"Las universidades deben transformarse en centros abiertos para acompañar durante toda la vida"
ESTRATEGIA / HABILIDADES DIRECTIVAS / LIDERAZGO
Comprometida con el desarrollo competencial del estudiante y en conexión con el mundo profesional, la Universidad Europea, la primera universidad privada de España por número de estudiantes –más de 16.000–, ofrece una educación integral, formando líderes y profesionales preparados para dar respuesta a las necesidades de un mundo global.
Con un marcado enfoque internacional, su oferta académica incluye más de 250 titulaciones de educación superior. Amén de los reconocimientos y certificados en calidad, en la Universidad Europea entienden la excelencia académica del mundo universitario en un sentido amplio, procurando metodologías innovadoras y disponiendo de cinco centros de excelencia de investigación que persiguen contribuir al desarrollo y al progreso social.
Es además la única institución de Educación Superior española que pertenece a Laureate International Universities, una organización internacional de universidades, con más de 70 instituciones, que ofrece formación de grado, postgrado y otros estudios superiores a 780.000 estudiantes en 29 países. Gracias a esta red, la Universidad Europea recibe anualmente a más de 3.000 estudiantes y profesores extranjeros, conformando un alumnado procedente de más de 60 nacionalidades.
Miguel Carmelo es el presidente de la Universidad Europea y CEO de Laureate International Universities Europa. Licenciado en Ciencias Económicas y Empresariales por la Universidad Complutense de Madrid y Doctor por la Universidad Autónoma de Madrid, la mayor parte de su carrera profesional ha transcurrido en Unilever España, asumiendo distintos puestos de responsabilidad: en 1990 vicepresidente de Marketing, en 1993 vicepresidente de una división europea en Inglaterra con responsabilidad para 17 países y en 1997 presidente y director general de Lever España. Durante más de dos décadas ha colaborado en el área docente con distintas universidades de Madrid y con la Universidad de Kingston. Es también vicepresidente de la American Business Council.
FEDERICO FERNÁNDEZ DE SANTOS Y ALDARA BARRIENTOS: El decano de MIT Sloan School of Management, David Schmittlein, nos comentaba que cuando la innovación es parte del mandato estratégico de una organización aparecen dificultades en la gestión, pues la eficiencia, la estandarización y la regulación que persigue aquella son elementos contrarios a la innovación. ¿Es posible equilibrar estos dos factores, gestión e innovación, y hacerlos compatibles? ¿Qué valor tienen ambos para la Universidad Europea?
MIGUEL CARMELO: Es verdad que pueda existir una fricción entre gestión e innovación, en el sentido de que esta última trata de revolucionar el mundo de la organización, mientras que la gestión parece acomodaticia. En cualquier caso, si efectivamente puede haber un conflicto, creo que es necesario, y hay maneras de amortiguarlo.
La gestión debe tener en cuenta que las organizaciones son innovadoras. Si hablamos de una entidad con una gestión tradicional, donde la innovación es esporádica y anecdótica, es posible que ambas colisionen; pero si la innovación forma parte de la estrategia de la organización, lógicamente la gestión la tiene en cuenta, y al revés.
En la Universidad Europea tenemos procesos fijos de innovación, totalmente integrados dentro de la gestión, es decir, con sus puertas de entrada y salida, con comités de toma de decisiones, con sus grados de responsabilidad, etc.; por eso seguramente, no tenemos ningún conflicto.
Creo que las organizaciones más modernas integran perfectamente la innovación en la gestión y son conscientes de que deben gestionar la innovación de manera habitual.
F.F.S./A.B.: Según Schmittlein, un instituto como el MIT se desarrolló para crear impacto y cambio en la sociedad, mientras que una universidad crea conocimiento pero lo deja aparcado. En su opinión, ¿cuál es hoy la responsabilidad de la universidad en la sociedad?
