La economía del bien común
SOSTENIBILIDAD / MERCADOS / NEGOCIOS
Desde hace poco más de año y medio, Christian Felber, profesor de la Universidad de Económicas de Viena, ha puesto en marcha un nuevo movimiento: la economía del bien común.
Se trata de un modelo económico alternativo basado en la cooperación, cuyas líneas principales ha recogido la editorial Deusto en la obra La economía del bien común. Bestseller en Austria y Alemania, el libro explica detalladamente los valores sobre los que se asienta el modelo auspiciado por Felber: dignidad humana, solidaridad, sostenibilidad ecológica, justicia social, democracia y transparencia.
Christian Felber ha estudiado Filología Románica, Ciencias Políticas, Sociología y Psicología en Viena y Madrid. En Austria, además de profesor, es un destacado crítico de la globalización, miembro fundador del movimiento Attac, iniciador del ‘banco democrático’ y bailarín. Ha publicado varios libros entre los que destacan Hacia un futuro ecológico. El paciente España; Neue Werte für die Wirtschaft (Nuevos valores para la economía), Kooperation statt Konkurrenz (Cooperación en vez de competencia), y Retten wir den Euro! (¡Salvemos el euro!).
FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: Cuando estuvimos con Robert Aumann (Nobel de Economía en 2005), nos habló de la Teoría del Juego, según la cual en un entorno de interacción continua existen más incentivos para cooperar. Sin embargo, para conseguir que esas interacciones se conviertan en relaciones constructivas y a largo plazo, ambas partes tienen que velar por los intereses de la otra. ¿Hasta qué punto la economía del bien común tiene en cuenta esta Teoría del Juego de Robert Aumann?
CHRISTIAN FELBER: La economía del bien común toma prestada aspectos no solo de la Teoría del Juego, sino de otros muchos ámbitos, pues el bien común tiene un enfoque holístico. Yo doy clases de Economía en la Universidad de Ciencias Económicas de Viena y, aunque no estudié Económicas –ni a nivel macro ni micro–, he ido aprendiendo mucho de forma autodidacta sobre Economía, Psicología, Sociología, Ciencias Políticas, Ciencias Naturales, Ecologismo, Teoría del Juego… y sobre muchas otras fuentes de las que se ha nutrido el fundamente teórico y ético de la economía del bien común.
Si queremos que la cooperación florezca, tenemos que sancionar los comportamientos que no respetan las reglas éticas; de lo contrario, se saldrán con la suya los menos considerados, los egoístas e irresponsables, a costa de los éticos y del sistema entero, porque las relaciones de confianza y seguridad se quiebran. Aprendemos de la Teoría del Juego que no solamente es más eficaz si cooperamos todos, como nos dice Aumann, sino que también hay que sancionar a quienes quebrantan las normas. Este es el corazón de la economía del bien común, en la que vamos estableciendo reglas flexibles, a modo de incentivos; es decir, incentivamos a las empresas a comportarse de forma más cooperativa, más solidaria, más democrática, más ecológica, más empática… Esto no se queda en un simple llamamiento ético o moral, sino que las empresas que cumplen con estos valores reciben ventajas legales frente a las que no lo hacen. Por eso nos basamos en un sistema muy flexible que incentiva a vivir los valores constitucionales.
Los valores que se miden en el nuevo indicador de éxito –en el balance del bien común– son los más frecuentes de las constituciones de las democracias occidentales: la dignidad humana, la solidaridad, la justicia, la sostenibilidad ecológica, etc. De esta forma, describimos el modelo poniendo por fin en coherencia los valores constitucionales con la economía, porque los demandamos y los medimos. Hoy en día los valores se viven muy superficialmente, porque no se reclaman ni se miden, mientras que el éxito económico se considera a través de indicadores monetarios, como el beneficio financiero y el PIB; y es más fácil maximizar estos indicadores siendo egoísta e irresponsable.
Al principio de mis charlas suelo preguntar al público cuáles son los valores que permiten florecer sus relaciones interhumanas. En cualquier sala, la gente enumera la honestidad, confianza, respeto, empatía, tolerancia, cooperación, solidaridad…, pero si les pregunto qué valores provocan las reglas del juego actual, es decir, el afán de lucro y la competencia, en pocos segundos enumeran los siete pecados capitales.
