Thinkers50/ Alexander Betts: Globalización inclusiva: una solución frente al populismo
Durante el European Business Forum de Thinkers50 –que congregó en la ciudad de Odense (Dinamarca) a los pensadores más prestigiosos del mundo del management y los negocios–, retos como la globalización, la inmigración, el populismo o el crecimiento de la robótica y la biotecnología centraron buena parte de los debates.
Peter Fisk, experto en innovación y crecimiento y autor de Gamechangers, moderó –como anfitrión del foro– las intervenciones de varios gurús, entre ellos Alf Rehn y Alexander Betts, en torno a tres preguntas clave, cuyas respuestas arrojaron luz sobre el impacto de esos retos en la gestión empresarial y en la agenda de los Consejos de Administración. A continuación, recogemos las propuestas de Alexander Betts.
Betts es profesor de Migración Forzada y Asuntos Internacionales de la Universidad de Oxford, así como director del Centro de Estudios del Refugiado de la misma universidad. Alcanzó fama con su discurso TED sobre los desplazados, convirtiéndose en un líder de opinión sobre el populismo europeo y ofreciendo nuevas soluciones políticas y económicas a la inmigración. Es también “Young Global Leader” por el Foro Económico Mundial y uno de los pensadores destacados “On the Radar 2017” por la plataforma Thinkers50 por sus ideas innovadoras.
1. ¿Cuál es el mayor reto al que se enfrenta el mundo de los negocios?
Crear una globalización inclusiva. Empezaría hablando de un desafío modesto y fácil de enfrentar: ¿cómo reconciliar la globalización con la democracia?
Uno puede pensar que la confrontación que hoy observamos y la grieta en la política global –donde ya no está solo la izquierda o la derecha, sino que también hay una división entre los que abrazan la globalización y quienes la rechazan–, es un reto para los políticos y los negocios. También que modelos en los que todos confiamos, como el libre mercado de bienes, servicios, capitales y personas, están en riesgo; y que esto hace peligrar la división global de la responsabilidad, las ventajas competitivas y la especialización. Esta situación afecta de forma activa a las empresas, que pueden modificar el rumbo de los acontecimientos, ser actores para cambiar ese choque entre la globalización y la democracia. Para que esto sea posible, no han de ser solo sensibles a sus clientes y accionistas, sino también tener en cuenta las políticas liberales, cuya premisa es el apoyo a esa globalización.
Es irónico que, como ciudadano británico que soy, hable del futuro de Europa. Aun así, lo que ha hecho Reino Unido votando a favor del Brexit ilustra las dinámicas que están aconteciendo en la UE. Una simple mirada aporta lecciones que habría deseado que mi país hubiese conocido antes de la votación, que acabó dibujando un Estado muy dividido por la geografía, las clases sociales y la educación.
Si miramos esas dinámicas en profundidad, vemos cómo retratan la confrontación entre quienes abrazan una posición aperturista y quieren formar parte del mundo sin tener miedo a la globalización ni al comercio internacional, y aquellos que cada vez miran más hacia dentro, rechazando el mundo exterior.
Existen muchas correlaciones que nos ofrecen una visión más específica del porqué. Por ejemplo, el nivel de ingresos no es un factor a considerar en esa diferenciación de posiciones tanto como el hecho de poseer un título universitario o el grupo de edad. Vemos cómo los jóvenes, siendo menos a nivel porcentual, votaron a favor de Europa, mientras que las generaciones mayores lo hicieron en contra. También entraron en juego algunas dimensiones culturales. En función del periódico que uno leyese, se podían realizar predicciones del voto. Estos patrones, con retrospectiva, denotan la obviedad y predictibilidad de este choque.
Igualmente podemos observar esos patrones en otros entornos. Para los que votaron a favor del Brexit, los dos factores principales fueron la soberanía y la inmigración; un deseo de retomar el control que fue estimulado, en gran parte, por la crisis de los refugiados de 2015, cuando más de un millón de personas vinieron a Europa buscando asilo. Sin esa crisis de inmigración es muy posible que el Brexit no hubiese tenido lugar, ni que tampoco los nacionalismos populistas estuviesen creciendo en Europa.