M.C.: Creo que conviene distinguir los dos modelos que existen desde el punto de vista de gestión de la investigación, para comprender mejor el planteamiento de la pregunta. Por un lado, en el modelo americano, hay universidades que hacen investigación y otras entidades (como colleges e institutos), más orientadas a la docencia. En Europa Continental, este modelo no existe. Las universidades tienen que hacer ambas al mismo tiempo, la investigación y la docencia, y por las mismas personas. Incluso, el tipo de acreditaciones que nos dan tanto a las instituciones como a los programas y a los profesores, lleva implícito que esa institución, programa y profesor dedica parte de su tiempo a la investigación y parte a la docencia. Hay que recalcar que en Estados Unidos, y también en Brasil, uno puede tener distintos tipos de acreditaciones. Creo que el decano de MIT Sloan School of Management hace esa reflexión amparado, desde el punto de vista legislativo, en este hecho. Si uno tiene una acreditación de la universidad, implica que hace investigación y docencia. No hay elección.
Más allá de este aspecto legislativo, me parece muy brillante lo que dice. La investigación es importante, pero no lo es todo, y muchas veces sacrifica la innovación. En Europa Continental nos recreamos demasiado en la investigación, que por norma es excesivamente teórica. Creo que a eso se refiere con “dejar el conocimiento aparcado”. Las instituciones europeas más tradicionales hacen investigación y docencia, pero no tratan de penetrar tanto en la sociedad ni buscan una investigación (I) que tenga una continuidad, un desarrollo (+D) y una innovación (+i) que impacte en la sociedad. En el fondo, cabe preguntarse para qué investigamos entonces.
Creo que una institución universitaria debe buscar innovar e impactar, lo cual acarrea una investigación, pero no entendida como un estudio individual, no aplicado ni sin trabajo en equipo.
F.F.S./A.B.: También nos comentaba que la inducción del PIB en la zona de Harvard, Massachusetts o San José, era una de las fuentes de ingresos más importantes para el MIT y para otras entidades similares, porque la investigación desarrollada internamente se transformaba luego en proyectos empresariales donde el Instituto tenía patentes. ¿Hasta qué punto sería importante que el marco legislativo español permitiera desarrollar actividades de este tipo?
M.C.: No sé si se trata tanto del entorno legislativo como del uso y la costumbre. Si una universidad no está realmente relacionada con la comunidad que le rodea ni le presta servicio, no tiene sentido.
En España, las instituciones no nos sentimos responsables de nuestro entorno, mientras que en Estados Unidos es algo fundamental y existe una correlación total. En cambio aquí, te das cuenta de que, por ejemplo, en zonas donde claramente su PIB regional es el turismo, no existe ninguna universidad específica de esta materia, o de ciencias sociales, comercio internacional, gestión hotelera…, y en cambio sí puede haber una facultad de química, aunque no haya ningún entorno profesional químico alrededor. Como consecuencia de esto, no se crean relaciones económicas. Es fundamental conseguir generar primero una relación social, para después atarla muy bien con una relación económica.
Otro aspecto positivo de los americanos es que elaboran sus rankings sin considerar si la entidad educativa es una universidad, un instituto o un college; es decir, uno es bueno porque hace bien lo que tiene que hacer y la calidad es la que prima.
F.F.S./A.B.: Finlandia, Singapur o Corea del Sur son tres países cuyos sistemas educativos son tomados como ejemplo. Desde la red internacional Laureate International Universities, usted conoce los modelos universitarios de países de todo el mundo. ¿De quién y qué podemos aprender? ¿Y qué prácticas españolas debemos poner en valor y exportar?
M.C.: Esos tres países se han hechos famosos en el entorno educativo por el informe PISA, que es educación no universitaria, aunque evidentemente existe una correlación.
Llevado al ámbito de las universidades, me gustaría compartir varias reflexiones. La primera es que la educación del siglo XXI debe acoger no solamente conocimiento, donde España lo hace bastante bien (en cualquier universidad española los alumnos aprenden un buen bagaje de conocimiento), sino también competencias. En las universidades de corte anglosajón, sobre todo las americanas, el alumno aprende competencias; de manera que, además de salir sabiendo cosas, sabe cómo ponerlas en práctica. Las competencias más obvias son el trabajo en equipo y la capacidad de comunicación. Desde pequeñitos, ponen un enorme énfasis en el trabajo en grupo y en saber contar las cosas que uno hace.
El segundo reto se refiere a los valores en la educación, muchas veces asociados a valores religiosos, lo cual no está mal; pero también las instituciones no religiosas deberían prestarles atención, pues son valores humanos universales.
En mi opinión, una buena educación tiene en cuenta el conocimiento, las competencias y los valores, independientemente de la afiliación religiosa de la institución.