Creo que no tenemos buena conciencia de las reglas que ahora mismo guían el comportamiento económico del mercado y no somos conscientes de que el afán de lucro y la competencia surten el efecto contrario al que realmente queremos. Por eso proponemos medir la meta de la economía. Considero que si existe un consenso sobre esta: la satisfacción de las necesidades, la creación de la mayor calidad de vida posible y del bien común, pero no la medimos ni a nivel micro ni macroeconómico. Algo que si hacemos con el dinero, que es un medio útil, pero no nos dice nada fiable sobre la consecución de la meta. En cualquier proyecto, el éxito debe ser medido de acuerdo al objetivo, y no al medio. La economía del bien común propone medir el alcanzamiento del objetivo, esto es, la satisfacción de las necesidades, la calidad de vida y el bien común, y desarrollar para esto indicadores fiables y representativos. Por eso el balance y el producto del bien común tienen unos indicadores de éxito alternativos. Nosotros proponemos que se definan de forma democrática con la participación de todas las personas que quieran colaborar y desarrollarlos.
F.F.S.: Hace unos meses, el catedrático Benjamin Friedman nos hizo una convincente exposición de la evolución del carácter de la sociedad respecto de valores como la integración, democracia, generosidad… Él decía que, cuando el horizonte a corto y medio plazo no era de progreso económico material, las sociedades se vuelven más intransigentes, menos permisivas, más egoístas, etc. ¿Cómo se puede exportar su modelo a entornos que no tienen un alto nivel de bienestar?, ¿cómo podemos implementar valores que disminuyen la rentabilidad empresarial frente a entornos cuya competitividad es mucho más alta?
C.F.: Lo único que tenemos que procurar es protegernos de una competencia injusta, es decir, de importaciones de productos más baratos. Un precio menor se debe a la explotación de las personas y del medio ambiente, a la evasión de impuestos o a otros comportamientos desconsiderados de las empresas. Una empresa europea o china puede practicar el libre comercio, pero a medida que viole estos valores y reglas se le impondría un arancel progresivo, de forma que los productos procedentes de producción y comercio justo fuesen más baratos para los consumidores que aquellos de producción y comercio menos justo y responsable. Para mí, esto representa el respeto de los valores constitucionales y de las leyes democráticas que hemos conseguido en Europa.
Me parece anticonstitucional que tengamos los principios de dignidad humana, justicia social, sostenibilidad ecológica y demográfica…, y a la vez concedamos libre acceso al mercado a empresas que los violan todos. Por eso, nuestra propuesta pasa primero por establecer la confianza entre las partes del comercio y después un marco regulatorio justo, es decir, con las mismas condiciones de juego para todos.
De este modo, si una empresa se comporta bien, se le aplica el libre comercio; si se comporta mal, se le impondrán mayores aranceles para que sus productos sean más caros. Hay casos especiales, como el de los recursos naturales estratégicos (como el crudo), que yo no dejaría al mercado, porque es el lugar menos razonable para la formación de precios. El mercado no considera el agotamiento de los recursos, ni los efectos dañinos de su utilización ni el necesario reparto justo de los mismos; que son los tres criterios más importantes a la hora de utilizar los recursos naturales. Como el mercado no puede cumplir con ninguno de los tres, los alejaría del mecanismo de formación de precios del mercado, para dejarlos en manos de organismos más democráticos, como puede ser la ONU.
Estos organismos deberían determinar la cantidad de recursos estratégicos que tenemos, la cantidad de emisiones que devolvemos a la tierra, a los ecosistemas; y según qué clave, la distribución no solamente entre países, sino también entre sectores económicos. Hoy observamos que los recursos van a los sectores económicos menos sostenibles, y esto es la proclamación del crash.
F.F.S.: Ya hay ejemplos donde la economía del bien común se está aplicando. ¿Cuáles son y qué resultados está obteniendo?
C.F.: Actualmente existen varios tipos de economía juntas, que se dan simultáneamente; no solo está el capitalismo. En un plano teórico, podemos hablar de la economía del regalo: desde la leche materna hasta la sangre, es decir, personas que nunca se van a conocer se regalan lo más valioso que tienen. La economía del regalo existe y funciona. Luego está la economía del autoabastecimiento, que funciona hasta cierto grado, no figura en el PIB, pero satisface necesidades básicas. Después contamos con la economía de mercado, que es el modelo predominante y por supuesto figura en el PIB; y, por último, la economía planificada. Por ejemplo, Suiza fija su propio tipo de cambio, sacando del mercado el precio de su moneda. Eso es economía planificada. Todas ellas existen a la vez.
