral de la mano de la Inteligencia Artificial a medio plazo. Accenture, por ejemplo, habla de ritmos de crecimiento económico global que podrían duplicar los actuales a mediados de la próxima década, gracias en parte a fuertes aumentos de la productividad laboral (de hasta el 40%) como consecuencia del uso de la IA: las nuevas formas de tecnología complementan la fuerza laboral, incrementando con ello su eficiencia.
No obstante, es necesario apuntar que la medición y caracterización de las nuevas tecnologías no es una tarea sencilla. La IA (uno de los pilares de la tecnología del futuro) es un fenómeno relativamente nuevo, por lo que no existen datos que la cuantifiquen en términos económicos (más allá de la evidencia anecdótica), y es necesario aproximar el uso de las tecnologías de futuro a distintas categorías de capital que abarcan un abanico de tecnologías más amplio que la IA, pero que son indispensables para su desarrollo.
Heterogeneidad sectorial: el caso de España
Si bien es cierto que la productividad laboral en España se ha incrementado con la implantación de las nuevas tecnologías, esta mejora no se ha producido de forma homogénea en todos los sectores.
Según Eurostat, los sectores con un nivel elevado de stock de capital en nuevas tecnologías son industrias high tech y servicios intensivos en conocimiento.
Esta clasificación se basa en tres enfoques: el gasto en I+D, el contenido tecnológico de los bienes y servicios que producen, y el número de patentes high tech que registran. Así, el uso de nuevas tecnologías como factor productivo está asociado a la producción de bienes y servicios con un mayor contenido tecnológico (ver gráfico). Además de las diferencias que observamos en el nivel de stock de capital en nuevas tecnologías según el sector, también es remarcable el hecho de que no exista convergencia entre los dos tipos de sectores (high tech y low tech).
En este punto, no obstante, es necesario ser cautos, puesto que podría ser que los avances de las nuevas tecnologías den un giro en el futuro hacia sectores que en la actualidad no hacen un uso intensivo de ellas y que diera lugar a un proceso de convergencia.
Tendencias entre países
Aunque en los últimos años todas las economías han visto aumentar la relevancia de las nuevas tecnologías en su actividad, no en todos los países ni en todos los sectores ha tenido la misma relevancia ni ha avanzado con el mismo dinamismo.
EE.UU. se sitúa a la cabeza del grupo de países avanzados analizados. Un hecho que, por otro lado, no debería sorprendernos, puesto que IBM y Microsoft, ambas empresas estadounidenses, se erigen como las principales responsables de patentes en IA a nivel mundial. Francia y Alemania se sitúan en un nivel intermedio de stock de nuevas tecnologías, si bien Alemania se sitúa como el tercer país en número de robots por cada 10.000 trabajadores, sólo por detrás de Corea y Singapur y empatada con Japón.
España y Reino Unido se encuentran en niveles más bajos, pero merece la pena señalar que nuestro país destaca por las elevadas tasas de crecimiento en nuevas tecnologías. En este sentido, la economía española podría llegar a situarse al mismo nivel que Alemania o Francia en nuevas tecnologías en unos 10 años, si se mantiene la tendencia de las últimas dos décadas.
Previsiones de futuro
Para conocer hasta qué punto la introducción de las nuevas tecnologías puede espolear el crecimiento de la productividad laboral en España, los expertos de CaixaBank Research han considerado dos escenarios. El primero, más pesimista, supone que el crecimiento de la inversión en capital en nuevas tecnologías será la mitad del observado durante el periodo 1996-2016, mientras que el segundo, más optimista, supone un crecimiento un 50% superior al del promedio histórico.
Si el escenario optimista llegara a hacerse realidad, la productividad (y por ende el PIB) se incrementaría un 0,3% al año, lo que en un periodo de 10 años supondría un PIB un 3,5% superior al de un escenario donde la inversión evolucionara según el promedio histórico. En términos de PIB per cápita, equivaldría a una diferencia de unos 1.250 euros.
Sin embargo, el informe destaca que este caso podría resultar incluso conservador si tenemos en cuenta que el potencial de las nuevas tecnologías puede encontrase en una fase de transición, en la que empresa y consumidores todavía están aprendiendo a utilizarlas de forma eficiente. Esto significa que, en el futuro, el crecimiento de la productividad asociado a las inversiones en nuevas tecnologías podría ser mayor que en el pasado, a medida que se consoliden aplicaciones, maduren nuevos modelos de negocio, mejore la formación de los trabajadores y se reasignen factores de producción. “Nuestro ejercicio puede estar incluso infravalorando el impacto de las nuevas tecnologías sobre el crecimiento económico futuro al tomar como referencia un periodo de tiempo que podría ser de transición tecnológica”, destaca el documento.
El análisis, por tanto, pone de manifiesto que la introducción de las nuevas tecnologías ha tenido un impacto significativo sobre la productividad laboral española en las últimas dos décadas, si bien señala que este impacto no es homogéneo entre sectores, sino que es mayor en los que producen bienes y servicios considerados high tech. Aun así, recalca que el efecto a nivel agregado en la economía ha sido considerable. “En ausencia de la inversión en estas tecnologías, la productividad laboral de España se hubiera quedado prácticamente estancada durante el periodo comprendido entre 1996 y 2016”, afirma.
Claudia Canals y Oriol Carreras, economistas en el departamento de Macroeconomía del Área de Planificación Estratégica y Estudios de CaixaBank
Texto publicado en Executive Excellence nº165, marzo 2020