Otro aprendizaje de estos países, y que hace unos meses nos contaba un representante de la OCDE, responsable del informe PISA, es que, por ejemplo en Finlandia, cambian muy poco las leyes de educación, al contrario que las normas. Lo que sucede en España es que cambiamos mucho las leyes y poco las normas. Creo que esto ocurre en países como el nuestro porque todavía tenemos la educación muy ideologizada. Cuando uno quiere imponer ideología o adoctrinar desde la educación, necesita muchas leyes para conseguirlo. En Finlandia, la ley no cambia prácticamente nunca; sin embargo, la norma lo hace constantemente, porque se está actualizando y adaptando al entorno y al cambio social.
Por último, en el caso español, creo que merece especial atención el tema del fracaso escolar. No podemos mantener la cifra del 30% de chicos que no acaban la Educación Obligatoria, porque no solo les estamos dejando fuera del mercado laboral, sino incluso fuera del progreso social. Cada año que pasa, es más difícil hacer volver a las aulas a gente que las ha abandonado antes de cumplir los 16 años.
Cuando analizamos por niveles de educación las cifras del paro, es evidente que las personas que no han terminado el colegio sufren tasas de paro muy superiores a aquellas que no han terminado la universidad. Es decir, estamos discriminando muy en origen.
F.F.S./A.B.: El Nobel de Economía en 2010, Peter Diamond, destacaba que hoy EE.UU. tiene un sistema educativo competitivo porque tradicionalmente ha sabido acoger a los inmigrantes, y llamaba la atención sobre el potencial del sentimiento europeo. ¿Qué importancia tiene la diversidad? ¿Hay ahora más oportunidades para la movilidad del talento dentro de Europa?
M.C.: Estados Unidos es un país de inmigrantes, y eso es algo que está en su ADN. Nosotros somos países más viejos y menos hechos como inmigrantes. El Espacio Europeo de Educación Superior, el llamado Bolonia, está formado por 42 países, mientras que en la Unión Europea son 27, y en el euro 17. Así que, podemos decir que en educación somos más europeos, y es una enorme oportunidad.
Sin embargo, me parece que el sistema universitario acoge a expatriados más que a inmigrantes, en el sentido más social de la palabra. Recuerdo que cuando nació mi hijo vivíamos en Londres. Años después, cuando ya tenía más edad y era consciente de lo que significaba la inmigración, me preguntó si habíamos sido inmigrantes en Londres. Yo le contesté que no, que habíamos sido expatriados. Evidentemente, a continuación me preguntó cuál era la diferencia. “Pues el nivel de renta”, le dije. Si uno tiene poca renta es emigrante, si uno tiene renta es expatriado.
Creo que el tema de la emigración en el sistema educativo todavía no está solucionado, pero sin duda es un fenómeno del futuro, que será cada vez más mestizo. Mientras antes lo asumamos, mejor para todos, al igual que la desaparición de las fronteras y de los nacionalismos.
En la Universidad Europea concebimos así la educación desde el inicio, por eso promovemos una educación internacional para nuestros alumnos; teniendo en cuenta que la internacionalidad es un concepto muy amplio. Para algunos puede ser aprender inglés, si no lo saben; para otros que ya lo saben, la internacionalidad es que le den las clases en inglés; para otros es estudiar un año fuera, obtener un doble título con una universidad extranjera… Aproximadamente el 20% de los alumnos matriculados en este curso son extranjeros, y no me estoy refiriendo a estudiantes Erasmus, sino a alumnos que eligen España para su formación.
F.F.S./A.B.: Sin duda, la tecnología es un facilitador del progreso humano. ¿De qué manera ha revolucionado la educación universitaria?
M.C.: En mi opinión, la tecnología, hasta ahora, no ha revolucionado la educación, sino que hemos sustituido la pizarra por el proyector; o las tablillas de antaño por el iPad, que tienen casi el mismo tamaño aunque evidentemente no la misma utilidad... Con esto quiero decir que deberíamos mejor hablar de evolución, porque seguimos educando como hace 20 siglos.
Lo que sí creo que puede llegar a ser una revolución es la educación online. Nosotros tenemos la Universidad Personal, una universidad híbrida donde los estudiantes pueden transitar entre la educación presencial y online a su gusto, asignatura por asignatura y trimestre por trimestre, para hacerse a la carta su propia carrera, en el sentido de presencialidad o no.