La meta de la economía del bien común es vivir los valores. No se trata de un modelo que se vive o no de manera absoluta, sino que todas las empresas cumplen con los valores en mayor o menor grado. Para cada uno de ellos hemos desarrollado los indicadores del bien común, descritos en el balance del bien común, que miden cómo una empresa cumple los cinco valores constitucionales más frecuentes. Para cada uno de los 17 indicadores, ya hay empresas que los viven de forma ejemplar, o sea, dentro del actual modelo ya existe la práctica y queremos fomentarla poniendo en ventaja a las empresas que la practican frente a las que no lo hacen.
Esta es una invitación a la totalidad de esas empresas a transformarse paulatinamente, en pequeños pasos, en 10 o 20 años, para ir viviendo estos de forma progresiva, hasta que utilicen la tecnología más limpia que haya en el mercado, hasta que se pregunten si el producto o el servicio que ofrecen realmente se necesita (porque quizá no necesitamos ni la mitad de las cosas que se producen hoy), hasta que las condiciones globales sean percibidas como vocación, etc. Un ejemplo sobre la conciliación del trabajo y la familia lo encontramos en una empresa de 1.500 empleados en Alemania del Sur. Ellos han conseguido conciliar tan bien que la tasa de parto de las empleadas de esta organización es tres veces mayor que la media alemana.
Si hoy la empresa media cumpliera todos los indicadores de una vez al 100%, desaparecería enseguida del mercado, porque le proporcionaría unas desventajas competitivas letales. Esta es la dinámica perversa del actual sistema de la economía del mercado capitalista. Con el balance del bien común, invertiríamos esta dinámica, confiriendo ventajas a las empresas según el resultado del balance. Cuanto mayor sea, menos impuestos, menos aranceles, más condiciones crediticias favorables y mayor prioridad por parte de la contratación pública; de modo que se abaratan los productos de las empresas justas, ecológicas y sostenibles. En el momento en que hayamos logrado esto, las leyes del mercado estarán por fin en congruencia con los valores de la sociedad, los valores de la constitución. Actualmente, quien viola estos principios es más exitoso, porque el éxito no se mide según el objetivo de la economía sino según el dinero.
F.F.S.: Estamos hablando de los efectos y consecuencias de la economía del bien común, pero ¿cómo empezó este movimiento?, ¿cuándo y de quién surge la idea?
C.F.: Empezamos en octubre de 2010, en Austria. Los impulsores han sido 15 empresarios de pymes, la mayor de ellas tiene 100 empleados. Ellos llevaban observando mi trabajo político desde hacía varios años y me propusieron elaborar un modelo, refinarlo y ponerlo en práctica. Fueron ellos, como emprendedores a quienes les gusta poner en práctica las ideas buenas, quienes iniciaron el proceso hace un año y medio. Desde entonces se han enganchado casi 700 empresas de 15 países, la mitad de las cuales va a implementar este balance en 2012 por primera vez.
Además se han establecido 15 grupos de apoyo locales, que llamamos campos de energía, con motivación y energía de cambio, que se proponen distintos papeles. Unos son consultores que acompañan a las empresas en pequeños grupos de aprendizaje mutuo, de entre 12 a 20 empresas; también hay auditores, que se encargan de la auditoría externa; redactores que elaboran los documentos, como la matriz del bien común; conferenciantes, técnicos y muchos más.
Hace 10 meses, fundamos una organización para el fomento de la economía del bien común, una especie de “madre” para las organizaciones nacionales, y seguiremos fundando sobre la marcha organizaciones en España, Austria, Alemania e Italia, para tener un proceso coherente. Por último está la vertiente política. Difundimos el concepto de municipio del bien común, al que ya se han enganchado varios; en España, por ejemplo, el primer municipio que se ha comprometido a convertirse en municipio del bien común es Muro del Alcoy, cerca de Alicante. En Austria, Alemania e Italia hay unos 20 municipios en proceso de conversión; así como administraciones públicas. Desde ciudades hasta Comunidades Autónomas se han ofrecido a fomentar con recursos financieros a las empresas en este proceso de metamorfosis. Sin ir más lejos, el Ministerio de Medio Ambiente de Austria ha sido el primero en ofrecer su apoyo. En este momento, es un proceso de doble carácter: empresarial y político; que podríamos denominar la segunda generación de los instrumentos de RSC.
Es un movimiento efectivo, porque es vinculante y tiene consecuencias legales, pero también es un proceso político en el caso de los municipios que lo han acogido, o en las universidades. Una universidad en Alemania va a implementar el balance del bien común y a iniciar un proceso de co-creación y desarrollo de estas ideas con diversos actores, hasta que sean representativas.
Entrevista publicada en Executive Excellence nº93 jun12