Ramón Tamames nació en Madrid en 1933, y es Doctor en Derecho y en Ciencias Económicas por la Universidad de Madrid, habiendo seguido cursos adicionales en el Instituto de Estudios Políticos y en la London School of Economics.
Desde 1968 es Catedrático de Estructura Económica, primero en Málaga, y desde 1975 en la Universidad Autónoma de Madrid. Es autor de múltiples libros y artículos sobre economía española e internacional, así como ecología, historia y cuestiones políticas.
Ha sido consultor económico de las Naciones Unidas (PNUD) y del Banco Interamericano de Desarrollo (INTAL). Es Doctor Honoris Causa por las Universidades de Buenos Aires, Lima, Guatemala, Pekín y Rey Juan Carlos (Madrid). Miembro del Club de Roma desde 1992, Cátedra Jean Monnet de la Unión Europea desde 1993, Premio Rey Jaime I de Economía de 1997, y Premio Nacional de Economía y Medio Ambiente en el 2003. En 1977/81 fue miembro del Congreso de los Diputados, y es firmante de la Constitución Española de 1978. Es Ingeniero (ad honorem) Forestal (1998) y Agrónomo (2009) por la Universidad Politécnica de Madrid.
FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS: Usted defiende que debemos cambiar de modelo. ¿Cómo encajan las primeras acciones del Gobierno y su perspectiva sobre las necesidades de ese cambio de modelo?
RAMÓN TAMAMES: Este Gobierno ha empezado por una serie de medidas que no son urgentes, y hasta ahora no ha hablado de un plan global. En el año 1977, cuando se concibieron los Pactos de la Moncloa, existía un proyecto de cambio global, otra cuestión es que luego se cumpliese íntegramente. Yo estuve allí y había un proyecto que incluía al sector agrario, a la industria, a las cuestiones sociales, laborales y monetarias... Todo esto es lo que falta. El Gobierno ha comenzado adoptando unas medidas urgentes, pero sin establecer un diseño de país. Precisamente, en mi siguiente libro, hablo de la crisis del euro y de la deuda, concibiendo España como un proyecto de país, y en él planteo el modelo con detalle. Se ha empezado por la austeridad, pero con esto no se resuelve nada más que el problema del déficit. Además, estamos en el “club” de la eurozona y hemos de cumplir sus reglas.
Debemos poner en marcha reformas como son la unidad de mercado contra la desagrarización, pues nos estamos quedando sin agricultura, contra la desindustrialización; o la reforma profunda de las Administraciones Públicas. Imagino que el Gobierno intentará hacer algo similar dentro de la Ley de Presupuestos, que recogerá un largo Preámbulo, pero echo de menos el master plan para tener una estrategia global, ya no para hacer una planificación centralizada ni siquiera indicativa.
F.F.S.: Habla de estrategia global, algo que sí podemos detectar en el sector empresarial privado, que parece estar siendo capaz de reaccionar, pero no en el público. El economista alemán Max Otte nos advertía de la falta de visión española a medio y largo plazo, por eso nos preguntamos hasta qué punto podemos solucionar nuestros problemas siendo miembros de un “club” cuyas recetas, a veces, son malas para nuestra situación particular.
R.T.: En primer lugar, coincido plenamente, y en mi libro se patentiza, incluso con los dividendos sin parangón que están dando las empresas españolas. Tenemos un PER muy elevado, de hecho ha habido momentos en los que, en Japón, las empresas de telecom necesitaban 80 años para recuperar la inversión, y aquí en siete años se recupera, porque hay dividendos. En este momento Telefónica, con su precio actual, está en el 12%, algo que no está dando nadie. Eso significa eficiencia, porque tiene presencia en los mercados internacionales y no depende de un único mercado que pasa por una crisis angustiosa.