Personalmente, no creo que debamos temer al crecimiento de la extrema derecha en los países europeos, pero sí percibo la aparición de narrativas nacionalistas en corrientes políticas. Se incorporan ideas que rechazan lo global en partidos de centroderecha (con la excepción de la elección del presidente francés Macron). Creo que, como comunidad de negocios europeos, hemos de recrear una política inclusiva. Nuestro mayor reto es reconciliar la globalización con la democracia; nosotros, como élite liberal, hemos de pensar en cómo incluir a aquellos que de forma sistemática hemos dejado atrás.
El concepto de globalización inclusiva nos da una línea a seguir. El mundo de los negocios tiene que jugar un papel en dos áreas principalmente: la inmigración y el futuro del trabajo, dos factores estructurales que subrayan el crecimiento del nacionalismo y el resurgimiento de la soberanía en Europa.
La crisis de los refugiados trajo al continente un millón de personas sin hogar. Esto puede parecer mucho, pero si lo comparamos con los 60 millones de desplazados a nivel global, no es nada. Nuestros políticos liberales de la UE fueron incapaces de darse cuenta de las consecuencias de gestionar mal esta situación, al tiempo que la extrema derecha tomó la iniciativa lanzando mensajes que resonaron en todos los espectros. Hoy parece que la inmigración está cayendo de nuevo (sirios, afganos o subsaharianos llegan en menor número), pero ese declinar está en un precario equilibrio. Europa depende de la estabilidad y los deseos de Turquía de mantener a dos millones y medio de sirios y, dada la situación de terrorismo en ese país, el acuerdo con los turcos parece estar en el alero.
La inmigración continuará siendo un problema en Europa siempre que tengamos Estados frágiles. Se trata de una preocupación que no está motivada por la identidad ni por la xenofobia; sino por factores económicos relacionados con el trabajo, el impacto material sobre los servicios sociales, la salud, la educación...
Estamos frente a un reto generacional. Vemos cómo Alemania, que ha acogido a más sirios que ningún otro país europeo, se enfrenta al desafío de la integración: solo un 40% de la población siria capaz de trabajar está empleada. Es tremendamente complejo incorporar al mercado laboral a sirios que provienen de un entorno con un PIB muy bajo frente a un modelo como el alemán, basado en la certificación y con un un entorno de exportación altamente tecnológico. Para ello es necesario formar, reeducar, integrar… Y mientras esto no ocurra, seguirá existiendo rechazo a la inmigración siria.
Cambiar la naturaleza del trabajo y abrazar la integración
Otro gran reto es la naturaleza del trabajo. Las áreas que votaron salir del Brexit eran predominantemente las de trabajos intensivos y las manufactureras, sectores donde se habían perdido más puestos de trabajo; mientras que entre las zonas que votaron por seguir dentro de la UE predominaban las áreas del trabajo científico o tecnológico.
La conclusión a la que se llega es que la erosión de áreas con alta intensidad manufacturera aumenta la aparición del populismo. Al aumentar la riqueza de los países, la concentración de industria intensiva de mano de obra declina, siendo exportados los puestos de trabajo a personas de mano de obra más barata, como es el caso de China o el sudeste asiático.
¿Cómo se puede conciliar esta situación? El concepto de una renta básica universal ya está sobre la mesa, pero creo que tenemos que hacer mucho más que seguir los pasos de Finlandia. Debemos reconsiderar el trabajo productivo y hacer que las empresas reflexionen sobre la formación, ofreciendo entidades productivas e inclusivas que estén fuera de los mercados de trabajo. En definitiva, debemos cambiar la naturaleza del trabajo, al tiempo que abrazamos la integración.
2. ¿Qué hemos de empezar, mañana, a hacer de forma diferente?
Incluir lo social como una decisión de inversión estratégica, tomada en el Consejo de Administración
Me gustaría concretar el reto de crear una globalización más incluyente que acoja a toda la sociedad con un ejemplo que conozco de primera mano: los refugiados.