Hay alumnos que disfrutan más en la educación online. Curiosamente, sienten que están con más gente, a pesar de estar solos en su casa. Son estudiantes digitales, que se sienten más activos, más en conexión con el profesor y con sus compañeros y colegas porque están interactuando a través de Internet. Si esto es así, podría ser una revolución.
F.F.S./A.B.: Stanford o Harvard son algunas de las universidades que han puesto en marcha una oferta online de cursos gratuitos. ¿Cómo puede afectar ese modelo de negocio?
M.C.: De alguna forma, se trata de poner la educación al alcance de todo el mundo. Son los llamados MOOC’s (Massive Online Open Courses). Es un fenómeno muy nuevo, y todavía no sabemos dónde va a llegar ni qué modelo hay detrás. Se trata de instituciones, profesores privados, que graban su clase y la suben a Internet, dando acceso gratuito, de manera que cada uno podría confeccionar un programa a su medida, con las asignaturas que más le gusten y con los profesores que prefiera, que además son los mejores especialistas del mundo.
Lo que no se sabe es cuál es el modelo de negocio, es decir, si se va utilizar para difundir el conocimiento gratuito a todo el mundo; si cierto conocimiento será gratuito, pero cuando uno quiera un certificado o diploma tiene que pagar, como ya hacen algunas de estas plataformas; o si es lo que yo llamo un “reparto de muestras”, es decir, yo te muestro una parte de mi producto para que luego me compres el producto completo. Estamos en plena evolución. A esto me refería cuando hablaba de que Internet puede ser la revolución, porque hasta ahora ha sido una evolución de los soportes educativos, pero básicamente, de manera mayoritaria, la educación sigue siendo un profesor enseñando los alumnos.
F.F.S./A.B.: Otro fenómeno es la obsolescencia del conocimientos, algo que se produce cada vez más rápidamente. Incluso, al finalizar la carrera, es posible que buena parte de lo que se ha estudiado ya no sirva. ¿Cómo se ataca esta dificultad?
M.C.: Claramente, nuestros abuelos aprendieron algo que les valía para un cierto tiempo, casi para toda la vida, mientras que a nosotros apenas nos sirve para el día de la graduación; con lo cual, debemos enseñar a la gente a aprender a aprender, más que a aprender conocimiento. La clave está en saber cómo aprender.
Las metodologías pedagógicas deben cambiar y poner mucho más énfasis en este aspecto, en preparar al individuo para adquirir nuevos conocimientos, más que para darle los conocimientos suficientes para vivir durante toda su vida profesional con ellos.
Por eso, las universidades se deben transformar en centros abiertos para cualquier persona a lo largo de su vida. Para mí, este es el cambio más importante del sistema universitario: acompañar a las personas durante toda su vida, en lugar de servir para educar una sola vez a chicos de entre 18 y 22 años; una edad en la que, desde el punto de vista profesional, todavía no has empezado a hacer. La gente tendrá que volver a la universidad, virtual o no, una y otra vez. Esto sería revolucionario para una institución universitaria.
Además, aunque la materia sea la misma, el profesor no puede utilizar la misma metodología pedagógica en un clase con gente de 38 años que en otra con alumnos de 18, porque no le van escuchar igual ni le van a preguntar ni interactuar de la misma manera. Este es el gran cambio pedagógico pendiente. Por lo tanto, la tendencia será menos clase magistral, y más profesores en conexión con la profesión, porque la única forma de enseñar a profesionales es que tú estés en conexión con su profesión. Es muy importante este perfil de buen educador, buen pedagogo, y en contacto con la profesión. Esto no quiere decir que sean los presidentes de las compañías quienes den clase; de hecho, muchas veces ellos no son los que más saben ni los mejores pedagogos.
Este es el futuro. La Universidad tiene que estar abierta 24 horas, siete días, durante todo el año, con todo tipo de cursos, más y menos reglados. El sistema educativo tiene que evolucionar, y las agencias de acreditación deben dar acogida a toda esta demanda, porque ahora existe un gran gap entre lo que está pasando en el mundo universitario y lo que sucede en el profesional.
Entrevista publicada en Executive Excellence nº103 may13