Creo que queda claro que España, y sus 35 empresas del IBEX (ahora 36 con la incorporación de Día), tiene capacidad de innovar. ¡Si hasta estamos vendiendo confección y frutas a China, o colocando servicios de Indra en Estados Unidos o en los procesos electorales de Chile! Es decir, tenemos empresas punteras y debemos tener muchas más. En el libro planteo que hemos de duplicar la exportación en dos mandatos legislativos, hacer crecer las exportaciones al 8% –algo que tampoco es un disparate–, porque eso nos proporcionaría dos puntos de crecimiento al año. Esto se conseguiría si cada español exportase la mitad de lo que exporta un alemán, y no es un complejo de inferioridad, sino sencillamente que hoy un alemán exporta cuatro veces lo que un español. Si lográsemos duplicar la exportación en dos mandatos legislativos, llegando al 8%, conseguiríamos dos puntos de crecimiento al año
En cuanto al euro, no creo que las reglas de la eurozona sean malas para España, sino que aquí, al igual que en Grecia, Italia, Irlanda o Portugal, las autoridades reguladoras y supervisoras las han interpretado a su albedrío. No hemos tenido autoridades de calidad, pero el euro es una bendición para nosotros y considero que sigue siendo indispensable. Si nos saliésemos del euro –algo técnicamente muy complicado, por no decir imposible–, tendríamos que hacer una devaluación. No podríamos volver a la peseta a 166,386, sino que tendríamos que volver a 400 pesetas por euro. Eso significaría una pérdida de capacidad de gasto y de poder adquisitivo brutal, y pasaríamos por una época de miserias. No hemos tenido autoridades reguladoras ni supervisoras de calidad, pero el euro es una bendición para nosotros
Hace falta regular y supervisar. Sobre lo primero, la Unión Europea influirá cada vez más: se va a aplicar Basilea III a la banca, el capital core tiene que estar en el 9%, los Presupuestos tendrán que presentarse en Bruselas antes de ser enviados a las Cortes, y el déficit cero será la regla de oro.
Por su parte, la supervisión debe ser española en primera instancia, y de los organismos comunitarios después. Por eso, cuando en el País Vasco, Cataluña e incluso Canarias –que ahora está alzando bastante la voz–, dicen que no tienen por qué someterse a los dictámenes de Madrid, no entienden que España se va a someter a los de Bruselas. ¿Por qué ellos no se van a someter entonces a los del Gobierno de la nación (que no gobierno central)? España no es un gobierno centralizado con una especie de virreinatos, sino que es una nación, y el Gobierno de la nación vela por los intereses generales, no por los centrales. La salida del euro significaría una pérdida de capacidad de gasto y de poder adquisitivo brutal, y pasaríamos por una época de miserias
F.F.S.: Uno de los handicaps de nuestra economía es que contamos con un tejido empresarial amplísimo, que es el sostén de nuestro PIB, al que se ha castigado. Las grandes empresas están buscando fuera, mientras que aquí se destruye el tejido a una velocidad agigantada. ¿Qué podemos hacer?
R.T.: Antes se decía que las pequeñas y medianas empresas resistían mejor la crisis, que había una relación economía patrimonio familiar y economía de la empresa, y que se comprometía todo en el negocio, algo que sigue siendo cierto en gran medida.
La mayor parte de las empresas cotizadas del mercado global español bursátil tiene acceso a los mercados de capitales internacionales y puede obtener dinero incluso más barato que el Estado, algo que están consiguiendo desde Santander a Telefónica. Sin embargo, las pymes no tienen este acceso y, si encima hay una banca que está purgando sus pecados capitales del crédito y de todos los endeudamientos que tiene para acabar de resolver los problemas de la pasada explosión del crédito, evidentemente esa banca no da liquidez al sistema, y las pymes no pueden ir a ningún sitio. Además, en las reglas básicas de la banca está no dar dinero a quien no tiene solvencia, algo que se olvidó durante la burbuja inmobiliaria. Ahora se exige una base de solvencia, tal y como demanda Basilea III y otras regulaciones. Por eso estimo –y así lo planteo en mi libro– que parte de los recursos que vengan del Banco Central Europeo a tres años (hemos tenido una subasta en la que han venido a España prácticamente 100.000 millones euros, y habrá otra el 29 febrero) ha de ir al flujo del crédito de las pymes, ya sea a través del ICO –que no ha funcionado bien– o a través de créditos supervisados por el Banco de España, como banco central español, para garantizar el proceso. De lo contrario, perderemos decenas de empresas cada día, así como algunas ideas productivas interesantes. Se debería destinar una parte de los recursos procedentes del Banco Central Europeo a tres años al flujo del crédito de las pymes, ya sea a través del ICO o mediante créditos supervisados por el Banco de España
F.F.S.: Dentro del proceso de reestructuración, el tamaño del Estado es un factor clave. Hay países, como Estados Unidos, donde la componente pública sobre el PIB es mucho menor que la española. ¿Debemos reducirlo?
R.T.: Mi opinión es que tenemos un Estado armatoste, ineficaz, porque no hace todo lo que tiene que hacer y hace cosas que no debería, e ineficiente, porque no las hace bien. Tenemos un derroche brutal. Según los cálculos del profesor Barea, el 30% de la inversión pública se ha perdido en subcontrataciones y comisiones, además de la absoluta ineficiencia en el gasto corriente. Hoy la banca da un servicio tres veces mayor al que teníamos en los Pactos de la Moncloa con la mitad de personal, mientras que el Estado español da un servicio, en algunos aspectos, menos eficaz y eficiente necesitando el doble de personal.