Una de las cosas que deberíamos hacer, de forma amplia, con los temas sociales y de globalización es trasladarlos de los departamentos de RSC a los Consejos de Administración. Me ha entusiasmado ver en los últimos años el compromiso de muchas empresas con el problema de los inmigrantes: desde H&M en Suecia, generando puestos para refugiados, a los interesantes trabajos que estamos haciendo con Deloitte o la iniciativa de Ikea, que ha creado unidades de refugio y cocinas para ellos a lo largo de todo mundo. Lamentablemente, la realidad es que no hay suficientes casos de ese tipo de compromiso ni suficientes ejemplos que trabajen con los núcleos de las empresas (donde se toman las decisiones).
Uno de los proyectos para refugiados en el que estamos implicados consiste en pensar en el activo económico que representan los refugiados, pensar en ellos como oportunidades para la cadena de valor, como oportunidades laborales y como una innovación que nos permita conectar con aquello que hacemos en nuestros negocios. Solo si el público comienza percibir a los refugiados como un recurso, se afianzará el proyecto de apoyo a la integración, incluyendo la inmigración de alta y baja cualificación.
He estado trabajando en Jordania, donde hasta hace muy poco los inmigrantes sirios no podían trabajar, lo que provocaba que crecientes cantidades de personas se embarcasen en un peligroso viaje a Europa. Nuestro proyecto consistía en coger algunas de las zonas económicas (preexistentes) de Jordania, en las cuales el gobierno había invertido mucho pero que carecían de mano de obra y de inversión extranjera directa, y, gracias a concesiones comerciales europeas –con financiación en infraestructuras del Banco Mundial e inversión de corporaciones multinacionales–, conseguir que los refugiados sirios pudiesen trabajar al lado de los ciudadanos jordanos. Ese proyecto piloto ya ha “despegado” y, en el último año, cerca de 40.000 sirios han recibido permisos de trabajo allí. El principal reto ha sido lograr que las empresas invirtiesen. Si bien un grupo de firmas ha llegado a unos compromisos pioneros de inversiones (como una subsidiaria de Wall Mart o Ikea), el problema es que muchas otras han querido enfrentar esta situación dentro de la esfera de la RSC, y no como una decisión de inversión estratégica tomada en el Consejo de Administración.
La segunda área de actuación estratégica, dentro del problema de los refugiados, es el impacto colectivo. Gracias a la alianza “Tent Alliance”, una coalición de empresas se ha comprometido a apoyar a las ONGs y al sector público, y a emprender acciones individuales para marcar la diferencia y poner fin a la crisis de los desplazados. En asociación con organizaciones humanitarias y gobiernos de todo el mundo, el sector privado está en una posición única para lograr un impacto duradero y sostenible en sus vidas. En un tema como el de los refugiados, las compañías han de identificar aquello que ya hacen bien y cómo las capacidades que tienen pueden equipararse con el impacto que generan. Esto requiere de voluntad para trabajar juntos en este tema, incluso con los competidores. Creo que esta nueva alianza Tent es una iniciativa excitante, aunque todavía carece de una dirección precisa y un propósito estratégico.
El último entorno sobre el que debemos reflexionar es en la aproximación a las comunidades. No sirve que solo pensemos en quiénes nos constituyen (clientes, accionistas…), sino que las empresas han de darse cuenta de las comunidades que les rodean y ser inclusivas con ellas.
3. ¿Con qué sueña?
Con un mundo donde las empresas puedan preguntarse qué es lo que hacen bien, cuáles son sus habilidades más importantes y cómo pueden aplicar eso para enfrentarse a grandes retos globales, que para mí son los refugiados y la inmigración. Si bien no todas las compañías tienen las mismas ventajas competitivas, cada una puede ofrecer algo para hacer frente a ese reto. Tanto ellas, como los gobiernos y la sociedad en general, deben trabajar juntos a favor de la globalización inclusiva.
Alexander Betts, profesor de Migración Forzada y Asuntos Internacionales y director del Centro de Estudios del Refugiado de la Universidad de Oxford
Publicado en Executive Excellence nº140 jun/jul. 2017