Tenemos el doble de funcionarios que en el año 1977 para solo un 20% más de población, con un factor de hiperburocratización de cinco veces. Eso no se puede sostener, debemos adelgazar el Estado, pero no para que haga menos cosas sino para que las haga más eficientemente y, por supuesto, con menor coste. Debemos adelgazar el Estado, pero no para que haga menos cosas sino para que las haga más eficientemente y, por supuesto, con menor coste
F.F.S.: ¿Cuáles son los factores de crecimiento para España?
R.T.: Tenemos que hacer reformas para conseguir un sistema flexible, dinámico y competitivo. Hoy en día hablamos mucho de la competitividad, sin saber muy bien a qué nos estamos refiriendo. La competitividad son tres elementos. Primero, el tipo de cambio. Con el euro a 1,60 dólares no podemos exportar nada; afortunadamente está cayendo y hoy estamos a 1,27, algo que nos permite una cierta holgura, pero que es necesario bajar todavía más. Sobre este primer término de la competitividad nosotros no podemos influir, pero sí sobre el segundo: la productividad. ¿Cómo? Adelgazando el Estado, las empresas; mejorando la eficiencia de los trabajadores públicos y privados... La tercera componente de la competitividad son las marcas, que tienen una importancia extraordinaria. Tenemos que potenciar las marcas, al igual que la propia marca España.
Con respecto a los sectores de crecimiento, creo que podemos aumentar mucho las exportaciones y que nuestra opción de futuro está ahí. Va a ser difícil alcanzar a Holanda, que tiene un 180% de comercio exterior sobre PIB, debido a su gran actividad. Entre importaciones y exportaciones, en España estamos en un 45%-50% (200.000 de exportación frente a unas 300.000 de importación). Debemos internacionalizarnos todavía más.
F.F.S.: En ese proceso de internacionalización, debe haber una línea recta entre el sector empresarial y la política exterior de un país. ¿En qué medida es importante que ambos se alineen, y que el Estado trabaje para las empresas?
R.T.: Hay un dicho que dice que “en las regatas de la competitividad y del crecimiento, el Estado tiene que llevar el timón, pero los que reman son otros”. Si el Estado quiere hacer ambas cosas, saldrá mal.
Tiene que haber una política económica de estímulos, pero no a través de subsidios, sino de estímulos a través de clarividencia, de abordar operaciones, de estudiarlas y planificarlas. A veces digo que deberíamos tener un secretario de Estado para China, aunque no es ni una colonia ni un departamento de España, pero sí nuestro mayor mercado potencial. Por eso, tendríamos que estar estudiando todas las posibilidades.
Ahora han disminuido los dispositivos funcionariales, excepto para luchar contra el fraude, lo cual me parece bien, pero se han olvidado de la exportación. Desde mi punto de vista, esta última es tan vital o más, porque la lucha contra el fraude no tiene la componente de creatividad de la exportación, sino que es un espionaje, es sancionar..., pero la exportación implica algo más: es crear.Han disminuido los dispositivos funcionariales, excepto para luchar contra el fraude, lo cual me parece bien, pero se han olvidado de la exportación
Por eso, el ICEX tendría que ser un organismo mucho más eficiente, porque se ha convertido en un pequeño ministerio. Lo mismo sucede con el Instituto Cervantes y con otras entidades de proyección exterior, que son muy burocráticas. El ICEX empezó muy bien, fue fundado por Calvo Sotelo como Instituto Nacional del Fomento de la Exportación, INFE. Cuando ingresamos en la Comunidad Europea, hubo que cambiarle el nombre porque no se podían fomentar todas las exportaciones. El gran problema de estos organismos es que les falta capilaridad. Por ejemplo, tendría más sentido abrir franquicias del Instituto Cervantes, creando empresas españolas, en lugar de buscar edificios costosos y ostentosos en cada capital y llenarlos de funcionarios carísimos. Lo más lógico sería preparar profesores españoles y hacer franquicias estudiadas y garantizadas. De igual manera, el ICEX tendría que seguir ese ejemplo y preparar más gente, pero no montar grandes oficinas en Singapur, etc. y tener personal moviéndose continuamente.Hay que terminar con la cultura del maná y el pensamiento de que todo cae el cielo
La cultura del esfuerzo es otro tema fundamental. Hay que terminar con la cultura del maná y el pensamiento de que todo cae el cielo. Esto es algo que explica muy bien Juan Roig, de Mercadona.
F.F.S.: Usted conoce en profundidad la Universidad. En este número recogemos también la entrevista con el decano de la MIT Sloan School of Management, con el que hablamos sobre la directa relación entre la universidad y el mundo empresarial, una ligazón que en España no está tan clara como en las universidades americanas.
R.T.: Creo que la Universidad es una pieza burocrática. Recientemente, el Financial Times del fin de semana recogía un artículo de un escritor llamado Harry Eyres, que tiene una conexión interesante con España. Ilustrado con una imagen de Ortega y Gasset, Eyres firmaba un artículo que llevaba por título “Misión de la Universidad”. Y esa misión no era otra que enseñar para crear profesionales, transmitir la cultura e investigar.
En los años 30, cuando la Universidad española brillaba porque, por primera vez, había recibido los efluvios de la gente que había salido al exterior, gracias a las becas de la ampliación de estudios, y contábamos con la mejor Universidad del Sur de Europa y una de las mejores del mundo, también presumíamos de tener una buena formación de Institutos de Enseñanza Media, los cuales se perdieron luego con la Guerra.
A pesar de que la misión de la Universidad sigue siendo la misma, actualmente se ha convertido en una fábrica de títulos y se ha desperdiciado bastante la transmisión de la cultura y la investigación. En el caso de esta última, especialmente desde que la actividad investigadora se llevó al Consejo Superior de Investigaciones Científicas, el cual debería tener mucha más relación con las universidades.
Resulta curioso ver cómo, en Inglaterra, se están debatiendo las cuestiones universitarias en centros de máximo nivel, prestigio y reconocimiento, como son Oxford, Cambrige, Dartmouth…, y cómo las palabras de Ortega y Gasset tienen vigencia como ejemplo de lo que la Universidad ha de hacer.
F.F.S.: El ámbito del CEG en el que impartirá la conferencia está centrado en la gestión de calidad. Dentro de ese entorno, ¿qué importancia considera que tiene la calidad de la gestión?
R.T.: La calidad se debe plantear como un objetivo total que ha de impregnar a toda la empresa. El privilegio de la marca permite forzar precios increíbles, y en los grandes mercados del mundo de las industrias de lujo, como es el caso de China, donde hay que vigilar la calidad con exhaustividad, se encuentran nuevos ricos que quieren ir con su Louis Vuitton, su reloj Rolex, su corbata Hermès; conducir el último modelo de Audi y calzar unos Manolo Blahnik.
Sin embargo, la calidad debe ser estándar, y no solo servir para aumentar los precios ni únicamente aplicable a los productos de lujo, porque los consumidores, en general, aprecian la calidad y la defienden. No creo que deban existir grandes controles de calidad por parte del Estado, ya que eso nos llevaría a otra burocracia adicional y al enchufismo.
F.F.S.: Estos días nos ha llamado la atención la noticia de que, fiscalmente, resulta mucho más barato vivir en Madrid que en Barcelona. ¿Cómo es posible que tengamos orientaciones tan dispares y no se puedan seguir los ejemplos locales eficientes?
R.T.: Hay muchas diferencias de nivel y eso se ha discutido en la Teoría de la Integración. Cuando se habla de áreas monetarias óptimas y de las uniones monetarias, que es la tesis de Robert Mandell, se explica que, para que funcione la Unión Monetaria, es necesario tener unos criterios de convergencia y unos niveles mínimos en déficit público, en inflación, en tipos interés, en amortización de deuda y en estabilidad monetaria. Estos son los criterios de Maastricht, y quien no los cumpla no puede entrar, porque nos puede dar muchos disgustos (tal y como sucedió con Grecia, que falseó la declaración de los criterios).
En mi opinión, debe haber unos criterios mínimos pero, una vez conseguidos, las diferencias entre los miembros pueden ser brutales. Estados Unidos tiene una unión monetaria desde 1792, con la Ley Hamilton. A pesar de esa unión, durante épocas de grandes prosperidades, los salarios de Dallas han sido tres veces los de Montana, o los de Silicon Valley son varias veces superiores a los de Iowa; eso sin recurrir a las reservas de los indios, cuyos niveles de renta serían todavía más bajos, ni a los barrios marginales, por ejemplo. Es decir, hay muchas diferencias porque los espacios no son homogéneos.
Controlar esta situación es inevitable, además de que está influida por las idiosincrasias. En Estados Unidos, una persona se mueve del Este al Oeste por un aumento del 20% del salario, algo impensable en España, donde cunde el quietismo, aunque también es cierto que ahora está cambiando. De todos modos, tampoco se trata de seguir el modelo norteamericano, porque nosotros tenemos uno propio, que es un modelo con estado de bienestar, con seguridad social…, pero debemos aprender cualidades como la flexibilidad y la elasticidad, ser un poco más calvinistas y más darwinistas, sin necesidad de ser más protestantes. El problema es que tenemos una forma de vida con muchos aspectos hedonistas, por eso el 70% de los Erasmus o el 60% de los jubilados del norte de Europa quiere venir a España.
Entrevista publicada en Executive Excellence nº88 enero 2012